miércoles, 31 de julio de 2013

“La traición y la violencia son armas de doble filo que hieren a quienes las emplean más que a sus enemigos”- Emily Brontë

30 de julio de 1818 -  Yorkshire
Debió escribir bajo
el seudónimo de Acton Bell,
para evitar las críticas
prejuiciosas de la época
contra las escritoras.



















A la imaginación


Cuando agotados de la extensa jornada,
Y del terrenal cambio del dolor por el dolor,
Perdida, dispuesta a la desesperación,
Tu cálida voz me convoca de nuevo;
Mi sincero amigo, nunca estoy sola
Si tu presencia y ese tono me acompañan.

Sin esperanzas descansa el mundo sin tí,
El mundo sin este doble de mí;
Tu mundo de astucias, odios y duda,
De frías sospechas sin lugar,
Donde tú, yo y la Libertad
Disfrutan una soberanía muda.

Lo que importa es que todo alrededor,
Peligro, angustia y oscuridad,
No rompen las cadenas de nuestra soledad
Donde habita el cielo en su esplendor,
Alimentado por diez mil rayos eternos
De soles que no han conocido el invierno.

La Razón sin dudas habrá de objetar
Por la triste realidad de la naturaleza,
Explicando que el sufrimiento del corazón es vano,
Y que sus preciados sueños deben perecer;
La Verdad con rudeza busca asolar
Las flores de la fantasía que tímidas asoman.

Pero tú siempre serás el que trae
Las cerradas visiones que retornan,
El aliento de nuevas glorias caídas en primavera,
Llamando a la vida de la muerte,
Susurrando con la divina voz
De un mundo real y brillante como tú.


No confío en la dicha de tu fantasma,
Pero en las horas quietas de la noche,
Con un incesante agradecimiento
Te doy la bienvenida, bendito aliento,
Fiel asistente de los humanos deseos,
La más brillante esperanza
Allí donde la esperanza muere.




Ven, camina conmigo


Ven, camina conmigo,
sólo tú has bendecido alma inmortal.
Solíamos amar la noche invernal,
Vagar por la nieve sin testigos.
¿Volveremos a esos viejos placeres?
Las nubes oscuras se precipitan
ensombreciendo las montañas
igual que hace muchos años,
hasta morir sobre el salvaje horizonte
en gigantescos bloques apilados;
mientras la luz de la luna se apresura
como una sonrisa furtiva, nocturna.

Ven, camina conmigo;
no hace mucho existíamos
pero la Muerte ha robado nuestra compañía
-Como el amanecer se roba el rocío-.
Una a una llevó las gotas al vacío
hasta que sólo quedaron dos;
pero aún destellan mis sentimientos
pues en ti permanecen fijos.

No reclames mi presencia,
¿puede el amor humano ser tan verdadero?
¿puede la flor de la amistad morir primero
y revivir luego de muchos años?
No, aunque con lágrimas sean bañados,
Los túmulos cubren su tallo,
La savia vital se ha desvanecido
y el verde ya no volverá.
Más seguro que el horror final,
inevitable como las estancias subterráneas
donde habitan los muertos y sus razones,
El tiempo, implacable, separa todos los corazones.



El viento nocturno


En la suave medianoche del estío,
Una luna despejada brilló
A través de nuestra ventana
Y los rosales bañados en rocío.

Me senté en la reflexión silenciosa;
El viento suave agitó mi cabello;
Me dijo que cielo era un destello,
Y la tierra durmiente, justa.

No necesité sus toques
Para alimentar estos pensamientos;
Así y todo susurró, diciendo,
"¡Cuán oscuros serían los bosques!"

"Las hojas gruesas en mi murmullo
Crujen como en un sueño,
Y de sus incontables voces es dueño
Un instinto que parece arrullo".

Dije, "Ve, apacible murmurante,
Tu cortés melodía es única:
Pero no pienses que su música
Tiene el poder de alcanzar mi mente."

"Juega con la flor perfumada,
La rama tierna del joven árbol,
Y deja mis sentimientos humanos
En su propio cauce inquieto."

El vagabundo no me oyó:
Su beso se entibió cálidamente:
"¡Oh, Ven!" suspiró dulcemente;
"Seré yo contra tu voluntad"

"¿No fuimos amigos en la infancia?
¿No te he amado hace mucho tiempo?
Mientras tú, la noche solemne,
Mi canto despertabas con tu silencio."

"Que cuando repose tu corazón
Bajo la fría lápida de cemento,
Yo tendré tiempo para el lamento,
Y tú para estar sola."




Cumbres Borrascosas

Capítulo veintitrés (Fragmento)


A la lluvia de la noche siguió una mañana brumosa, con
escarcha y ligera llovizna. Arroyos improvisados descendían,
rumorosos, de las colinas, dificultando nuestro camino.
Yo, mojada y furiosa, estaba muy a punto de sacar
partido de cualquier circunstancia que favoreciese mi opinión.
Entramos por la cocina, a fin de asegurarnos que era
verdad que el señor Heathcliff estaba ausente, pues yo no
creía nada de cuanto decía.
José se hallaba sentado. En torno suyo había organizado
un paraíso para su personal placer; a su lado crepitaba el
fuego; sobre la mesa a que estaba instalado había un 
enorme vaso de cerveza rodeado de gruesas rebanadas de 
tarta de avena, y en la boca tenía su negra pipa. Cati se 
acercó la lumbre para calentarse. Cuando pregunté al 
viejo si estaba el amo, tardó tanto en responderme que 
tuve que repetírselo, temiendo que se hubiera quedado sordo.
-¡No está! -masculló. Así que te puedes volver por donde
has venido.
-¡José! -gritó una voz desde dentro. Llevo un siglo llamándote.
Vamos, ven, no queda fuego.
José se limitó a aspirar más vigorosamente el humo de
su pipa y contemplar insistentemente la lumbre. La criada y
Hareton no aparecían por parte alguna. Reconociendo la
voz de Linton, entramos en su habitación.
-¡Ojalá te mueras abandonado en un desván! -prorrumpió el 
muchacho, creyendo, al sentir que nos acercábamos, que 
nuestros pasos eran los de José.
Y al ver que se había confundido, se turbó. Cati corrió
hacia él.
-¿Eres tú, Cati? -dijo, levantando la cabeza del respaldo
del sillón en que estaba sentado. No me abraces tan fuerte,
porque me ahogas. Papá me dijo que vendrías a verme. 
Cierra la puerta, haz el favor. Esas odiosas gentes no 
quieren traer carbón para el fuego. ¡Y hace tanto frío...!
Yo misma llevé el carbón y revolví el fuego. Él se quejó
de que le cubría de ceniza, pero tosía de tal modo y parecía
tan enfermo que no me atreví a reprenderle por su
desagradecimiento.
-¿Te alegras de verme, Linton? ¿Puedo serte útil en algo?
-preguntó Cati.
-¿Por qué no viniste antes? -repuso él. Debiste venir en
vez de escribirme. No sabes cuánto me cansaba escribiendo
aquellas largas cartas. Hubiera preferido hablar contigo.
Ahora ya no estoy ni para hablar ni para nada. ¿Y Zillah?
¿Quiere usted, Elena, ver si está en la cocina?
Yo no me sentía muy dispuesta a obedecerle, tanto más
cuanto no siquiera me había agradecido el arreglarle el
fuego, y respondí:
-Allí está José únicamente.
-Tengo sed -dijo Linton. Zillah no hace más que escaparse
a Gimmerton desde que mi padre se fue. ¡Es una miserable!
Y tengo que bajar aquí, porque si estoy arriba no me hacen 
caso cuando les llamo.
-¿Su padre se cuida de usted, señorito? -le pregunté.
-Por lo menos hace que los demás me atiendan -
contestó. ¿Sabes, Cati? Aquel animal de Hareton se burla
de mí. Le odio a él y a todos éstos. Son odiosos.
Cati cogió un jarro de agua que halló en el aparador y
llenó un vaso. Él le rogó que añadiese una cucharada de
vino de una botella que había encima de la mesa, y después
de beber se mostró más amable.
-¿Estás contento de verme? -volvió a preguntar la joven,
animándose al ver en el rostro de su primo un esbozo
de sonrisa.
-Sí. Es muy agradable oír una voz como la tuya. Pero papá 
me aseguraba que no venías porque no querías, y esto me 
disgustaba. Me acusaba de ser un hombre despreciable,
y afirmaba que de haberse hallado él en mi lugar sería a 
estas horas el amo de la Granja. Pero ¿verdad que no me 
desprecias, Cati?
-¿Yo? -repuso ella. Después de a papá y a Elena, te quiero 
más que a nada en el mundo. Pero no tengo simpatías
al señor Heathcliff y cuando él esté aquí no vendré.
¿Pasará fuera muchos días?
-Muchos, no... Pero suele irse a los pantanos desde que
empezó la temporada de caza, y tú podrías estar conmigo
una hora o dos cuando está ausente. Anda, prométemelo.
Procuraré no ser molesto contigo. Tú no me ofenderás, y no
te disgustará atenderme, ¿verdad, Cati?
-No -afirmó la joven, acariciándole el cabello. Si papá me lo 
permitiera, pasaría la mitad del tiempo contigo. ¡Qué guapo 
eres! Me gustaría que fueras mi hermano.
-¿Me querrías entonces tanto como a tu padre? -dijo
más animado. El mío dice que si fueras mi esposa me 
amarías más que a nadie en el mundo, y por eso quisiera 
que estuviésemos casados.
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