martes, 2 de julio de 2013

"Todas las sesiones ayudaban a raspar pieles de mí"- Hermann Hesse


2 de julio de 1877

Así bajaba yo, pues, la escalera de mi sotabanco, estas penosas escaleras de la tierra extraña, estas escaleras burguesas, cepilladas y limpias, de una decentísima casa 
de alquiler para tres familias, junto a cuyo tejado tenía yo mi celda. No sé cómo es esto, pero yo, el lobo estepario sin hogar, el enemigo solitario del mundo de la pequeña burguesía, yo vivo siempre en verdaderas casas burguesas. Esto debe ser un viejo sentimentalismo por mi parte. No vivo en palacios ni en casas de proletarios, sino siempre exclusivamente en estos nidos de la pequeña burguesía, decentísimos,
aburridísimos e impecablemente cuidados, donde huele a un poco de trementina y a un poco de jabón y donde uno se asusta, si alguna vez se da un golpazo al cerrar la puerta de la casa o si se entra con los zapatos sucios. Me gusta sin duda esta atmósfera desde los años de mi infancia, y mi secreta nostalgia hacia algo así como un hogar me lleva, sin esperanza, una y otra vez, por estos necios caminos. Así es, y me gusta también el contraste en el que está mi vida, mi vida solitaria, ajetreada y sin afectos, completamente desordenada, con este ambiente familiar y burgués. Me complace respirar en la escalera este olor de quietud, orden, limpieza, decencia y domesticidad, que a pesar de mi odio a la burguesía tiene siempre algo emotivo para mí, y me complace luego atravesar la puerta de mi cuarto, donde todo esto termina, donde entre los montones de libros me encuentro las colillas de los cigarros y las botellas de vino, donde todo es desorden, abandono e incuria, y donde todo, libros, manuscritos, ideas, está sellado e impregnado por la miseria del solitario, por la problemática de la naturaleza humana, por el vehemente afán de dotar de un nuevo sentido a la vida del hombre que ha perdido el que tenía.

Y entonces pasé junto a la araucaria. En efecto, en el primer piso de esta casa
desemboca la escalera en el pequeño vestíbulo de una vivienda, que sin duda es 
aún más impecable, más limpia y más lustrosa que las demás, pues este modesto vestíbulo reluce por un cuidado sobrehumano, es un brillante y pequeño templo del orden. Sobre el suelo de parqué, que uno no se atreve a pisar, hay dos elegantes taburetes, y sobre cada taburete una gran maceta; en una crece una azalea, en la otra una araucaria bastante magnífica, un árbol infantil sano y recto, de la mayor perfección, y hasta la última hoja acicular de la última rama reluce con la más fresca nitidez. A veces, cuando me creo inobservado, uso este lugar como templo, me siento en un escalón sobre la araucaria, descanso un poco, junto las manos y miro con devoción hacia abajo a este jardín del orden, cuyo aspecto emotivo y ridícula soledad me conmueven el alma de un modo extraño. Detrás de este vestíbulo, por decirlo así, en la sombra sagrada de la araucaria, barrunto una vivienda llena de caoba reluciente, una vida llena de decencia y de salud, de levantarse temprano y cumplimiento del deber, fiestas familiares alegres con moderación, visitas a la iglesia los domingos y acostarse a primera hora.

De: El lobo estepario





Lobo estepario

Yo, lobo estepario, troto y troto,
La nieve cubre el mundo,
El cuervo aletea desde el abedul,
Pero nunca una liebre, nunca un ciervo.

¡Amo tanto a los ciervos!
¡Ah, si encontrase alguno!
Lo apresaría entre mis dientes y mis patas,
Eso es lo más hermoso que imagino.
Para los afectivos tendría buen corazón,
Devoraría hasta el fondo de sus tiernos perniles,
Bebería hasta hartarme de su sangre rojiza,
Y luego aullaría toda la noche, solitario.

Hasta con una liebre me conformaría.
El sabor de su cálida carne es tan dulce de noche.
¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar
Una pizca la vida está lejos de mí?
El pelo de mi cola tiene ya un color gris,
Apenas puedo ver con cierta claridad,
Y hace años que murió mi compañera.

Ahora troto y sueño con ciervos,
Troto y sueño con liebres,
Oigo soplar el viento en noches invernales,
Calmo con nieve mi garganta ardiente,
Llevo al diablo hasta mi pobre alma.

Hermann Hesse


“La guerra es cada vez más extraña para mí, 
porque envenena toda inteligencia”, 
escribe Hesse durante la Primera Guerra Mundial. 
Funda la Asistencia a Prisioneros de Guerra de Berna, 
edita una “Biblioteca de prisioneros” 
y se ocupa de la edición de libros y revistas para prisioneros.


Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía, o creía saber, que una estrella no podría ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.

De: Demián de Hermann Hesse











El encuentro con el psicoanálisis, que le ayudó a enfrentarse a los conflictos de sus años de juventud, se convirtió en un importante punto de inflexión en la vida de Hesse… En Demian se reproducen las charlas terapéuticas con el Dr. Lang (que en la novela se llama Pistorius): “Todo, incluso lo más banal, chocaba dentro de mí en el mismo punto con un mazazo silencioso y continuo. Todas las sesiones ayudaban a raspar pieles de mí, a romper cáscaras de huevo, y después de cada una la cabeza se alzaba un poco más, algo más libre, hasta que mi pájaro amarillo eclosionaba como un hermoso pájaro con cabeza de depredador saliendo de la destruida cáscara del mundo”.

Su relación con el psicoanálisis, además de la terapia con J. B. Lang (más de 200 horas) le llevó a conocer a C. G. Jung, con quien mantuvo una breve pero intensa relación, mezcla de personal, artística y terapéutica, que puede resumirse en su propia frase “Llega hasta el tuétano y duele. Pero anima…”. Para comprobarlo, de nuevo recurriremos al artículo de G. Baumann:

“En otoño de 1917 Hesse se encuentra por primera vez con C. G. Jung en un hotel de Berna y con él se sumerge durante toda una tarde en una apasionada conversación sobre sus más recientes ideas y teorías psicológicas. Es interesante observar que por entonces Hesse reacciona ante Jung con su característica ambivalencia, que más tarde sería cada vez más determinante en su relación con la psicología profunda. En una reseña de su diario anota:

“Ayer por la tarde hablé por teléfono con el Dr. Jung de Zurich… y me invitó a cenar en el hotel. Yo acepté y estuve con él hasta cerca de las once de la noche. Mi valoración de él cambió varias veces durante este primer encuentro, a veces me gustaba su seguridad en sí mismo y a veces me causaba rechazo, pero en conjunto quedó una impresión muy buena.”

Al mismo tiempo Hesse comienza a leer los escritos de Jung y valora su obra de juventud, los Wandlungen und Symbole der Libido (“Cambios y símbolos de la libido”), calificándola de “genial”. Desde luego estas fuertes impresiones de Jung son el motivo por el que Hesse, en el siguiente periodo de crisis de su vida pida ayuda terapéutica al maestro. En el verano de 1921 se produce una secuencia de análisis de varias semanas de duración en la vivienda de Jung en Küsnacht.

Las cartas de Hesse de aquella época muestran su entusiasmo casi eufórico sobre la personalidad y las capacidades analíticas de su terapeuta: “Con Jung estoy viviendo ahora, en medio de una difícil situación de mi vida que con frecuencia apenas puedo soportar, la conmoción del análisis… Llega hasta el tuétano y duele. Pero anima… Sólo puedo decir que el Dr. Jung lleva mi análisis con extraordinaria seguridad, incluso con genialidad.” Tras el análisis resume: “Me habría gustado continuar el psicoanálisis con Jung, pues tanto por su intelecto como por su carácter es una persona espléndida, llena de vida, genial. Le debo mucho y me alegro de haber podido estar con él durante un tiempo”.

Posteriormente su relación con el psicoanálisis fue más distante, entre otros motivos por las interpretaciones que éste hace de la creación artística como el producto de una mente neurótica, con las que no estaba de acuerdo. En una carta de noviembre de 1958 Hesse dice:
“Personalmente el análisis me ha servido, concretamente me ha servido la lectura de algunos libros de Freud y Jung más que el análisis práctico. Más tarde se enfrió mi relación con el psicoanálisis, en parte porque pude asistir a muchos casos de análisis fracasado, incluso con efectos nocivos, pero en parte porque nunca me encontré con un analista que tuviera una auténtica relación con el arte. Pero en conjunto sigo teniendo una postura amable hacia la psicología profunda”.

Hesse critica que los psicoanalistas no vean en el arte más que una expresión del inconsciente, que el sueño neurótico de un paciente sea igual de valioso que la creación de un artista. Su opinión sobre la que llamaba “ciencia literaria psicoanalítica”, o “psicología de los formados a medias” se podría resumir en el siguiente párrafo:

“Sobre la base de sus poemas se investigan los complejos y las ideas preferidas de un poeta, y se constata que pertenece a ésta o a aquella clase de neuróticos, se declara una obra maestra deduciéndola de las mismas causas que la agorafobia del señor Müller o los trastornos gástricos nerviosos de la señora Maier. Se distrae la atención de forma sistemática, y con un cierto afán de venganza (el afán de venganza de quien no está dotado de intelectualidad), de las obras poéticas, se degradan los poemas a síntomas de estados anímicos… Sería un resultado chusco que un literato hábil sometiese a su vez estas interpretaciones pseudoanalíticas de los poetas a un análisis y señalase los impulsos muy simples con los que estos pseudopsicólogos alimentan su entusiasmo.”

De: hyperbole.es

 En la Niebla


¡Extraño vagar entre la niebla!
Solitario está cada arbusto y piedra,
ningún árbol mira al otro,
cada uno está solo.

Lleno de amigos estaba para mí el mundo
cuando mi vida era clara todavía;
ahora que la niebla cae,
nadie más está visible.

Verdaderamente, nadie es sabio
si la tiniebla no conoce,
lo inevitable y silencioso
de todo lo aparta.

¡Extraño vagar entre la niebla!
Vivir es estar solo.
Ningún hombre conoce al otro,
cada uno está solo.


Hermann Hesse




"Sus ojos son tan profundos, tan hermosos y tan limpios que uno desearía bañarse en ellos". - Víctor Hugo


Amandine Aurore Lucile Dupin o George Sand
1º de julio de 1804

Vestir como un hombre
le permitió neutralizar 

la discriminación 
que tanto pesaba 

sobre la mujer
aun en el arte.


Así logra integrarse a los grupos artísticos
de la época y entablar amistad con Víctor Hugo, 
Balzac, Flaubert, los Dumas, y muchos músicos.


























  


























La muerte de George Sand, por Fiodor Dostoyevsky



El último número del Diario, correspondiente a mayo, estaba ya compuesto y en prensa cuando me enteré por los diarios de la muerte de George Sand (murió el 27 de mayo-8 de junio de 1876). De este modo no alcancé a decir siquiera una palabra acerca de esta muerte. Pero había bastado que leyera esa noticia para comprender cuánto significó en mi vida aquel nombre, cuánto correspondió en una época a ese poeta, de mi entusiasmo, de mi admiración, y todo lo que me dio entonces de alegría, de felicidad. Sin temor escribo cada una de estas palabras, porque así fue literalmente. Ella fue una de nuestras contemporáneas (quiero decir, nuestras) que más plenamente realizó el tipo de idealista de los años treinta y cuarenta. Es uno de los nombres de nuestro poderoso siglo, presuntuoso y al mismo tiempo doloroso, pleno de ideales inexpresados, de los más indefinidos deseos, nombre que surgió allá lejos, "en el país de las sagradas maravillas!", que nos atraía quitando a lo nuestro, nuestra Rusia siempre en gestación, mucho pensar, mucho amor, la fuerza de santos y nobles impulsos, vivísima vida y caras convicciones. Pero no debemos lamentarlo: exaltando tales nombres y admirándolos, los rusos sirvieron y sirven a su más verdadera misión. Que no se asombren de estas palabras mías, y sobre todo en relación a George Sand, acerca de quien puede hasta hoy discutirse y a quien la mitad de nosotros, si no las nueve décimas partes, ya alcanzaron a olvidar; pero ella a pesar de todo desempeñó un papel entre nosotros en su tiempo, ¿y quién estará más dispuesto a recordarla sobre su tumba que nosotros, sus contemporáneos de todo el mundo? Nosotros, los rusos, tenemos dos patrias: nuestra Rusia y Europa, aun en el caso de llamarnos eslavófilos (que ellos no me guarden enojo por esto). No es preciso disputar sobre ello. La más alta entre las altas misiones que los rusos reconocen como un deber asumir en el futuro, es la misión de reunir la humanidad en un solo haz, es el universal servicio a la humanidad; no sólo a Rusia, no al mundo eslavo, sino a la humanidad toda. Reflexionadlo, y también vosotros aceptaréis que los eslavófilos reconocieron eso mismo -por eso nos exhortaban a ser más estrictamente rusos, a serlo más firme y responsablemente-, comprendiendo precisamente que esa tendencia a unificar la humanidad es el más importante rasgo de la personalidad rusa, así como su misión. Por otra parte, todo esto exige todavía muchas explicaciones, por lo menos la de que el servicio de un ideal universalmente humano y un aturdido vagabundear por Europa, abandonando voluntariamente la patria, son dos cosas diametralmente opuestas, aunque hasta ahora se las confunda. Por el contrario, mucho, mucho de lo que tomamos de Europa y trasplantamos entre nosotros no se limitó a la copia servil, como indispensablemente lo exigen los Potuguin, sino que lo incorporamos a nuestro organismo, a nuestra carne y nuestra sangre; hemos sobrellevado y hasta padecimos con independencia punto por punto, como en el Occidente, otras cosas que allá eran familiares. Esto es lo que los europeos no quieren admitir por nada del mundo; lo que ha sido mejor, por el momento. De ese modo se cumplirá más imperceptible y tranquilamente un proceso indispensable que asombrará al mundo en sus consecuencias, proceso que puede seguirse del modo más claro y palpable en la actitud que observamos con respecto a la literatura de los demás pueblos. Sus poetas son para nosotros, al menos para la mayoría de nuestras gentes cultivadas, igualmente familiares que los suyos en sus países de Occidente. Yo afirmo y repito que todo poeta, pensador, filántropo europeo, aparte de su propia tierra, en ninguna otra parte del mundo es tan íntimamente comprendido y más aceptado como en Rusia. Shakespeare, Byron, Walter Scott, Dickens, nos son más familiares y comprensibles que, por ejemplo, a los alemanes, si bien por supuesto circula entre nosotros sólo la décima parte de los ejemplares, en su traducción rusa, que en la libresca Alemania. La Convención francesa del año 93 al otorgar una credencial de ciudadano "au poète allemand Schiller, l'ami de l'humanité", a pesar de haber hecho con ello un gesto hermoso, soberbio, profético, no sospechaba siquiera que en el otro extremo de Europa, en la bárbara Rusia, ese mismo Schiller era bastante más nacional y bastante más caro a los bárbaros rusos, no sólo que a Francia, la de aquel tiempo, sino a la de más tarde, en todo nuestro siglo, durante el cual Schiller, ciudadano francés y "l'ami de l'humanité", sólo era conocido en Francia por los profesores de literatura y eso no por todos. Entre nosotros en cambio, junto con Yukovsky, se introdujo en el alma rusa, dejó en ella una señal, significó por sí mismo casi un período en la historia de nuestra cultura. Esta actitud rusa respecto a la literatura universal es un fenómeno que casi no se ha repetido en otros pueblos en tal medida a lo largo de toda la historia, y si esta característica es realmente nuestra particularidad nacional rusa, ¿qué susceptible patriotismo, qué chauvinismo tendría derecho a protestar contra este fenómeno y no querría ver por el contrario un hecho pleno de promesas y claramente profético para la adivinación de nuestro porvenir?
¡Oh!, por supuesto, muchos sonreirán, tal vez, al leer más arriba la importancia que yo atribuyo a George Sand; pero los que rían serán injustos: ya ha transcurrido bastante tiempo de estos hechos pasados y hasta la misma George Sand ha muerto viejita, a los setenta años, habiendo tal vez sobrevivido en mucho a su gloria. Pero todo aquello que en la aparición de ese poeta significó una "nueva palabra", todo lo que tuvo valor universal, todo eso suscitó en el mismo instante en nuestra Rusia fuerte y profunda impresión, no pasó inadvertido, demostrándose con ello que todo poeta que surgiera en Europa, que se levantara allá para enunciar un pensamiento y manifestar una fuerza nueva, no podía dejar de convertirse de ¡inmediato en un poeta ruso, no podía evadirse al pensamiento ruso, y no convertirse casi en una fuerza rusa. Por lo demás, de ningún modo aspiro a escribir un artículo crítico sobre George Sand, sino simplemente decir unas palabras de adiós a la que se ha ido, ante su tumba todavía fresca.


Extraído de: Paperblog

Teatro de George y su hijo Maurice, instalado en su casa. Estaba específicamente preparado para representación con marionetas. George escribió más de 32 obras para tales efectos, provocando permanentemente a la censura napoleónica.