¿Quién no ha leído sus poemas? Por ejemplo:
Pero quizás no todas/os conozcamos su historia de vida. En un aniversario más de su nacimiento, ocurrido el 7 de abril de 1889, en Chile, bajo el nombre de Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayata, los invitamos a recorrer algunos sitios de la web donde encontrarán información, aunque no todos consignen ciertos datos relevantes para la comprensión de su tenacidad vital.
Por ejemplo: siendo muy niña, experimentó el abandono de su padre; a los once años, fue apedreada por sus compañeras de escuela, que la acusaban de haber robado un material didáctico; a los dieciséis, cuando resuelve seguir la carrera docente, fue rechazada por sostener ideas "ateas".
Esta curiosa confabulación determina una actitud de inteligente combate de su parte, consolidada en el artículo periodístico "La Instrucción de la Mujer", a raíz del cual aceptan su postulación. Las chilenas ya tenían una voz para exigir sus derechos.
LA ORACIÓN DE LA
MAESTRA
A César Duayen
¡Señor! Tú que
enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú
llevaste por la Tierra.
Dame el amor único
de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi
ternura de todos los instantes.
Maestro, hazme
perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo
de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de
mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido
de las que enseñé.
Dame el ser más
madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne
de mis carnes. Dame que alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y
a dejarte en ella clavada mi más penetrante melodía, para cuando mis labios no canten
más.
Muéstrame posible
tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de
cada hora por él.
Pon en mi escuela
democrática el resplandor que se cernía sobre tu corro de niños descalzos.
Hazme fuerte, aun
en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre; hazme despreciadora de todo
poder que no sea puro, de toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente
sobre mi vida.
¡Amigo, acompáñame!
¡Sostenme! Muchas veces no tendré sino a Ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea
más casta y más quemante mi verdad, me quedaré sin los mundanos; pero Tú me
oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo.
Yo no buscaré sino en tu mirada la dulzura de las aprobaciones.
Dame sencillez y
dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana.
Dame el levantar
los ojos de mi pecho con heridas, al entrar cada mañana a mi escuela. Que no
lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños afanes materiales, mis mezquinos
dolores de cada hora.
Aligérame la mano
en el castigo y suavízamela más en la caricia. ¡Reprenda con dolor, para saber
que he corregido amando!
Haz que haga de
espíritu mi escuela de ladrillos. Le envuelva la llamarada de mi entusiasmo su
atrio pobre, su sala desnuda. Mi corazón le sea más columna y mi buena voluntad
más horas que las columnas y el oro de las escuelas ricas.
Y, por fin,
recuérdame desde la palidez del lienzo de Velázquez, que enseñar y amar
intensamente sobre la Tierra es llegar al último día con el lanzazo de Longinos
en el costado ardiente de amor.
Gabriela Mistral