lunes, 15 de diciembre de 2014

Producción de Escritura en el Taller temático "El ADN de la Literatura Universal"



La producción fue inspirada por el estudio del Mito del Descenso de Inanna al Inframundo (concebido por los mesopotámicos). 


El largo camino de regreso a casa

Decían que la diosa de la luna y reina del cielo encendía el amanecer y arrullaba al atardecer con sus ojos. Se afirmaba que hasta despertaba el fuego en la boca de los volcanes somnolientos. Así era la fama de Inanna.
A su cuerpo, despojado de sus insignias reales y sus amuletos mágicos, lo habían colgado del largo travesaño.
Cuando lo soltaron de los ganchos, su tersa piel se explayó por el suelo; todo quedó desgarrado: cuello, brazos, manos, muslos, piernas y pies. 
Desde lo alto, la luna vieja comenzaba a derramar llantos de luz plañidera.
Ereshkigal, al retirar los cerrojos de las siete puertas, corría por los pasillos, despedazaba sus vestiduras, escupía el sabor fétido, arraigado en el paladar, que no conseguía saciar su venganza… ¡Ay de mí y de ti hermana, qué enorme soledad la nuestra!
De pronto, una criatura de rostro terroso, se infiltró junto a otra gemela por las grietas de las puertas. Gimieron y lloraron junto a ella. Acongojadas, engañaban a la reina oscura que no estaba interesada en ritos funerarios.  Escurridizas y sin perder tiempo, una de ellas esparció algo sólido sobre los restos del cadáver; la otra, los roció con un líquido. Alimento y Agua: resucitadores de vida. Debían verterlos, porque las palabras de Enki son simientes de sabiduría divina.
Las criaturas: el kurgarra y el galatur, nacidas del interior de las uñas de Enki, abandonaron las lágrimas fingidas. ¿Para qué seguir disimulando? Tenían que llevarse a Inanna y volver a su progenitor: el que  convierte la tierra estéril en un vientre fértil de trigo y cebada. 
         ***
Fue de repente. Algo gelatinoso y verde le provocó  una arcada que la tumbó entre surcos intestinales de agua fangosa. Sí, algo nauseabundo se le había impregnado por la mucosa de la nariz. El Alimento y el agua, ¿eran éstos los elementos resucitadores de vida? Un torbellino de nubes a su alrededor quería envolverla. ¿Es real o un sueño? Peor aún, una pesadilla en donde seres malolientes que se atropellaban entre sí parecían intentar atraparla. Consiguió eludirlos…a duras penas lo logró.
Alejada del aliento pestilente, apretó los labios y aguantó el intento de vómito. Respiraba trabajosamente, sin embargo, respiraba. ¡Entonces, estaba viva! Pero… falta la corona, faltan las cuentas de lapislázuli en el cuello y la doble hilera de cuentas del pecho. ¿Dónde se encuentra el precioso pectoral que atraía a los hombres?; mi muñeca no está adornada con el aro de oro; ya no siento el poder de mi vara de medir en mi mano, y la túnica real ya no envuelve mi cuerpo. ¿Acaso los annuna, esos jueces del inframundo, me persiguen?  Debo huir, pero ¿de qué?, soy una reina, soy una diosa.  Soy sacerdotisa, aún donde sea que quede este lugar. Sorpresivamente, se agolpó el silencio -era apenas un respiro aparente- se escabulló entonces un rumor y del rumor escaparon sonidos guturales. Acaso el delirio continuaba como un truco infame. Tal vez, una revancha y en ese momento ella bramó: “¡Hasta cuándo este suplicio, hasta cuándo, padre Enki!, no permitas que tu hija sea aniquilada en este inframundo. Siempre he sido tu sagrada sacerdotisa del cielo. ¿Quizá me has confinado a este lugar por haberme apropiado de la sabiduría que me brindaron los Me? O, tal vez, seas tú, padre Enlil, ¿deseas castigarme por haber anhelado el Gran Arriba y el Gran Abajo?”
Sería posible o imposible, pero una fuerza irresistible la fue arrastrando hacia un laberinto. Paredes de piedra. Cavernas y más cavernas. Todas ellas iguales, asomándose por entre tortuosas veredas. Sus manos se aferraban a esas paredes, mientras otras aprisionaban las suyas. Pero continuó avanzando. Uno, dos, tal vez tres pasos y se dejó caer. Entre los reflectores que disolvían la espesa niebla se asomaron unas siluetas con túnicas blancas. Acaso escuchó voces, rodar lento de ruedas. Probablemente, pero todo el ambiente era muy difuso.
***
Cuando las blancas siluetas llegaron, la encontraron balbuceando con los ojos entornados.  ¡Qué alivio, los párpados protectores como persianas, lejos, lejos de este horror!
Alguien la trasladó en brazos hasta una caravana de vehículos blancos. De inmediato la orden atravesó la espesa nebulosa: “¡Callejón cinco, vereda ocho, al carruaje uno. Callejón dos, vereda treinta y tres, al carruaje cuatro!” Una multitud en tropel intentó furiosa agolparse, pero las presencias que rodeaban los transportes parecían detenerla con invisibles órdenes del pensamiento. Cordiales y afectuosas, las manos ubicaron el desfallecido cuerpo sobre un mullido lecho.
Pese a su débil discernimiento, descubrió que no estaba sola.
***
La suave almohada invitaba al descanso reparador. El doblez de las sábanas de lino asomaba por arriba del confortable acolchado con diseños de amapolas y finos hilos de satén. Amplios ventanales recortaban las paredes, desplegando su luz sobre la hilera de camas y butacas reclinables.
En el espectro luminoso, el blanco tenía varios matices. Filtrado por las cortinas de voile, fluía etéreo como un resplandor. Sobre las paredes, su pureza se impregnaba de una sutil languidez opaca, no interfiriendo el despertar de los somnolientos convalecientes.
De algún lugar de la sala –como si hubieran atravesado la luz –surgieron las espectrales figuras con aquellas largas túnicas blancas para serenar el repentino despertar de la paciente.
-Estará calmada en poco tiempo - se escuchó en la habitación.
-Estará calmada, sólo déjenla reposar –pronosticaron los ecos dirigiéndose de un lugar a otro. ¡Pobre mujer!
Temerosa, temblando, cubierto el rostro de sudor, giraba la cabeza de un lado a otro, de un lado a otro. ¡Imposible moverse!
-Está angustiada, está sufriendo, ¡pobre mujer! –repetían lastimosamente los ecos a su alrededor. Cautelosos, moviéndose en círculos, escuchaban:
-¿Pero, dónde estoy, están aquí Enlil o Enki? ¿Y si les rogara nuevamente el perdón?
-Estará calmada en poco tiempo, sólo déjenla reposar –reiteraba la apacible voz– aunque su mente está aún en  tinieblas, sus pensamientos fluyen y vibran por el aire como los sonidos en un diapasón.
-Está calmada, está tranquila –murmuraban todos desde los rincones.
Las plegarias infiltraban el silencio.  Lluvias de plegarias al unísono que esparcían sus ondas sonoras. Entonces, etéreas entidades se presentaron y se reunieron con los otros. Magnetismo que fluye en la imposición de manos.
¡Silencio!, está entornando los párpados –enunciaba el que había extendido sus dedos sobre la cabeza de la doliente; sin rozarla, rasgando una espesa e invisible niebla que apartaba lejos con ambas manos. El otro, más joven, le susurró al oído:
-¿Y si ellos continuaran acosándola? Los individuos sedientos de venganzas no se cansan de perseguir a sus víctimas.
-No apresuremos el tratamiento terapéutico. Las alucinaciones traen quién sabe qué lejanos y amargos acontecimientos. Nuestra historia siempre se resume a deudas y deudores, a orígenes y consecuencias.
Sobre los ventanales, las cortinas de voile ya se habían teñido de atardecer. Con su vaivén recogían del jardín la fragancia de los jazmines y de la lavanda.

Susana Matteo
Taller Temático: El ADN de la Literatura Universal
Centro de Formación Humanística PERRAS NEGRAS