Los convencionalismos son los sostenes de
peligrosos estereotipos que no nos permiten evolucionar como sociedad ni como
individuos.
“¡Zapatero, a tus zapatos!” sería el refrán
que mejor se acerca a uno de ellos, ése que establece aún hoy - después de la infinita
revolución representada por Einstein-que un científico no puede transpasar las
fronteras de su hemisferio regulador para manifestarse como ser completo y
capaz también de expresar sus emociones a través de la creatividad.
Sin embargo, va aumentando progresivamente la
cantidad de exponentes que prueban la falacia de tópico tan arcaico. Arcaico y
funcional a diversos intereses.
Desde este Centro, estamos teniendo la
oportunidad de comprobar, cada vez más intensamente, la rebelión todavía
callada pero contundente de much@s personas que no se someten ya a esa forma de
domesticación del “zapatero, a tus zapatos”. Much@s son l@s obrer@s y l@s
profesionales “desobedientes”, porque el Arte, esa chispa de trascendencia, es
marca de nuestra vulnerable condición humana.
Pero, ¿qué tal si señalamos un punto en la
línea del tiempo que nos remonte a muchas décadas atrás, cuando había que
crear, cuando había que escribir casi a escondidas, porque... “cómo un
escribano o un albañil van a practicar semejantes sandeces, cuestiones de gente
haragana, de vagos soñadores”. Y para subrayar esta discriminación, recordemos
cómo, en sentido inverso, Felisberto
Hernández fue marginado por no proceder de las filas universitarias.
De aquellas décadas procede una obra que tenemos
hoy el gusto de compartir: “Lo mío”, de Glenda Cal.
Glenda es actualmente una profesional
retirada. Ejerció la Odontología durante más de treinta años. Gestó una
prolífica familia. Y, entre tratamientos de conductos y lavado de pañales o
control de los deberes escolares, halló tiempo para registrar espontáneamente
los vaivenes de su mundo interior. Necesitaba ese espejo, ese cofre invisible
de dolores y esperanzas, ese íntimo guante para tocarse el alma.
No hubo nunca pretensión de exponer
públicamente esa otra parte de su ser. Sólo que, con la serenidad que conlleva
el retiro, entendió que su familia tenía derecho a conocer a esa otra Glenda
insospechada; en suma: la Vida rindiendo homenaje a la Vida.
Y así, sin protocolos, con la sencillez de
los actos solemnes que cada día nos ofrece la existencia, así fue rendido ese
tributo de Amor.
Muy interesante nos pareció esta prueba de
una escritura despojada de los afanes del protagonismo o de la fama. No sólo se
escribe para figurar en la portada de algún medio o para recibir pasajera
adulación.
Entre todas las posesiones materiales, la escritura bien puede ser
el único bien propio, aunque adolezca de esa incompletud real que media entre
la palabra y el siempre ignoto inconsciente. Pero hay quienes se atreven a
hundir la mano en su oscuridad para atrapar el jirón, la lasca, la gotita de
sangre o de agua, y reconocer “lo mío”, como con total certeza interpretó Glenda
Cal.
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Glenda, admiramos en ti la paciente y valerosa actitud de autocontemplación, la humildad de custodiar esa imagen sin maquillaje, el compromiso de legarla con la autenticidad propia de los seres dignos. |