lunes, 29 de enero de 2018

Nació esclavo pero se transformó en mago: tú, yo, nosotros, nos reconocemos en los personajes de Antón Chéjov, aún hoy.























«Además de un vasto talento y de la abundancia de asuntos, el escritor necesita otras cosas: Primero, una mente madura y, luego, un sentimiento profundo de libertad personal. ¿Por qué no escribe usted la historia de un joven cuyo padre fue un siervo, de un joven que tuvo que ser sucesivamente vendedor, corista, estudiante, educado para tratar a las gentes de rango con respeto, besar la mano de los sacerdotes, inclinarse ante las ideas de otras personas y demostrar su gratitud por cada pedazo de pan que come? De un joven constantemente flagelado, que para dar clases tiene que caminar con el calzado roto, trabándose a golpes con los otros muchachos, torturando a los animales, inclinado a comer con sus parientes ricos, comportándose hipócritamente ante Dios y los hombres, por la simple conciencia de su propia insignificancia... Muéstrenos usted cómo ese joven se liberta poco a poco del esclavo que vive en él hasta el día en que descubre, al despertarse, que no hay la menor gota de sangre de esclavo en sus venas y que su sangre es verdadera, la misma de todos los otros hombres.»


Antón Chéjov al editor Suverin


«Si poseo dones que es menester respetar, confieso que hasta hoy no he experimentado por ellos el menor respeto. Me daba cuenta de poseer algún talento, pero había adquirido la costumbre de considerarlo como algo insignificante. Hasta ahora, mi actitud frente a mi obra literaria ha sido negligente en extremo. No recuerdo uno solo de mis cuentos que me hubiese costado más de 24 horas de trabajo. Ese «Guardabosque» que ha gustado tanto a usted lo escribí en un establecimiento de baños. He compuesto mis cuentos como los reporteros de los diarios escriben sus noticias de incendio, maquinalmente, en un estado de semi-vigilia, sin preocuparme de los lectores o del relato mismo. Me propongo renunciar a un trabajo efectuado tan de prisa; pero esto no será en seguida. No tengo ninguna posibilidad de escapar a una rutina a la que me he esclavizado hasta hoy. No me espanta la perspectiva del hambre de la que tengo ya experiencia, pero pienso siempre en mi familia. Dedico a mis escritos únicamente mis horas de ocio: dos o tres en el día y una breve parte de la noche. En el verano, en que es posible disponer de más tiempo y en que es más bajo el costo de la vida, me ocuparé más seriamente de mi trabajo".

Antón Chéjov al escritor Grigerovich


 «Aprenda de Chejov la concentración de ideas y la economía de expresión, pero que Dios le guarde de imitar su lenguaje, ya que es inimitable, y si usted lo copia, sufrirá las consecuencias: es como una belleza que se muestra fría y no se entrega a nadie»

Máximo Gorki a Andreiev


«Mi santuario es el cuerpo humano y el cerebro, el talento, la inspiración, el amor y la libertad personal sin las cadenas de la fuerza o de la mentira cualquiera que sea la forma que tomen estos dos últimos. Si hubiese sido yo un gran artista, habría seguido esta línea de conducta. No soy liberal, conservador, evolucionista o monje. Todo lo que deseo es ser un artista libre. Detesto la violencia y las mentiras de toda especie. El fariseísmo, la estupidez y la licencia se encuentran no sólo en los hogares de la clase media o en las comisarías de policía, sino también en la ciencia, en la literatura y entre los jóvenes. Considero como prejuicios las etiquetas o las marcas de fábrica. Me parece que el escritor narrativo no debería intentar ser el juez de sus personajes y de sus diálogos, sino tan solo un testigo imparcial. El artista debe juzgar únicamente aquello que comprende, y su papel es observar, escoger, adivinar y combinar. Su oficio consiste en exponer y no resolver un problema. En «Ana Karenina» y en «Eugenio Oneguine» no se resuelve ningún problema, pero son obras que nos placen porque allí los problemas se encuentran correctamente planteados. El escritor no es un confeccionador, un fabricante de cosméticos o un director de espectáculos sino un hombre que debe firmar un pacto con su conciencia y con su sentido del deber y, aunque no lo quiera, está obligado a vencer su fastidio y manchar su imaginación con las impurezas de la vida. La noción de suciedad no existe para un químico, y el escritor debe ser tan objetivo como éste. Debe renunciar a la actitud subjetiva ante la vida. No hay sino que mirar a los escritores que consideramos como inmortales o simplemente como buenos: los mejores de entre ellos son realistas que pintan la vida como es. Hay un propósito consciente en cada línea que escriben hasta el punto que comprendemos que esos escritores, al pintar la vida en su aspecto real, nos sugieren la vida como debería ser”.

Antón Chéjov


«Antón Pavlovich emprendió su viaje al otro mundo pacífica y tranquilamente. A comienzos de la noche se puso a pasear por la alcoba y me pidió, por la primera vez de su vida, que llamara al médico. Recuerdo la sensación que tuve de la cercanía de centenares de gentes en el gran hotel dormido y, al mismo tiempo, la impresión de mi propia soledad y de lo poco útil de mi presencia... El médico llegó y me ordenó dar al enfermo un poco de champaña. Antón se sentó con gravedad y le dijo al médico en voz alta y en lengua alemana que conocía muy poco «Ich sterbe» (me muero) ... Luego, tomó en su mano la copa de champaña, volvió la cabeza hacia mí con su maravillosa sonrisa diciéndome: «Hace tiempo que no había bebido champaña...» Vació la copa, se inclinó sobre el lado izquierdo y se quedó en silencio. La paz terrible de la noche fue interrumpida sólo por el batir de alas de una enorme mariposa nocturna. Volaba de una pared a otra y se arrojaba con violencia sobre las lámparas encendidas. Encontró de nuevo la ventana abierta hacia la dulce noche oscura y desapareció. Entre tanto, Chejov había cesado de hablar, de respirar, de vivir. Llegó la aurora y, al mismo tiempo que se despertaba la naturaleza, resonaba el tierno canto de los pájaros. No se escuchaba ninguna voz humana ni ningún ruido de la vida cotidiana. Sólo había allí la belleza, la serenidad y la grandeza de la muerte».

Olga Knipper

En: unesdoc.unesco.org