sábado, 8 de julio de 2017

Julio, mes de la Afrodescendencia.

-III-

Ya el Papa Nicolás V había autorizado la esclavitud en 1454, al otorgar a Alfonso V -Rey de Portugal- autorización para reducir a servitud perpetua a sarracenos y paganos. A partir de la Conquista de América la esclavitud toma nuevos bríos y ciertas características -como el color de la piel- pasaron a convertirse en símbolos de esclavitud. La inferioridad social empezó a verse como natural. El hombre negro se convirtió en el paradigma del salvajismo. El mismo Renacimiento europeo lo consideraba como una contradicción humana, como algo raro y al mismo tiempo imperfecto.
Para justificar la trata de esclavos, referida como "rescate”, muchos autores vieron en la práctica una forma de apostolado evangelizador. África no era tierra de misión, sino almacén natural de esclavos.
Es decir, el negro era pagano porque era negro, del mismo modo que el blanco era cristiano por ser blanco. De esta forma, los europeos no pensaban en seres humanos como lo eran ellos, sino en seres de otra categoría. Es lo que Frantz Fanon define como la invención del hombre negro por el hombre blanco. Una vez inventado este "negro" pagano y salvaje lo mejor que se podía hacer por él era sacarle de su tierra -llena de miserias espirituales- y la esclavitud en otras geografías se la “percibía” como un beneficio espiritual.


-IV-

Cerca del lugar del embarque, en tierra africana, se los marcaba con hierro candente para demostrar la pertenencia al negrero o a la compañía. Este procedimiento similar al del ganado se llamaba “carimbar” y causaba terror entre los africanos, que a veces preferían la muerte antes que someterse. La marca podía estar en la espalda, en el caso de los hombres, y en las nalgas, en las mujeres. Embarcados en condiciones infrahumanas, 300 o 400 esclavos, amontonados y encadenados en bodegas (un espacio mínimo de horror donde algunos sobrevivían porque otros morían) o por el banzo (tristeza que mata de no comer), llegaban a Puerto donde según la práctica, eran palmeados, medidos, para determinar valor y destino final. “Pieza de india” era un hombre o una mujer de contextura robusta, cuya edad oscilaba entre los 15 y 30 años, sin defecto alguno y con todos sus dientes. Los que no alcanzaban esas condiciones se llamaban “cuarto”. Los recién llegados recibían el mote de “negro bozal” mientras que a los que ya tenían un año de esclavitud se los conocía como “negros ladinos”. Para los que eran muy altos se reservaba el nombre de “negro de asta”.

A los niños africanos, en el Virreinato del Río de La Plata, se los llamaba “mulequillo”, (los niños esclavos hasta 7 años), ”muleque” (los niños-esclavos que tenían entre 7 y 12 años) o ”mulecón” (hasta los 16 años).

-V-

Basta recordar que, entre el inicio del tráfico a fines del siglo XV y su abolición a mediados del siglo diecinueve (con un despegue masivo después de 1690-1750), de 12 a 20 millones de africanos encadenados atravesaron el Atlántico. A esta pérdida deben sumarse los millones de seres -quizás un 40 por ciento del total- abatidos por la enfermedad, el hambre o la tortura mientras viajaban desde el lugar de captura hasta la costa donde abordaban los buques “negreros”. A esto se añaden 4 millones de almas que debieron cruzar el Sahara a pie para ser vendidas en los mercados de esclavos del Cairo, Damasco y Estambul. Para el África occidental y central occidental, la cantidad total de personas perdidas suma entre 24 y 37 millones, tomando como referencia las cifras más bajas. Algunos historiadores sitúan la pérdida africana entre 70 y 80 millones de hombres, mujeres y niños.
Darcy Ribeiro manifiesta que los esclavos fueron quemados por millones en América como si fueran carbón humano, en los hornos de los ingenios y en las plantaciones de caña, minas y cafetales. Tanto era así, que la vida media de un esclavo negro no pasaba de cinco a siete años, luego de su captura, conforme a la región y a la intensidad de producción de cada período. Tiempo suficiente para que rindiese mucho dinero.
En el siglo XVII, en la ciudad de Mariana, en Minas Gerais, en Brasil, todo expósito recogido de las calles o de los portales debería ser declarado a la Cámara Municipal, recibiría una matrícula y aquel que lo recogiera, tres octavas de oro por mes, para la crianza. Entre los años 1753 a 1759, fueron encontradas algunas de estas matrículas, donde la Cámara expresaba el propósito de no criar mestizos, mulatos, negros o criollos, exigiendo que además del certificado de bautismo, fuese presentado también una certificación de “blancura”, firmada por un médico.
Nunca antes había sido tan empobrecido y degradado el género humano. En ciertos momentos, parecía que todos los rostros bellos de nuestra especie serían apagados para sólo dejar florecer blancos y europeos.

Fragmentos de: Los Negros, de Alberto Morlachetti


En: CUADERNOS DE LA MEMORIA