sábado, 11 de mayo de 2013

Eros está en todos lados


JUSTAMENTE


  “Doctor Shalom, habla Justa. Necesito verlo a la brevedad. Es una urgencia.”
  “Usted  sabe, Justa, que no doy cita fuera de su horario habitual. Pero  la noto muy nerviosa, veo mi agenda y la llamo.”

A la mañana siguiente entré apresuradamente al consultorio. Lo de siempre: no llamar si es temprano, no entrar sin ser anunciada etc. etc. ... Bueno, la misma paparruchada del “encuadre”, que es su excusa para cobrar más caro. No podía esperar para contarle lo sucedido. La muy perra, mi madre claro, por fin se sacó la máscara. Desde hace  mucho se lo digo, pero él parece no oírme. No toma en cuenta los ocho años de terapia que llevamos.

Tiene puesto el saco a cuadros, aburrido y muy usado. En realidad le queda muy bien, resalta sus ojos claros. No hay nada ostentoso en su escritorio ni en su vestir. Claro que su barrio es de los más caros de Londres y atrás del consultorio parece haber una residencia suntuosa. Y sí, ¡con lo que me cobra!!
Me dejo caer sobre el sillón, que de paso no es muy cómodo, me observa con sus ojos inquisidores… ¿o será con interés?  Quisiera preguntarle, ahora mismo, si mira así a sus otras pacientes mujeres. Eso me resulta insoportable, en cualquier momento hago un ataque de pánico. Yo soy más interesante que esas viejas pintarrajeadas que de seguro lo visitan. Sin duda a ellas les cobrará una tarifa superior. Después de todo no es tantooo tanto lo que me cobra. De a ratos tengo la sospecha de que no me escucha, lo  siento  como perdido en sus reflexiones. ¡Ah, eso sí que no se lo permito! Estos son mis escasos 50 minutos en los que me pertenece. ¿Será que algún día se decidirá a contarme que tiene fantasías sexuales conmigo? Las mujeres somos muy perceptivas para eso. Él se separó, según rumores, al poco tiempo de conocerme. ¿JUSTAMENTE?  Puede que lo que más lo atraiga sea el hecho de que aún no he tenido relaciones con hombres. Sin contar, claro, las caricias con los muchachos de mi adolescencia. No sé  si yo estoy pronta aún para una relación como la que él, seguramente, querría mantener conmigo. Parece muy pasional. Espero que me tenga paciencia y pueda contenerse y esperarme. A mis 58 años no quiero apurar las cosas. Todo será a su debido tiempo.

Su voz me sobresaltó: “Hoy está más callada que de costumbre, llevamos 35 minutos de consulta y aún no abrió la boca para contarme la urgencia por la que está acá.”
Continúo callada, no es mi marido aún. Ni pienso hablar sólo porque él lo diga. ¡Ja! ¡¡¡JUSTAMENTE!!!

Olga
GRUPO ALAS




Poe, una escritura siempre motivadora







EL APARECIDO


- ¡¡¡Papá!!!! ¿¿¿ Papá???
Mi pobre hijo se refregaba los ojos, no creía lo que veía: yo, su padre, sentado en la sala, tomando un mate medio lavado que alguien había olvidado allí. La mesa estaba prolijamente cubierta con una carpeta hecha a crochet que, con mucho esmero, una tía soltera había tejido para hacer pasar las horas. Todo era humildemente decoroso y pulcro, tan chato como la vida misma en ese pueblo minero.

- Vení, mijo, sentate, vine para hablar con vos. Volví para sacarme este dolor que me oprime y asfixia el corazón. Pensar que los abandoné cuando lloraban mi muerte, después del sismo que derrumbó la entrada de la mina…

-  Pero, papá, no entiendo, ¡entonces...!

- No interrumpas, necesito contarte todo y no tengo tanto tiempo- le dije-. Vine no sin esfuerzo. En la situación angustiosa en que me encontré, en medio del silencio y la oscuridad sepulcral, repasé mi vida. Nunca me había dado cuenta, hasta ese momento, que podía tener un sueño. Se nacía para ser minero, era la única manera de subsistir que conocía. Así lo marcaban los otros hombres de la familia, tus abuelos, tus tíos… Pasados no tantos años, una enfermedad respiratoria haría viuda a tu mujer. ¿Y eso era todo? No me quise resignar y juré que buscaría una salida como fuera y cumpliría mi sueño.

-  ¿Tu sueño, papá? ¿Cuál sueño? ¿Y nosotros?

-  No interrumpas- dije- y retomé mi historia. Salí antes de la segunda réplica, apenas vi la luz de la luna que cubría como una aparición el glorioso y árido entorno de la mina, corrí y corrí hasta derrumbarme. Sentí la Libertad y huí como un cobarde sin haber siquiera hablado con tu madre. ¿Mi sueño?  Recorrer el mundo, ver La Ciudad, vivir esa vida que imaginé cuando escuchaba la radio del capataz, conocer mujeres como las que él tenía en las revistas, tener mi propio camión. Gané, perdí, amé, desamé, ahora necesito paz y descanso. No podía irme sin contarte mi aventura.

-  ¿Te volvés ya a la ciudad, papá?  No pasa el ómnibus hasta el martes, quedate también unos días, mis hermanos querrán verte y escuchar tu historia. Estoy un poco mareado...será la emoción: se me desdibuja tu figura por momentos.

-   Esta vez no voy a la ciudad, hijo mío- y me fui. 


Olga
GRUPO ALAS









FOTOS Y EMOCIONES


“Solo recuerdo la emoción de las cosas” escribía Antonio Machado y, reflexionado sobre mi pasado, pienso que tenía razón.
Mi vida ha sido, quizás, demasiado extensa. Soy longeva y dispongo de tiempo para calibrar mis emociones. Ellas me conducen hacia una felicidad plenamente vivida durante largos años inolvidables.
Mis hijos pequeños, mi marido, mis padres, me hicieron sentir la alegría de integrar ese mundo del “nosotros”.

Pero las emociones también me llevan a llorar por una pena que el tiempo no ha logrado mitigar y que ahora, en esta frontera de la vida a la que he llegado, vuelve con más fuerza que nunca.
Miro las fotos familiares y ahí está, para siempre, mi hijo… un hijo que persiguió la utopía de salvar al mundo…
En una foto hermosa se ve a Mariano, está feliz, es el día en que se recibía de médico.

Su vida transcurría sin mayores problemas pero no podía dejar de sentir que sus conocimientos y su energía debían estar dirigidos hacia una entrega mayor…
Y, en pos de ese llamado, viajó un día en busca de horizontes complejos, conflictivos,  llenos de peligros latentes… Durante mucho tiempo y pese a todo, siempre mantuvo comunicación con su familia haciéndola partícipe de sus experiencias y de su absoluto compromiso con la vida.
Cuando sus mensajes dejaron de llegar, la familia se negó a aceptar lo inevitable,  encontraron mil y una razones para explicar la ausencia de los mismos… hasta que un día llegó la fría notificación, escueta, concisa…
Mariano ya no volvería nunca más… la utopía seguiría siendo eso… una utopía.

Graciela Cantón
Grupo ALAS


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Una leyenda rural

 Me lo dijo un indio viejo y medio brujo, que se santiguaba y adoraba al sol. El cura del caserío vecino había tratado de cristianizarlo, pero el hombre, taimado, a todo le decía que sí para después exorcizarse con sus amuletos.

Yo pasaba unos días en el campo. Me habían dicho que necesitaba paz y el alimento nutritivo de las haciendas. Aún hoy recuerdo el guiso de los peones, con carne, fideos y verduras, que con un cucharón me servía en un plato a eso de las once, poco antes de que se lo llevaran de la cocina económica al patio donde se congregaba la peonada. Como soy hombre de ciudad nunca me gustaron  los atardeceres en el campo. En esta estancia había cosas incongruentes, como teléfono desde los años cuarenta, pero la electricidad no era 220 sino más baja. Al anochecer se  prendía el motor a nafta o keroseno, dando una luz mortecina, tristísima. Eléctrico no había nada más, la cocina y el calefón a leña, la heladera a keroseno y, gracias a Dios, como era a mediados de los años cincuenta todos teníamos nuestra radio a transistores. 
Así como no me gustan los atardeceres campestres, me encanta el amanecer, con los trinos de los pájaros, tan diferentes a los citadinos, el relinchar de los caballos recién ensillados y esa quietud en el aire que me hace tanto bien para el ánimo.
Al principio la peonada me miraba de lejos, estudiándome; pero poco a poco, tal vez por mi aire sencillo y mi no meterme en nada, se me acercaron.
“Buenos días, Don, ¿qué le parece esta mañana? Limpia y fresca, ¿verdad?”
“Como pocas, soy hombre de ciudad pero estoy aprendiendo a apreciar el aire límpido, la quietud y el trabajo de ustedes. Escribo en un diario, con seguridad que voy a relatar todo esto.”  Tímidamente me invitaron “Si quiere arrimarse al fogón una de estas noches, tenemos un contador de historias que le va a gustar.”
La rueda era chica, cinco o seis personas y el amargo pegaba la vuelta con parsimonia. Al principio el indio me ignoró, pero como yo me estaba quieto y en silencio, al rato se dirigía a mí contando sus historias. Creo que me quería asustar, hablaba de luces malas como si uno no supiera que son el reflejo de de la luna sobre huesos de animales que abundan en las praderas; pero el brujo me miraba fijo y me hacía sentir inquieto. Costaba soportar esa mirada que a veces parecía muy honda y otras, vacía, casi muerta. Intuyó que no me convencía y cambiando de tema, me preguntó si podía dormir bien por las noches, “porque usted habita el cuarto del mirador”.
No supe por qué un escalofrío me estremeció la espalda. "¿Nunca se preguntó por qué su amigo el dueño de la hacienda lo dejó solo pretextando negocios?   Allí donde usted duerme estuvo encerrada mi tía abuela, india como yo, enamoriscada y correspondida por el niño de la casa. La familia no puso el grito en el cielo, en silencio mandó al chico para Europa y a la muchacha la encerró en la habitación de arriba. En esa época los amos blancos eran los dueños de los indios y a ninguno de los nuestros se le ocurrió reclamar. Eso sí, echaron mano a todo tipo de sortilegios de hechizos. Mi abuelo adoró el sol durante días, hasta casi quedarse ciego. Mataron gallos negros esparciendo su sangre por la trilla, hasta llamaron al séptimo varón de la familia, apodado el bicho; pero no resultó, la muchacha seguía presa. Parece que el dios de los blancos es más poderoso que  los nuestros. A los pocos días murió, dijeron que se había ahorcado. Pero antes dijo a los gritos que volvería a vengarse con el primer blanco que habitara el mirador, para después descansar en paz. Usted lleva quince días aquí, es la fecha, se va a cumplir el plazo. Se preguntará por qué le cuento todo esto; solo porque usted es un hombre humilde y el patrón no".
Me despedí con prisa, corrí a aprontar los bártulos y esperé en el patio a que amaneciera. Fui caminando hasta el pueblo, y temblando, tomé el primer tren para Montevideo.



María Cristina Fuentes
Grupo ALAS

Medito



He quedado en paz conmigo,
fumo un cigarro y bebo,
(aprovecho) el aire sucio,
lo respiro,
abrazo el silencio gris
del humo
y me esfumo en el olvido.



Raúl Trindade