Los caballos de la panadería “Don Carlos”
Me parece verlos: lentos, cabizbajos, el lomo brilloso de sudor y
resoplando humos de frío por las narices, rumbo al incierto abrigo de la
caballeriza.
Desde
el patio de mi casa esperaba oír el ruido que sus cascos hacían al golpear la
tierra de la calle Treinta y Tres al sur, antes de ingresar a José P. Varela;
un ruido que se tornaba barullento al entrar al hormigón de la bocacalle. El
momento culminante se producía cuando la tropilla ingresaba al camino empedrado
del galpón, tramo final de su retorno. Por eso me apuraba a pararme enfrente,
en la vereda del Club de Bochas “Estrella del Sur”, para apreciar desde allí el
golpear de los cascos en las piedras, que originaba un sonido repiqueteante y diferente
para cada pata, acompañado por un chisperío multicolor. Al cerrarse detrás de
ellos el doble portón de chapa, se terminaba también para mí el paseo de la
tardecita y regresaba a casa a disfrutar del baño, la cena y la bolsa de agua
caliente.
Aquella
cotidiana convocatoria que me dejaba como imantado en la vereda, ayudaría a
conformar el archivo sonoro de mi infancia salteña. Con el conversar del río en
el Salto Chico y los tangos que cantaba Jorge Randall a cambio de monedas de
vecinos, sentados al frente de sus casas en las veredas del verano, el sonar de
los cascos de los caballos de la panadería, al regreso de su labor diaria, está
recogido junto a la voz de mi madre, invocando a la Señora Santa Ana para que
yo me durmiera en sus brazos, mientras ella escuchaba la novela de Radio “El
Mundo” y yo soñaba con trancos largos, trotes y galopes, por el empedrado del
Salto de los cuarenta, que todavía existía en muchas calles.
Un día
de primavera, grisáceo y amenazante, el encargado de una de las jardineras de
reparto de la panadería, que pasaba a diario por frente a casa saludándome con
la mano, sin afectar con ello su peculiar y riesgoso modo de conducir, con un
pie en el pescante y otro en el estribo, detuvo la jardinera y me invitó a
subir. Por esos días, si no era con mi madre, mi universo no iba más allá de la
esquina de Rivera y Treinta y Tres, donde estaban el bar del Lino Rodríguez, el
almacén del Bebe Luzuriaga, la verdulería de los Pilas y la sastrería de
Rosemblat. Pero de pronto, la vida, que siempre reserva sorpresas, ponía ante
mí una inestimable y quizá irrepetible oportunidad de vivir la gran aventura.
Me sentí entonces conminado a tomar una decisión trascendente que asumí de
inmediato, dejando para resolver después cómo explicar ante el fuero materno,
el haber abandonado, sin su permiso, la seguridad del mármol del zaguán.
Alcé sin dudar los brazos y en un
instante mi amigo me acomodó a su lado en el asiento desde el cual dominaba las
riendas. No habíamos andado unos metros cuando, para rodear de mayor belleza el
paseo, se descolgó una copiosa lluvia. Mi amigo soltó entonces un encerado
negro que llevaba arrollado en el techo de la jardinera y lo dejó caer frente a
nosotros que quedamos así cobijados del agua y del viento, mirando por una
ventanilla de mica que, como si fuera la pantalla de un televisor que entonces
ni soñábamos conocer, nos ofreció un vertiginoso desfile de imágenes que se
sucedían ante nuestros ojos y que me desesperaba por abarcar y retener en todos
sus detalles. A nuestras espaldas, inundando todo aquel pequeño espacio, un
intenso olor a pan caliente completaba el hechizo de esos momentos. Por primera
vez contemplaba Salto desde el cielo: el club Círculo Sportivo donde mis
hermanos y más tarde yo mismo nos haríamos hombres; el Palacio de Oficinas
Públicas y sus escalinatas, desde las que saltaba al regresar de la escuela; la
lechería Lecu Ederra, donde mi amigo, el “Aguita” Alfieri, ya andaría haciendo
de las suyas; el Viejo Lafón, martillando a puro bíceps las cubiertas de un
remolque; los alumnos tempraneros de la Escuela “López”, la Nro. 1, cuando
estaba al lado de la Asociación Italiana, con sus carteras y correas sujetando
libros y cuadernos a sus espaldas; “Pirapo”, el diariero, alto y fuerte,
internándose a paso rápido por la calle Rincón, con su quepis, y el paquete de
ejemplares de “Tribuna Salteña” bajo el brazo; más allá Pepito Aiello, el
masajista ciego que reconocía a todos por sus voces, rumbo a su trabajo en el
Hospital y yo, casi escapándome del asiento al pasar la jardinera por encima de
los restos de las vías del tranvía, en la Plaza Artigas.
Justo cuando empezaba a saborear un pedazo
de pan caliente, mi amigo puso las riendas en mis manos y me enseñó a
chicotearlas en las ancas de los vigorosos caballos. Los poderosos remos
traseros se esforzaron aún más y un torbellino de clinas me llegó desde allá
adelante por entre las gotas de agua que resbalaban por la mica. Detrás de
nosotros, los canastos de pan disminuían su contenido a medida que completábamos
el reparto.
El
paseo no llegó a durar una hora, pero ¡cuánto cabe en la hora de un niño de siete años! Cuando al fin, amigo,
jardinera y caballos me dejaron en la puerta de casa y se perdieron en un
galope corto mientras aquél me saludaba siempre con la mano en alto, humedades
de lluvia y de sentimiento me nublaron la vista.
¡Qué
habrá sido de ti, carrerito de la “Don Carlos”, que una lluviosa mañana de
primavera compartiste tu pan, tu caballo y tu trabajo con un niño que no
olvidaría tu gesto!
Con el fragor de la vida van esfumándose
lentamente los recuerdos y perdiendo los contornos sus imágenes. Pero como si
una perentoria orden de retornar al pasado se hiciera oír desde lejos, mi
setentona memoria es compelida a responder cada vez que una ruidosa jardinera y
el sonar de los cascos de caballos pasan frente a mí, en el escaso empedrado
que hoy resta en la ciudad.
Como
entonces, en las mañanitas de un verano salteño cuyo rigor no ha cambiado, la
Plaza Artigas alivia la canícula y convoca a la nostalgia. A gozar de su
frescura en horas tempranas voy hasta ella y me siento en uno de los bancos
cercanos a la esquina, con la esperanza de sentir y ver asomar una jardinera
por el empedrado de la calle 18 de Julio; entonces, entrecerrando los ojos para
así poder imaginarlo, me veo a mí mismo, con una alegría infinita en el rostro
y un pedazo de pan caliente en la boca, aferrado con ambas manos a las riendas
y a un paseo que desde aquellos días no pude volver a disfrutar.
Vivencias
del Parque Solari
El paseo se iniciaba poco después de la sobremesa cuando
mis hermanos, primos mayores y amigos se disponían a jugar al truco de cuatro y
a veces de seis, esperando la voz de Carlos Solé o de Duilio de Feo, que
trasmitirían el principal partido capitalino a jugarse, claro está, en el
Estadio Centenario.
Mi madre, hermanas, primos menores y yo, integrábamos un
alegre conjunto que con un bien aprovisionado canasto iba hasta la Plaza
“Nueva”, la atravesaba, seguía por Agraciada hasta la vieja estación de AFE y
doblaba por allí para dirigirse al Parque, en
subida calurosa y finalmente polvorienta.
Al entrar en Blandengues, los gurises rompíamos fila
para adelantarnos. La entrada del Parque era y es señorial y lúdica,
ofreciéndonos tres opciones de ingreso: por el costado izquierdo, bordeando la
pista de patinaje, el camino a las hamacas; por el costado derecho, el que iba
rumbo al lago; por el centro, el camino techado de pimpollos del Rosedal.
Aunque los tres confluían al final de la bajada, casi siempre el camino del
centro era el elegido y la primera estación de las muchas con las que contaba
la tarde, consistía en inundarse de perfume del jazmín del cielo que abrazaba
su hoy infamemente desaparecida pérgola. Enseguida y a la izquierda, sobre el
pasto bien bajito, se instalaba el campamento. Con un mantel en el medio, el
grupo se aposentaba allí, tratando de calmar la inquietud de los más pequeños
que pugnábamos por ir a la pista de patinaje, el cuadrado de arena, las hamacas
con maderitas protectoras a la altura de la barriga, las hamacas grandes, el
“subibaja” y los toboganes. Cuando entre los mayores empezaba a girar el mate,
mi madre autorizaba el desbande y las gurisas mayores enfilaban hacia abajo,
con la misión materna de cuidarnos y la propia de “vichar” alguna
oportunidad de noviazgos incipientes.
Nunca olvido que una vez, luego de disfrutar de las hamacas, con el
atrevimiento de creer que ya dominaba el mundo, me subí envalentonado al
tobogán mas alto desechando todo auxilio fraterno. A gran velocidad y sin la
técnica de doblar y apoyar las piernas al final, me desparramé a metro y medio
de éste, en un aterrizaje doloroso y humillante. Tratando de detener el
movimiento involuntario de labios y mandíbula y retener las lágrimas, me
levanté con mi gallardía un tanto averiada y abandoné rápidamente el lugar
entre las carcajadas de menores y mayores.
Seguíamos luego caminando por las orillas del lago o en
chalana por el mismo y desde allí alimentábamos a cisnes y patos mirando furtivamente
la estatua de Venus desnuda. Terminada esa primera recorrida rumbeábamos por el
camino ascendente hacia el Palomar –hoy también desaparecido-, junto al cual
estaba la casa de los cuidadores; en ese entonces los padres de mi amigo Nito Torres. Haciendo un alto descansábamos
un rato al culminar la escalinata de la Glorieta y después, apartando
bromelias, nos íbamos más allá, hasta la pista de baile, por donde la tarde se
hace sombría por la tupida confluencia de los altos eucaliptus del fondo del
parque.
Una de esas tardes, al regresar desde esa zona
descendiendo por fuera del grupo y del sendero, entre azaleas, “coronitas de
novia”, bromelias y plantas silvestres, mientras jugaba con mi buzo a ser un
húsar desmontado ataviado con un elegante dolman, como había visto a Fernando
Lamas en el Ariel, en “La Viuda Alegre”, un encuentro sorpresivo y sorprendente
me cerraba el camino: un animal de dos patas, plumífero pero mas alto que los
congéneres a quienes alimentaba a diario en el gallinero de mi casa. Recordando al gallo que me corría de aquél
territorio, con rapidez tomé una piedra y me apronté para la batalla.
Al verme, el soberbio animal alzó su cuello y pareció
estudiarme con total serenidad durante un instante. Luego, como si estuviera
convencido de que esa sola mirada le bastaba para dominar la situación,
despreció con altivez mi postura guerrera y se alejó lentamente. Algunos metros
más allá se detuvo; de pronto un arcoiris sibilante se alzó inundando intensamente de colores mi tarde y
toda mi existencia. Yo, que había quedado estático contemplándolo, abrí la mano
y la piedra se deslizó morosamente hacia el suelo. Hipnotizado, no llegué a imaginar que frente
a mí se encontraba un ave asiática de cuatro mil años de integración a la
cultura humana, pero alcancé a darme cuenta de que estaba ante un ser
excepcional. Provisto de un cuello hidalgo, azul irisdicente, y pechera blanca
inmaculada, su cabeza fina coronada por una cresta de pequeñas plumas erizadas
culminada en un penacho gris azulado; ojos escrutadores escondidos detrás de un
antifaz de tono más oscuro en el marco de una cara lechosa: parecía parte de un
cuento. Las patas elegantes elevaban su cuerpo, recubierto de un manto azul
eléctrico con bordes verde dorado metálico, casi hasta mis rodillas. Pero era
su cola lo que hacía que aquella visión fuera magnética. Se elevaba
perpendicularmente como un metro por encima de él, en forma de abanico, con
reflejos que iban del verde al púrpura, según como lo atravesaran los rayos de
sol y en la punta de cada pluma el dibujo de un ojo con círculos de color
parecía enviarme chispas de luz. Ni pensé que ese despliegue policromático en
el que parecía confluir todo mi ideal estético infantil, se debiera a la
búsqueda y seducción de una hembra que desafortunadamente no encontraría.
Simplemente asumí que el Pavo Real ostentaba su encanto a modo de advertencia a
humanos y semejantes acerca de su absoluta
primacía en el entorno.
Captado el mensaje y a despecho de la supuesta
superioridad de la especie humana, reconocí mi miserable e inferior condición,
oscura, sin plumas, sin emanaciones encandilantes ni brillo. Supongo que
también habré enrojecido por mi actitud beligerante inicial y comprometí de
inmediato para siempre mi militancia en aras del respeto por los animales y la
Naturaleza en general.
Aquél encuentro no sólo deslumbró mi niñez; determinaría
además que mis paseos posteriores por el Parque fueran considerados completos
sólo si conducían a un encuentro con aquella hermosísima ave, para renovar de
tal modo mi admiración por ella y mis votos por la defensa del medio ambiente.
De tanto en tanto, abrumado y confuso por la complejidad
e impiedad de un mundo inusitadamente violento, y convocado por la nostalgia,
regreso a ese pulmón de la ciudad en busca de sosiego. En la tarde gris de este
duro otoño, sentado en una vieja hamaca, me regalo un paréntesis solitario.
Siento en las espaldas el peso de los años, el horror de imágenes cercanas y
cierta melancolía por tantas ausencias que habilitan con dolor la evocación de
un pasado mejor. En este espacio apacible mis agravios se atenúan; los sabores
retoman el gusto de antaño y escucho entre los sonidos que trae el viento el
bullicio lejano de las tardes de paseos. Con la mirada apagada por el tiempo y la
penumbra, entreveo por el Rosedal, el lago o los juegos, espejismos poblados de
duendes con rostros que me son familiares. Un manto oleoso me envuelve y
apacigua. Renuevo en ese trance la comunicación espiritual con estados
ancestrales donde la ausencia de conflicto resulta ser su principal
característica. El arrullo del viento entre los árboles acentúa la suavidad del
silencio, pequeñas gotas de agua enfrían mi rostro de ojos cerrados y logran
transfundir un nuevo aliento a mi vida. Finalmente, luego de visitar la umbría
zona de rocas y eucaliptus, incentivada mi imaginación por viejas referencias,
dejo el sendero para descender de nuevo por entre los añosos arbustos. Entre
éstos, alimento la esperanza de reencontrarme con aquel arcoiris viviente, que devuelva
a mi conciencia la escasez de alcurnia de los seres humanos e inyecte a mi
atribulado espíritu una buena dosis de anticuerpos contra las agresiones
humanas. Camino lentamente con la ilusión de que en el final del viejo paseo,
se presente aquella imagen ahora devenida fantasmal, para infundirme la
confortable sensación de humildad y armonía interior que me regalara su
descubrimiento. Y en un momento, ante mis ojos que han vuelto a ser de niño,
una vez más, como brotado de la varita mágica de un hada escapada de un
amarillento tomo del Tesoro de la Juventud, enriquezco de nuevo mi afán de paz
al contemplar el desplazamiento orgulloso y apuesto de Su Majestad, el Faisán
Real.
 |
En la presentación de la obra colectiva, junto a otros talleristas. |
También es columnista del prestigioso diario salteño Cambio y a continuación, una de sus innumerables y siempre emocionantes intervenciones:
Una crónica para
Adelita
Locales
| 29 Nov. Por el Dr. Carlos
Blanc.
Pequeña historia de cómo Adelita, la delicada niña que vivía en una casa estilo
Hansel y Gretel en la Avda. Florida, hoy Barbieri, decidió dar el sí e irse,
poco después, a la lejana y nevada ciudad de Edmonton, Canadá y de cómo eso le
cambió las costumbres.
El año 1967 fue, a mi modo de ver, el último de los años de paz, el último del
Salto "de antes". A poco de entrar en sus meses finales, con la
muerte del Presidente Gestido y el subsiguiente y definitivo desplazamiento de
la izquierda del Partido Colorado del gobierno y del poder, todo empezaría a
cambiar, pero el 67 todavía diluiría su final al estilo antiguo y ese 31 de
diciembre que despedí en la orilla del río, se celebraría con el mismo
entusiasmo y la misma alegría de los años pasados. Desde luego, ni tirios ni
troyanos sabrían entonces que sería su última Navidad en la tranquilidad de la
familia. El 68 irrumpiría con toda violencia y no habría estabilidad ni paz por
muchos años.
La primavera salteña parecía haber hecho eclosionar los sentimientos de unión
eterna (a veces), si nos atenemos a los múltiples casamientos de ese setiembre
del 67. Así lo intentaban entre otros: Nidia Di Giorgio (hermana menor de
Marosa), con Ramiro Lacoste y su foto lucía en la página de sociales de
"Tribuna Salteña", Nelson Caputo con Selva Rodríguez, e ingresarían
también al equipo de los casados, Beatriz Castillo y Juan M. Marziotte
Campanella, con foto y todo. Un querido colega bancario, afectuoso, humilde y
sencillo, el siempre presente Miguelito Miguens, tomó también como esposa en
ese invierno, a la también muy querida Lilia Rumi, con quien mantengo una
hermosa amistad.
Esos casamientos serían además compartidos ese año, por el de Liriana Muguruza
Galvalisi, eterna y justa "Miss Simpatía", de cuanto evento
estudiantil se organizara. Liriana, querida amiga desde mucho antes,
manteniendo siempre su encantadora sonrisa y don de buena gente hasta hoy,
enganchaba su destino al de Manuel "Maneco" García da Rosa Taveira,
compañero mío también en la Sucursal Salto del Banco de la República y hoy
viven felices con familia ampliada, alternando domicilios en Maldonado y
Montevideo.
Las fotos de la boda Irrazábal - Martínez y la de Lupi Francia Díaz, en este
último caso en sus quince, iluminaban también la página social.
Carlos Broglio y Rosita Méndez Requena Gaiter aprontaban su enlace y se les
organizaba una despedida. La instantánea los presentaría también sonrientes (es
habitual que se vean sonrisas en estas ceremonias; sugeriría tomar fotos
también en las audiencias de divorcio para apreciar el contraste, pero hasta
ahora no me he animado a tomarlas y no creo que lo haga en lo que me resta de
vida; dejo la idea en manos de Alberto Eguiluz, fotógrafo que dejará TODO Salto
para la posteridad). El divorcio no fue el caso del matrimonio Broglio-Méndez
ya que permanecen juntos y disfrutando de un sereno retiro en una hermosísima
residencia frente al río y cercana al Polo.
A estar por las páginas de "Tribuna", calle Uruguay mantenía sus
ofertas a pleno, en especial "Tienda Alaska", que exhibía en
vidrieras alfombras de Sibils y Cía. S.A. en diez cuotas y Arnoldo Fontes,
peluquero de alta sofistificación, ofrecía sus servicios como distribuidor
exclusivo de L'Oreal de Paris. Había avisos propagandísticos de Elena
Rubinstein (que había perdido la "hache", al menos transitoriamente),
y también la tradicional sastrería "A. y M. Pascale", abría la oferta
de buenos trajes de confección, así como la más reciente "Ruben",
sugería ropa más sport, de excelente calidad. Desde luego, "El
Triunfo" y "La Reina", no se quedaban atrás.
Pero, otros sucesos llenaban la misma página: se informaba que Pastor Carrizo
festejaba sus 20 años como conductor de "Despierte cantando", en
Radio Carve, que Rafael Villamor y Hortencia Ipar, conmemoraban sus Bodas de
Plata, lo cual podría suponer un aliciente para las noveles parejas salteñas
que sellaban sus respectivos compromisos mediante sendos anillos de oro y,
algunos, postrados ante Dios. También Italo Ferradini festejaba su aniversario
de casado, en la misma Parroquia, con Roma Rossi, en un también primaveral
setiembre pero de 1936.
Graciela Hermann, quien había desechado la oferta que le hiciéramos, Alberto
Grassi, Elbio Sosa y yo, en forma de "telegrama" en una kermesse del
Inmaculada ("somos tres y nos disputamos tu amor"), festejaria sus
cinco años de matrimonio en diciembre (cada vez que puedo le reprocho a
Graciela -siempre bonita y simpática-, ese rechazo. Le agrego que aún está a
tiempo de contestar, pero, me dice, ya no se emiten más telegramas y no quiere
quebrar aquel encantado recuerdo de otra manera).
De Adelita Soto se publicaba una hermosa foto de Van Dyck, quien también
publicaría fotos de los quince de María José Goñi. Habría una referencia a mi
elegante ex alumna, Claudia Motta Aguerre, que en esos días cumplía apenas un
añito, así como el de Maurito Pereira Machado Barreiro, en la columna de
cumpleaños, de la cual se encargaba ya, Yaya Balbi. Otros eventos se sucedían
en Salto y se noticiaban en "Tribuna": los muy queridos, Gabriel
"Gabito" Bentos Pereira y Ariel Crescionini, disertaban acerca del
famoso decreto-ley de Varela sobre "La educación común", así como
Ethel Nunez de Lima, profesora de francés, hacía lo propio acerca de su
experiencia en Francia como becaria.
Luis Russo Rossi presentaba su programa "Pep Pop", en Radio Arapey,
por entonces en calle Larrañaga. Gisela María Zunini Ardaix, cumpliría 20 muy
cercanamente, al igual que mi queridísima Elsie Dotti, y el hoy escribano Elder
Améndola, recordaría que cinco años antes había sido intervenido
quirúrgicamente.
El Dr. Juan Carlos Razzona, tal cual lo sigue haciendo hoy, aunque en diferente
lugar, atendía en esos días en Uruguay 729. Y ya se reclamaba la derogación de
los topes jubilatorios. Francisco Hermann (padre de Juan y abuelo de Juan
(hijo) y sus hermosas hermanas), presidía una reunión social con unos cincuenta
oriundos helvéticos, a la que concurrirían el Intendente Vinci y su Secretario,
Ferro. Se anunciaba el inicio de las obras del nuevo edificio de Onda S.A.,
según el proyecto del Arqto. Daniel "Lito" Armstrong. Su Gerente,
Juan Henderson, así lo anunciaba.
Un hecho criminal que había enlutado y conmovido a la ciudad por su infrecuente
violencia (hoy sería letra chica), quedaba esclarecido. Con la intervención de
la Jueza Dra. Jacinta Balbela de Delgue (¡genia!, figura y ejemplo de la
justicia oriental), se conocen nombres y apellidos del asesino y cómplice del
homicidio del comerciante Ivo Nobre, en Cuchilla de Salto.
La noche de la ciudad se manifestaba con alegría en "Drink",
propiedad de la firma Facisa, que tenía por principal a "Tata"
Fernández y presentaba a Siro San Román. Esto en el marco de su exitoso segundo
aniversario para lo cual también convocaría al salteñísimo "Trío D" y
de paso auspiciaría un baile en celebración del cumpleaños, en el Club Remeros.
En tanto, artistas salteños, Jorge Aguilar con el conjunto de Juan Gelós,
triunfaban en la televisión artiguense y "Los Vanguards", en Salto
Uruguay.
El Sorocabana se llenaba de gente y de miradas cruzadas (algunas no del todo
legítimas), antes y después del cine, mientras que "El Galeón",
ofrecía excelentes pizzas que, aseguraba, "no engordan" y la
"Confitería Oriental", de Soto y Menoni, anunciaba a "Juan
Carlos Morgan y su orquesta", para el próximo domingo.
La temperatura era agradable para esa primavera, 19º a la intemperie, según
Nicolás Ferrari, que ante el seguido anuncio de nubarrones, agregaría "con
tendencia a mejorar", típico del proverbial optimismo del querido
Profesor.
En los cines se anunciaban estrenos y no era nada sencillo, por hermosas que
fueran las salteñas y lo eran y lo son, competir con Jane Fonda en su mejor
momento, dirigida por su exhibicionista esposo (de turno), Roger Vadim, en
"La Ronda", acompañada por Catherine Spaak (que aún hoy como la
propia Jane, sigue divina), Annna Karenina y el recio Maurice Ronet, que tuvo
la mala suerte de actuar en épocas en que Alain Delon rompía todo. Precisamente
éste con la bellísima italiana, Claudia Cardinale y el carismático Anthony
Quinn, actuaba en "Talla de valientes", una velada defensa de los
"pieds noir" argelinos.
En el Ariel se exhibía "Camisa de Fuerza", con Joan Croawford, a la
que, si nos atenemos a la biografía que luego de fallecida la famosa actriz,
publicara su hija adoptiva, seguramente no era necesario proveerla del atuendo
del caso, ya que se pondría el mismo que usaba a diario.
Mientras una generosa niña porteña ofrecía públicamente sus ojos a José
Feliciano, la fiel concurrencia de los fines de semana a los cines del Salto se
solazaba también con películas como "Helena de Troya", en el Salto,
con Rosana Podestá, "Tigresa del Oeste", con otra vez Jane Fonda y el
"malo" Lee Marvin, en el Sarandí, "Hombre", en el Plaza,
con Paul Newman, el hombre de los ojos color "ártico", como lo
definiera en notable imagen el recientemente fallecido intelectual y político,
entre otras cosas, Gore Vidal, acompañado Paul por Diane Cilento (ex esposa del
primer y perfecto Bond, James Bond, Sean Connery), "Bocaccio 70",
dirigida por cuatro enormes directores italianos, en el Ariel; entre tanto se
exhibía "Ya tiene comisario el pueblo", en Constitución, con Niní
Marshall, el uruguayísimo Ubaldo Martínez, Jorge Cafrune (que unos años antes
había cantado en la Confitería Ideal de Salto, culminando la noche en mi propio
domicilio de Zorrilla 46, hogar de los solteros del Banco (teníamos de vecino a
Alfonso Errandonea Quade que acababa de jubilarse como Gerente del BROU),
acompañado por los desconocidos entonces, Olimareños y….Ramona Galarza,
"La novia del Paraná", luciendo exacta, pero exactamente igual que
hoy.
El periodismo deportivo se apenaba profunda y sinceramente por el deceso de
Ramón Fonticiella, por años cronista de Radio Tabaré y con quien supe compartir
una mesa en un trío que completara Stelio Monetti (¡si me sentiré orgulloso de
esa noche!), comentando las incidencias del Torneo Nacional jugado en Salto,
oportunidad que fuera la última actuación basquetbolística del inolvidable
olímpico, Ramiro Cortés, el querido "Gallego". Mi queridísimo y
llorado amigo y vecino, compañero de tantas jornadas, "El Negro"
Cacciavillani, regresaba a Salto luego de ganar el campeonato nacional de
paleta argentina, en individual y en pareja, con "El Chato" Broli,
fuerte pegador del Centenario. Otro viejo amigo y querido compañero de Liceo y
del grupo Ciencias Económicas del 59, Pedro Virgilio Rocha, flamante Campeón
del Mundo de Clubes, prestaba su esfuerzo al primer equipo de Peñarol para
enfrentar a Danubio y su foto estaba en la página de deportes.
Pedro Barla presentaba su conjunto en el Larrañaga, escenario tradicional en el
cual apenas unos años antes se habían lucido en espectáculo a beneficio del
Hospital Salto, a instancias de la incansable Titina Cesio y Aída Escudero de
Umpierre, entre otros números: "Tren a Harlem", con Carmen
Bortagaray, María Herminia Casañas, Ana María Cazabán, Nasha Brum, Elbita
Silveira y Alicia Rodríguez Speciali, sin olvidar, naturalmente, que habían
sido precedidas por Alba Motta, Susana Mendietta, Fanny Alvarez, Liriana
Muguruza, Teresita Menoni, Ana María de Souza, Josefa Trolio y Adelita
Avellanal, como "Segadoras de la Rosa del Azafrán", dirigidas por
María Victoria Varela. Ah…y "Zamba Brasileña", con Rosario Correa,
Esthercita Silveira -niña prodigio en las tablas, a quien mientras se retiraba
de escena le pisaron la alpargata lo que le provocó cierto desequilibrio y
derrumbe que solucionó lanzándola a la madre que estaba en la platea-, Beatriz
Rippa, Rita Zunini, y Esther Casalas. Un poco antes habían actuado Susana
Céspedes, Marion Bentos Pereira, María Isabel Piegas, Griselda Casañas, Cocona
Carvalho, ataviadas para una "Isla de Ensueño". Bueno, agreguemos sin
falsa modestia, a mí también me tocó mi parte en "Paris, siempre
París", compartiendo tablas con Yiya Migliaro, Bertha Silva, Charito
Castillo, Elena Martínez, Celia Cocco, Roberto Zunini, Marito Joanicó, Horacio
Valsechi, el Dr. Guillermo Gruning al piano, cantando "Mesié" Nik,
patrón nocturno de "El Peñón", de Méndez Requena y mi viejo amigo
Oscar Bibbó (¡qué troupe!)
Me alegraba mucho que esa agradable casi niña que era Adelita, hubiera
encontrado su amor y se casara. Lamentaba y lamento hasta hoy, que ello
supusiera que se alejara poco después a lugares muy lejanos. Pero, rindámonos
ante la evidencia, aunque hubo poco tiempo para intentarlo, no hubo salteño que
la conquistara. En algún momento por mi parte, entusiasmado con la idea, había
consultado mi suerte a una gitana. Entrado en la carpa, un tanto disminuido por
el oscurecido entorno y temiendo por la indemnidad de mis bolsillos, me senté
frente a la mesa que lucía un mantel multicolor sirviendo de base a una
luminosa "bola de cristal". Curiosa también porque a veces titilaba,
como si la luz no le fuera propia y mística sino proveniente de la
materialísima UTE y con una conexión no del todo segura.
Luego de requerirme datos, pelos y señales míos y de mis desvelos, me dijo:
"Con esta muchachita tiene posibilidades, pero… en el orden del, ejem…,
cero coma, diecisiete por ciento". Herido mi orgullo por tan disminuido
porcentaje, respondí, confieso que un tanto desmedidamente: -"¡No puede
ser! ¡No puedo estar tan jodido! Seguro sacó mal las cuentas ¡Revise!".
"-No hay caso -me contestó- reviso y reviso y no califica ¡no
ca-li-fi-ca!". "-Mire, creo que Ud. no adivina nada, es mala en
matemáticas y menos creíble aún con todo este andamiaje: su "bola de
cristal" no es de cristal y ni siquiera de vidrio. ¡Es plástico! ¡Y encima
parpadea, debe tener algún cable pelado!".
Pero, no fue más que un desahogo, la gitana tenía razón, así que, por mandato
astral, desterraría aquel sueño de mi mente.
Adelita, entonces, se casó ese año 1967 y fue llevada al altar por sus
orgullosos padres. A los dos años se radicó en Canadá, donde aún hoy vive,
feliz, con una hermosísima familia, tan enamorada como aquella noche en que
Tarnowsky se le declarara en el balcón del Remeros, con aquellos gurises
molestos dándole vueltas alrededor.
Premonitoria y concomitantemente un solitario hecho, anómalo, cubría de
misterio la ciudad y atemorizaba a creyentes y no creyentes, pero sensibles
todos a las profecías mayas. En efecto "Tribuna" recogía la versíón
de que "anoche -14 de agosto-, la ciudad fue cubierta por la precipitación
de un polvillo blanco de extrema finura que se adhería a los parabrisas… (y
que) ante el contacto con la sólida materia, los labios se resecaban".
¡Madre querida!, como de brujas, pero …¿no sería acaso que se estaba
preanunciando de una forma un tanto esotérica, que 45 años después, Adelita se
enfrentaría y calificaría públicamente un fenómeno parecido, expresando que se
encontraba "harta de esta mierda blanca"?, haciendo así pedazos su
habitual y fino lenguaje y trizas las esperanzas de varias de sus amigas (y
amigos) salteñas de "cierta edad", y ya todos quizá, con algunos
quilitos de más, pero igualmente con sueños poblados de trineos, de melosas
canciones de Navidad entonadas por Bing Crosby, y elegantes integrantes de la
Policía Montada de Canadá, en los que algunos querrían encarnarse y otras ser
recogidas, para cabalgar en vigorosos caballos en nevados y helados paisajes.
"¡Mierda blanca!"… ¡Adelita, te pasaste!, dejaste a un montón de
amigas y amigos sin sueños. Y ese lenguaje no lo aprendiste con las Hermanas
Alemanas. Feliz cumpleaños, con mucho cariño.
Carlos Blanc - el actor, integra el Grupo Teatral Sintapujos, de Salto. Veamos información de algunos medios:
"Sintapujos"
estrenó "El huésped vacío" en el Larrañaga
Miércoles 01 de noviembre de 2000 | 00:00
Salto – Con gran suceso fue estrenada la obra “El Huésped Vacío”, de
Ricardo Prieto, en el Teatro Larrañaga, por el Grupo Teatral “Sintapujos” y
reprisada el día sábado en la Sala Teatral del Hotel Concordia.
La dirección de la
obra corresponde al fraybentino Roberto Buschiazzo y el elenco que actúa está
compuesto por Oscar Bibbó, Ana Laura Pereira Castro, Hugo Rundie, Carlos Blanc
y Natalia Bibbó. En “El huésped vacío” se tocan temas referidos a la dignidad
del hombre, el dinero, el poder, la represión, el miedo, los límites de
obediencia, la libertad, la necesidad, el amor y la muerte. El arribo de un
extraño con pretensiones un poco fuera de lo común, al seno del hogar, pone de
manifiesto una serie de sentimientos que estaban ocultos. Acelera un proceso
casi inevitable de deterioro en las relaciones del padre, la madre y el hijo,
poniendo en tela de juicio los principios morales del primero, que la madre creía,
inocentemente, estaban firmes.
La obra tiene un
ritmo arrollador y no le da tregua al espectador. Es una obra tensa, dramática,
con interpretaciones acertadas de los cuatro actores. El peso de la obra lo
llevan Carlos Blanc (el huésped) y Oscar Bibbó (el padre de familia).
El abogado y docente
universitario salteño Carlos Blanc resultó todo un hallazgo actoral en el papel
de Fergodivlio, un hombre que poco a poco se mete en las entrañas de una
familia, la separa, los contrapone y logra que se sometan a sus caprichos, a su
extraño poder.
Oscar Bibbó,
veterano actor, exhibió en su personaje el oficio que brindan los muchísimos
años de teatro y terminó haciendo un personaje sumamente creíble, el del
atormentado, frágil y ambicioso padre.
LARED21 Litoral
Sintapujos reprisa
“Aeroplanos” el 8 de noviembre en la sala magna de la Regional Norte
El director del Grupo
Teatral “Sintapujos”, Oscar Bibbó habló con 10minutos de esta obra que es muy
requerida en distintas partes, “AEROPLANOS” es solicitada en varias ciudades y
localidades de nuestro país como también en los festivales internacionales de
Chile y Argentina, se repone nuevamente el martes 8 de noviembre,a la hora 21,
en LA SALA MAGNA DE LA REGIONAL NORTE DE LA UNIVERSIDAD DE LA REPÚBLICA,
por parte del Grupo Teatral “SINTAPUJOS”. Reconocida en Chile- cuando nuestro
grupo salteño se presentó en el 2010 en el Festival Internacional de Iquique- a
tal punto que fue considerada una de las más destacadas puestas en escena del
mismo, se apresta ahora a su nuevo reestreno que tiene una característica
singular, pues esta vez la obra del autor argentino Carlos Gorostiza será
representada por Oscar Bibbó y Carlos Blanc ( este último que vuelve a las
tablas y que es recordado , entre otras, por su actuación en “El Huésped Vacío”
que este grupo representó hace ya varios años.).
“Aeroplanos” es un
verdadero culto a la amistad. Una obra de intenso realismo, cruzada de punta a
punta por los ejes de la emoción, la ternura y un entrañable humor. Sus
personajes , Cristóbal y Paco, transitan los temas cruciales de la vida.
Es una oportunidad para que toda la familia en conjunto, concurra a “la sala de
todos”,la Sala Magnadela Regional Nortea presenciar , reír y emocionarse con
esta pieza teatral de excelente construcción dramática.
Aeroplanos mañana en la Regional Norte
Locales | 07 Nov. Ya llega este martes 8 a las 21 horas a la Sala Magna de la Regional Norte de la Universidad de la República, la obra cumbre del autor argentino Carlos Gorostiza, “Aeroplanos” traída de la mano del Grupo Teatral “Sintapujos”.
Sin golpes bajos, Carlos Blanc y Oscar Bibbó presentan este texto cargado de una emoción tan genuina como su humor.
El desarrollo de la trama es sencillo pero la estructura se sostiene en los diálogos bien construídos, de réplicas oportunas, cargadas de sinceridad y reveladoras de la torpeza y vulnerabilidad de los personajes y, a l vez, de la conciencia que cada uno tiene acerca de los significados de esa declinación.
Cristo y Paco- sobrenombres con que recíprocamente se irritan y provocan Cristóbal y Francisco – son dos viejos absolutamente probables, aferrados a los recuerdos de la infancia pero conectados con moderada lucidez a los usos y costumbres de un tiempo que se les escurre entre los dedos.
“Aeroplanos” no es sólo un canto a la vejez y a la amistad, sino también un desempolvar en el recuerdo, en la biografía del propio Gorostiza. Su padre fue uno de los primeros pilotos de Aeroplanos en la Argentina y el autor recuerda aquellos viajes a escondidas de su madre. Será por estas y otras suertes que la obra cala en lo profundo de la audiencia, despertando sentimientos dormidos, temores por venir, cuestionando el pasado o el futuro.. Pues como bien cita uno de sus personajes: “La eternidad está en el minuto que vivimos”.
La obra no busca pasmosos planteamientos estéticos, no experimenta, no se propone hacer grandes vuelcos a la dramaturgia ni al teatro y esa es su virtud.
Es como los lagos, tranquilos, diáfanos pero llenos. Esa quietud, esa aparente cotidianidad de lo añoso se transparenta en la sobriedad del texto y de la puesta.
El reparto para este martes 8 es el siguiente: Cristóbal…Carlos Blanc; Francisco… Oscar Bibbó. Técnicos: Sonidos… Ramón Reinoso; Ambientación y Luces… Edgar Bibbó; Traspunte… Carlos Botini; Dirección General… Oscar Bibbó
El bono-colaboración pro-gira de Sintapujos es de $ 100; Estudiantes y Jubilados con comprobantes $ 50.- y Estudiantes de la Udelar con entrada libre.
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Momentos de la obra |
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Momentos de la obra
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