domingo, 7 de abril de 2013

La mujer, "esa diosa para las almas grandes"- Gabriela Mistral

Premio Nobel en 1945, sí. El primero otorgado a una latinoamericana. Por la fuerza de su creación, sí. 

¿Quién no ha leído sus poemas? Por ejemplo: 




Pero quizás no todas/os conozcamos su historia de vida. En un aniversario más de su nacimiento, ocurrido el 7 de abril de 1889, en Chile, bajo el nombre de Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayata, los invitamos a recorrer algunos sitios de la web donde encontrarán información, aunque no todos consignen ciertos datos relevantes para la comprensión de su tenacidad vital. 
Por ejemplo: siendo muy niña, experimentó el abandono de su padre; a los once años, fue apedreada por sus compañeras de escuela, que la acusaban de haber robado un material didáctico; a los dieciséis, cuando resuelve seguir la carrera docente, fue rechazada por sostener ideas "ateas". 
Esta curiosa confabulación determina una actitud de inteligente combate de su parte, consolidada en el artículo periodístico "La Instrucción de la Mujer",  a raíz del cual aceptan su postulación. Las chilenas ya tenían una voz para exigir sus derechos.





LA ORACIÓN DE LA MAESTRA

A César Duayen

¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra.

Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.

Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé.

Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne de mis carnes. Dame que alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarte en ella clavada mi más penetrante melodía, para cuando mis labios no canten más.

Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él.

Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre tu corro de niños descalzos.

Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre; hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.

¡Amigo, acompáñame! ¡Sostenme! Muchas veces no tendré sino a Ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más casta y más quemante mi verdad, me quedaré sin los mundanos; pero Tú me oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo. Yo no buscaré sino en tu mirada la dulzura de las aprobaciones.

Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana.

Dame el levantar los ojos de mi pecho con heridas, al entrar cada mañana a mi escuela. Que no lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños afanes materiales, mis mezquinos dolores de cada hora.

Aligérame la mano en el castigo y suavízamela más en la caricia. ¡Reprenda con dolor, para saber que he corregido amando!

Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos. Le envuelva la llamarada de mi entusiasmo su atrio pobre, su sala desnuda. Mi corazón le sea más columna y mi buena voluntad más horas que las columnas y el oro de las escuelas ricas.

Y, por fin, recuérdame desde la palidez del lienzo de Velázquez, que enseñar y amar intensamente sobre la Tierra es llegar al último día con el lanzazo de Longinos en el costado ardiente de amor.


Gabriela Mistral

¿Será posible escribir un poema de esta naturaleza
a partir de ideas "ateas"?
¿Tan difícil habrá sido comprender
que una actitud de compromiso real
con los semejantes
es más cristiana
que
encender las velas del rito
en cada fecha prescrita
por el dogma?