lunes, 17 de agosto de 2015

"Le escribo porque estoy sufriendo como un perro"- Una forma de vida

Autora nacida en Japón
el 13 de agosto de 1967;
ciudadana belga
que escribe en francés.


























Aquella mañana, recibí una carta distinta a todas las demás:

Querida Amélie Nothomb:

Soy soldado de segunda clase del ejército norteamericano, mi nombre es Melvin Mapple, pero puede llamarme Mel. Llevo más de seis años destinado en Bagdad, desde el principio de esta jodida guerra. Le escribo porque estoy sufriendo como
un perro. Necesito un poco de comprensión y sé que usted me comprenderá.
Respóndame. Espero que me escriba pronto.

Melvin Mapple
Bagdad, 18/12/2008

Primero pensé que se trataba de una broma.
Aun suponiendo que existiera el tal Melvin Mapple, ¿tenía derecho a escribirme aquellas cosas?
¿Acaso no existía una censura militar que nunca debería haber dejado pasar el «fucking» delante del «war»?
Examiné el sobre. Si era falso, la ejecución resultaba admirable. Una máquina americana de sellar había realizado el franqueo, estampado con un sello iraquí. Pero lo que le daba más autenticidad era la caligrafía: esa letra americana básica, simple y estereotipada, que tantas veces había visto en el transcurso de mis estancias en los Estados Unidos. Y aquel tono directo, de una irrefutable
legitimidad.
Cuando dejé de dudar sobre la autenticidad de la misiva, me impactó la increíble dimensión de aquel mensaje: si bien no era nada sorprendente que un soldado norteamericano que vivía aquella guerra desde el principio y desde dentro estuviera sufriendo «como un perro», sí resultaba alucinante que me lo contara a mí.
¿Cómo había oído hablar de mí? Cinco años antes, se habían traducido algunas de mis novelas al inglés y en los Estados Unidos habían gozado de una acogida más bien confidencial. Sin sorprenderme, ya había recibido otras cartas de militares
belgas o franceses que casi siempre me pedían una fotografía dedicada. Pero un soldado de segunda clase del ejército norteamericano destinado en Irak, eso me superaba.

¿Sabía quién era yo? Aparte de la dirección de mi editor, correctamente escrita en el sobre, nada dejaba entrever que así fuera. «Necesito un poco de comprensión y sé que usted me comprenderá.»
¿Cómo podía saber que yo le comprendería? Suponiendo que hubiera leído mis libros, ¿acaso eran el ejemplo más evidente de la comprensión y la compasión humanas? Puestos a convertirme en madrina de guerra, la elección de Melvin Mapple me dejaba perpleja.
Por otro lado, ¿me apetecían aquellas confidencias?
Ya eran muchos los que me escribían para contarme sus penas con todo lujo de detalles. Mi capacidad para soportar el dolor ajeno se hallaba al límite de su resistencia. Además, el sufrimiento de un soldado norteamericano, eso tenía que
ocupar mucho sitio. ¿Podría abarcar semejante volumen?
No.
Probablemente, Melvin Mapple necesitaba un psicólogo. Y ése no era mi oficio. Ponerme a disposición de sus confidencias sería hacerle un flaco favor, ya que se consideraría liberado de la necesidad de terapia que seis años de guerra habían
tenido que engendrar.
No responder nada me habría parecido un poco malvado. Opté por una solución intermedia: le dediqué al soldado mis libros traducidos al inglés, los empaqueté y los envié por correo.

De ese modo me parecía haber hecho un gesto para aquel subalterno del ejército norteamericano y apacigüé mi conciencia.
Más tarde, pensé que la ausencia de censura militar se explicaba, sin duda, por la reciente elección de Barack Obama como presidente; es cierto que no sería presidente en funciones hasta un mes más tarde, pero aquella conmoción ya había tenido sus efectos. Obama no había dejado de manifestarse contra aquella guerra y de declarar que, en caso de victoria demócrata, ordenaría el regreso de las tropas. Me imaginaba la vuelta inminente de Melvin Mapple a su Norteamérica natal: en mis fantasías, le veía llegando a una granja confortable, rodeada de campos de maíz, con sus padres recibiéndole con los brazos abiertos. Aquella idea acabó de tranquilizarme. Como seguro que se habría llevado mis libros dedicados, indirectamente yo habría contribuido a la práctica de la lectura en la
región del Corn Belt.

Aún no habían transcurrido ni dos semanas cuando recibí la respuesta del soldado de segunda:

Querida Amélie Nothomb:
Gracias por sus novelas. ¿Qué quiere que haga con ellas?
Happy new year,
Melvin Mapple
Bagdad, 1/01/2009

Me pareció un poco envarado. Algo nerviosa, le escribí inmediatamente la siguiente carta:

Querido Melvin Mapple:
No lo sé. Quizá calzar un mueble o subir la altura de una silla. U ofrecérselos a un amigo que haya aprendido a leer.
Gracias por sus deseos de año nuevo. Los mismos para usted.
Amélie Nothomb
París, 6/01/2009

Envié la nota revolviéndome contra mi propia estupidez. ¿Cómo había podido esperar una reacción distinta por parte de un militar?



De: www.elboomeran.com