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21 de febrero de 1903- Francia Escritora y psicoanalista. Vituperada por su conducta y su escritura eróticas, inconvenientes para el statu quo de aquella época. |
Fez. Tarde o temprano, uno se
encuentra con una ciudad que es una imagen de sus ciudades interiores. Fez es
una imagen de mi yo interior. Esto podría explicar mi fascinación por ella. Al
llevar un velo, lleno e inagotable, laberíntico, tan rico y variado, yo misma
me perdí. Pasión por el misterio, lo desconocido, por lo infinito y lo
inexplorado.
Con mi guía, visité el Quartier
Réservé. Reposa entre paredes medievales, cada puerta es vigilada por un
soldado francés. Las casas estaban llenas de prostitutas. Sólo los árabes
pobres van allá porque los demás tienen suficientes esposas para satisfacer su
necesidad de variedad. Calles oscuras, dramáticas, tortuosas. Sótanos vacíos
que se han transformado en cafés. Árabes que entran y salen furtivamente.
Negros. Limosneros. Música árabe que se escucha de vez en cuando. Paredes,
plafones cubiertos de alfarería y tapetes desarrapados. Sirven Thé à menthe o
cerveza. No se toma vino pero hay un gran tráfico de drogas. Cuartos como de
sótano, vacíos. Puertas cubiertas de cortinas musulmanas o cortinas de cuentas.
El cuarto de la entrada es un bar o un café donde se sientan los hombres y
tocan los músicos. El cuarto de atrás es para las prostitutas. Se abrió la
cortina musulmana y me encontré frente a Fátima, reina de las prostitutas.
Fátima tenía una hermosa cara,
una nariz griega, unos enormes ojos negros de terciopelo, una piel morena
suave, llena pero firme, y los atributos árabes de siempre, varios pliegues de
estomago, varios mentones. Sólo podía moverse con dificultad sobre sus piernas
enormes. Era a la vez regia y magnífica, opulenta y voluptuosa. Llevaba puesto
un vestido de novia, un vestido de gasa rosa bordado de lentejuelas doradas
colocadas sobre varias capas de fondos de gasa. Un cinturón de oro pesado,
pulseras, anillos, una cinta dorada sobre la frente, enormes pendientes de oro.
Sobre su cabello brillante, un turbante de seda coloreada en la parte posterior
de su cabeza descubría sus rizos negros. Tenía cuatro dientes de oro, algo que
las mujeres árabes consideran hermoso. El delineado negro carbón exageraba el
tamaño de sus ojos como en las pinturas egipcias.
Se sentó en medio de cojines en
un cuarto largo y estrecho como muchos cuartos en Fez. En cada extremo del
cuarto había una cama de latón, signo de lujo y de éxito. No se usan como
camas, son sólo un símbolo de riqueza. Entre las dos camas de latón se colocan
todos los cojines, tapetes y sofás bajos (en las casas ricas se azulejan los
suelos pero también lucen las camas de latón). Fátima no sólo coleccionaba
camas de latón sino también relojes de cuco suizos. Cubrían una pared, cada uno
dando una hora diferente. Las otras paredes estaban cubiertas de cretona
floreada. El ambiente se cargaba de perfume, encerrado y voluptuoso, el vientre
mismo. Una joven entró con un vaporizador y levantó mi falda para vaporizar
ligeramente mi ropa interior con agua de rosa. Entró otra vez para esparcir
pétalos de rosa alrededor de mis pies. Regresó con una bandeja que llevaba
vasos de cristal con asas de cobre para el té. Nos sentamos con las piernas
cruzadas sobre inmensos cojines, Fátima en el centro. Nunca hizo un gesto
vulgar. Invitaron a pasar a dos músicos ciegos y encorvados que tocaron con
monotonía, pero con tal ritmo que mi excitación creció como si hubiera tomado
vino. Fátima empezó a preparar el té en la bandeja. Luego nos pasó una botella
de agua de rosas y nos perfumamos las manos. Luego encendió un brasero de
sándalo y lo colocó a mis pies. Me estaba perfumando generosamente como se
debía y el aire se hizo más pesado. El soldado árabe se recostó sobre las
almohadas. El guapo guardaespaldas con su túnica blanca, su turbante blanco y
su uniforme militar azul empezó a conversar con Fátima que no hablaba francés.
Tradujo mis cumplidos sobre su belleza. Ella le pidió que tradujera una
pregunta sobre mi esmalte de uñas. Le prometí mandárselo. Mientras estábamos
sentados allí soñando entre cada frase, afuera estalló una pelea. Un joven
árabe entró corriendo, la cara ensangrentada. Gritaba, "Aii, Aii,
Aiii". Fátima envió a su criada a ver qué podía hacerse por el joven
árabe. Nunca perdió la calma. Los músicos tocaron más fuerte y más rápido para
que yo no me diera cuenta de la agitación y para que mi placer no fuera
interrumpido. Permanecí dos horas con Fátima, pues aquí es incorrecto
apresurarse. Es un insulto mortal irse demasiado rápido o mostrar prisa. Se
ofenden profundamente. La amistad no depende tanto de una conversación o de un
intercambio, sino de la creación de un ambiente favorable, soñador, meditativo,
contemplativo, un modo de ser. Finalmente, cuando estuve lista, mi escolta
pronunció unas palabras de despedida.
Era pasada la medianoche. La
ciudad, tan llena de gente e intransitable durante el día, estaba silenciosa y
vacía. El vigilante nocturno duerme en el umbral. Hay puertas entre los
diferentes barrios. Nos abrieron seis puertas con unas llaves enormes. No está
permitido circular de noche salvo con permiso especial y con un pase que el
soldado debió enseñar a cada vigilante.
Las ranas croaban en los
estanques de los jardines tras de las paredes, los grillos anunciaban el calor
del día siguiente. El olor a rosas ganó la batalla de los olores. De pronto una
ventana se abrió, una vieja se asomó en lo alto y, maldiciendo, aventó una rata
enorme que acababa de atrapar. Cayó a mis pies.
Fez es una droga. Enreda. La vida
de los sentidos, de la poesía (hasta los pobres que van a ver a una prostituta
se encuentran con una mujer vestida de novia como una virgen), la vida de la
ilusión y de los sueños. Me volví apasionada, sólo por estar sentada ahí en los
cojines, con la música, los pájaros, las fuentes, la infinita belleza del
diseño de los azulejos, el canto de la tetera, las numerosas y brillantes
bandejas de cobre, las doce botellas de perfume de rosa y el sándalo humeando
en el incensario, los relojes de cuco que suenan a destiempo, cuando quieren.
Las capas de la ciudad de Fez son
como las capas y los secretos de la vida interior. Uno necesita un guía.
Fragmento de: Un viaje a
Marruecos
En: Cuadernos de Literatura
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Anaïs comenzó a escribir su Diario a los once años |
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Inicio: primera semana de Marzo. (Pocas vacantes y horarios) |