domingo, 21 de abril de 2013

"...Hacia el frente, veíase la tapera hecha terrones..." - Eduardo Acevedo Díaz


V

Asomaba una aurora gris-cenicienta, pues el sol era impotente para romper la densa valla de nubes tormentosas, cuando una mujer salía arrastrándose sobre manos y rodillas del matorral vecino; y ya en su borde, que trepó con esfuerzo, se detenía sin duda a cobrar alientos, arrojando una mirada escudriñadora por aquellos sitios desolados.
Jinetes y cabalgaduras entre charcos de sangre, tercerolas, sables y morriones caídos acá y acullá, tacos todavía humeantes, lanzones mal encajados en el suelo blando de la hondonada con sus banderolas hechas flecos, algunos heridos revolviéndose en las hierbas, lívidos, exangües, sin alientos para alzar la voz; tal era el cuadro en el campo que ocupó el enemigo.
El capitán Heitor, yacía boca abajo junto a un abrojal ramoso.
Una bala certera disparada por Cata lo había derribado de los lomos en mitad del asalto, produciendo el tiro y la caída, la confusión y la derrota de sus tropas, que en la oscuridad se creyeron acometidas por la espalda.
Al huir aturdidos, presos de un terror súbito, descargaron los que pudieron sus grandes pistolas sobre las breñas, alcanzando a Cata un proyectil en medio del pecho.
De ahí le manaba un grueso hilo de sangre negra.
El capitán aún se movía. Por instantes se crispaba violento, alzándose sobre los codos, para volver a quedarse rígido. La bala le había atravesado el cuello, que tenía todo enrojecido y cubierto de cuajarones.
Revolcado con las ropas en desorden y las espuelas enredadas en la maleza, era el blanco del ojo bravío y siniestro de Cata, que a él se aproximaba en felino arrastre con un cuchillo de mango de asta en la diestra.
Hacia el frente, veíase la tapera hecha terrones; la zanja con el cicutal aplastado por el peso de los cuerpos muertos; y allá en el fondo, donde se marearon los caballos, un montón deforme en que sólo se descubrían cabezas, brazos y piernas de hombres y matalotes en lúgubre entrevero.
El llano estaba solitario. Dos o tres de los caballos que habían escapado a la matanza, mustios, con los ijares hundidos y los aperos revueltos, pugnaban por triscar los pastos a pesar del freno. Saliales junto a las coscojas un borbollón de espuma sanguinolenta.
Al otro flanco, se alzaba un monte de talas cubierto en su base de arbustos espinosos.
En su orilla, como atisbando la presa, con los hocicos al viento y las narices muy abiertas, ávidas de olfateo, medía docena de perros cimarrones iban y venían inquietos lanzando de vez en cuando sordos gruñidos.
Catalina, que había apurado su avance, llegó junto a Heitor, callada, jadeante, con la melena suelta como un marco sombrío a su faz bronceada: reincorporose sobre sus rodillas, dando un ronco resuello, y buscó con los dedos de su izquierda el cuello del oficial portugués, apartando e1 liquido coagulado de los labios de la herida.
Si hubiese visto aquellos ojos negros y fijos; aquella cabeza crinuda inclinada hacia él, aquella mano armada de cuchillo, y sentido aquella respiración entrecortada en cuyos hálitos silbaba el instinto como un reptil quemado a hierro, el brioso soldado hubiérase estremecido de pavura.
Al sentir la presión de aquellos dedos duros como garras, el capitán se sacudió, arrojando una especie de bramido que hubo de ser grito de cólera; pero ella, muda e implacable, introdujo allí el cuchillo, lo revolvió- con un gesto de espantosa saña, y luego cortó con todas sus fuerzas, sujetando bajo sus rodillas la mano de la víctima, que tentó alzarse convulsa.
-Al ñudo ha de ser! -rugió el dragón-hembra con ira reconcentrada.
Tejidos y venas abriéronse bajo el acerado filo hasta la tráquea, la cabeza se alzó besando dos veces el suelo, y de la ancha desgarradura saltó- en espeso chorro toda la sangre entre ronquidos.
Esa lluvia caliente y humeante batió el seno de Cata, corriendo hasta el suelo.
Soportola inmóvil, resollante, hoscosa, fiera; y al fin, cuando el fornido cuerpo del capitán cesó de sacudirse quedándose encogido, crispado, con las uñas clavadas en tierra, en tanto el rostro vuelto hacia arriba enseñaba con la boca abierta y los ojos saltados de las órbitas, el ceño iracundo de la última hora, ella se pasó el puño cerrado por el seno de arriba abajo con expresión de asco, hasta hacer salpicar los coágulos lejos, y exclamó con indecible rabia:
-¡Que la lamban los perros!
Luego se echó de bruces, y siguió arrastrándose hasta la tapera.
Entonces, los cimarrones coronaron la loma, dispersos, a paso de fiera, alargando cuanto podían sus pescuezos de erizados pelos como para aspirar mejor el fuerte vaho de los declives.

Fragmento de El Combate de la Tapera

Eduardo Acevedo Díaz
Antología del cuento uruguayo
Arturo S. Visca
Ediciones de la Banda Oriental
Montevideo - 1968
De: EspacioLatino.com
Extraída de: www.flickr.com 


















Eduardo Acevedo Díaz
20 de noviembre de 1851
Iniciador de la novela histórica en Uruguay
Museo Virtual de Fotografía de San José

Caricatura del doctor Eduardo Acevedo Díaz, 
en Caras y Caretas,
www.flickr.com 

Basquadé, basquadé, inchalá - Levántate, levántate, hermano (3)


Civilización y Barbarie o a la memoria de un militar

¿Quién podría creer que año a año se iba a revivir una circunstancia tan antigua como necesaria en su momento?
¿Quién podría imaginar que después de sufrir la tortura, hasta la muerte, sería arrastrado desde la tumba, año a año, para ser testigo de una infamia, para ser maltratado, torturado en nombre y alma, hasta la vergüenza, por cumplir con el deber cívico, que como militar le corresponde a todo soldado?
¿Qué pecado puede haber cometido un hombre para cargar con toda la responsabilidad, por llevar a cabo una orden del gobierno, por cumplir con un pedido, sino exigencia, de una nación recién nacida que pretendía ser tal?
Porque Bernabé es símbolo de masacre, de exterminio, Bernabé es símbolo de barbarie. Y Bernabé debería ser símbolo de civilización, de cumplimiento del deber.
Una maldición recae sobre mi memoria, una maldición que duele una y otra vez en la carne, en las entrañas, pero más duele en la memoria.
Una maldición que me despierta cada 11 de abril, y se hace presente, cuando vuelve a vibrar el suelo ante el galope de los caballos, cuando se ensombrecen los campos, y el espacio se carga con los gritos de unos y otros, en la sangre derramada, en el llanto de las mujeres, en el terror de los niños.
Sí, y vuelve a desgarrar la única y verdadera carga, la traición.
La sociedad se llamó a silencio, se había cumplido con lo exigido. Nadie habló de la forma, y ahí está todo el dolor.
Una maldición que lleva dos nombres, Civilización y Barbarie, pero se reconoce solamente con uno: Bernabé.


Mauro Vaghi

Bernabé Rivera
www.uruguayeduca.edu.uy




sábado, 20 de abril de 2013

Basquadé, basquadé, inchalá - Levántate, levántate, hermano (2)


Indómitos caciques


- Jefeee!, Jefeee! – un centinela charrúa, mientras corre, se acerca gritando a la toldería del campamento, sobre el arroyo Salsipuedes Grande, 
en la mañana del 11 de abril de 1831.     
                                                                         
- ¿Qué pasa, Lobo? – le contesta, saliendo, el Cacique Polidoro.
- Venir caballos, muchos. Ahora Paso Tía Tucura, tropa, guerra.
- Puede ser, vamos a hablar con Cacique Venado.
Rápidamente se dirigen a otra tienda.

- Cacique Venado, el guardia escuchó ejército grande cerca, sintió mucho ruido en suelo. Piensa en guerra.
- Calma, amigo Polidoro. Viene el General Frutos, con su comitiva, a pactar con nosotros. Recuerda cuánto lo ayudamos en las Misiones; ahora, él es Presidente.
- Sí, pelié con el General, nunca me trató bien. Yo no confiar, mejor estar preparado.
- Veremos qué propuesta trae, hace muchos días que lo esperamos.

Se retiran. Media hora más tarde aparecen los cinco escuadrones de caballería, con más de mil hombres.
Pasan lentamente frente al campamento de los 400 charrúas (200 guerreros y otros 200 entre mujeres, niños y ancianos), que los miran atónitos.

De repente se lanzan contra ellos, sorprendiéndolos. Oficiales y tropa, sable o fusil en mano, matan a diestra y siniestra.
Gritos de mando y de dolor se mezclan con llantos y relinchos.
Sangre, polvareda, humo. Sables, lanzas y fusiles crean el caos.

Un grupo, de unos cincuenta indígenas, lo aprovecha y consigue cruzar las líneas militares, escapando hacia el norte.
A la noche, cobijados en el bosque, los dos caciques comentan:
-  ¡Frutos, corazón malo y traidor! ¡Nosotros estar atentos, Venado!
- Tengo que darte la razón, Polidoro.
¡Pelearemos para recuperar nuestras tierras y nuestras familias!

                        
                                                 njg        12/04/13
Néstor Gorriarán

Sepé
Extraído de 
http://www.fotolog.com/yo_deg/

Basquadé , basquadé, inchalá: Levántate, levántate, hermano (1)



Salsipuedes - La Alerta


                                                 Se trata de una historia que quién sabe si no pudo ser;                   
                                                                          pero que en realidad, nunca ocurrió.





Hubo casi que reventar los caballos para llegar a tiempo de dar “la alerta”; desde que se les encomendó la entrega de “la carta” -sin ninguna información sobre su contenido- solo con la principal recomendación de “entregar urgente y en mano propia” a don Melitón Morales; mayordomo de una pulpería y abasto propiedad de los Bálsamo, situada en el paraje del “Paso General de los Toros”-
Jacinto los vio partir, entre orgulloso y preocupado -sabía que su hijo se salía de la vaina por entreverarse en cuestiones revolucionarias- probablemente a su propio influjo, dado que él nunca había ocultado su apoyo y respaldo a la causa en épocas del “General”, y eso se fue formando idea en la cabeza del muchacho. Lo tranquilizaba en algo el hecho de que fuera con su ahijado, un pardo joven, ya muy ducho como baqueano y conocedor del terreno, hijo de un hombre de su confianza y en los que depositaba buena parte de las responsabilidades de las cuestiones del campo.
A Jacinto Luna, propietario de la estancia “La Querendona”, ubicada en las cercanías del Santa Lucía; los últimos acontecimientos no dejaban de darle vueltas en la cabeza, había recibido la información la tarde anterior, cuando se allegó hasta su establecimiento una mujer joven y de aspecto distinguido, que denotaba claramente pertenecer a las clases pudientes de la sociedad montevideana, quien era conducida en su carruaje de dos caballos, por un empleado de su confianza.
Venía de parte de “alguien” que lo conocía muy bien, y por quien tenía gran aprecio y respeto. Le explicó muy detenidamente lo complejo de la situación y le rogó que tomara los recaudos necesarios para que la información llegara en forma urgente a sus destinatarios, a fin de evitar un acto de barbarie que el “General” jamás habría permitido. Una vez que la joven se marchó -no sin antes asegurarse de que efectivamente don Jacinto Luna, había comprendido la gravedad del asunto y la necesidad de actuar de inmediato- este escribió la carta, cuidando de cerrarla y lacrarla, de forma que la delicada información, solo llegara a la persona a quien la misma iba dirigida.

Habían pasado cuatro días, desde que partieron de la estancia, apenas si habían parado unas pocas horas cada día, (solo lo imprescindible para  descansar los caballos), aprovechando para alimentarse con las vituallas que habían sido preparadas en la cocina de “La Querendona”.

Llegaron al establecimiento de los Bálsamo (muy cerca del vado principal del Río Negro), al anochecer del cuarto día, de inmediato preguntaron por el encargado y ante su comparecencia, se presentaron: venimos de parte de Luna, del Santa Lucía.

Luna –dijo Morales, como asintiendo y preguntando a la vez- desde tiempos del “General” que no tengo noticias suyas; que los trae por aquí, jóvenes? (al tiempo que hablaba “revisaba”  indisimuladamente con sus ojos a los parroquianos del negocio); les hizo una seña con la cabeza y lo siguieron hasta la despensa, aquí podemos hablar tranquilos, porque me imagino que es un asunto serio, no? Por toda respuesta le fue entregada la carta lacrada, la que abrió y leyó a la escasa luz del único farol de la trastienda. Con signos de preocupación, agradeció la entrega de la misiva mientras la doblaba cuidadosamente. Esa noche, los invitó a descansar en “las casas”, durante el tiempo que fuera necesario antes de partir de regreso al Santa Lucia, eso sí, con la encomienda darle un gran abrazo de su parte, al compadre Luna.

A pesar de haber salido antes del amanecer, Morales llegó ya con el sol alto, muy cerca del mediodía; la toldería era un pleno ajetreo de chinas, humo y vasijas; un poco más lejos, un montón de gurises corrían atrás de unos terneros.
A pesar del tiempo que no se veían, tanto el cacique Venado como Morales se reconocieron enseguida, el nativo lo recibió con la confianza que el antiguo Sargento de Pelotón, se había ganado en más un “entrevero”, donde los había convocado el llamado del “General”.

La conversación fue breve, el asunto era muy grave y no se necesitó mucho más; se armó rápidamente una partida de chasques que salieron al galope a recorrer tolderías, el plan era reunirse lo antes posible en las cercanías del paraje conocido como Piedra Sola, que era más o menos, el centro territorial de su gente. Ahí, los estarían esperando además de los caciques, “los dos enviados”, con quienes se reunirían y tratarían los detalles del asunto para trazar el plan a seguir.

Mientras marchaban rumbo al encuentro, el silencio de los hombres era solo interrumpido por los golpes acompasados de los cascos de los caballos al trote, fue Venado quien habló primero,..mucha bosta carajo (dijo con rabia), ya uno andaba creyendo en “el hombre”; después de tanto ir y venir, parecía haberse sincerado; “ja, así que nos invita con asado y caña, para conversar como hermanos, y después nos quiere chuciar por la espalda”; ¡que falta hace la presencia del General!, agregando casi con pena, y uno, ya tan viejo y cansado de vivir escurriendo el bulto. 

Morales lo escuchaba atento; a diferencia del cacique, él, nunca había confiado en “el hombre”, ni siquiera después de ser Presidente; tomó su tiempo mientras picaba tabaco con un pequeño puñal, mientras decía con tono casi burlón...demasiado cerca de los brasileros, demasiado cerca de los poderosos, “siempre con el agua por las verijas”. No como el “General”, que anduvo siempre rodeado de gentes pobres como ustedes y nosotros, como en Arerunguá y en Purificación...

Cuando llegaron a Piedra Sola, ya estaban casi todos los demás caciques, contándose entre ellos: Javier, Tacuabé, Polidoro, Juan Pedro, Rondeau y Cabo Joaquín -entre otros- además de “los  dos enviados” -un cacique Guaraní con ropa de criollo y un hombre blanco y ya maduro, con la piel tostada a fuerza de puro sol (como los marinos) y con un extraño color rojizo en el pelaje de su barba y cabeza-. Habían llegado caciques desde las zonas del Dayman, de los campamentos del Queguay, de la hondonada de la Cuchilla de Haedo, de Mataojo cerca del Arapey y del Cuñapirú,  así como de otros parajes norteños entre los que habitualmente se movían sus grupos; cruzaron algunos saludos sin mucho entusiasmo, la oportunidad no era propicia para las lisonjas acostumbradas ni las demostraciones de viejos camaradas, ni siquiera para las cuentas sin saldar que entre ellos, algunos tenían...

“Los enviados” informaron rápidamente sobre la situación que los convocaba: manos amigas nos han puesto sobre aviso de los planes del Presidente, (todavía tenemos gente leal entre algunos antiguos oficiales, civiles y hasta mujeres, que tomaron conocimiento de la infamia que se pretende cometer y nos hicieron llegar la información). Hermanos, “hablando en plata”, la invitación que les hizo llegar hace unos días atrás, pa´ encontrarse como “hermanos orientales”, en el potrero del arroyo Salsipuedes; con el cuento de que el ejército los necesita para cuidar las fronteras del “nuevo Estado”; es una trampa sin salida, y para peor, como todos bien sabemos “el General” está imposibilitado y muy lejos, así que somos nosotros los que “tenemos que agarrar al toro por las guampas”.

El 11 de abril, acordado ya el plan, concurrieron as la reunión con “el hombre”; pero para la sorpresa de éste, sólo se allegaron Venado, Tacuabé, Javier y Cabo Joaquín, mientras que 1200 soldados aguardaban apostados y a la espera de la orden del expeditivo y sangriento Bernabé Rivera.


El encuentro fue con mucha desconfianza por parte de los nativos, y recelo por el lado del gobierno, al darse cuenta estos, de que al no participar el grueso de los guerreros, el plan de agasajarlos con carne, caña y tabaco, hasta emborracharlos y hacerlos presas fáciles no iba a funcionar.

Para empezar, Cabo Joaquín informó que habían acordado que los caciques presentes, representaban al conjunto de los distintos grupos Charrúas, y que con gusto esperaban escuchar las propuestas del gobierno. El “hombre” hubo de recurrir a toda su “baquía” y conocimiento de las costumbres Charrúas, para animarlos a comer y beber, al tiempo que los llamaba “hermanos naturales” y los invitaba a ser parte del nuevo estado, donde aseguraba, había “espacio y futuro para todos”.

Mientras los representantes de los grupos Charrúas participaban de la reunión escuchando y esperando el momento indicado para entregar su propuesta; desde las sombras del monte y colocados estratégicamente, “bomberos” a caballo, vigilaban el desarrollo del encuentro e iban trasmitiendo de uno en uno, los acontecimientos visibles, de modo de tener informado rápidamente al grueso de los guerreros que quedaron apostados a un par de kilómetros rio arriba, con la orden de iniciar una retirada ordenada, si era necesario, previendo ya la idea de organizar las guerrillas, que comenzarían en primera instancia con el robo de las caballadas del ejército, al tiempo que impedir el acceso al ganado cimarrón, artes para las cuales eran muy hábiles y con lo cual, podrían retrasar y detener al ejército en primera instancia, luego se vería el camino a seguir.

La idea de llenarles la panza de carne asada y sumergir en alcohol a toda la indiada había fracasado, por inesperado, esto tomó desprevenido al Presidente y también a  sus jefes; la idea de convertirlos en presa fácil luego que se durmieran entre gritos, cantos, guitarreada y toda la parafernalia que se había montado para que una vez indefensos se los matara como ha ganado, había naufragado. Por su parte el Presidente, una vez que notó la reticencia de los caciques, repartio invitaciones y lisonjas a diestra y siniestra, tratando de convencerlos de que arrimaran a su gente, que todavía era temprano, que había mucha comida y bebida, no hubo manera no los pudo convencer, y debio contentarse con la escasa representación enviada.

Descolocado “el hombre” y sin un plan alternativo, pasó algo bien distinto a lo que habían planificado; en determinado momento y una vez que el presidente y su séquito ya no tenían más temas ni agasajos posibles que hacer a los “bravos guerreros que acompañaron las gestas patrias”; recién ahí, “como reconociendo el momento indicado” fue que el Cacique Tacuabé tomó la palabra, para presentar con extrema simpleza el asunto: Don Frutos -dijo, mientras lo miraba serenamente- entonces cuál es la propuesta del gobierno?. La pregunta quedó sin respuesta, o por lo menos sin una respuesta clara sobre el futuro de la población natural de estas tierras.

Sin dejarlo reponer de la sorpresa y manteniendo la iniciativa, el cacique Venado, paso a solicitar la entrega de tierras con total disposición sobre las haciendas que las poblaran; ellos a su vez se comprometían a respetar la paz, los bienes y las haciendas de estancieros y terratenientes fuera del territorio adjudicado; agregando que el mismo deseaban que fuera una franja establecida en la zona localizada entre los Ríos Queguay y Arapey desde sus nacientes en la Cuchilla Negra, conformando un triángulo con el Rio Uruguay (de forma de asegurarse siempre una salida, o una entrada, según se viera), hacia la otra margen del río y sobre todo rumbo al Paraguay...


Era de descontar que Don Frutos no estaba preparado para semejante propuesta, - la idea fue ir a Salsipuedes  a terminar con un problema, y para eso se había pensado en  carne asada, mucha caña, balas, pólvora, y sobre todo cuchillos bien afilados; pero jamás se había pensado en planes ni en políticas hacia los naturales de estas tierras- No le quedó otra posibilidad que echar mano a su reconocida habilidad de negociador,  se comprometió a estudiar las propuestas con los ministros de su gobierno y que prontamente los volvería convocar a través de los chasques y partes del ejército, para darles respuesta a sus reclamos, no sin antes, y de acuerdo a su costumbre, prometerles que les enviaría provisiones de yerba, tabaco y caña en cantidad suficiente ¡¡pa´que no les falte, y reciban un adelanto de la buena voluntad del gobierno sobre futuros acuerdos entre compatriotas!!.

 Mientras observaba la marcha de los 4 caciques, -Bernabé no les despegó los ojos, “mirándolos como a presas que por muy poco se escapan”, pronto a saltarles encima a la menor orden de su amo (pero no hubiera sido una buena idea), matar a unos pocos caciques sería poner alerta a toda la nación charrúa, máxime, cuando pertenecían a distintos grupos, y la matanza no haría otra cosa que reforzar su unidad.

Ya de camino a Montevideo, el Presidente -siempre flanqueado por su pariente y máximo hombre de confianza, Bernabé Rivera, y seguido de cerca por su grupo de comandantes- Se lo vio callado y malhumorado; para peor al promediar la mañana, un sargento de la retaguardia se acercó y pidió permiso para hablar, concedido el mismo, informó con preocupación, que la tropa estaba un tanto inquieta, porque se había corrido la voz de que habría refriega y resulta que la orden fue de marchar de regreso, y temían los malones que suelen utilizar como estrategia los “taimados infieles”. El caudillo ni lo miró, tenía preocupaciones mucho mayores que atender; repasaba los hechos y pensaba en cómo era posible que hubieran ocurrido los hechos de tal manera, ya llevaba en su cabeza la necesidad de realizar un profundo “inventario” de los miembros de las secretarias y personal de confianza, tenía la certeza de que solo la traición a través de algún aviso pudo alertar a los infieles; tampoco ignoraba que todavía existían algunos leales a quién, a su entender, ¡era en buena medida el culpable de las “libertades que los Charrúas aun gozaban”!; obstaculizando la modernización y la construcción de un nuevo orden económico, donde ellos con su modo de vida salvaje, sin duda alguna ya no tenían cabida.

¡Puta madre! –pensó en voz alta- y como si fuera poco, ya se imaginaba, teniendo que dar explicaciones  a burócratas y “demás interesados”, ¡manga de inútiles con plata! (balbuceo como para sí mismo), contrariado por sus compromiso con quienes lo sostenían políticamente, a condición por supuesto, de ejecutar a como diera lugar, “la solución del problema”. Porque “eso sí, de contentar con excusas, a los dueños de la tierra ni hablar” lo veía más difícil, ¡que tener que degollar él mismo a toda la indiada!

Kilómetros al noroeste, un cacique Guaraní, vestido con ropas de criollo trota en su caballo junto a un hombre de tez curtida y pelambre rojiza; atraviesan “el milenario camino de los indios”, que llega hasta casi al centro de América del Sur, pasan muy cerca de la tapera en la que el “General” vivió con Melchora Cuenca; pronto se separarán, van con la pobre alegría de haber llegado a tiempo y con la triste certeza de un fin incierto; uno cruzará el rio a reencontrarse con sus hermanos y seguir soñando con la gesta del federalismo; el otro, navegará con su barcaza, último resquicio de la otrora flotilla revolucionaria, rumbo al Paraguay, allí sabe que alguien lo aguarda con desesperanzada ansiedad, con la ansiedad que todo padre protector tiene, por conocer la suerte de sus hijos…

Francisco Castillo
Abril 2013.-




El martes 16 de abril, el Taller de Pasiones Literarias (Narrativa)
del CFH PERRAS NEGRAS, dedicó su encuentro a la lectura
de las producciones de sus integrantes
relativas al exterminio de la Nación Charrúa
en Salsipuedes.
Continuaremos publicando estas obras.











viernes, 19 de abril de 2013

Escribir a los 80 y pico...


Amor

Caminan lentamente acariciando con los pies la húmeda arena.
El cielo está gris, pero de vez en cuando un soplo de viento deja asomar un retacito de azul. Pequeñas olas se forman, como si quisieran borrar esa calma que los une y los acompaña en la tranquila caminata.

¡Son felices! Tomados de la mano canturrean una canción. Son jóvenes. La vida es linda y es de ellos el futuro. Sueñan los sueños de quienes tienen 20 años. Todo es lindo, no existe lo triste, lo feo, lo doloroso. Todo es amor. ¡Cuánto amor! ¡Qué dulces recuerdos!

Han pasado los años. La vida ha cambiado. Han tenido hijos, los han criado con dedicación: son el fruto del amor, de ese amor que da la vida. Pero no siempre es alegría. ¡Hay vacíos! ¿Cómo se puede ayudar y llenar un vacío tan inmenso donde hubo tanto amor?¡Cuánto dolor!

Pero el amor da una fortaleza tan grande que permite sobrellevar el dolor. Y pasan los años, llegan las canas, los dolores físicos... La felicidad vuelve: llegan más niños con sus caprichitos, sus juegos, sus curiosidades. La alegría ha vuelto, la felicidad de los años vividos con mucho amor. Amor para todos. Amor que siguen teniendo y les hace revivir los años de la juventud. Revivir el mágico paseo en la playa pisando la arena húmeda, tomados de la mano, canturreando la vieja canción de Amor.

Rossana
GRUPO ALAS
En tu corazón nada envejece
y tu mano -esa que también escribe-
bien lo sabe.


“Los animales son de Dios. La bestialidad es humana”- Víctor Hugo

En memoria de los ocho obreros -hijos, hermanos, padres, amigos, vecinos, militantes,... en fin, uruguayos-... uruguayos asesinados en 1972,  en nombre de la bestialidad humana, que no tiene color ni pelo, y menos, ideología: 


Busco la palabra

Quiero definirlos en una sola palabra:
¿Cómo son?
Tomo las palabras corrientes, robo de
los diccionarios,
mido, peso e investigo.
Ninguna
responde
La más valiente – cobarde,
La más desdeñosa – aún santa
La más cruel – demasiado
misericordiosa,
La más odiosa - poco porfiada.
Esta palabra debe ser como un volcán,
que pegue, arrastre y derribe,
como la temerosa ira de Dios,
como el hervor del odio.
Quiero que ésta una sola palabra
esté impregnada de sangre,
que como los muros del calabozo
encierre en sí cada tumba colectiva.
Que describa precisa y claramente
quiénes eran - todo lo que pasó.
Porque lo que oigo,
lo que se escribe,
resulta poco,
siempre poco.
Nuestra habla es endeble,
sus sonidos de pronto - pobres.
Con empeño busco ideas,
busco esta palabra -
y no la encuentro.
No la encuentro.


Wislawa Szymborska



Para recordar horrores que nos avergüenzan aún, basta con compartir aquellas 
palabras de Publio Terencio Africano: "Hombre soy; nada humano me es ajeno".


Alguien, y en nombre de much@s para quienes las letras recogen todas las flores y muy especialmente las del dolor, acerca



La ofrenda

20 años recién estrenados y un montón de cosas en la cabeza, cosas sin mucho orden, anárquicas;  apenas unidas por el hilo conductor de la rabia, el dolor, la rebeldía ante las injusticias cotidianas (porque aún no había descubierto las históricas). Reniego de las organizaciones, me contradigo, acepto que son el único camino para hacer algo que vaya más allá de aventuras aisladas. Alguien me explica:“Todo esto es muy delicado pibe”, si no “entrás” y te ganas la confianza, no te van a dar ninguna tarea o responsabilidad.  Sí, ya sé, yo ya te conozco y doy fe que nos diste una mano grande con lo de la compañera, que hubo que “congelar”,  eso  fue importante, pero en una organización las cosas tienen sus reglas inflexibles y de no ser así no habríamos sobrevivido en la “clande” como hasta ahora”.
Insisto, pregunto, discuto; por fin me dan algo, de acuerdo, acepto de inmediato, hay que conseguir a 3 o 4 más, esa es la primera tarea, quedan solo un par de días, salgo urgente a convencer gente, primero hago una lista mental, saco cuentas, mido a los posible candidatos, tiene que tener temple, estar dispuestos, saber que los pueden “fichar”, solo me pueden conocer a mí, de manera que en caso de salir algo mal la cadena se corte en el eslabón que yo represento; descarto a unos, comienzo los contactos y visitas, todo es fervor, siento la sangre caliente, creo que la contagio. Les cuento de Mendiola, de Fernández, de Gancio, González, Sena, López, Abreu, Cervelli; que eran metalúrgicos, panaderos, diarieros, obreros…
Llega el día, la tarea es simple, las consecuencias pueden ser complejas. Uno a uno, con intervalos de varios minutos vamos pasando y depositamos sobre el muro bajito que hay frente al tapiado local de la 20º, en la calle Agraciada; una rosa, simplemente una rosa, ya hay otras y otras muchas serán depositadas, en un homenaje que repetiremos año a año, cada 17 de abril, desafiando al miedo y sus dueños, así, hasta el regreso de la democracia, como símbolo de la sociedad que algún día soñamos construir y por la que los 8 dieron su vida.

Dice Alfredo:
...“lleva en las manos heridas, una flor con espina, agua y harina...”
...“fruto maduro del árbol del pueblo, la canción mía, siempre porfía...”




martes, 16 de abril de 2013

Redes de otoño



Ana María

 
El salón de clase era el lugar donde los adolescentes discutían, reían y se encontraban en ese volver a los estudios. Tenían aproximadamente la misma edad y la misma ansiedad por lo que les depararía ese nuevo año.
Ana María tenía personalidad y era atractiva. Él se percató de su presencia inmediatamente.
Salieron amigablemente por un tiempo hasta que Ana María aceptó la relación más íntima que él le propuso. Estaba tan enamorado que lo único que ansiaba era estar con ella. Era perfecta.
Aquel día estaba esperándola… El otoño tejía redes de oro en el  parque, era una hora mágica… Ella estaba un poco retrasada. El celular sonó, en la pantalla leyó el nombre de su amada pero no fue su voz  la que, anhelante, escuchó: “Un accidente… Ana María se distrajo, iba apurada, no vio la moto”…
Ella pedía por él… Debía apurarse… A medida que se aproximaba, una sensación de irrealidad lo dominó.
El frágil cuerpo de Ana María yacía sobre el gris pavimento, la gente le abrió paso. Su  mirada lo alentaba a acercarse, su débil voz lo llamaba, y con sus manos ya frías entre las suyas, selló su compromiso: “Contigo por siempre.”
Fiel a su promesa y acompañado siempre por la sombra de Ana María, pasó muchos años en soledad. Pero un día, Ella lo liberó: la pasión y la esperanza volvieron a su vida con Manuela. En ese momento tuvo la absoluta certeza de que su Amor, el de su juventud, lo había perdonado…

Graciela Canton
Grupo Alas

...”La amada de mi juventud, de quien recibo ahora, 
con calma, claramente, estos recuerdos”...
Eleonora
Edgar Allan Poe

Graciela es una de las catorce integrantes de ese precioso grupo ALAS que ya hemos presentado. 
Sin embargo, oportuno es señalar que Graciela nunca había escrito un cuento, a pesar de las múltiples actividades que ese colectivo se ha ingeniado en crear exitosamente durante años.
Apenas si llevamos un mes y poco de Taller. Estamos trabajando con POE, primer teórico a conocer por quienes escucharon el llamado de la escritura. Sin duda, a ella también llegaron "los suaves suspiros" con que el Padre del Cuento Moderno nos acompaña.
En realidad, a estas activas e  inteligentes mujeres no las asustó la leyenda negra del borrachito arquetípico de los escritores malditos; por el contrario, supieron reconocer  en él esa energía vital que nos hermana. Por eso, tal vez, este inicio que tanto promete.  
La primera, de derecha a izquierda, es Graciela. 
                                                                                                                 











domingo, 14 de abril de 2013

Escenas íntimas






Trapecistas
Luciano González - escultor español
www.lucianogonzalez.com

¿En el córtex o en el temporal? 
¡Qué importa, da lo mismo!Una gotita se balancea  -“se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados” -  decía el lírico Cortázar...

y se balancea y roza a otra (sigue mi silencio diciendo)

y esa otra a la otra, y así,  hasta que toda se ilumina

la penumbra cálida de tu voz,

tu voz, ondulada de emoción, espiralada,

(como el cable de aquel teléfono que también de pronto 
se murió)

tu voz , llamándome insegura,

tu voz, segura ya de no suicidarse nunca,

de no ser asesinada nunca, tu voz,

prendida mano de agua
arriesgada al trapecio del recuerdo.

Carbonilla




Un lugar para el deseo


Afuera,
de este lado,
acá,
de este lado de acá,
otra vez.



Sus  párpados no cierra
aquel mundo de adentro.
No quieren borrarse  las líneas,
los cuerpos
                  se arrastran, se yerguen,
                            se trenzan
                         hermosamente
                            se trenzan.



Y estoy afuera tan sola
que cuando voy a tu lado
querría ser
                  sin memoria,
                                       ignorar 
tu partida, tu desvío,
tu boca
                    para la risa
                    inmóvil.



Y sin embargo
                        esa grieta
                        me salva,
                                        me salva
                                        tu tajo  
que sangra sedada sonrisa,
                                        tu mueca 
que olvida recuerdos crispados
                                        me salva...
del deseo acechante de quedarme contigo,
                                                                                         allá...

... Del lado de allá,
quizás
podría salvarme.
                      
Carbonilla


El hombre roto
Charlotte Yazbek-
escultora mejicana
EL PARQUE DE LAS ESCULTURAS
en Comunicación y sociedad.blogspot.com

Tristeza

   Nadie la ve.
   Pero está.
   Anillada.
   Simula enhiesto mi talle.

   Nadie la oye.
   Apenas si quiero saber que respira.
   Pero respira. Profundo.
   Túneles como branquias mis oídos.

   Para que la conozcan
   se ha subido (¡ asoma¡)
   a mis ojos.
   Y se lanza al espacio.

   Abiertas sus alas.
   Sólo de noche.
   Es mi tristeza.

 Carbonilla

Antonio Cánova (1757-1822)

Virginia Brindis de Salas (1908-1958)


Periodista, activista étnica y escritora, elogiada por Gabriela Mistral, reconocida en varias Universidades extranjeras y la primera en publicar obras en el Cono Sur: “Pregón de Marimorena” y “Cien Cárceles de Amor”.

¿La primera? Sí, la primera mujer negra que logró escalar el alto muro del ninguneo típico del Uruguay. Porque, además de afrodescendiente y uruguaya, fue poetisa, tres condiciones aún indispensables para lograr la invisibilidad.

¿La conocen? Nosotros no y nos causa profunda tristeza esta ignorancia.

Recientemente supimos que en 2012, el Correo Uruguayo lanzó la serie de Personalidades Afrouruguayas, al frente de la cual la ubicó.
Hace pocos días, la periodista Isabel Oronoz -otra valiosa mujer intelectual negra- presentó el libro “Rompiendo Silencios” en el que expone su investigación acerca de la escritora.

Es deseo intenso de este Centro de Formación Humanística que estas acciones vayan generando hondas actitudes de madurez en nuestra población, porque nuestra identidad es polícroma. El Mejor de los Orientales, de ojos celestes, no era mudo: algunas veces hablaba con palabras, y otras, con actos. Su hijo Manuel el Caciquillo era charrúa, y Ansina, negro como el betún.

Que Virginia Brindis de Salas sea reivindicada con el mejor de los tributos que se puede rendir al poeta: la lectura de su obra. También lo prometemos.

Invitamos también a ingresar a www.acsunururuguaynegro.blogspot.com