Además de "maldito", olvidado... Demasiada soberbia por parte de quienes no hemos legado nada. Maldita es esa costumbre burdamente racionalista de etiquetar, de clasificar... ¿Quizá en un afán de "no olvidar"? Pues en este caso ha resultado inútil: muy pocas memorias han retenido su nombre y su obra.
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20 de agosto de 1885 Toscana - Italia |
FLORENCIA, Italia
por Francesco Luti
El corazón esta noche
me dijo: ¿No sabés? Traducción de Pilar
Sánchez Laílla
Es esto lo primero que me viene a la cabeza pensando en
Buenos Aires, en Argentina. Querría comenzar mi colaboración con EL MURO, que
hace posible así un interesante puente Florencia-Buenos Aires (y viceversa),
recordando a un poeta extraordinario del siglo XX: Dino Campana. Durante el
arco de la atormentada vida (1885-1932), Dino Campana conoció corredores de
manicomios, periodos de soledad viajando por media Europa y arribando en
América del Sur (Montevideo, Buenos Aires); después la Pampa, a trabajar de
jornalero, lejos de su Italia que todavía no estaba en condiciones de
entenderlo. Un violín de sonido mágico, un poeta incomprendido por sus
contemporáneos, acabado pudriéndose en un manicomio de la Toscana, solo,
abandonado por todos.
Florencia antigua, anónimo, siglo XVIII. ¿Por qué Dino Campana? No sabría…Quizá porque
los poetas auténticos son pocos y él era uno de ellos. Dino nació en Toscana,
en Marradi, en la provincia de Florencia. En Florencia iba caminando, con los
pantalones de fustán desafiando el frío de los Apeninos, llegaba con su libro
de los Cantos Órficos, su auténtica biografía, su única razón de vivir. Se lo
había impreso el editor Ravagli en una desaliñada imprenta toscana de comienzos
del siglo XIX. Venía a Florencia para llamar a las puertas de los intelectuales
de la época, que pensaban más a movimientos como el futurismo, que después
naufragarán miserablemente, que a la poesía de Campana. Tenían una estrella
fugaz que irradiaba la poesía como una descarga eléctrica y no se dieron
cuenta. Sucede…frecuentemente sucede.
Los Cantos Órficos retomaban y proponían en Italia de un
modo original la gran tradición de la poesía simbolista, pero la enriquecían
con todas las nuevas experiencias, el orfismo en particular, que las
vanguardias literarias europeas habían creado a comienzos de siglo.
El corazón esta noche
me dijo: ¿No sabes? Es el primer verso de la poesía La noche de fiesta que concluye con otro bellísimo verso, Dejando mi corazón de puerta en puerta.
Dino viajó a Buenos Aires en 1908, con su corazón de puerta
en puerta hasta la Pampa. Partido a la deriva desde Florencia, llegó a Sur
América como tantos otros emigrantes. En la poesía Viaje a Montevideo hay un verso: languidecía la tarde
celeste sobre el mar, casi el suspiro de un poeta en fuga que arriba en
una tierra desconocida. Un año después, Dino vuelve a casa y apenas pone el pie
en Florencia, de nuevo es internado en el manicomio. Alternará estos
viajes-refugio por Italia y Europa, con innumerables arrestos por diversos
motivos, múltiples humillaciones, puertas cerradas para un hombre que no supo
jamás adaptarse más que a la vida al aire libre y a la poesía.
Me lo he imaginado tantas veces Dino, allá en vuestra
tierra, Argentina, hablando en vuestra lengua, recitada como el italiano.
Agradezco que EL MURO, me deje este espacio. Es en él que me complazco en
recordar a un poeta a menudo olvidado, un violín en un siglo de trombones, un
siglo a menudo marcado por la ignorancia colectiva, un poeta capaz de dialogar
con su corazón, capaz de llevarlo de puerta en puerta, trayéndole sin cuidado
lo demás, un poeta puro al 100%.
Incluyo el breve
texto Pampa, contenido en Cantos Órficos, que quizá podrá interesar a
alguno. Lo cito de la versión traducida por un especialista en Campana, el
español Pedro Luis Ladrón de Guevara Mellado, profesor de literatura italiana
en la Universidad de Murcia.
¿Quiere Usted Mate? un español me lo ofreció en voz baja, casi sin
turbar el profundo silencio de la Pampa. - Las tiendas se alargaban a pocos
pasos de donde nosotros, sentados en círculo, en silencio mirábamos a ratos
furtivamente las extrañas constelaciones que doraban lo ignoto de la pradera
nocturna. - Un misterio grandioso y vehemente nos hacía fluir con alivio de una
fresca vena profunda nuestra sangre en las venas: - que saboreábamos con
voluptuosidad misteriosa como en la copa del silencio purísimo y estrellado.
¿Quiere Usted Mate? Recibí la vasija y sorbí la bebida caliente. Echado
en la hierba virgen, frente a las extrañas constelaciones me iba abandonando
por entero a los misteriosos juegos de sus arabescos, acunado deliciosamente
por los ruidos atenuados del campamento. Mis pensamientos fluctuaban: se
sucedían mis recuerdos: que deliciosamente parecían sumergirse para reaparecer
a ratos lúcidamente espiritualizados en la distancia, como por un eco profundo
y misterioso, dentro de la infinita majestad de la naturaleza. Lenta y
gradualmente yo ascendía a la ilusión universal: desde las profundidades de mi
ser y de la tierra recorría por los caminos del cielo el sendero aventurero de
los hombres hacia la felicidad a través de los siglos. Las ideas brillaban de
la más pura luz estelar. Dramas maravillosos, los más maravillosos del alma
humana palpitaban y se comunicaban a través de las constelaciones. Una estrella
que rápida fluía magnífica señalaba con una línea gloriosa el final de un
trecho de historia. Liberada de un peso la balanza del tiempo parecía elevarse
lentamente oscilando: - por un instante maravilloso, inmutable en el tiempo y
en el espacio, se alternaban los destinos eternos…
Un disco lívido espectral despuntó en el horizonte lejano perfumado
irradiando reflejos gélidos de acero sobre la pradera. La calavera que se
elevaba lentamente era la insignia formidable de un ejército que lanzaba hordas
de caballeros con las lanzas en ristre, agudísimas, relucientes: los indios
muertos y vivos se lanzaban a la reconquista de su dominio de libertad en
ataque fulminante. Las hierbas se plegaban al viento de su paso con un gemido
ligero. La conmoción del intenso silencio era prodigiosa.
¿Qué huía sobre mi cabeza? Huían las nubes y las estrellas, huían:
mientras que de la negra y agitada Pampa que huía a ratos en la salvaje carrera
negra del viento ora más fuerte ora más débil ora como un lejano fragor férreo:
a ratos una llamada a la melancolía más profunda del errante:… de las
cabelleras de las hierbas agitadas como a la melancolía más profunda del eterno
errante por la Pampa agitada como una llamada que huía lúgubre.
Estaba en el tren en marcha: tendido en el vagón, sobre mi cabeza huían
las estrellas y los soplos del desierto en fragor férreo: enfrente las
ondulaciones como lomos de fieras al acecho: salvaje, negra, recorrida por
vientos la Pampa iba a mi encuentro para aprisionarse en su misterio: que la
carrera avanzaba, penetraba con la velocidad de un cataclismo; donde un tomo
luchaba en las turbinas ensordecedoras, en el lúgubre fracaso de la corriente
irresistible.
...................................................................................................................................................................................................
Y así alejadas de vos
pasaban aquellas horas de sueño, horas de profundidades místicas y sensuales
que disolvían en ternuras los grumos más agrios del dolor, horas de felicidad
completa que abolía el tiempo y el mundo entero, ¡largo sorbo en las fuentes
del Olvido! Y después os volvía a ver Manuelita: que vigilabais pálida y
lejana: vos alma simple encerrada en vuestras simples armas. Lo sé Manuelita
vos buscabais la gran rival. Lo sé: la buscábais en mis ojos cansados que nunca
os enseñaron nada. Pero ahora, si podéis, sabedlo: yo debía permanecer fiel a
mi destino. era un alma inquieta aquella de la que me acordaba siempre cuando
salía a sentarme en los bancos de la plaza desierta bajo las nubes que corrían.
Ella era aquella por la cual yo olvidaba vuestro pequeño cuerpo peligroso todo
adorable de esbeltez y fuerza. Y sin embargo os lo juro Manuelita yo os amaba
os amo y os amaré siempre más que a cualquier otra mujer… de los dos mundos.
(Cantos Orficos, Dino
Campana, Traducción de Pedro Luis Ladrón de Guevara, Murcia 1991)
De: El Muro la guía cultural de Buenos Aires
MUJER GENOVESA
Tú me trajiste un poco de algas marinas
en tus cabellos y un olor de viento,
que viniendo de lejos llega grave
de ardor, había en tu cuerpo bronceado
-o la divina
simplicidad de tus formas esbeltas-:
no amor ni sufrimiento, un fantasma,
una sombra de la necesidad que vaga
serena e ineluctable por el alma
y la disuelve en júbilo, en encanto, serena,
para que pueda el viento del sudeste
llevarla al infinito.
¡Que pequeño y ligero es el mundo en tus manos!
NAVÍO EN VIAJE
El mástil oscila rítmico en el silencio.
Una tenue luz blanca y verde cae del mástil.
El cielo límpido en el horizonte,
cargado de verde y dorado tras la borrasca.
El cuadro blanco del farol en lo alto
ilumina el secreto nocturno: por la ventana,
las cuerdas altas -un triángulo de oro-
y un globo blanco de humo que no existe
como música sobre el círculo,
con los golpes del oleaje en sordina.
LA TARDE DE FERIA
El corazón me dijo esta tarde, ¿no sabes?
La rosamorena encantadora,
dorada por una rubia cabellera,
la de los ojos brillantes y oscuros,
la que con gracia imperial encantaba la rosada frescura de
las mañanas:
y tú seguías en el aire la fresca encarnación de un sueño
matutino:
la que solía vagar cuando el sueño y el perfume velaban las
estrellas
(que tú amabas mirar desde detrás de las cancelas, las
estrellas, las pálidas nocturnas):
la que solía pasar silenciosa y blanca como un vuelo de
palomas,
ciertamente ha muerto: ¿no sabes?
Era la noche de feria en la pérfida Babel,
la que ascendía en haces hacia [un cielo enmarañado,
hacia un paraíso de llama, con grotescos y lúbricos
silbidos,
y tintinear de angélicas campanillas,
y gritos y voces de prostitutas,
y pantomimas de Ofelia destinadas por el humilde
llanto de las lámparas eléctricas.
Una cancioncilla vulgar había muerto
y me había dejado el corazón dolorido,
y sin amor iba vagando,
dejando el corazón de puerta en puerta:
con ella, que no ha nacido y que, sin embargo,
está muerta, y me ha dejado el corazón sin amor:
sin embargo, lleva el corazón dolorido,
dejando mi corazón de puerta en puerta.
De: antologiaenlarevista.blogspot.com
EL VENTANAL
La humeante noche de verano
Desde el alto ventanal vierte claridad en la sombra
Y me deja en el corazón un sello ardiente.
Pero ¿quién (en la terraza sobre el río se enciende una
lámpara), quién,
A la Virgencita del Puente, quién es, quién es el que le ha
encendido la lámpara? — hay
En la habitación un olor a podredumbre: hay
En la habitación una desfalleciente llaga roja.
Las estrellas son botones de nácar y la noche se viste de
terciopelo:
Y tiembla la noche fatua: es fatua la noche y tiembla pero
hay
En el corazón de la noche hay,
Siempre una desfalleciente llaga roja.
De: Revista
Internacional de Poesía: "Poesía de Rosario" Nº 21
El poeta de prostíbulos y callejones
PEDRO LUIS LADRÓN DE GUEVARA
DINO CAMPANA Cantos órficos y
otros poemas Trad. Carlos Vitale DVD poesía, Barcelona 197 págs.
No es la primera vez que Carlo
Vitale traduce a Campana, ya en 1984 con el título Cantos órficos nos presentó
lo que en realidad era una antología del autor en la editorial Olifante, en
1989 aparecía en la editorial Pamiela otra selección con el título de Viaje a
Montevideo y otros viajes. Finalmente ahora presenta el único libro publicado
en vida del autor, Cantos órficos, y una selección de sus otros poemas. Aunque
ya existía una traducción publicada por la Universidad de Murcia a cargo de quien
esto escribe, así como una monografía sobre el poeta, la actual presenta
también el texto italiano, y es de suponer que tendrá la mayor difusión que el
autor se merece dada la importancia que los propios poetas italianos le han
concedido. Dino Campana nació en 1885, publicó en 1914 a expensas suyas un
único libro, Cantos órficos, pues ni Papini primero ni Marinetti después
quisieron editar o reeditar. Cuatro años más tarde, en 1918, ingresó
definitivamente en el manicomio donde moriría en 1932. Pocos artistas italianos
de este siglo se han podido sustraer a su figura, sobre él escribió Sebastiano
Vasalli la novela La noche del cometa, sobre sus relaciones con Sibilla Aleramo
existe la película Engaños y se han hecho varias obras de teatro; también es el
personaje de Tabucchi en el cuento Vagabundeo de El juego del revés. Sus viajes
por Europa (parece que llegó a Rusia), su emigración a Sudamérica y su
posterior regresolo han convertido en un mito de la cultura italiana del siglo
XX. Sobre él dirigió tesis Ungaretti, lo estudió Montale, y la escuela
Hermética lo consideró un precursor, fue lectura frecuente de Mario Luzi,
Alfonso Gatto, Sergio Solmi, Piero Bigongiari, Alessandro Parronchi, Carlo
Betocchi... que escribieron sobre él. Pocos poetas italianos se han podido
sustraer a la magia de este libro. El propio Giovanni Papini, que no sentía por
él especial afecto, lo incluyó en su antología Poetas de hoy. Dario Bellezza lo
consideró, conjuntamente con Ungaretti, el causante del renacimiento de la
poesía italiana después de Carducci y D'Annunzio, y recuerda que «sólo Sandro
Penna me habló bien de Campana». Alfredo Giuliani va más lejos y no se sonroja
al proclamar que Mujer genovesa le gusta más que todas las poesías de Saba.
Victorio Sereni, cincuenta años más tarde, reconocía cómo en los años treinta
la poesía de Campana se convirtió en un antídoto frente a la rigidez de la
poesía de entonces, mientras Montale ponía en evidencia su conexión con la
«pintura metafísica», ya que es difícil no ver en la descripción de las
ciudades la imagen de las plazas de De Chirico, prueba de ello es que el
comienzo del libro apareció en 1913 con el título La torre roja; Maurizio
Calvesien La Metafísica esclarecida se extiende sobre el tema. Sin embargo no
es sólo esto lo que debe acercarnos a la figura de Campana sino su magnífica
poesía, su prosa poética tan bella y tan finamente estructurada que muchos lo
han considerado un poeta visionario, lleno de alucinaciones, olvidando lo que
sobre ella escribió Pasolini, que es «una poesía sustancialmente realista, no
obstante esté inspirada en un sofocante estecismo». ¿Alucinaciones, visiones?
Simple recreación de una realidad que es mucho más mágica de cuanto creemos.
Veamos un ejemplo: «Y miramos las vistas. Todo era de una realidad espectral.
Había panoramas esqueléticos de ciudades. Unos muertos estrafalarios miraban al
cielo en poses leñosas [...] ¿Es así París? He aquí Londres. La batalla de
Mukden... ¡Todas aquellas cosas vistas por los ojos magnéticos de las lentes en
aquella luz de ensueño!». ¿Visiones provocadas por drogas? No, estamos ante uno
de los primeros textos dedicados al cine: el joven poeta entra en una barraca
donde se proyecta el incipiente cine, imágenes de la guerra, visiones aéreas de
las ciudades (a cuadros, «cubistas»), como cuadricular es también la campiña,
los huertos, imágenes de los soldados muertos en la trinchera... y sentada
junto al poeta, durante la proyección, una joven rubia que en la oscuridad
estará tan cerca de él como nunca más será posible que lo esté. Campana
describe con tal belleza que hace que su descripción realista parezca sueño.
Unión de poesía y prosa. Y por encima de todo la pasión de Campana por la
poesía, la cual justifica su existencia, tal y como leemos en su epistolario
recogido por el argentino residente en Roma Gabriel Cacho Millet. Veamos el
poema «La Chimera», que simboliza la creación literaria, tema tan presente a
finales del XIX y principios del XX (baste recordar la novela homónima de Pardo
Bazán), donde el poeta habla con la poesía: «No sé si entre rocas tu pálido /
Rostro se me apareció, o sonrisa / De lejanías ignoradas / Fuiste, inclinada la
ebúrnea / Frente fulgente, oh joven/ Hermana de la Gioconda.» O en el poema «La
Esperanza:» «¡Por el amor de los poetas, puertas / De la muerte abiertas /
Sobre el infinito!». Es verdad que a Campana le gustaba fomentar la leyenda que
lo circundaba, y que Binazzi la aumentó con el fin de conseguir que se
reeditase su poesía, pero fue el psiquiatra Carlo Pariani, que lo entrevistó en
el manicomio, el que consolidó la leyenda al hacer público el Campana Edison,
el hombre que creía poseer poderes eléctricos para causar terremotos, el que
estaba convencido que su amor por la escritora Sibilla Alerazo había provocado
la Primera Guerra Mundial. Y a los italianos les gusta el mito, hasta el punto
de que hace unos meses el prestigioso actor Carmelo Bene, que hace una espléndida
lectura de la poesía de Campana, escribió en la introducción a la publicación
de tal recital que el poeta escribió los versos durante los cuarenta años de manicomio.
¡Poco importa que sólo fueran catorce años y que en ellos no escribiera nada!
Pero volvamos a los textos, a su
sentido humanista recogido en La Verna, lugar donde se retiró San Francisco, y
que Campana consigue describir como nunca antes se había hecho: «Grutas
profundas, hendiduras rocosas donde una escalerita de piedra se ahonda en una
sombra sin memoria [...]. El corredor, alentado por el hielo de las grutas, se
viste todo de la leyenda franciscana. El santo aparece como la sombra de Cristo,
resignada, nacida en tierra de humanismo, que acepta su destino en soledad. Su renuncia
es sencilla y dulce: desde su soledad entona con fe el canto a la
naturaleza».Bellísima la descripción del fraile «decrépito a altas horas se
arrastra por la penumbra del altar, silencioso en su sayo velludo, y reza las
plegarias de ochenta años de amor».Pero no nos engañemos, Campana es sobre todo
el poeta de prostíbulos y callejones:«Detrás de los barrotes se ven asomados
unos rostros necios de abatidas prostitutas a las que los afeites dan un aspecto
trágico de payasos. Aquel pasaje desértico, con hedor de urinario y de moho de
los muros corroídos, tiene por única perspectiva, al fondo, la hostería». Con
alusiones, quizás bastante literarias, al diablo: «¡Oh Satanás, tú que alas
rameras nocturnas colocas al fondo de las encrucijadas, oh tú, que desde las sombras
enseñas el infame cadáver de Ofelia, oh Satanás, ten piedad de mi larga miseria!».
Muchos han sido los que han visto tras la obra de Campana un mundo de referentes
culturales, pues sus visiones provienen principalmente de la lectura: «De la Página resucitaba un mundo muerto, surgían imágenes antiguas». Y
todos esos mundos se aglutinan en su deseo de libertad; el paisaje toscano, los
prostíbulos, las ciudades, encuentran su mejor expresión en ese ir y venir que
el emigrante Campana hace cada día en la Pampa, desde el campamento, con
tiendas de tela para los trabajadores, hasta el lugar donde se amontona la
tierra para construir las nuevas vías del ferrocarril: «Yo estaba en el tren en
marcha: tendido en el vagón por encima de mi cabeza huían las estrellas y los
soplos del desierto en un fragor férreo [...]. ¿Dónde estaba? Yo estaba de pie:
en la Pampa, en la carrera de los vientos, de pie en la Pampa que volaba a mi
encuentro: ¡para atraparme en su misterio!». El poeta, en pie sobre la plataforma
del tren en marcha, con el aire azotando su cuerpo, en una imagen poética absolutamente
cinematográfica. Muchos son los aspectos de Campana, pues quizás Cantos órficos
más que un libro unitario es un conjunto de composiciones que su autor quiso
reunir antes de que los demonios de su enfermedad acabaran por destruirlo. De cualquier
modo, no ha de extrañarnos que con todos estos mundos poéticos Campana, en
palabras del poeta y fino crítico Eugenio Montale, sea «un poeta che no se
decide a dejarse olvidar»
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