jueves, 15 de enero de 2015

John Dos Passos no sólo implantó la realidad urbana en su narrativa; también testimonió sobre los horrores de esa realidad.

14 de enero de 1896- Estados Unidos

“Persecución de la felicidad, inevitable persecución… derecho a la vida, a la libertad y… Una noche negra sin luna. Jimmy Herf sube solo por South Street. Detrás de los muelles se alzan en la noche los negros esqueletos de los barcos. “Dios mío, confieso que no sé qué hacer” dice en voz alta. Todas estas noches de abril, mientras paseaba solo por las calles, un rascacielos lo ha obsesionado, un edificio acanalado que se yergue con sus incontables ventanas alumbradas, que cae sobre él desde un cielo barrido por las nubes… Y él da vueltas y vueltas por las calles buscando la puerta del sonoro rascacielos con ventanas de oropel; da vueltas y vueltas y la puerta no aparece. Cada vez que cierra los ojos la visión se apodera de él. Joven, si quieres conservar tu razón tienes que hacer una de estas dos cosas… Por favor, señor, ¿dónde está la puerta de este edificio? ¿A la vuelta? Justo a la vuelta… Una de estas dos inevitables soluciones: marcharse de aquí con una camisa blanda y sucia, o quedarse con el cuello duro y limpio. ¿Pero a qué pasarse la vida entera huyendo de la ciudad de Destrucción?…”



“Es hora de que caiga usted plenamente en la cuenta, usted que está leyendo estas líneas, ya sea hombre o mujer, obrero o empleado de oficina, que si Sacco y Vanzetti mueren en la silla eléctrica a consecuencia de una falsa inculpación basada en un accidente desafortunado, se habrán reducido en igual medida las posibilidades que tendría usted de vivir si en algún momento le detuvieran por culpa de una cadena de circunstancias igualmente desafortunada. La justicia no puede embalsamarse bajo las bóvedas de un juzgado. Hay que trabajar por ella, han de luchar por ella día a día todos los que la quieren para ellos y sus vecinos.”