viernes, 6 de junio de 2014

P'sung Ling: el evasor literario de la China feudal.


Cuentos fantásticos del estudio del charlatán:
431 cuentos de diversa extensión,
431 ventanas para fugar de la decadencia de la vida feudal.
Pu Songling o P'sung Ling
5 de junio de 1640

UN CUENTO CHINO

Sun Bi Zhen estaba cruzando en barco el río Yant-tsé cuando se desató una gran tormenta. El barco cabeceaba peligrosamente y el pánico cundió entre los pasajeros. En esos instantes apareció entre las nubes un espíritu. Iba guarnecido de armaduras de oro y sujetaba en la mano un gran pliego extendido en el que habían escrito, en letra de oro, tres caracteres:

SUN BI ZHEN

Los pasajeros del barco, después de interpretar el mensaje, se acercaron en actitud amenazadora a Sun Bi Zhen.
-¡Desgraciado! -le dijeron-, ¡Has incurrido en la cólera del cielo! ¡Vete ahora mismo, para que tu castigo no recaiga también sobre nosotros!
Sin darle tiempo a hablar lo metieron en un bote, lo echaron al agua y lo obligaron a alejarse del barco con gritos y amenazas.
Cuando Sun Bi Zhen se volvió a mirar, el barco se había hundido.


De: descubriendonuestrointerior.blogspot.com




ORALIDAD Y ESCRITURA: INFLUENCIAS Y CONVERGENCIAS (DE LA LITERATURA ARTURICA Y PU SONGLING A BORGES Y JUAN GOYTISOLO)
PEDROSA, José Manuel
Revista número: 254     Año: 2002     Páginas en la revista: 39-43

Mucho antes de Borges, el gran poeta y narrador chino (1640-1715) Pu Songling, compilador del Liao Zhai, una de las mejores -y últimas- colecciones clásicas de cuentos chinos, se declaró ferviente practicante de la combinación de oralidad y de escritura como estrategia de construcción literaria.

En el prólogo a su compilación, admitía Pu su deuda, en primer lugar, con la literatura oral -con "lo que me cuentan"-; después, justificaba su método - que hoy podríamos llamar "etnográfico"- basado en "la tarea de registrar por escrito lo que me cuentan"; y, finalmente, se declaraba también deudor de la "correspondencia epistolar que mantengo con mis amigos de los cuatro puntos cardinales", quienes le mandaban historias y relatos tradicionales que Pu refundía e integraba en su propia compilación.

A la vista de todo esto, no puede caber duda de que el autor chino fue un apasionado creyente de que la combinación de oralidad y de escritura constituye la estrategia ideal para el enriquecimiento de la producción literaria: "Aunque no tengo el talento literario de Gan Bao, al igual que él, me gusta escarbar en las historias de espíritus. Y, animado por el modo de hacer de Su Shi, quien gustaba de oír a la gente hablar de lo sobrenatural, me he entregado a la tarea de registrar por escrito lo que me cuentan, dándole después formas de historia. La correspondencia epistolar que mantengo con mis amigos de los cuatro puntos cardinales forma ya un gran montón en mi casa "(5).

De: http://www.funjdiaz.net





 EL MURAL


  Meng Longtan era de la provincia de Jiangxi y vivía en la capital con un letrado que se llamaba Zhu. Un día, paseando por las afueras de la ciudad, llegaron hasta un monasterio. No se veían allí espaciosos salones de meditación, sino sólo un viejo bonzo medio desnudo que, al divisar a los visitantes, se arregló la ropa y salió a recibirlos, mostrándoles a continuación todo lo que había en el templo digno de ver.
  Había sobre el altar una imagen de Zhi Gong, y en las paredes maravillosos frescos de hombres y animales representados con tanto verismo que parecían seres animados. En el muro oriental estaban pintadas varias hadas, entre las que destacaba una joven con trenzas de doncella que estaba recogiendo flores y sonreía amigablemente. Tenía una mirada vívida y chispeante y a sus labios de cereza sólo les faltaba hablar.


  El letrado Zhu quedó embelesado mirándola y perdió la noción de cuanto le rodeaba. De repente, sintió que flotaba en el aire, como cabalgando sobre una nube, y se vio atravesando el muro. Del otro lado se veía una ininterrumpida sucesión de pabellones que por su forma no parecían de este mundo y a un viejo bonzo que predicaba la Ley de Buda rodeado de una multitud atenta. El letrado se metió entre la muchedumbre y al poco tiempo sintió que alguien le tiraba con suavidad de la manga. Al volverse distinguió a la joven que había visto pintada en el templo, que se alejaba sonriendo. Comenzó a seguirla. La muchacha enfiló un camino serpenteante y llegó hasta un pequeño aposento, en el que entró. El letrado no se atrevía a seguirla, pero la joven agitaba las flores que llevaba en la mano como para darle a entender que entrara. Al fin se decidió y vio que, aparte de ella, no había nadie más en el interior. La abrazó sin que ella opusiera resistencia y ambos disfrutaron de los deleites del amor. Después la joven se fue, rogándole antes al letrado que no hiciera ruido y que la esperara hasta la noche.

  Lo mismo ocurrió en los dos días siguientes, hasta que las compañeras de ella descubrieron el juego.
 -¡Ya eres toda una mujer! -le dijeron a la joven entre risas-.¡No puedes seguir haciéndote ese peinado de soltera!.
En seguida le dieron las horquillas y los ornamentos de cabeza apropiados y la obligaron a cambiarse de peinado. Ella, en medio de su sonrojo, no acertaba a decir palabra.
-¡Hermanas!- gritó una de ellas-¡Aquí estamos de más! ¡Dejemos sola a la pareja!


  Todas rieron de nuevo y se marcharon. El letrado estaba fascinado con el nuevo peinado y, viendo que no había nadie delante, la tomó de la mano y la llevó a la cama. El olor a orquídea y a almizcle le embargaba el corazón y su alegría no tenía fin.
Pero, estando en esto, oyeron gran estrépito de pasos y cadenas y una voz ronca y salvaje de hombre enfurecido. Los amantes, muertos de miedo, escudriñaron por una rendija y vieron a un hombre de cara negra como el carbón, cubierto con una armadura dorada y armado de látigos y cadenas. Estaba imprecando a las demás mujeres.
-¿Estáis todas aquí?
-¡Sí, todas!
-Si tenéis escondido a algún mortal, decídmelo en seguida y os ahorraréis el castigo.
Las hadas dijeron que no había ningún mortal entre ellas y el hombre comenzó a buscar por el lugar.
-¡Rápido, escóndete debajo de la cama! - le dijo aterrorizada y con cara de color ceniza la joven, que abrió al punto una puertecilla que había en el muro y desapareció.
  El letrado apenas se atrevía a respirar. Sólo habían transcurrido unos momentos cuando oyó pisadas de botas que entraban en la habitación y luego volvían a salir, y al poco tiempo sintió que las voces se iban desvaneciendo en la distancia. Pero antes de que pudiera tranquilizarse volvió a oír ruido de voces acaloradas que iban y venían desde el otro lado de la puerta, lo que le obligó a seguir encogido donde estaba, debajo de la cama. Con el paso del tiempo, los oídos le zumbaban como si tuviera dentro una legión de chicharras y los ojos le ardían como tizones. Aunque la postura en que estaba le resultaba insoportable, permaneció sin atreverse a mover un dedo esperando el retorno de la joven y sin pararse a pensar por qué se encontraba en semejante situación.


A todo esto, Meng Longtan había advertido la súbita desaparición del amigo y le preguntó al monje por su paradero.
-Ha ido a escuchar la Ley- le respondió.
-¿Adónde? -preguntó Meng.
-No muy lejos -fue la respuesta.
El viejo bonzo golpeó la pared con los nudillos y gritó:
-¡Amigo Zhu! ¿Por qué tardas tanto?
En seguida apareció pintada en la pared la figura del letrado, con las orejas tiesas en actitud de escucha.
-¡Hace rato que tu amigo te está esperando!- añadió el bonzo.
  El letrado bajó del muro. Estaba rígido como un bloque de madera, tenía los ojos desorbitados del miedo y las piernas le temblaban como un flan. El amigo le preguntó qué le ocurría. Lo que ocurría era que, estando escondido debajo de la cama, había oído un ruido semejante al trueno y se había lanzado afuera.
 En ese instante los dos amigos advirtieron que la joven de trenzas del mural estaba ahora peinada como una mujer casada. El letrado Zhu, muy sorprendido, le preguntó al viejo bonzo la causa.
-Las visiones se originan en la imaginación del que las crea -contestó, sonriendo-.¿Qué otra explicación puedo darte?
Como la respuesta no convenció nada al letrado, y menos a su amigo, que tampoco las tenía todas consigo, ambos enfilaron las escaleras y se alejaron del templo a toda prisa.