viernes, 25 de octubre de 2013

La mujer que tenía dedos también en el alma: Delmira Agustini



Si así sueño mi carne, así es mi mente








Fuente:




Serpentina


En mis sueños de amor, ¡yo soy serpiente!
gliso y ondulo como una corriente;
dos píldoras de insomnio y de hipnotismo
son mis ojos; la punta del encanto
es mi lengua... ¡y atraigo con mi llanto!
soy un pomo de abismo.

Mi cuerpo es una cinta de delicia,
glisa y ondula como una caricia...

Y en mis sueños de odio ¡soy serpiente!
mi lengua es una venenosa fuente;
mi testa es la luzbélica diadema,
haz de la muerte, en un fatal soslayo
son mis pupilas; y mi cuerpo en gema
¡es la vaina del rayo!

Si así sueño mi carne, así es mi mente:
un cuerpo largo, largo, de serpiente,
vibrando eterna, ¡voluptuosamente!

Tu amor, esclavo, es como un sol muy fuerte:
jardinero de oro de la vida,
jardinero de fuego de la muerte
en el carmen fecundo de mi vida.

Pico de cuervo con olor de rosas,
aguijón enmelado de delicias
tu lengua es. Tus manos misteriosas
son garras enguantadas de caricias.

Tus ojos son mis medianoches crueles,
panales negros de malditas mieles
que se desangran en la acerbidad;

crisálida de un vuelo del futuro,
es tu brazo magnífico y oscuro,
torre embrujada de mi soledad.












Mis amores


Hoy han vuelto.
Por todos los senderos de la noche han venido
a llorar en mi lecho.
¡Fueron tantos, son tantos!
Yo no sé cuáles viven, yo no sé cuál ha muerto.
Me lloraré yo misma para llorarlos todos.
La noche bebe el llanto como un pañuelo negro.
Hay cabezas doradas a sol, como maduras...
Hay cabezas tocadas de sombra y de misterio,
cabezas coronadas de una espina invisible,
cabezas que son rosa, la rosa del ensueño,
cabezas que se doblan en cojines de abismo,
cabezas que quisieran descansar en el cielo,
algunas que no alcanzan a oler a primavera,
y muchas que trascienden a las flores de invierno.
Todas esas cabezas me duelen como llagas...
me duelen como muertos...

¡Ah...! y los ojos...los ojos me duelen más: ¡son dobles..!
Indefinidos, verdes, grises, azules, negros,
abrasan si fulguran,
son caricias, dolor, constelación, infierno.
Sobre toda su luz, sobre todas sus llamas,
se iluminó mi alma y se templó mi cuerpo.
Ellos me dieron sed de todas esas bocas...
de todas esas bocas que florecen mi lecho:
vasos rojos o pálidos de miel o de amargura
con lises de armonía o rosas de silencio,
de todos esos vasos donde bebí la vida,
de todas esos vasos donde la muerte bebo...
El jardín de sus bocas, venenoso, embriagante,
en donde respiraban "sus almas" y "sus cuerpos".
Humedecido en lágrimas
han rodeado mi lecho...

Y las manos, las manos colmadas de destinos,
secretas y alhajadas de anillos de misterio...
Hay manos que nacieron con guantes de caricia,
manos que están colmadas de la flor del deseo,
manos en que se siente un puñal nunca visto,
manos en que se ve un intangible cetro;
pálidas o morenas, voluptuosas o fuertes,
en todas, todas ellas, puede engarzar un sueño.
Con tristeza de almas se doblegan los cuerpos,
sin velos, santamente vestidos de deseo.
Imanes de mis brazos, panales de mi entraña
como  invisible abismo se inclinan en mi lecho...
¡Ah, entre todas las manos, yo he buscado tus manos!
Tu boca entre las bocas, tu cuerpo entre los cuerpos,
de todas las cabezas yo quiero tu cabeza,
de todos esos ojos, ¡tus ojos sólo quiero!
Tú eres el más triste, por ser el más querido,
tú has llegado el primero por venir de más lejos...
¡Ah, la cabeza oscura que no he tocado nunca
y las pupilas claras que miré tanto tiempo!
Las ojeras que ahondamos la tarde y yo inconscientes,
la palidez extraña que doblé sin saberlo,
ven a mí: mente a mente;
ven a mí: cuerpo a cuerpo.
Tú me dirás que has hecho de mi primer suspiro...
Tú me dirás que has hecho del sueño de aquel beso...
Me dirás si lloraste cuando te dejé solo...
¡Y me dirás si has muerto...!

Si has muerto,
mi pena enlutará la alcoba lentamente,
y estrecharé tu sombra hasta apagar mi cuerpo.
Y en el silencio ahondado de tinieblas,
y en la tiniebla ahondada de silencio,
nos velará llorando, llorando hasta morirse
nuestro hijo: el recuerdo.


 Día nuestro

-La tienda de la noche se ha rasgado hacia Oriente.- 
Tu espíritu amanece maravillosamente; 
su luz penetra en mi alma como el sol a un vergel...

-Pleno sol. Llueve fuego. -Tu amor tienta, es la gruta 
afelpada de musgo, el arroyo, la fruta, 
la deleitosa fruta madura a toda miel.

-El Ángelus. -Tus manos son dos alas tranquilas, 
mi espíritu se dobla como un gajo de lilas, 
y mi cuerpo te envuelve... tan sutil como un velo.

-El triunfo de la noche. -De tus manos, más bellas, 
fluyen todas las sombras y todas las estrellas, 
y mi cuerpo se vuelve profundo como un cielo! 



El diamante

Hoy, en una mano burda instintiva, deforme, he visto el diamante más bello que pueda encender el Milagro...
Parecía vivo y doloroso como un espíritu desolado...
Vi fluir de su luz una sombra tan triste, que he llorado por él y por todos los bellos diamantes extraviados
en manos deformes...


Vida


A ti vengo en mis horas de sed como a una fuente
límpida, fresca, mansa, colosal...
y las punzantes sierpes de fuego mueren siempre
en la corriente blanda y poderosa.

Vengo a ti en mi cansancio, como al umbroso bosque
en cuyos terciopelos profundos la fatiga
se aduerme dulcemente, con música de brisas,
de pájaros y aguas...
y del umbroso bosque salgo siempre radiante
y despierta como un amanecer.

Vengo a ti en mis heridas, como al vaso de bálsamos
en que el dolor se embriaga hasta morir de olvido...
Y llevo
selladas mis heridas como las bocas muertas,
y por tus buenas manos vendadas de delicias.

Cuando el frío me ciñe doloroso sudario,
lívida vengo a ti,
como al rincón dorado del hogar,
¡como al Hogar universal del Sol!...
Y vuelvo toda en rosas como una primavera,
arropada en tu fuego.

A ti vengo en mi orgullo
como a la torre dúctil,
como a la torre única
¡que me izará sobre las cosas todas!
¡Sobre la cumbre misma,
arriscada y creciente,
de mi eterno capricho!

Para mi vida hambrienta
¡eres la presa única!
¡Eres la presa eterna!
El olor de tu sangre,
el color de tu sangre
flamean en los picos ávidos de mis águilas.

Vengo a ti en mi deseo
como en mil devorantes abismos, toda abierta
el alma incontenible...
¡Y me lo ofreces todo!...
Los mares misteriosos florecidos en mundos,
los cielos misteriosos florecidos en astros,
¡los astros y los mundos!
...Y las constelaciones de espíritus suspensas
entre mundos y astros...
...Y los sueños que viven más allá de los astros,
más acá de los mundos...

¿Cómo dejarte? -¡Vida!-
cómo salir del dulce corazón
hospitalario y pródigo
como una patria fértil?...
Si para mí la tierra,
si para mí el espacio,
¡todos! ¡son los que abarca
el horizonte puro de tus brazos!...
¡Si para mí tu más allá es la Muerte,
sencillamente, prodigiosamente!...



Vida, sensualidad y muerte de Delmira Agustini

La poetisa apasionada que cayó fusilada por un balazo de amor

Esta historia acontece a mediados de los años 10, en Montevideo, y fue parte por igual de las crónicas rojas de la época como de las gacetillas literarias que circulaban por los cenáculos y tertulias intelectuales. No hubo en ella misterio ni siquiera necesidad de investigaciones para definir las causas y los resultados del trágico acontecimiento.

Escrito por: JUMA

Si no se hubiese tratado de quien se trataba, quizás la historia habría quedado allí, archivada como un homicidio pasional y un posterior suicidio, tal vez como premeditado pacto de amor. Y los diarios -único medio informativo en aquellos años en que ni la radio ni la televisión existían aún- le habrían dado una relativa importancia.

Pero sucedió que la mujer que había muerto en aquella pieza del barrio Sur montevideano se llamaba Delmira Agustini, era poetisa y además había -o lo estaba haciendo aún- revolucionado la pacatería pueblerina de la sociedad de entonces con sus rimas apasionadas, sensuales, eróticas y desinhibidas. Si en vida alimentó pasiones encontradas, en su muerte no le fue en zaga, derrumbando de golpe prejuicios y falsos convencionalismos de la época.


Delmira nació el 24 de octubre de 1886, un año convulsionado en el país. El militar Máximo Santos renunciaba a su cargo de presidente ante la Asamblea General, luego del episodio del atentado que lo hiriera de bala en el rostro durante una función de gala en un teatro de la capital. Terminaba con él un gobierno caracterizado por la corrupción, el autoritarismo, los despilfarros y desórdenes financieros y violaciones constitucionales. Ese mismo año asumiría tras la revolución del Quebracho, el general Máximo Tajes la primera magistratura del país.

Delmira se crió rodeada del mundo natural de una familia montevideana constituida en base a los cánones de su época. Hija única de un matrimonio de posición económica desahogada, fue sobreprotegida por el amor de sus padres, rodeada de muñecas y regalos. Nada hacía sospechar tal vez, allá en los últimos años del siglo XIX, cuando ella correteaba su infancia y amanecía a su adolescencia, su trágico fin, pero por sobre todo su removedora experiencia de vida. Mucho menos aún que su nombre alguna vez aparecería en las crónicas policiales del diario “El Siglo” con toda la “retorcida” literatura casi folletinesca de un cronista sorprendido por su muerte y las tortuosas repercusiones de la historia.

La mujer y la poetisa

Es muy difícil separar a Delmira “mujer” de Delmira “poetisa”. Porque una y otra están íntimamente ligadas entre sí, casi resulta imposible a cualquiera de las dos sobrevivir independientemente. Desde niña su vida anduvo vagabundeando por los sueños… Le costaba acercarse a la rutina doméstica y a las convencionales lecciones de aritmética y geografía. Inútiles eran los esfuerzos de los maestros. Delmira deambulaba por mundos propios, fantaseaba, jugaba con la imaginación y era imposible controlarla.

Adolescente ya, comenzó a madurar su cuerpo con una belleza singular, casi inesperada, y sus ojos adquirieron un tamaño de asombro, que llenaba su rostro de una profunda y particular simetría. Su cuarto seguía lleno de muñecas, de todos los tamaños, ricas y pobremente vestidas, de porcelana y muchas de ellas simplemente de trapo y a todas ellas les retribuía el mismo amor. Su carácter parecía no desarrollarse simultáneamente con su cuerpo. Mientras éste asumía su realidad de crecimiento y apuntaba en formas sensuales, aquel seguía disfrutando con la infancia en arrumacos pedidos y otorgados. Y así continuaría hasta el final de su efímera vida. Hembra ardorosa en la medular revolución de sus rimas y en la entrega de su amor pleno y sin límites y niña vital, inocente, casi “tontuela” -al decir de alguien de su tiempo- en la intimidad de sus afectos.

Clara Silva, poetisa contemporánea de Delmira refiere sobre su “falsa infantilidad de la vida hogareña” y la define “en contraste con la doble profunda índole erótica e intelectual de su poesía” y luego expresa con asombro por que “sin experiencia de amor carnal haya podido llegar a dar las más pasionales y profundas experiencias de la sexualidad que mujer alguna diera”. Por su parte, otra mujer de su época, Dora Isella Rusell al respecto dejaba entrever sus dudas expresando: “¿Fue tal esa inexperiencia? Ella se envolvía en su dualismo anímico. ¿No habrá disimulado del mismo modo una vida amorosa secreta? ¿Adónde iba entre las 2 y las 5 de la tarde cuando su madre dormía la obligada siesta prescripta por el médico? No olvidemos que atraía física y espiritualmente a los hombres, que no los eludía…”. Quizás allí, en ese misterio de su vida, estuvo la razón de su muerte.

El amor

Enrique Reyes mantenía una estrecha amistad con Delmira, relación ésta no bien vista -ni aceptada- por los padres de la joven. Muchos creen que las citas clandestinas de la siesta, en el jardín de la residencia familiar de San José 1186, eran precisamente con él. Sin embargo, la oposición familiar consiguió separarlos por un largo tiempo, mientras ella continuaba alternando las tertulias literarias y llenando de fuego los salones con sus encendidas rimas plenas de invocaciones e insinuaciones carnales.

Tras varios almanaques de ausencia, Delmira y Enrique volvieron a encontrarse. Y el fuego que nunca se había apagado entre ellos se reavivó y ya nada pudo impedir la concreción del amor. Dos meses después aquel Montevideo de peinetones, miriñaques, mostachos engominados y tranvías de caballitos, comentó con asombro -y muchos con envidiosa sorna- la noticia. Alguien dijo -según contara el periodista Luis Alberto Varela en una crónica- que “era la primera vez que una poetisa glosada por Rubén Darío se casara con un rematador…”. La ceremonia finalmente se llevó a cabo el 10 de agosto de 1913 y fueron testigos de ella el doctor Zorrilla de San Martín y Manuel Ugarte.




El breve idilio

Por breve tiempo la pareja desapareció de todo y de todos. Los hombres en la intimidad murmuraban sus fantasías imaginando a Enrique exhausto entre los brazos de la insaciable Delmira y las mujeres también exacerbaban sus lujurias reprimidas con parecidas elucubraciones. Sin embargo, poco tiempo después un rumor ganó la calle: “Delmira está hastiada… no ha sido saciada por su hombre…” decían algunos y otros más atrevidos “fue poca agua para tanto fuego”. Tiempo después, la misma Delmira confirmó su separación al solicitar su divorcio ante la Justicia Civil. Ella regresó a su hogar paterno y él, triste y desconsolado, alquiló una habitación en la pensión de la calle Andes 1206 casi Canelones. Enrique, profundamente enamorado, había convertido su cuarto en una especie de templo para adorar a Delmira, llenándolo de fotos y cuadros con su imagen, manuscritos suyos, prendas y otros recuerdos.

Pero lo que todos ignoraban, incluso los más íntimos allegados ambos, era que la mujer luego de su divorcio concurría puntualmente “los días de novio”, jueves y domingos a visitar a su ex esposo, ahora como amante. Aquel 6 de julio de 1914, Delmira había llegado como siempre a las 4 de la tarde y había entrado al zaguán sin llamar e ido directamente a la habitación de Enrique. Pocos minutos después se escucharon dos disparos de arma de fuego alterando la siesta de la vieja pensión. De allí en más Delmira saltó abruptamente de las columnas literarias de revistas y diarios montevideanos a las truculentas crónicas tintas en sangre.

Los partes policiales dieron cuenta de algunos detalles del caso. Enrique sobrevivió dos horas. Ella fue encontrada muerta caída a los pies del lecho con una de sus manos crispada contra el pecho, denotando el esfuerzo de una gran convulsión. Sus ojos estaban desmesuradamente abiertos. Cuentan que ni el rictus de la muerte puedo alterar su belleza.

En aquella pieza del barrio Sur había muerto fusilada por un balazo de amor aquella mujer que hiciera decir a Rubén Darío: “De cuantas mujeres hoy escriben versos, ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira, por su alma sin velos y su corazón de flor”.


De: www.lared21.com.uy ®
















Sobre una tumba cándida


«Ha muerto..., ha muerto...», dicen tan claro
que no entiendo...

¡Verter licor tan suave en vaso tan tremendo!...
Tal vez fue un mal extraño tu mirar por divino,
tu alma por celeste, o tu perfil por fino...

Tal vez fueron tus brazos dos capullos de alas...
¡Eran cielo a tu paso los jardines, las salas,
y te asomaste al mundo dulce como una muerta!
Acaso tu ventana quedó una noche abierta.

-¡Oh, tentación de alas, una ventana abierta!-
¡Y te sedujo un ángel por la estrella más pura...
y tus alas abrieron, y cortaron la altura
en un tijeretazo de luz y de candor!

Y en la alcoba que tu alma tapizaba de armiño,
donde ardían los vasos de rosas de cariño,
la Soledad llamaba en silencio al Horror...


Fuente de los poemas: Amediavoz.com