martes, 17 de septiembre de 2013

Entre paciente y paciente, escribía...


Carlos Williams Carlos
17 de setiembre de 1883 -  New Jersey
Pediatra y escritor

Consagración de un pedazo de tierra


Este pedazo de tierra
frente a las aguas de esta ensenada
consagra la viviente presencia
de Emily Dickinson Wellcome
que nació en Inglaterra, se casó,
perdió a su marido y con su hijo
de cinco años se embarcó
en un barco de dos mástiles, rumbo
a Nueva York, fue aventada hasta las Azores,
encalló en los bancos de la Isla del Fuego,
en una casa de huéspedes de Brooklin
encontró a su segundo marido,
se fue con él a Puerto Rico,
parió otros tres hijos, perdió
a su segundo marido, vivió
trabajosamente ocho años
en Santo Tomás y en Santo Domingo, siguió
a su hijo mayor a Nueva York, perdió
a su hija, a su "nene",
recogió a los chicos del hijo mayor
de su segundo matrimonio, los crió
__ quedaron huérfanos__ peleó
por ellos con la otra abuela
y las tías, los trajo aquí
verano tras verano y aquí se defendió
contra pícaros, tormentas, sol, fuego,
contra las moscas, contra
las muchachas que venían a husmear,
contra la sequía, la cizaña, las marejadas,
los vecinos, las comadrejas ladronas
de gallinas, contra
la flaqueza de sus propias manos
y la fuerza creciente
de los muchachos, contra el viento,
las piedras, los intrusos, las grietas,
contra su propia alma.
Desenyerbó esta tierra con sus manos,
tiranizó desde esta parcela, puso
como trapo al hijo mayor
hasta que no la compró, aquí
vivió quince años, aquí
alcanzó la soledad final y
si no puedes traer nada sino
tu osamenta: quédate afuera.




El descenso



El descenso nos llama
                  como nos llamó el ascenso
                                  La memoria es como
un logro,
              una especie de renovación
                             casi
una iniciación, nuevos espacios abiertos
                      habitados por hordas
                      y por tanto, no implica
nuevas especies –
                pues su movimiento
                               se dirige hacia destinos nuevos
(aunque hayan sido abandonados)

Ninguna derrota se compone sólo de derrota – pues
el mundo que abre     siempre es un lugar
                     hasta entonces
                                             insospechado.     Un
mundo perdido,
                        un mundo insospechado,
                                             nos llama a nuevos lugares
y ninguna blancura (perdida) es tan blanca como
el recuerdo de la blancura

Con la tarde, el amor despierta
                      aunque sus sombras
                          vivas por el brillo
del sol –
              somnolientas ahora se abandonen
                                al deseo
El amor sin sombras surge ahora
              comienza a despertar
                  conforme la noche
avanza.

El descenso
                  hecho de desesperanza
                                     sin logros
cae en la cuenta
             del nuevo despertar:
                                              que es el revés
de la desesperanza.
                     Así, lo que no logramos,
lo negado al amor,
                      lo que hemos perdido antes –
                               se hace descenso
sin fin, indestructible.

(de Selected Poems)



El viento sube



La tierra
se ve arrasada
                        Los árboles
las puntas del tulipán
         brillantes
                   se ladean y
se vuelcan –

                   Suelto, flota
tu amor
¡Vuela!

Dios mío, qué es
un poeta – si
                   es que lo hay
     hombre
cuyas palabras
     mordisquean
           el camino
a casa – que es real
en forma
             de movimiento

En cada punta de una rama
nueva
sobre el torturado
cuerpo del pensamiento
             que aprieta
             la tierra
está el camino
        hacia la última
               punta de la hoja

(De Selected Poems)




















A una pobre vieja


masticando una ciruela en
la calle una bolsa de papel
está en su mano

le saben bien
saben bien
a ella     saben
bien a ella

puedes notarlo
en su modo de darse
a la mitad del todo
chupada en su mano

le queda el consuelo
de ciruelas maduras
que parecen llenar el aire
y saben bien.

(De Selected Poems)




RETRATO PROLETARIO


Una joven grande sin sombrero
con delantal

su pelo cogido atrás parada
en la calle

un pie en calcetín de puntilla
en la acera

su zapato en la mano. Mirándolo
atentamente adentro

Le saca la plantilla de papel
para dar con el clavo

que la ha estado lastimando.



NANTUCKET


Flores en la ventana
lila y amarillo

alteradas por la cortinas blancas—
olor a limpieza—

Luz de final de la tarde—
En la bandeja de vidrio

un jarro de vidrio, el vaso
volteado para abajo, junto al cual

hay una llave — y el
blanco lecho inmaculado.





















Una negra


lleva un ramo de caléndulas 
envuelto 
en un periódico viejo:

las lleva en alto, medio 
descubiertas, 
la mole 
de sus muslos 
la hace ir

bamboleándose 
mientras pasa
frente al aparador de una tienda 
que se cruza en su camino. 

Qué es 
sino una embajadora 
de otro mundo 
un mundo de bellas caléndulas 
de dos tonos 
que ella ofrece
sin pensar nada más 
sólo

yendo por ahí
con las flores en alto
como una antorcha
muy temprano en la mañana.




 PASTORAL


Los gorriones
brincan ingenuos
por la calzada
riñendo
con voces chillonas
por las cosas
que les interesan.
Pero nosotros somos más
listos –cada cual se
encierra en sí mismo
y ninguno sabe
qué intenciones, buenas
o malas, tiene
el otro.

Entretanto,
el anciano que va
recogiendo estiércol de perro
camina por el arroyo
sin alzar la vista
y con paso
más majestuoso que
el del pastor episcopal
al acercarse al púlpito
un domingo.
Cosas así
me dejan mudo de asombro.



SÓLO PARA DECIRTE

que me he comido
las ciruelas
que había en
la nevera

y que
probablemente
guardabas
para el desayuno

Perdóname
estaban deliciosas
tan dulces
y tan frías




A MODO DE CANCIÓN


Espere la víbora bajo
la maleza
y sea de palabras
la escritura, lenta y rauda, pronta
al ataque, paciente en la espera,
siempre en vela.

– para por la metáfora reconciliar
las gentes y las piedras.
Crea. (Ideas, no,
salvo en cosas.) ¡Inveta!
Saxífraga es mi flor que parte
las rocas.




EL YO


El poema
es una disciplina
Lo que necesitas
para moderarte
es lo que tienes

Tus hijos

Deja
que los niños
te enseñen

la flor del albérchigo
la cabellera
de ensortijados rizos
que se arraciman enternecedores en
las sienes
sus ojos
sus sonrosadas mejillas

el poema
ahí en bruto
en delicada ofrenda
ante ti.




(...) Williams ve a sus semejantes y el entorno que comparte con ellos sin idealizarlos ni ensalzarlos, y nos habla de ellos y de sí mismo del modo en que ellos y él mismo hablan, consiguiendo trascender lo radicalmente concreto, el aquí y el ahora, mediante un largo y logrado trabajo estilístico basado en la concentración, en la brevedad, en una extremada y progresiva depuración retórica, en una esporádica complejidad sintáctica que –paradójicamente– trasmite frescura, en la más difícil sencillez estructural y, finalmente, en la carencia absoluta del menor intento de didactismo o tono moralizante. Sus poemas no explican sino presentan, capturando las cosas y a los hombres de a pie al modo de instantáneas imprevistas tomadas sin composición y
y sin posibles poses.

A diferencia de Pound y de Eliot, la mayoría de la obra poética de Williams es fácil de entender, huye de lo abstracto («no hay ideas sino en las cosas») y se compone de poemas por lo general breves y en muchas ocasiones brevísimos.

La originalidad y especificidad de Williams procede también de su particular modo de mirar las cosas, de su primera mirada, o –en palabras de Wallace Stevens– de su «nuevo conocimiento de la realidad». La influencia que sobre él ejerció la obra de pintores como Brueghel, Matisse o Duchamp es determinante a este respecto. Williams contaba con un modo de mirar pictórico que aplicó desde sus inicios a muchos de sus poemas y que culminó en su última colección, titulada significativamente Pictures from Brueghel (1962). Otro tanto de lo mismo cabe decir de su interés por la fotografía, patente en la visualidad estática –especie de moderna naturaleza muerta que captura un instante detenido– de algunos de sus mejores poemas más breves. El propio Williams llegó a calificar a su obra de «objetivista».

Además su sentido del ritmo y su buen oído son proverbiales. Williams se mantuvo fiel hasta el final al verso libre. Desechó la métrica tradicional inglesa de carácter yámbico - imperante nada menos que desde el Renacimiento– y «midió» sus líneas ateniéndose a la respiración y no al acento, a la entonación del habla y no al salmódico soniquete clásico. En cierto sentido, junto a Cummings, completó la revolución métrica iniciada por Whitman (que escribió casi únicamente en versículos) ampliando los hallazgos de su predecesor al aplicarlos también al verso corto. Su famoso concepto «pie variable» (cada «pie» o línea es un momento sostenido o una unidad de medida dentro de la percepción interior que va desplegándose), aunque algo confuso, parece conferir al vaivén tipográfico de muchos de sus poemas un algo de pintura en movimiento. En cualquier caso, la musicalidad y visibilidad de todas sus composiciones muestran claramente que escribió sus poemas impelido siempre por la convergencia de pautas visuales y auditivas. La vista y el oído: pintar con palabras y escuchar las cosas. Los sentidos, no el intelecto; sensaciones, no conceptos; cosas, no ideas; lo concreto, no abstracciones. No es, pues de extrañar, que en sus aproximaciones escritas a su propia obra poética o a la de otros autores, evitara teorizar sobre la poesía misma y prefiriera reflexionar sobre poemas.

Otro de sus logros consiste en no ceder nunca al tono meditativo, circundante, ensimismado. Bien al contrario, Williams mira directamente a sus semejantes en sus escenarios habituales, al otro (y no a través de o desde el otro, como ocurre con el tan laureado y practicado «correlato objetivo») y –esto es lo importante– no los interpreta sino que los presenta (aunque es sabido que toda representación tiene bastante de interpretación), es decir: no los interioriza, los exterioriza. Su poesía es anti-apologética, no necesita símbolos y se opone a toda intención moralizante, «conformándose» con hacer que sus lectores vean a través de sus composiciones la belleza de lo real. (...)


De: WILLIAM CARLOS WILLIAMS: «NO HAY IDEAS SINO EN LAS COSAS"
Juan Miguel López Merino
(Universidad de Minsk)


Fuente: www. UM.ES/TONOSDIGITAL.COM


“Romper deseo el cielo a gritos”- Francisco de Quevedo y Villegas

17 de setiembre de 1580 - España




Amor constante más allá de la muerte


Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido:

su cuerpo dejará no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.








Miré los muros de la patria mía


Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.



Un nuevo corazón, un hombre nuevo


Un nuevo corazón, un hombre nuevo
ha menester, Señor, la ánima mía,
desnúdame de mí, que ser podría
que a tu piedad pagase lo que debo.

Dudosos pies por ciega noche llevo,
que ya he llegado a aborrecer el día,
y temo que hallaré la muerte fría
envuelta en (bien que dulce) mortal cebo.

Tu hacienda soy, tu imagen, Padre, he sido,
y si no es tu interés, en mí no creo,
que otra cosa defiende mi partido.

Haz lo que pide verme cual me veo;
no lo que pido yo, pues de perdido,
recato mi salud de mi deseo.








Historia de la vida del Buscón
llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños


Libro primero

Capítulo I
En que cuenta quién es el Buscón

Yo, señora, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero, aunque eran tan altos sus pensamientos que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y según él bebía es cosa para creer. Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristóbal. Sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja, aun viéndola con canas y rota, aunque ella, por los nombres y sobrenombres de sus pasados, quiso esforzar que era descendiente de la gloria. Tuvo muy buen parecer para letrado; mujer de amigas y cuadrilla, y de pocos enemigos, porque hasta los tres del alma no los tuvo por tales; persona de valor y conocida por quien era. Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de oros. Probósele que a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con el agua levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermanico de siete años les sacaba muy a su salvo los tuétanos de las faldriqueras. Murió el angelico de unos azotes que le dieron en la cárcel. Sintiólo mucho mi madre, por ser tal que robaba a todos las voluntades. Por estas y otras niñerías estuvo preso, y rigores de justicia, de que hombre no se puede defender, le sacaron por las calles. En lo que toca de medio abajo tratáronle aquellos señores regaladamente. Iba a la brida en bestia segura y de buen paso, con mesura y buen día. Mas de medio arriba, etcétera, que no hay más que decir para quien sabe lo que hace un pintor de suela en unas costillas. Diéronle doscientos escogidos, que de allí a seis años se le contaban por encima de la ropilla. Más se movía el que se los daba que él, cosa que pareció muy bien; divirtióse algo con las alabanzas que iba oyendo de sus buenas carnes, que le estaba de perlas lo colorado.

Mi madre, pues, ¡no tuvo calamidades! Un día, alabándomela una vieja que me crió, decía que era tal su agrado que hechizaba a cuantos la trataban. Y decía, no sin sentimiento:

-En su tiempo, hijo, eran los virgos como soles, unos amanecidos y otros puestos, y los más en un día mismo amanecidos y puestos.

Hubo fama que reedificaba doncellas, resuscitaba cabellos encubriendo canas, empreñaba piernas con pantorrillas postizas. Y con no tratarla nadie que se le cubriese pelo, solas las calvas se la cubría, porque hacía cabelleras; poblaba quijadas con dientes; al fin vivía de adornar hombres y era remendona de cuerpos. Unos la llamaban zurcidora de gustos, otros, algebrista de voluntades desconcertadas; otros, juntona; cuál la llamaba enflautadora de miembros y cuál tejedora de carnes y por mal nombre alcahueta. Para unos era tercera, primera para otros y flux para los dineros de todos. Ver, pues, con la cara de risa que ella oía esto de todos era para dar mil gracias a Dios.

Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quién había de imitar en el oficio, mas yo, que siempre tuve pensamientos de caballero desde chiquito, nunca me apliqué a uno ni a otro. Decíame mi padre:

-Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica sino liberal.

Y de allí a un rato, habiendo suspirado, decía de manos:

-Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por qué piensas que los alguaciles y jueces nos aborrecen tanto? Unas veces nos destierran, otras nos azotan y otras nos cuelgan..., no lo puedo decir sin lágrimas (lloraba como un niño el buen viejo, acordándose de las que le habían batanado las costillas). Porque no querrían que donde están hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros. Mas de todo nos libró la buena astucia. En mi mocedad siempre andaba por las iglesias, y no de puro buen cristiano. Muchas veces me hubieran llorado en el asno si hubiera cantado en el potro. Nunca confesé sino cuando lo mandaba la Santa Madre Iglesia. Preso estuve por pedigüeño en caminos y a pique de que me esteraran el tragar y de acabar todos mis negocios con diez y seis maravedís: diez de soga y seis de cáñamo. Mas de todo me ha sacado el punto en boca, el chitón y los nones. Y con esto y mi oficio, he sustentado a tu madre lo más honradamente que he podido.

-¿Cómo a mí sustentado? -dijo ella con grande cólera. Yo os he sustentado a vos, y sacádoos de las cárceles con industria y mantenídoos en ellas con dinero. Si no confesábades, ¿era por vuestro ánimo o por las bebidas que yo os daba? ¡Gracias a mis botes! Y si no temiera que me habían de oír en la calle, yo dijera lo de cuando entré por la chimenea y os saqué por el tejado.

Metílos en paz diciendo que yo quería aprender virtud resueltamente y ir con mis buenos pensamientos adelante, y que para esto me pusiesen a la escuela, pues sin leer ni escribir no se podía hacer nada. Parecióles bien lo que decía, aunque lo gruñeron un rato entre los dos. Mi madre se entró adentro y mi padre fue a rapar a uno (así lo dijo él) no sé si la barba o la bolsa; lo más ordinario era uno y otro. Yo me quedé solo, dando gracias a Dios porque me hizo hijo de padres tan celosos de mi bien.



 EL SUEÑO DEL JUICIO FINAL

AL CONDE DE LEMOS, PRESIDENTE DE INDIAS.

A manos de v. Excelencia van estas desnudas verdades que buscan no quien las vista, sino quien las consienta, que a tal tiempo hemos venido que, con ser tan sumo bien, hemos de rogar con él. Prométese siguridad en ellas solas. Viva vuestra Excelencia para honra de nuestra edad.

Don Francis[co] Quevedo Villegas.

Discurso

Los sueños dice Homero que son de Júpiter y que él los envía, y en otro lugar que se han de creer. Es así cuando tocan en cosas importantes y piadosas o las sueñan reyes y grandes señores, como se colige del doctísimo y admirable Propertio en estos versos:

Nec tu sperne piis venientia somnia portis:
cum pia venerunt somnia, pondus habent

Dígolo a propósito que tengo por caído del cielo uno que yo tuve en estas noches pasadas, habiendo cerrado los ojos con el libro del Beato Hipólito de la fin del mundo y segunda venida de Cristo, lo cual fue causa de soñar que veía el Juicio Final. Y aunque en casa de un poeta es cosa dificultosa creer que haya juicio aunque por sueños, le hubo en mí por la razón que da Claudiano en la prefación al libro 2 del Rapto, diciendo que todos los animales sueñan de noche como sombras de lo que trataron de día; y Petronio Arbitro dice:

Et canis in somnis leporis vestigia latrat

y hablando de los jueces:

Et pauidi cernunt inclusum chorte tribunal

Parecióme, pues, que veía un mancebo que discurriendo por el aire daba voz de su aliento a una trompeta, afeando con su fuerza en parte su hermosura. Halló el son obediencia en los mármoles y oído en los muertos, y así al punto comenzó a moverse toda la tierra y a dar licencia a los güesos, que andaban ya unos en busca de otros; y pasando tiempo, aunque fue breve, vi a los que habían sido soldados y capitanes levantarse de los sepulcros con ira, juzgándola por seña de guerra; a los avarientos con ansias y congojas, celando algún rebato; y los dados a vanidad y gula, con ser áspero el son, lo tuvieron por cosa de sarao o caza. Esto conocía yo en los semblantes de cada uno y no vi que llegase el ruido de la trompa a oreja que se persuadiese que era cosa de juicio. Después noté de la manera que algunas almas venían con asco, y otras con miedo huían de sus antiguos cuerpos. A cuál faltaba un brazo, a cuál un ojo, y diome risa ver la diversidad de figuras y admiróme la providencia de Dios en que estando barajados unos con otros, nadie por yerro de cuenta se ponía las piernas ni los miembros de los vecinos. Solo en un cementerio me pareció que andaban destrocando cabezas y que vía un escribano que no le venía bien el alma y quiso decir que no era suya por descartarse della.

Después ya que a noticia de todos llegó que era el día del Juicio, fue de ver cómo los lujuriosos no querían que los hallasen sus ojos por no llevar al tribunal testigos contra sí, los maldicientes las lenguas, los ladrones y matadores gastaban los pies en huir de sus mismas manos. Y volviéndome a un lado vi a un avariento que estaba preguntando a uno, que por haber sido embalsamado y estar lejos sus tripas no habían llegado, si habían de resuscitar aquel día todos los enterrados, si resuscitarían unos bolsones suyos. Riérame si no me lastimara a otra parte el afán con que una gran chusma de escribanos andaban huyendo de sus orejas, deseando no las llevar por no oír lo que esperaban, mas solos fueron sin ellas los que acá las habían perdido por ladrones, que por descuido no fueron todos. Pero lo que más me espantó fue ver los cuerpos de dos o tres mercaderes que se habían calzado las almas al revés y tenían todos los cinco sentidos en las uñas de la mano derecha.

Yo veía todo esto de una cuesta muy alta, al punto que oigo dar voces a mis pies que me apartase, y no bien lo hice cuando comenzaron a sacar las cabezas muchas mujeres hermosas, llamándome descortés y grosero porque no había tenido más respeto a las damas, que aun en el infierno están las tales sin perder esta locura. Salieron fuera muy alegres de verse gallardas y desnudas y que tanta gente las viese, aunque luego, conociendo que era el día de la ira y que la hermosura las estaba acusando de secreto, comenzaron a caminar al valle con pasos más entretenidos. Una que había sido casada siete veces, iba trazando disculpas para todos los maridos. Otra dellas, que había sido pública ramera, por no llegar al valle no hacía sino decir que se le habían olvidado las muelas y una ceja, y volvía y deteníase, pero al fin llegó a vista del teatro, y fue tanta la gente de los que había ayudado a perder y que señalándola daban gritos contra ella, que se quiso esconder entre una caterva de corchetes, pareciéndole que aquella no era gente de cuenta aun en aquel día.

Divertióme desto un gran ruido, que por la orilla de un río adelante venía gente en cantidad tras un médico (que después supe lo que era en la sentencia). Eran hombres que había despachado sin razón antes de tiempo, por lo cual se habían condenado, y venían por hacerle que pareciese, y al fin, por fuerza le pusieron delante del trono. A mi lado izquierdo oí como ruido de alguno que nadaba, y vi a un juez que lo había sido, que estaba en medio del arroyo lavándose las manos, y esto hacía muchas veces. Lleguéme a preguntarle por qué se lavaba tanto y díjome que en vida, sobre ciertos negocios, se las habían untado, y que estaba porfiando allí por no parecer con ellas de aquella suerte delante la universal residencia. Era de ver una legión de demonios con azotes, palos y otros instrumentos, cómo traían a la audiencia una muchedumbre de taberneros, sastres, libreros y zapateros, que de miedo se hacían sordos, y aunque habían resuscitado no querían salir de la sepultura. En el camino por donde pasaban, al ruido sacó un abogado la cabeza y preguntóles que a dónde iban, y respondiéronle, al justo juicio de Dios, que era llegado; a lo cual, metiéndose más ahondo, dijo:

-Esto me ahorraré de andar después, si he de ir más abajo.

Iba sudando un tabernero de congoja tanto que, cansado, se dejaba caer a cada paso, y a mí me pareció que le dijo un demonio:

-Harto es que sudéis el agua; no nos la vendáis por vino.

Uno de los sastres, pequeño de cuerpo, redondo de cara, malas barbas y peores hechos, no hacía sino decir:

-¿Qué pude hurtar yo, si andaba siempre muriéndome de hambre?

Y los otros le decían, viendo que negaba haber sido ladrón, qué cosa era despreciarse de su oficio. Toparon con unos salteadores y capeadores públicos que andaban huyendo unos de otros, y luego los diablos cerraron con ellos diciendo que los salteadores bien podían entrar en el número, porque eran a su modo sastres silvestres y monteses, como gatos del campo. Hubo pendencia entre ellos sobre afrentarse los unos de ir con los otros, y al fin juntos llegaron al valle. Tras ellos venía la Locura en una tropa con sus cuatro costados: poetas, músicos, enamorados y valientes, gente en todo ajena deste día. Pusiéronse a un lado, donde estaban los sayones, judíos y filósofos, y decían juntos, viendo a los sumos pontífices en sillas de gloria:

-Diferentemente se aprovechan los Papas de las narices que nosotros, pues con diez varas dellas no vimos lo que traíamos entre las manos.

Andaban contándose dos o tres procuradores las caras que tenían y espantábanse que les sobrasen tantas habiendo vivido descaradamente. Al fin vi hacer silencio a todos.

El trono era donde trabajaron la omnipotencia y el milagro. Dios estaba vestido de sí mismo, hermoso para los santos y enojado para los perdidos, el sol y las estrellas colgando de la boca, el viento quedo y mudo, el agua recostada en sus orillas, suspensa la tierra temerosa en sus hijos; y cuál amenazaba al que le enseñó con su mal ejemplo peores costumbres. Todos en general pensativos: los justos en qué gracias darían a Dios, cómo rogarían por sí, y los malos en dar disculpas. Andaban los ángeles custodios mostrando en sus pasos y colores las cuentas que tenían que dar de sus encomendados, y los demonios repasando sus tachas y procesos; al fin todos los defensores estaban de la parte de adentro y los acusadores de la de afuera. Estaban los Diez Mandamientos por guarda a una puerta tan angosta, que los que estaban a puros ayunos flacos aún tenían algo que dejar en la estrechura. A un lado estaban juntas las Desgracias, Peste y Pesadumbres dando voces contra los médicos. Decía la Peste que ella había herídolos, pero que ellos los habían despachado; las Pesadumbres, que no habían muerto ninguno sin ayuda de los doctores; y las Desgracias, que todos los que habían enterrado habían ido por entrambos. Con eso los médicos quedaron con carga de dar cuenta de los difuntos, y así, aunque los necios decían que ellos habían muerto más, se pusieron los médicos con papel y tinta en un alto, con su arancel, y en nombrando la gente luego salía uno dellos y en alta voz decía:

-Ante mí pasó a tantos de tal mes, etc.

Comenzóse por Adán la cuenta, y para que se vea si iba estrecha, hasta de una manzana se la pidieron tan rigurosa que le oía decir a Judas:

-¿Qué tal la daré yo, que le vendí al mismo dueño un cordero?

Pasaron los primeros padres, vino el Testamento Nuevo, pusiéronse en sus sillas al lado de Dios los Apóstoles todos con el santo pescador. Luego llegó un diablo y dijo:

-Este es el que señaló con la mano al que san Juan con el dedo-; y fue el que dio la bofetada a Cristo. Juzgó él mismo su causa y dieron con él en los entresuelos del mundo.

Era de ver cómo se entraban algunos pobres entre media docena de reyes que tropezaban con las coronas, viendo entrar las de los sacerdotes tan sin detenerse. Asomaron las cabezas Herodes y Pilatos, y cada uno conociendo en el juez, aunque glorioso, sus iras, decía Pilatos:

-Esto se merece quien quiso ser gobernador de judigüelos-; y Herodes:

-Yo no puedo ir al cielo; pues al limbo no se querrán fiar más de mí los innocentes con las nuevas que tienen de los otros que despaché; ello es fuerza de ir al infierno, que al fin es posada conocida.

Llegó en esto un hombre desaforado de ceño y alargando la mano dijo:

-Esta es la carta de examen.

Admiráronse todos y dijeron los porteros que quién era, y él en altas voces respondió:

-Maestro de esgrima examinado, y de los más diestros del mundo-, y sacando otros papeles de un lado, dijo que aquellos eran los testimonios de sus hazañas. Cayéronsele en el suelo por descuido los testimonios y fueron a un tiempo a levantarlos dos diablos y un alguacil y él los levantó primero que los diablos. Llegó un ángel y alargó el brazo para asille y metelle dentro, y él, retirándose, alargó el suyo y dando un salto dijo:

-Esta de puño es irreparable, y si me queréis probar yo daré buena cuenta.

Riéronse todos, y un oficial algo moreno le preguntó qué nuevas tenía de su alma; pidiéronle no sé qué cosas y respondió que no sabía tretas contra los enemigos della. Mandáronle que se fuese por línea recta al infierno, a lo cual replicó diciendo que debían de tenerlo por diestro del libro matemático, que él no sabía qué era línea recta; hiciéronselo aprender y diciendo: "Entre otro", se arrojó.

Y llegaron unos dispenseros a cuentas (y no rezándolas) y en el ruido con que venía la trulla dijo un ministro:

-Despenseros son-. Y otros dijeron:

-No son-. Y otros:

-Sí son-, y dioles tanta pesadumbre la palabra "sisón", que se turbaron mucho. Con todo, pidieron que se les buscase su abogado, y dijo un diablo:

-Ahí está Judas, que es apóstol descartado.

Cuando ellos oyeron esto, volviéndose a otro diablo que no se daba manos a señalar ojospara leer, dijeron:

-Nadie mire y vamos a partido y tomamos infinitos siglos de purgatorio.

El diablo, como buen jugador, dijo:

-¿Partido pedís? No tenéis buen juego.

Comenzó a descubrir y ellos, viendo que miraba, se echaron en baraja de su bella gracia.

Pero tales voces como venían tras de un malaventurado pastelero no se oyeron jamás, de hombres hechos cuartos, y pidiéndole que declarase en qué les había acomodado sus carnes, confesó que en los pasteles, y mandaron que les fuesen restituidos sus miembros de cualquier estómago en que se hallasen. Dijéronle si quería ser juzgado y respondió que sí, a Dios y a la ventura. La primera acusación decía no sé qué de gato por liebre, tantos de güesos (y no de la misma carne, sino advenedizos), tanta de oveja y cabra, caballo y perro. Y cuando él vio que se les probaba a sus pasteles haberse hallado en ellos más animales que en el arca de Noé, porque en ella no hubo ratones ni moscas y en ellos sí, volvió las espaldas y dejólos con la palabra en la boca.

Fueron juzgados filósofos, y fue de ver cómo ocupaban sus entendimientos en hacer silogismos contra su salvación. Mas lo de los poetas fue de notar, que de puro locos querían hacer creer a Dios que era Júpiter y que por él decían ellos todas las cosas, y Virgilio andaba con sus Sicelides musae diciendo que era el nacimiento de Cristo. Mas saltó un diablo y dijo no sé qué de Mecenas y Octavia, y que había mil veces adorado unos cuernecillos suyos, que los traía por ser día de más fiesta; contó no sé qué cosas. Y al fin, llegando Orfeo, como más antiguo, a hablar por todos, le mandaron que se volviese otra vez a hacer el experimento de entrar en el infierno para salir, y a los demás, por hacérseles camino, que le acompañasen.

Llegó tras ellos un avariento a la puerta y fue preguntado qué quería, diciéndole que los Diez mandamientos guardaban aquella puerta de quien no los había guardado, y él dijo que en cosas de guardar era imposible que hubiese peccado. Leyó el primero, "Amar a Dios sobre todas las cosas", y dijo que él solo aguardaba a tenerlas todas para amar a Dios sobre ellas. "No jurar su nombre en vano", dijo que aun jurándole falsamente siempre había sido por muy grande interés, y que así no había sido en vano. "Guardar las fiestas", éstas y aun los días de trabajo guardaba y escondía. "Honrar padre y madre": -Siempre les quité el sombrero-. "No matar": -Por guardar esto no comía, por ser matar la hambre comer. "No fornicarás": -En cosas que cuestan dinero ya está dicho. "No levantar falso testimonio".

-Aquí -dijo un diablo- es el negocio, avariento; que si confiesas haberle levantado te condenas, y si no, delante del juez te le levantarás a ti mismo.

Enfadóse el avariento y dijo:

-Si no he de entrar no gastemos tiempo-, que hasta aquello rehusó de gastar. Convencióse con su vida y fue llevado a donde merecía.

Entraron en esto muchos ladrones y salváronse dellos algunos ahorcados; y fue de manera el ánimo que tomaron los escribanos, que estaban delante de Mahoma, Lutero y Judas, viendo salvar ladrones, que entraron de golpe a ser sentenciados, de que les tomó a los diablos muy gran risa de ver eso.

Los ángeles de la guarda comenzaron a esforzarse y a llamar por abogados los Evangelistas. Dieron principio a la acusación los demonios, y no la hacían en los procesos que tenían hechos de sus culpas, sino con los que ellos habían hecho en esta vida. Dijeron lo primero:

-Estos, Señor, la mayor culpa suya es ser escribanos-; y ellos respondieron a voces, pensando que disimularían algo, que no eran sino secretarios. Los ángeles abogados comenzaron a dar descargo. Uno decía:

-Es bautizado y miembro de la Iglesia-; y no tuvieron muchos dellos que decir otra cosa. Al fin se salvaron dos o tres, y a los demás dijeron los demonios:

-Ya entienden.

Hiciéronles del ojo diciendo que importaban allí para jurar contra cierta gente, y viendo que por ser cristianos daban más pena que los gentiles, alegaron que el serlo no era por su culpa, que los bautizaron cuando niños, y así, que los padrinos la tenían.

Digo verdad que vi a Judas tan cerca de atreverse a entrar en juicio, y a Mahoma y a Lutero, animados de ver salvar a un escribano, que me espanté que no lo hiciesen. Solo se lo estorbó aquel médico que dije, que forzado de los que le habían traído, parecieron él y un boticario y un barbero, a los cuales dijo un diablo que tenía las copias:

-Ante este doctor han pasado los más difuntos, con ayuda deste boticario y barbero, y a ellos se les debe gran parte deste día. Alegó un ángel por el boticario que daba de balde a los pobres, pero dijo un diablo que hallaba por su cuenta que habían sido más dañosos dos botes de su tienda que diez mil de pica en la guerra, porque todas sus medicinas eran espurias, y que con esto había hecho liga con una peste y había destruido dos lugares. El médico se disculpaba con él, y al fin el boticario fue condenado, y el médico y el barbero, intercediendo san Cosme y san Damián, se salvaron.

Fue condenado un abogado porque tenía todos los derechos con corcovas, cuando, descubierto un hombre que estaba detrás deste a gatas, porque no le viesen, y preguntado quién era, dijo que cómico; pero un diablo, muy enfadado, replicó:

-¡Farandulero!; y pudiera haber ahorrado aquesta venida, sabiendo lo que hay.

Juró de irse y fuese al infierno sobre su palabra.

En esto dieron con muchos taberneros en el puesto y fueron acusados de que habían muerto mucha cantidad de sed a traición vendiendo agua por vino. Estos venían confiados en que habían dado a un hospital siempre vino puro para las misas, pero no les valió, ni a los sastres decir que habían vestido niños Jesuses. Y ansí, todos fueron despachados como siempre se esperaba.

Llegaron tres o cuatro ginoveses ricos pidiendo asientos, y dijo un diablo:

-¿Piensan ganar ellos? Pues esto es lo que les mata. Esta vez han dado mala cuenta y no hay donde se asienten, porque han quebrado el banco de su crédito.

Y volviéndose a Dios, dijo un diablo:

-Todos los demás hombres, Señor, dan cuenta de lo que es suyo, mas estos de lo ajeno y todo.

Pronuncióse la sentencia contra ellos; yo no la oí bien, pero ellos desaparecieron.

Vino un caballero tan derecho que, al parecer, quería competir con la misma justicia que le aguardaba. Hizo muchas reverencias a todos y con la mano una ceremonia usada de los que beben en charco. Traía un cuello tan grande que no se le echaba de ver si tenía cabeza. Preguntóle un portero, de parte de Dios, si era hombre, y él respondió con grandes cortesías que sí, y que por más señas se llamaba don Fulano, a fe de caballero. Rióse un diablo y dijo:

-De cudicia es el mancebo para el infierno.

Preguntáronle qué pretendía, y respondió:

-Ser salvado-, y fue remitido a los diablos para que le moliesen, y él sólo reparó en que le ajarían el cuello.

Entró tras él un hombre dando voces, diciendo:

-Aunque las doy no tengo mal pleito, que a cuantos santos hay en el cielo, o a los más, he sacudido el polvo.

Todos esperaban ver un Diocleciano o Nerón, por lo de sacudir el polvo, y vino a ser un sacristán que azotaba los retablos. Y se había ya con esto puesto en salvo, sino que dijo un diablo que se bebía el aceite de las lámparas y echaba la culpa a una lechuza, por lo cual habían muerto sin ella; que pellizcaba de los ornamentos para vestirse; que heredaba en vida las vinajeras y que tomaba alforjas a los oficios. No sé qué descargo se dio, que le enseñaron el camino de la mano izquierda, dando lugar unas damas alcorzadas que comenzaron a hacer melindres de las malas figuras de los demonios. Dijo un ángel a Nuestra Señora que habían sido devotas de su nombre aquellas, que las amparase, y replicó un diablo que también fueron enemigas de su castidad.

-Sí por cierto-, dijo una que había sido adúltera. Y el demonio la acusó que había tenido un marido en ocho cuerpos, que se había casado de por junto en uno para mil. Condenóse esta sola, y iba diciendo:

-¡Ojalá supiera que me había de condenar, que no hubiera oído misa los días de fiesta!

En esto, que era todo acabado, quedaron descubiertos Judas, Mahoma y Martín Lutero, y preguntando un ministro cuál de los tres era Judas, Lutero y Mahoma dijeron cada uno que él, y corrióse Judas tanto, que dijo en altas voces:

-Señor, yo soy Judas; y bien conocéis vos que soy mucho mejor que estos, porque si os vendí remedié al mundo, y estos, vendiéndose a sí y a vos, lo han destruido todo.

Fueron mandados quitar delante. Y un ángel que tenía la copia halló que faltaban por juzgar alguaciles y corchetes. Llamáronlos y fue de ver que asomaron al puesto muy tristes y dijeron:

-Aquí lo damos por condenado; no es menester nada.

No bien lo dijeron cuando, cargado de astrolabios y globos, entró un astrólogo dando voces y diciendo que se habían engañado, que no había de ser aquel día el del Juicio, porque Saturno no había acabado sus movimientos ni el de trepidación el suyo. Volvióse un diablo y viéndole tan cargado de madera y papel, le dijo:

-Ya os traéis la leña con vos como si supiérades que de cuantos cielos habéis tratado en vida, estáis de manera que por la falta de uno solo en muerte, os iréis al infierno.

-Eso no iré yo- dijo él.

-Pues llevaros han-. Y así se hizo.

Con esto se acabó la residencia y tribunal; huyeron las sombras a su lugar, quedó el aire con nuevo aliento, floreció la tierra, rióse el cielo. Y Cristo subió consigo a descansar en sí los dichosos por su Pasión, y yo me quedé en el valle, y discurriendo por él oí mucho ruido y quejas en la tierra. Lleguéme por ver lo que había y vi en una cueva honda (garganta del infierno) penar muchos, y entre otros un letrado revolviendo no tanto leyes como caldos; un escribano comiendo solo letras que no había querido solo leer en esta vida; todos ajuares del infierno, las ropas y tocados de los condenados, estaban prendidos, en vez de clavos y alfileres, con alguaciles; un avariento contando más duelos que dineros; un médico penando en un orinal y un boticario en una melecina. Diome tanta risa ver esto que me despertaron las carcajadas, y fue mucho quedar de tan triste sueño más alegre que espantado.

Sueños son estos que si se duerme V. Excelencia sobre ellos, verá que por ver las cosas como las veo las esperará como las digo.

Fin del Juicio final.

Edición de Ignacio Arellano. Los sueños. Madrid: Cátedra, 1995
© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 De: www.ensayistas.org



De la Casa-Museo de Quevedo




Viaje a la celda de Quevedo
San Marcos esconde en el trascoro de su iglesia y tras un pasadizo casi secreto una de las estancias en la que Francisco de Quevedo pudo pasar su cautiverio

J.C. / @Javi_Calvo       17/06/2013


 "A 7 de diciembre, víspera de la Concepción de Nuestra Señora, a las diez y media de la noche fui traído en el rigor del invierno sin capa y sin camisa, de sesenta y un años, a este convento Real de San Marcos, donde he estado todo este tiempo en rigurosísima prisión, enfermo con tres heridas, que con los fríos y la vecindad de un río que tengo a la cabecera, se me han cancerado y por falta de cirujano, no sin piedad me las han visto cauterizar con mis manos; tan pobre que de limosna me han abrigado y entretenido la vida. El horror de mis trabajos a todos ha espantado".

De este modo, de puño y letra, con tinta y pergamino, Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos, narraba su cautiverio en lo que hoy es el Hostal de San Marcos.

Los recuerdos de aquella estancia, que le marcaron de por vida, deja en el aire un buen número de interrogantes sobre la ubicación en la que se encontraba su celda.

Existe constancia escrita de que el ilustre literato pudo pasar por dos estancias durante el tiempo en el que estuvo preso en el mismo lugar donde hoy se encuentra el 'buque insignia' de la cadena Paradores.

Quevedo, cautivo desde diciembre de 1639 hasta junio de 1643, narra en uno de sus textos recogidos en 'La torre y la cárcel de Quevedo en San Marcos de León. Apuntes histórico-descriptivos, por F. Fita, S.J.' su permanencia en una estancia casi bajo tierra. Aquella situación, sin embargo, pudo ser circunstancial, ya que del mismo modo existe constancia de que salvadas las primeras semanas de encarcelamiento su estancia fue menos rigurosa que en un primer momento.

Para Miguel García, responsable del personal de atención al público en el Hostal de San Marcos durante más de tres décadas e inagotable estudioso de la historia del edificio y de la vida de Quevedo, no hay duda de que Quevedo pasó una gran parte de su cautiverio en lo que hoy es el trascoro de la iglesia de San Marcos.

Este inmueble (datado en 1544) y más en concreto su torre norte, se mantuvo en pie durante el proceso de construcción de San Marcos, para el que se precisó tirar abajo el edificio entonces principal.

Miguel García defiende con vehemencia que la estacia 'principal' de Quevedo durante su periodo de prisión es la que en contadas ocasiones y sólo a privilegiados clientes ha mostrado durante su etapa como trabajador de Paradores.

"A 20 peldaños de donde cantan los monjes y con un río por cabecera", decía Quevedo. "Estudiando la vida de Quevedo uno percibe que él era muy dado a las exageraciones y un personaje como él no pudo estar cautivo en unas condiciones tan extremas como las que se ha dicho", sentencia Miguel García.

A esos 20 peldaños y con el río por cabecera se llega a una estancia que parece casi secreta y a la que es necesario acceder sorteando dos puertas que chirrían con escándalo cuando son abiertas.

"Muy pocos han venido hasta aquí, aunque yo siempre he defendido que esta estancia debería abrirse al público", argumenta. Un pasillo de diez metros, encajonado entre el muro del trascoro y el muro exterior de la iglesia de San Marcos, da acceso a una escalera "única por su elaboración, de una sola pieza".

En medio se puede encontrar una celda utilizada durante la Guerra Civil, y en la que se pueden leer algunas inscripciones dejadas por quienes la ocuparon. Es el paso previo a un encuentro que al propio personal de Paradores "pone la carne de gallina".

A medida que avanza Miguel García argumenta la certeza de que Quevedo pasó allí parte de su cautiverio. Lo hace advirtiendo de que "Quevedo cuando estuvo aquí y con el paso del tiempo gozaba de un cierto grado de libertad que le permitía incluso recibir la visita de algún noble o del mismo obispo", sentencia.

Casi escondida, disimulada por el coro de la iglesia, permanece la estancia donde Quevedo habría visto pasar una buena parte de su cautiverio, con una diminuta ventana que permitía la entrada de aire fresco y desde la que en un mismo día -según dejó escrito- se podía perdibir "el paso de las cuatro estaciones del año".

La celda de Quevedo pasa por ser uno de los secretos mejor guardados de este emblemático Hostal de San Marcos. Para Miguel García la certeza de que este lugar es el punto exacto en el que Quevedo pasó un buen número de meses de su cautiverio no ofrece duda. "Un estudioso vino al Hostal en una ocasión argumentando lo contrario y por prudencia nada le dije, pero sus argumentos eran mucho más débiles que los que yo conocía", comenta ahora.

Reconoce que, con un poso de admiración, en un buen número de ocasiones ha mostrado la celda de Quevedo a los "clientes más inquietos" e insiste en que siguiendo los escritos de quien era considerado noble y sabio no hay duda de que el el cautiverio de Quevedo tuvo lugar en buena medida entre unos muros que aún a fecha de hoy se pueden tocar.


De: Leonoticias.com









Puerta lateral del coro, que acceso a un pasadizo casi secreto en San Marcos.











Pasadizo que permite llegar hasta la escalera de acceso y en el que se entrecruzan otras celdas.








Escalera que permite llegar a una de las celdas que habría ocupado Quevedo en su cautiverio.



Miguel García abre la estancia que habría ocupado Quevedo en su cautiverio.