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¿Delito? Desnudar a Alemania. ¿Cómo? Escribiendo... Lion Feuchtwanger 7 de julio de 1884 |
Los hermanos Oppermann-
Lion Feuchtwanger
"Se nos ha encargado
trabajar en la obra,
pero no nos ha sido dado
culminarla."
Talmud.
A
Gustav Oppermann, doctor de cincuenta años, orgulloso de su casa en la Max
Reger Strasse, al pie del Grunewald, el gran espacio verde en el oeste de la
ciudad de Berlín, le va bien. Es formalmente director general de una empresa de
muebles, coleccionista y entendido de libros antiguos y posee una suculenta
cuenta corriente. Su criado Schlüter y la cocinera Bertha son los primeros en
felicitarle por su quincuagésimo cumpleaños. Cabalgada, baño, desayuno y las
cincuenta cartas que yacen sobre la mesa de su, estamos seguro de ello y no
podemos evitar una punzada de envidia, espléndida biblioteca. Sybil Rauch es su
última compañera, veinte años más joven que él. La anterior Anna, es dictatorial
y enjuiciadora. Martin Oppermann es dos años mayor que Gustav pero aparenta
diez más que este. Los Oppermann, judíos oriundos de Alsacia, residían desde
tiempos inmemoriales en Alemania.
Salir
del círculo de Gustav es entrar en el de Martin, que es quien lleva el peso del
negocio, ya sabemos, los muebles Oppermann. Hoy tiene una entrevista con
Heinrich Wels que se anuncia desagradable. Son tiempos difíciles: el
antisemitismo crece. Hay entre los judíos Oppermann y los arios Wels una
contraposición que va más allá de la simple competencia comercial: el partido
nacionalsocialista y los populares de las camisas pardas andan por en medio.
Pero los Oppermann aún piensan que su posición no está comprometida.
Las
medidas a tomar en el negocio permiten que conozcamos a Jacques Lavendel, el
marido de Klara Oppermann y coleccionista de objetos antiguos de los ritos
judíos; a Liselotte y Berthold, la esposa e hijo de Martin; ella, Liselotte,
procede de una severa familia cristiana de Prusia; el cuñado, Jacques, es un
judío oriental astuto, clarividente y lleno de fuerza vital. Se lo puede permitir, pues posee la
nacionalidad estadounidense. No sería mala idea convertir el negocio de muebles
Oppermann en una empresa americana transfiriéndoselo a Jacques.
Arthur
Mühlheim, uno de los mejores juristas de Berlín, y el novelista Fiedrich
Wilhelm Gutwetter, amigos de Gustav, le traen como reglado de cumpleaños el sí
de la editorial Minerva a la publicación de su biografía de Lessing. No es una
elección al azar esta de Lessing, se trata del sajón Gotthold Ephraim Lessing,
el autor de uno de los textos más famosos sobre la tolerancia religiosa, Nathan
el Sabio. Conviene señalar que la versión que de esta pequeña joya hizo Juan
Mayorga, se estrenó en lectura dramatizada el 12 de mayo de 2003 en el Real
Monasterio de Santo Tomnás de Ávila. La fiesta de cumpleaños no puede tener un
mejor inicio. Los chistes sobre el Führer están hechos por judíos alemanes tan
integrados que creen poder bromear sobre el antisemitismo. Quizás por eso les
sorprende más el sionismo de Ruth, la sobrina de Gustav e hija del gran
cirujano Edgar Oppermann, que se burla de las tesis raciales.
Bernd
Vogelsang es el nuevo catedrático del instituto Königin Luise, el colegio de
Berthold, que viene avalado por el temor que genera su fama de nacionalista y
que refrenda el sable que porta y la cicatriz que luce en la mejilla. El alumno
Berthold utiliza el racionalismo para analizar el mito de Hermann el alemán,
también conocido como Arminio el querusco (ya saben ustedes el germano que
derrotó a los romanos en el bosque de Teutoburgo en el año 9 d.C.), y,
naturalmente, nada puede ofender más a un nacionalista como Volgelsang que
siente alrededor de su cuello la opresión del tratado de Versalles.
El
señor Markus Wolfsohn, vendedor de Muebles Oppermann, y el difícil sillón
barroco modelo 483, cuya venta le proporciona a Markus unos marcos
suplementarios de comisión. Markus tiene una esposa y dos hijos, y un cuñado
sionista que está decidido a marcharse a Palestina. Markus bromea y si no fuera
por su vecino nazi y por la mancha de humedad en la pared, sería completamente
feliz en Berlín.
El
doctor Edgar Oppermann tiene problemas con “el asqueroso asunto de la
naturaleza humana”, su mejor discípulo Jacoby no solo es judío sino que además
tiene un inequívoco aspecto de judío. Cierto sector de la prensa viene acusando
al doctor Oppermann de derramar “a raudales” sangre cristiana en sus
intervenciones quirúrgicas.
Navidades
de 1932. Dos judíos discuten: uno prefiere quedarse en Alemania, el otro
emigrar a Palestina. Curiosamente las luces del Hanuká y las del árbol de
navidad brillan al mismo tiempo. Gustav piensa que si su patrimonio permanece
en Alemania es seguro que será empleado para la injusticia, pero el desorden de
llevarlo fuera de su patria le causa mayor sufrimiento. “Las actas de los
sabios de Sión” y el insondable mar de la estupidez humana le son suficientes
al ideólogo nazi Alfred Rosenberg para construir un nuevo “mito del siglo XX”.
Gustav,
con Hitler ya en el poder, llena sus pupilas de literatura y filosofía, ciego
de historia no sabe que en los momentos difíciles la aproximación a los hechos
ha de hacerse con los pasos cortos del hortelano que vigila su huerto, y no con
los anchurosos del intelectual en medio de su biblioteca. Gustav debería haber
acumulado la suficiente experiencia como para conocer que en el pensamiento de
la calle el éxito siempre demuestra algo y el de Hitler tiene algo de
acontecimiento. Tres sillas acabarán por convencer a Gustav.
A
pocos días de las elecciones de marzo de 1933, Martin es un hombre abatido.
Poco a poco la humillación se convierte en el primer sentimiento del judío, y
los Oppermann sentados alrededor de una mesa, Gustav, Martin, Edgar y Jacques
Lavendel, contemplan como su mundo, el “de la fuerza y la inteligencias del
individuo”, nada puede contra el más elemental de los acontecimiento: la
necedad humana. El único que aparentemente resiste es Berthold, el muchacho que
se atrevió a clavar el asta de la razón en el ojo de Polifemo. Para este chico
de diecisiete años, el problema es algo más complejo: se ve intimidado a
retractarse de algo que no ha terminado de decir y el cerco se estrecha aún más
cuando comprende que en realidad a un judío le está vedado expresarse sobre el
mito del querusco. De pronto, el 27 de febrero, el Reichstag está ardiendo,
Gustav tiene que dejar Alemania, Berthold no encuentra la salida y el humilde
judío vendedor de muebles, Markus Wolfsoh, es detenido por su participación en
el hecho.
El
1 de abril de 1933 se inicia el primer boicot a nivel nacional promovido por
los camisas pardas con la aquiescencia del partido nazi contra los negocios y
profesionales judíos. Mientras Martin es “sotaneado”, Gustav atraviesa el lago
de Lugano. Muy pronto tendrá noticias de los pogromos. El hombre no puede
remontar dos veces la misma ola, pero sí puede detenerla, congelar la imagen
con la palabra, con la voz, con la piedra, con el pincel… El arte generador de
conciencia.
Los
judíos celebran en Pesah, el 14 de abril es la noche del Seder y se lee el
libro del Éxodo donde se narra la liberación del pueblo judío de la esclavitud
del faraón. Dios eligió a su pueblo y este tiene que tener algo que celebrar y
también algo que hacer. “Este es el pan de al miseria que nuestros padres
comieron en Egipto. El que esté hambriento que venga a comer de él. El que esté
necesitado que venga y celebre con nosotros la fiesta del Pesah. Este año aquí,
el año que viene en Jerusalén. Este año siervos, el año que viene hombres
libres.” Los Oppermann están en Lugano y cuando acabe la celebración cada uno
saldrá con un destino distinto. Porque ya la Alemania de hoy no es la de ayer,
aunque en el fondo sigan pensando que “la vida sigue, como siempre”.
Gustav
vuelve, traspone la esquina suiza para mirar de frente la nueva identidad de
Alemania. Lo hace embozado, pero no tarda en ser conducido a un campo de
concentración, el de Moosach, un subcampo de Dachau, definido por los alemanes
como de reeducación. Gustav quiere ser testigo, quiere dar testimonio.
Feuchtwanger, también.
De:
Tertulia literaria de Petrarca al e-mail.blogspot.com
Laura García Olea
La situación de los judíos en Exil:
documento histórico de una época (Fragmento)
El escritor judío
Lion Feuchtwanger comenzó a escribir la novela Exil en mayo de 1935 y la
concluyó en agosto de 1939, justo un mes antes del inicio de la Segunda Guerra
Mundial.
Exil constituye la
tercera parte de una trilogía titulada Der Wartesaal cuya primera parte es la
novela Erfolg y la segunda parte Die Geschwister Oppermann. La trama de la
mencio nada trilogía descansa en los acontecimientos que tuvieron lugar en Alemania
entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
La correspondencia de
Feuchtwanger con el escritor Arnold Zweig habla del largo proceso transcurrido
durante la composición de la novela. En febrero de 1938, a pesar del intenso
trabajo, no había escrito más que la quinta parte. Se refiere al hecho de que
iba a tratarse de una novela larga de al menos mil páginas. El escritor era
consciente del peligro de confrontación bélica y de su desfavorable situación
como emigrante alemán, no obstante manifiesta su intención de permanecer en Francia
hasta que la novela estuviese terminada1. El inicio de la guerra coincide
prácticamente con la conclusión de la novela que publica en la editorial
Querido de Amsterdam en 1939, constituyendo el tomo octavo de sus obras
completas.
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Lion y B. Bretch fueron muy buenos amigos. |
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Campo de concentración de Milles |
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Lion Feuchtwanger (1884–1958), novelista,
dramaturgo y ensayista judío alemán,
durante su reclusión en el campo de Les
Milles. Les Milles, Francia, 1940.
— Feuchtwanger Memorial Library,
Archival Research Center University of;
University of Southern California -
Courtesy of University of Southern
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Un poco de historia para quien noveló la Historia con un cincel
La Primera Guerra
Mundial lo sorprendió en Túnez, donde fue detenido. Con posterioridad, logró
huir, regresar a Alemania y enrolarse en el ejército. En 1918 asistió en Berlín
al estallido de la revolución.
Después de emigrar
en 1933, Feuchtwanger se estableció en Sanary sur Mère, en el sur de Francia.
En 1937, un viaje a Rusia en el curso del cual tuvo un encuentro con Stalin, le
inspiró, en polémica con Gide, la entusiasta Moskau 1937. Data de aquellos años
(1936-1939) la publicación de la revista Das Wort, editada en Moscú junto a
Brecht y Willi Bredel.
En 1940 el Gobierno
francés lo detuvo durante cierto tiempo en el campo de concentración de Les
Milles, El Campo de Les Milles (< francés Camp des Milles) fue un campo de
concentración situado en el departamento de Bouches-du-Rhône, abierto en
septiembre de 1939 en el edificio de una antigua fábrica de tejas. En
principio, sirvió como campo de internamiento para los residentes alemanes en
Francia, con lo cual compartieron encierro auténticos nazis y exiliados
alemanes, muchos de ellos judíos. Entre los internos, hasta 1940 se encontraban
conocidos artistas, como Max Ernst, Lion Feuchtwanger, Hans Bellmer, Robert
Liebknecht, Ferdinand Springer y Wolls.
Después, el
gobierno de Vichy utilizó el campo para internar a los judíos antes de
entregarlos a las autoridades nazis. En agosto de 1942 se produjeron
deportaciones de niños desde este campo. En medio de las 7 hectáreas del campo
de Les Milles, se conserva la explanada donde eran reunidos los presos, y un
vagón ferroviario de 1940, estacionado en un trecho de vía, siniestros
recuerdos de los convoyes nazis. Casi al mismo tiempo que se inauguraba el
Memorial de Les Milles, el diario francés “Le Monde” distribuyó el primer
título de su nueva colección “Los Rebeldes”. Su título es “Los Resistentes 1” y
allí puede leerse, por si quedara duda alguna, lo siguiente: “El 15 de agosto
de 1942, 4.000 judíos expatriados de la zona sur llamada libre son entregados a
las autoridades alemanas, y otras detenciones tuvieron lugar el 25 en función
de órdenes emanadas por la Dirección general de la policía en Vichy, por
despacho rigurosamente confidencial nº 2765 P. El gobierno del mariscal Pétain
acepta entregar 10.000 judíos extranjeros ya internados, para contribuir a la
cuota de 100.000 judíos a deportar de Francia – cuota fijada por Himmler el 11
de junio de 1942. La prensa colaboracionista se regocija de que los judíos
dejen de ser los ocupantes de la zona no ocupada, como ya se ha felicitado de
que en la zona norte, desde el 8 de julio, el acceso de los judíos a los
establecimientos públicos esté prohibido, y de que no dispongan más que de una
hora para hacer sus compras en las grandes tiendas. En Londres, el Comité
nacional francés en el exilio denuncia, desde el 7 de agosto, esa política
monstruosa.”
No es el único
caso, por supuesto. Pero hay muchas otras heridas que Francia debe todavía
cauterizar: por ejemplo su colonialismo genocida, especialmente en Argelia.Pero
mientras la invasión alemana llegaba al sur de Francia, logró escapar y llegar
hasta América.
Fuentes:
© Biografías y
Vidas, 2004-13.
Wikipedia
Proyecto Patrimonio
- 2013 | index | Rodolfo Alonso
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Varian Fry en Marsella, Francia, 1940–1941. |
Alguien muy significativo en la vida de Lion:
VARIAN
FRY
Varian
Fry (1907-1967) fue un periodista estadounidense que ayudó a refugiados
antinazis a escapar de Francia.
Después
de que Alemania invadiera Francia, en junio de 1940, la Comisión de Rescate de
Emergencia, una organización de ayuda privada estadounidense, envió a Fry a
Francia para auxiliar a refugiados antinazis que corrían peligro de ser
arrestados por la Gestapo (policía secreta estatal alemana). En Marsella, la
red de colaboradores de Fry falsificaba documentos y creaba rutas de escape
clandestinas. Fry ofreció ayuda a refugiados antifascistas, tanto judíos como
los que no lo eran, bajo amenaza de ser extraditado a la Alemania nazi en
virtud del Artículo 19 del armisticio franco-alemán (la cláusula de “rendición
por solicitud”).
Fry
permaneció en Francia durante 13 meses. Era vigilado en forma constante y, más
de una vez, las autoridades lo interrogaron y lo detuvieron. Estableció una
organización de ayuda francesa legal, el Centro de Ayuda Estadounidense, y
trabajó en forma encubierta con medios ilegales (fondos del mercado negro,
documentos falsificados, vías de paso secretas en las montañas y rutas marinas)
para rescatar de Francia a refugiados en peligro.
Los
esfuerzos de Fry resultaron en el rescate de unas 2.000 personas, incluyendo
distinguidos artistas e intelectuales como Marc Chagall, Max Ernst, Franz
Werfel, Lion Feuchtwanger y Heinrich
Mann. Sus actividades encubiertas enfurecieron por igual a funcionarios del
Departamento de Estado de los Estados Unidos y la Francia de Vichy y, en
septiembre de 1941, fue expulsado de Francia.
Poco
tiempo antes de su muerte, el gobierno francés le concedió la Orden de
Caballero de la Legión de Honor. Fue el único reconocimiento oficial que
recibió en su vida. Fry murió sorpresivamente en 1967 cuando revisaba sus
memorias. Dejó abundante material escrito y fotográfico que documenta sus
experiencias en Francia. MISIÓN: RESCATE (ASSIGNMENT: RESCUE), la versión de
sus memorias que Fry reescribió para lectores jóvenes, fue publicada poco
tiempo después de su muerte.
En
1991, el Consejo Conmemorativo del Holocausto de Estados Unidos concedió a
Varian Fry la Medalla de la Liberación de Eisenhower. En 1994, también fue
distinguido por Yad Vashem con el título de “Justo entre las Naciones”
(Righteous Among the Nations).
De:
Enciclopedia del Holocausto:
COPYRIGHT © UNITED STATES HOLOCAUST MEMORIAL MUSEUM, WASHINGTON, D.C.
Una familia de altos privilegios: el tío de Lion
EL HOMBRE QUE FUE VECINO DE
HITLER
Por Mike Lanchin.
Edgar
Feuchtwanger en un próspero suburbio de Múnich continuó casi igual después de
que Adolfo Hitler se mudó a su cuadra, hasta la noche del 9 de noviembre de
1938, cuando comenzó la campaña contra los judíos alemanes.
Han
pasado más de 80 años, pero Feuchtwanger todavía recuerda la primera vez que
vio la inconfundible figura de Adolfo Hitler.
Eran
los primeros años de la década de 1930, cuando el niño de 8 años, que estaba
caminando con su niñera, vio al líder nazi, vestido en su emblemático
impermeable con cinturón y con sombrero Trilby, saliendo de un gran edificio de
apartamentos.
“Me
miró a los ojos, no creo que sonriera”, rememora Feuchtwanger. Unas cuantas
personas se detuvieron y exclamaron “Heil Hitler”. En respuesta, levantó el
sombrero “como haría un político democrático” antes de irse en un auto que lo
esperaba.
“Por
supuesto sabía quién era, aunque fuera un niño”, dice. “Como canciller dominaba
la política”.
Pero
en esa etapa, verlo no daba miedo. “Quizás si hubiera pensado en eso me habría
asustado, pero no hubiera sido bueno para mí”, afirma Feuchtwanger. “Sólo me
inspiraba curiosidad verlo allí”.
Este
hombre, ahora de 88 años, reconoce que parece raro hablar sobre el autor del
Holocausto como cualquier vecino.
“Suena
tan amistoso cuando hablo de cómo viví en la misma cuadra que Hitler, como si
no fuera gran cosa”, agrega calmadamente. “Pero es muy difícil pensar que
personas que viste casi a diario fueran responsables de poner al mundo de
cabeza”.
Aunque
sólo tenía 5 años cuando el futuro führer se mudó, Feuchtwanger recuerda a su
madre comentar que “no tenemos mucha leche hoy, porque el lechero dejó
demasiadas botellas” en la residencia de Hitler.
Pasar
frente al lujoso apartmento de Hitler en Prinzregentenplatz 16 se convirtió en
parte de la rutina diaria del joven en su camino al colegio. Solía pararse a
ver si estaba. Una vez se atrevió a acercarse a su puerta para ver si tenía el
nombre de Hitler.
“Hitler
venía a Múnich los fines de semana. Sabía que estaba en casa por los autos
estacionados afuera”, expresa Feuchtwanger. Su llegada era anunciada por el
chirrido de los neumáticos de una caravana de tres autos y “un pelotón de
guardaespaldas”.
El
sonido de botas repiqueteando en la acera llenaba el aire. Los transeúntes
paraban a aclamarlo. El joven Edgar también se detenía a mirar.
“Se
nos inculcaba toda la ideología nazi en la escuela”, explica. Uno de sus
profesores les hizo dibujar una gran esvástica a lápiz en la primera página de
su cuaderno de ejercicios. En otra página escribían una lista de los enemigos
de Alemania, entre ellos Reino Unido, Rusia y Estados Unidos.
Ajenos
a la amenaza nazi
Para
mediados de la década, cuando ya estaba más claro el alcance del proyecto nazi,
muchos judíos alemanes todavía no aceptaban estar bajo amenaza.
“Sabíamos
que la llegada de Hitler al poder era peligrosa para nosotros”, dice
Feuchtwanger, cuyo tío, Lion Feuchtwanger, era un renombrado dramaturgo
antinazi. Su apartamento ya había sido saqueado en 1933, mientras estaba de
viaje, y nunca regresó al país. Pero los padres de Edgar se aferraron a la idea
de que no se habían percatado de su existencia.
Por
orden de Hitler, otras familias judías se mudaron del vecindario para hacer
lugar a sus sirvientes y guardaespaldas. Pero nadie tocó la puerta de los
Feuchtwanger.
El
10 de noviembre de 1938, sin embargo, ese falso sentido de seguridad fue
aplastado. Esa mañana, Edgar, ya de 14 años, escuchó a oficiales de la temida
Gestapo llegar a su casa. La noche anterior se había dado la primera ola de
violencia nazi organizada contra judíos en toda Alemania y partes de la ocupada
Austria.
En
el transcurso del pogrom, conocido como Kristallnacht o Noche de los Cristales
Rotos, mataron a 91 judíos, miles más fueron arrestados, y sus casas, negocios
y sinagogas fueron destruidos.
Feuchtwanger
recuerda observar, aterrado e indefenso, cómo se llevaban a su padre. “No lo
maltrataron”, acota. “Mi madre fue muy valiente”. Posteriormente, la Gestapo
volvió con camiones y cajas de mudanza para llevarse los libros más valiosos de
su notable biblioteca. “Decían que era para ‘asegurar los libros’”, expresa.
Fue
un momento crucial para el jovencito y su familia. Ya no podía ir al colegio y
pasaba los días acurrucado con su madre y otros parientes en la casa, sin
atreverse a salir. “Nos sentíamos tan indefensos, con temor a que alguien nos
matara y nadie hiciera nada”.
Durante
seis semanas la familia esperó recibir noticias, temiendo lo peor. Sólo sabían
que el padre de Edgar y uno de sus tíos habían sido trasladados a Dachau, el
infame campo de trabajo en las afueras de Múnich. Entonces, inesperadamente, su
padre quedó libre.
Exhausto,
enfermo y congelado, pero vivo.
Después
le dijo a su hijo que la única forma de sobrevivir el severo régimen del
campamento fue “no llamar la atención”. El momento en que no pudieras seguir
trabajando o te desmayabas por falta de alimento, añadió, era tu fin.
Para
cuando volvió, la familia estaba convencida de que tenían que abandonar la
Alemania nazi. Con la ayuda de parientes que ya estaban en el exterior, consiguieron
visas para viajar a Reino Unido.
En
febrero de 1939, Edgar abordó un tren hacia Londres. Su padre lo acompañó hasta
la frontera con Holanda y regresó a Alemania a terminar los planes para ir con
su esposa. En mayo de ese año, la familia se reunió en Inglaterra.
Como
familia jamás volvieron a su vieja casa en Mnich, aunque Feuchtwanger hizo una
primera visita en la década de 1950, tras el final de la Segunda Guerra
Mundial. Fue a echar una mirada a la antigua residencia de Hitler en el segundo
piso. Seguía en pie, afirma. Pero hoy nada indica que el hombre que tuvo tanto
impacto en la historia del mundo hubiera vivido allí..
De: sincuento.com
León Feuchtwanger
por Jorge Luis Borges
La
frase «un novelista alemán» es casi una contradicción, ya que Alemania, tan
rica en organizadores de la metafísica, en poetas líricos, en eruditos, en
profetas y en traductores, es notoriamente pobre en novelas. La obra de León
Feuchtwanger es una infracción de esa norma.
Feuchtwanger
nació en Munich, a principios de 1884. No se puede decir que está enamorado de
su ciudad natal. «Su ubicación, sus bibliotecas, sus galerías, su carnaval y su
cerveza son lo mejor que tiene», ha dicho alguna vez. «En cuanto a lo que se
llama su arte», agrega con alguna ferocidad, «está representado oficialmente
por una institución académica, mantenida con fines de turismo por una población
de alcoholistas». Feuchtwanger, ya se ve, no desconoce el arte de injuriar.
Feuchtwanger
hizo sus primeros estudios en Munich y dedicó un par de años en Berlín a la
filosofía. Regresó en 1905 a Baviera y fundó una sociedad literaria de
propósito renovador. Borroneó entonces una pretenciosa novela de la que ahora
se arrepiente, que describía con toda franqueza la vida de un muchacho
aristócrata, y una tragedia no menos deplorable «sobre los amores de un pintor
del Renacimiento y una mujer demoníaca».
En
1912 se casó. En agosto de 1914 la guerra lo sorprendió en Túnez. Las
autoridades francesas lo arrestaron, pero su mujer —Martha Loeffler— lo embarcó
en un vapor de carga italiano, y pudo repatriarse. Se enroló y conoció de cerca
la guerra. En octubre de 1914 publicó en la revista «Die Schau buchne» uno de
los primeros poemas revolucionarios que se compusieron en Alemania. Publicó
después Warren Hastings, tragedia cuyo héroe es aquel apasionado escribiente
que llegó a ser gobernador de la India; Thomas Wendt, novela dramática, y una
pieza, Los prisioneros de guerra, cuya representación fue prohibida. Tradujo
del griego la comedia aristofánica La paz, comedia en que aparecen los dioses
machacando en un mortero a los hombres y encerrando a la diosa de la paz en el
fondo de una cisterna. Esa comedia (compuesta hace dos mil trescientos años)
era demasiado «actual» en 1916 para que el gobierno permitiera su
representación. Lógicamente la prohibió.
Las
dos novelas capitales de Feuchtwanger son El judío Suess y La duquesa fea.
Ambas comprenden, no solamente la psicología y destino de sus protagonistas,
sino un cuadro total, minucioso y apasionado de la compleja Europa en que
ardieron sus enredadas vidas. Ambas son torrenciales, ambas arrebatan al lector
y hasta parecen (por el pulso incesante de su prosa) haber arrebatado al autor.
Son novelas históricas, pero nada tienen que ver con el laborioso arcaísmo y
con el opresivo bric-á-brac que hace intolerable ese género.
En
1929 publicó un libro de poemas satíricos, no muy felices, sobre los Estados
Unidos. Le dijeron que no había estado nunca en América; respondió que tampoco
había estado en el siglo dieciocho, y que esa deplorable omisión (que tenía el
propósito de corregir en cuanto pudiera) no le había impedido escribir El judío
Suess. A fines de 1930 publicó Éxito. Se trata de una novela contemporánea,
pero todo está visto y recordado desde el futuro.
Notas:
Revista
Hogar, 13 de noviembre de 1936
De: Poeticous.com