Revelación
Había corrido toda la noche.
Vencida por el cansancio, cayó.
Alzó su vista al cielo y gritó
con todas sus fuerzas: “¡Apsu!, ¿por qué me haces esto?, ¿por qué me
abandonaste?”
El silencio fue creciendo. Un
rayo de luz iluminó el río. Incapaz de moverse, la joven se arrastró como un
animal; “puso la vista en el agua y vio correr su destino”.
Entonces comprendió todo: Apsu le
había contestado.
Bebió agua, usando su mano como
pocillo; después se echó a descansar un largo rato, ya que su misión requería
de todas sus fuerzas.
Con paso firme regresó a su casa;
al verla llegar, la madre corrió a abrazarla, pero ella rechazó esa ofrenda de
cariño apartándola de sí.
El padre, sentado en un sillón,
era abanicado por varias mujeres, mientras otras, de un gran tazón cubierto de
oro sacaban uvas que depositaban una a una en su boca.
-Veo que decidiste regresar,
sabía que no podías vivir lejos de las comodidades que te ofrezco, hija mía-
expresó aliviado, mientras tomaba vino de una copa de plata, cuyo borde tenía
incrustadas piedras preciosas.
Seria y con voz firme dijo:
-Padre, estoy de acuerdo en
casarme con el hombre que me has asignado, aunque me convierta en esposa de
segunda categoría.
-Muy bien, la boda se realizará
mañana mismo. Gracias a las divinidades has recapacitado; pensé que una
enfermedad se había apoderado de ti.
A pesar de los angustiantes
sollozos de su madre y hermanas, ella se casó con el hombre elegido, unos años
mayor.
Los días pasaron. Las esposas,
concubinas y esclavas, se rotaban en la alcoba cada noche. Muy pronto sería su
turno, se acercaba el fin de su misión. No lo comentó con nadie, así se lo
había indicado Apzu.
Las mujeres cuchicheaban a sus
espaldas: era tan tranquila, tan callada, que la creyeron loca.
A la hora señalada la vistieron con pocas
prendas. Así lo había requerido su esposo.
Entró en la habitación; en su
vagina tenía la llave de su libertad, y la de todas aquellas mujeres.
-Ponte cómoda en el lecho, yo lo
haré todo- dijo él, mientras giraba un instante para acicalarse. Se acostó
encima de ella. El perfume del aceite del hombre, que le respiraba aliento
caliente en su cuello, le causaba náuseas. Pero se quedó inmóvil esperando el
momento oportuno, a pesar de que él le estremecía la piel con sus gruesos
labios. Desflorada con lujuria, se sintió avergonzada, pero no emitió sonido
alguno, como tampoco ni una lágrima rodó por su mejilla.
En el delirio del placer de
aquella bestia insaciable, la joven deslizó el cuchillo bajo la almohada, y con
la fuerza de su humillación y la de todas las núbiles, se lo clavó varias veces
en el robusto pecho. Él exhaló un ronco gemido y tuvo energía aún para intentar
escapar. Pero resbaló y se enredó en las sábanas de seda, teñidas, como ella,
de un rojo carmesí. El cuerpo no se movía. Sólo la respiración entrecortada de
la joven quebraba el silencio en aquel lugar. Cuando acercó el cirio al
elegido, descubrió ciertas similitudes con las de Marduk, quien lentamente se
estaba convirtiendo en cenizas.
Una extraña alegría la invadió,
pues su primera encomienda estaba concluida.
Daniela Rostkier
Taller “Como Ellas, Yo: Mujeres”.
(Módulo: Mesopotamia: Enuma
Elish)
Centro de Formación Humanística
PERRAS NEGRAS

![]() |
MARDUK |