sábado, 5 de julio de 2014

“Sentir antes de comprender” - Jean Cocteau

5 de julio de 1889- Francia
Escritor, pintor, diseñador, cineasta.



El Libro Blanco


"...Hastiado de las aventuras sentimentales, incapaz de reaccionar, arrastraba las piernas y el alma. Buscaba el consuelo de una atmósfera clandestina. La encontré en unos baños públicos. Evocaban el Satiricón, con sus pequeñas celdas, su patio central, su sala baja adornada con divanes turcos en los que unos jóvenes jugaban a las cartas. A una señal del dueño, se levantaban y se alineaban contra la pared. El dueño les tentaba los bíceps, les palpaba los muslos, desempaquetaba sus encantos íntimos y los vendía como un comerciante su mercancía.
 La clientela estaba segura de sus gustos y era discreta, rápida. Yo debía resultar un enigma para aquella juventud acostumbrada a las exigencias precisas. Me miraba sin comprender; porque yo prefiero la plática a los actos.

 El corazón y los sentidos forman en mí una mezcla tal que me parece difícil comprometer a uno o a los otros sin que la otra parte se comprometa también. Es eso lo que me empuja a cruzar los límites de la amistad y me hace temer un contacto sumario en el que corro el riesgo de atrapar el mal de amor. Terminaba por envidiar a aquellos que, al no sufrir por la belleza ni vagamente, saben lo que quieren, perfeccionan un vicio, pagan y lo satisfacen.

 Uno ordenaba que lo insultaran, otro que lo cargaran de cadenas, otro (un moralista) sólo obtenía placer con el espectáculo de un hércules que mataba a una rata con un alfiler calentado al rojo vivo.

 ¡A cuántos de esos sabios que conocen la receta exacta de su placer, y cuya existencia se ha simplificado porque se pagan en fecha y a precio fijo unahonesta, una burguesa complicación, no habré visto desfilar! La mayoría eran ricos industriales que venían del norte a liberar sus sentidos, y después regresaban a unirse con su mujer y con sus hijos.

 Finalmente, espacié mis visitas. Mi presencia comenzaba a volverse sospechosa. Francia no soporta muy bien un papel que no es de una sola pieza. El avaro debe siempre ser avaro, el celoso siempre celoso. En eso estriba el éxito de Molière. El dueño pensaba que era de la policía. Me dio a entender que se era cliente o mercancía. No se podían combinar las dos cosas.

 Esta advertencia sacudió mi abulia y me obligó a romper con costumbres indignas, a las que se añadía el recuerdo de Alfredo, que flotaba sobre los rostros de todos los jóvenes panaderos, carniceros, ciclistas, telegrafistas, zuavos, marineros, acróbatas y demás travestis profesionales.

 Una de las únicas cosas que eché de menos es el espejo transparente. Se instala uno en una cabina oscura y abre un postigo. Ese postigo descubre una malla metálica a través de la cual la mirada abarca una pequeña sala de baño. Del otro lado, la malla era un espejo tan reflejante y tan liso que era imposible adivinar que estaba llena de miradas.

 Mediante el pago de cierta cantidad solía pasar ahí los domingos. De los doce espejos de las doce salas de baño, ése era el único de este tipo. El dueño lo había pagado muy caro y mandado traer de Alemania. Su personal desconocía el observatorio. La juventud obrera servía de espectáculo.

 Seguían todos el mismo programa. Se desvestían y colgaban con cuidado los trajes nuevos. Desendomingados, se podía adivinar su empleo por las encantadoras deformaciones profesionales. De pie en la bañera, se miraban (me miraban) y empezaban con una mueca parisina que deja al descubierto las encías. Después se frotaban un hombro. El enjabonado se transformaba en caricia. De pronto sus ojos se iban del mundo, su cabeza se echaba hacia atrás y su cuerpo escupía como un animal furioso.

 Unos, extenuados, se dejaban fundir en el agua humeante, otros volvían a empezar la maniobra; se podía reconocer a los más jóvenes en que saltaban de la bañera y, lejos, iban a limpiar del mosaico la savia que su tallo ciego había lanzado alocadamente hacia el amor.

 Una vez, un Narciso que se gustaba acercó la boca al espejo, la pegó en él y llevó hasta el final la aventura consigo mismo. Invisible como los dioses griegos, apoyé mis labios contra los suyos e imité sus ademanes. Nunca supo que en vez de reflejar, el espejo actuaba, que estaba vivo y que lo había amado..."

Jean Cocteau. El libro blanco.
Prólogo y traducción de Arturo Vázquez Barrón.
VERDEHALAGO. México. Primera reimpresión, 1996. Págs.53 a 55


De: palabradesgarrada.freeservers.com






“Hawthorne, el soñador”- Jorge Luis Borges

4 de julio de 1804- Estados Unidos



Nathaniel Hawthorne (Fragmentos)


Hawthorne era alto, hermoso, flaco, moreno. Tenía un andar hamacado de hombre de mar. En aquel tiempo no había (sin duda felizmente para los niños) literatura infantil; Hawthorne había leído a los seis años el Pilgrim's Progress; el primer libro que compró con su plata fue The Faerie Queen, dos alegorías. También, aunque sus biógrafos no lo digan, la Biblia; quizá la misma que el primer Hawthorne, William Hawthorne de Wilton, trajo de Inglaterra con una espada, en 1630. He pronunciado la palabra alegorías; esa palabra es importante, quizá imprudente o indiscreta, tratándose de la obra de Hawthorne. Es sabido que Hawthorne fué acusado de alegorizar por Edgar Allan Poe y que éste opinó que esa actividad y ese género eran indefendibles.

Hawthorne era hombre de continua y curiosa imaginación; pero refractario, digámoslo así al pensamiento. No digo que era estúpido; digo que pensaba por imágenes, por intuiciones, como suelen pensar las mujeres, no por un mecanismo dialéctico. Un error estético lo dañó: el deseo puritano de hacer de cada imaginación una fábula lo inducía a agregarles moralidades y a veces a falsearlas y a deformarlas.

Se han conservado los cuadernos de apuntes en que anotaba, brevemente, argumentos; en uno de ellos, de 1836, está escrito: “Una serpiente es admitida en el estómago de un hombre y es alimentada por él, desde los quince a los treinta y cinco, atormentándolo horriblemente.” Basta con eso, pero Hawthorne se considera obligado a añadir: “Podría ser un emblema de la envidia o de otra malvada pasión.” Otro ejemplo, de 1838 esta vez: “Que ocurran acontecimientos extraños, misteriosos y atroces, que destruyan la felicidad de una persona. Que esa persona los impute a enemigos secretos y que descubra, al fin, que él es el único culpable y la causa. Moral, la felicidad está en nosotros mismos.” Otro, del mismo año: “Un hombre, en la vigilia, piensa bien de otro y confía en él, plenamente, pero lo inquietan sueños en que ese amigo obra como enemigo mortal. Se revela, al fin, que el carácter soñado era el verdadero. Los sueños tenían razón. La explicación sería la percepción instintiva de la verdad.” Son mejores aquellas fantasías puras que no buscan justificación o moralidad y que parecen no tener otro fondo que un oscuro terror. Esta, de 1838: “En medio de una multitud imaginar un hombre cuyo destino y cuya vida están en poder de otro, como si los dos estuviesen en un desierto".

Ésta, que es una variación de la anterior y que Hawthorne apuntó cinco años después: “Un hombre de fuerte voluntad ordena a otro, moralmente sujeto a él, que ejecute un acto. El que ordena muere y el otro, hasta el fin de sus días, sigue ejecutando aquel acto.” (No sé de qué manera Hawthorne hubiera escrito ese argumento; no sé si hubiera convenido que el acto ejecutado fuera trivial o levemente horrible o fantástico o tal vez humillante.) Éste, cuyo tema es también la esclavitud, la sujeción a otro: “Un hombre rico deja en su testamento su casa a una pareja pobre. Ésta se muda ahí; encuentra un sirviente sombrío que el testamento les prohibe expulsar. Este los atormenta; se descubre, al fin, que es el hombre que les ha legado la casa.".

Citaré dos bosquejos más, bastante curiosos, cuyo tema (no ignorado por Pirandello o por André Gide) es la coincidencia o confesión del plano estético y del plano común, de la realidad y del arte. He aquí el primero: “Dos personas esperan en la calle un acontecimiento y la aparición de los principales actores. El acontecimiento ya está ocurriendo y ellos son los actores.” El otro es más complejo: “Que un hombre escriba un cuento y compruebe que éste se desarrolla contra sus intenciones; que los personajes no obren como él quería; que ocurran hechos no previstos por él y que se acerque una catástrofe que él trate, en vano, de eludir. Ese cuento podría prefigurar su propio destino y uno de los personajes es él.” Tales juegos, tales momentáneas confluencias del mundo imaginario y del mundo real —del mundo que en el curso de la lectura simulamos que es real— son, o nos parecen, modernos. Su origen, su antiguo origen, está acaso en aquel lugar de la Ilíada en que Elena de Troya teje su tapiz y lo que teje son batallas y desventuras de la misma guerra de Troya. Ese rasgo tiene que haber impresionado a Virgilio, pues en la Eneida consta que Eneas, guerrero de la guerra de Troya, arribó al puerto de Cartago y vio esculpidas en el mármol de un templo escenas de esa guerra y, entre tantas imágenes de guerreros, también su propia imagen. A Hawthorne le gustaban esos contactos de lo imaginario y lo real, son reflejos y duplicaciones del arte; también se nota, en los bosquejos que he señalado, que propendía a la noción panteísta de que un hombre es los otros, de que un hombre es todos los hombres.

Algo más grave que las duplicaciones y el panteísmo se advierte en los bosquejos, algo más grave para un hombre que aspira a novelista, quiero decir. Se advierte que el estímulo de Hawthorne, que el punto de partida de Hawthorne era, en general, situaciones. Situaciones, no caracteres. Hawthorne primero imaginaba, acaso involuntariamente, una situación y buscaba después caracteres que la encarnaran. No soy un novelista, pero sospecho que ningún novelista ha procedido así  (...) 

Hawthorne, en cambio, primero concebía una situación o una serie de situaciones, y después elaboraba la gente que su plan requería. Ese método puede producir, o permitir admirables cuentos, porque en ellos, en razón de su brevedad, la trama es más visible que los actores, pero no admirables novelas, donde la forma general (si la hay) sólo es visible al fin y donde un solo personaje mal inventado puede contaminar de irrealidad a quienes lo acompañan.

De las razones anteriores podría, de antemano, inferirse que los cuentos de Hawthorne valen más que las novelas de Hawthorne. Yo entiendo que así es. (...)

Este texto es el de una conferencia dictada en el colegio Libre de Estudios Superiores, en marzo de 1949. Editado posteriormente en Otras Inquisiciones, año 1952.

Jorge Luis Borges


De: inmaculadadecepcion.blogspot.com