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17 de enero de 1860- Imperio Ruso Escritor y médico. |
Yona recibe los veinte copecs
convenidos y los clientes se apean. Los sigue con los ojos hasta que
desaparecen en un portal.
Torna a quedarse solo con su caballo. La tristeza invade de nuevo, más
dura, más cruel, su fatigado corazón. Observa a la multitud que pasa por la
calle, como buscando entre los miles de transeúntes alguien que quiera
escucharle. Pero la gente parece tener prisa y pasa sin fijarse en él.
Su tristeza a cada momento es más intensa. Enorme, infinita, si pudiera
salir de su pecho inundaría al mundo entero.
Yona ve a un portero que se asoma
a la puerta con un paquete y trata de entablar con él conversación.
-¿Qué hora es? -le pregunta,
melifluo.
-Van a dar las diez -contesta el
otro-. Aléjese un poco: no debe usted permanecer delante de la puerta.
Yona avanza un poco, se encorva
de nuevo y se sume en sus tristes pensamientos. Se ha convencido de que es inútil dirigirse a la gente.
De: La Tristeza
Iván Matveich deja la pluma, se
levanta de la mesa y va a sentarse en otra silla. Cuando han pasado unos cinco
minutos en silencio, empieza a sentir que ya le ha llegado la hora de
marcharse, que ya está allí de más...; pero ¡el despacho del sabio es tan agradable..., tan luminoso y templado!...
¡El efecto de las tostadas secas y del té dulce está todavía tan reciente...,
que su corazón se estremece sólo al pensar en su casa!... En su casa hay
pobreza, hambre, frío, un padre gruñón... ¡Echan en cara lo que dan...,
mientras que aquí hay tanta tranquilidad!... ¡Y hasta quien se interesa por las
tarántulas y los jilgueros!...
De: Iván Matveich