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25 de setiembre de 1897- Estados Unidos Escritor y periodista. |
Todos los que vivimos en esta región del Sur, hemos
aprendido desde nuestro nacimiento unas pocas cosas que valoramos sobre todas
las demás. Una de las primeras -no por ser la mejor, sino por estar en primer
término- enseña que solamente a costa de la vida se puede pagar la vida que se
ha quitado a alguien, que una muerte sin pago de otra muerte es algo
incompleto. Admitiéndolo así, podríamos haber salvado la vida de este acusado
impidiéndole que saliese de su casa aquella noche; podríamos haber salvado una
de esas dos existencias, aun cuando para ello hubiésemos debido quitarle la
vida al acusado. Pero no lo supimos a tiempo. Por eso me toca hablarles ahora:
no de la víctima, de su carácter o la moralidad del acto que cometió; no de la
legítima defensa, estuviese o no justificado el reo en llegar al extremo de
matar; sino de nosotros; nosotros, los que no estamos muertos; seres humanos
que en el fondo deseamos obrar bien, que no deseamos hacer daño al prójimo;
seres humanos con toda la complejidad de pasiones, sentimientos y creencias,
sufrimos el peso de todos estos elementos en la aceptación o el rechazo de
aquello en lo cual no hemos tenido realmente libertad de elección; y tratamos
de hacer lo mejor que podemos, a favor o a pesar de esos elementos. He aquí,
pues, a este acusado con la misma complejidad de pasiones, instintos y
creencias, frente a un problema: el de la inevitable desgracia de su hija que,
con la obstinada inconsciencia de la juventud y revelando una vez más esa
complejidad atávica -que por su parte no tuvo culpa de heredar-, fue incapaz de
velar por su propia preservación. Este hombre resolvió el problema según su
capacidad y sus creencias sin pedir ayuda a nadie; y por último aceptó las
consecuencias de su determinación y de sus actos.
De: Mañana
En: CiudadSeVa.com