domingo, 28 de julio de 2013

Bajo la Serpiente de los Huesos Blancos -6-




Eduardo Varela, 
nuestro querido compañero de Poesía 
en el Taller de Pasiones Literarias, 
también se ha interesado por la pintura
desde muy joven.

Ante la propuesta de participar enviando 
textos o expresiones de arte plástica 
referidos al Invierno,
nos responde con dos de sus obras:
















Te agradecemos, Eduardo, 
y que tu entusiasmo intelectual
y tu trabajo paciente 
mantengan encendido ese fueguito que, 
como dice Galeano, 
te identifica como un ser especial. 

Las Tragamonedas

“Buenas noches, señora, acuérdese de entrar la ropa si empieza a llover. Mañana a las 7 estoy aquí para darles el desayuno a los muchachos. Gracias por el adelanto.”

Con ansiedad toma Mabel su bicicleta y sale rápidamente.
Las calles de la pequeña ciudad están vacías; en la oscuridad, el parpadear luminoso de un letrero muy grande y distante como a tres cuadras agiliza su pedaleo. Antes de entrar se acomoda la ropa y deja colgada del manillar la bolsa, con unos vestidos usados que le había regalado la señora.

- ¡Oscar! Ah, ya estás acostado, se me fue la hora  en las maquinitas. No pienso comer, tengo tanto cansancio.
- Bueno, mujer, igual no hay nada….Hoy la fábrica no trabajó así que no pude ir al almacén. Mi madre me trajo un plato de guiso. Lavá los platos de pas…  ¡Gol! ¡Goooool! ¡Mirá vos!  ¡Qué golazo metió Pacheco!

Mabel no responde, se mete en la cama y se duerme a pesar del volumen alto del televisor.

Apenas amanece monta apurada su bicicleta hacia  el  trabajo. Prepara el desayuno para toda la familia y, cuando queda sola,  se sienta a disfrutar del café con leche calentito y las medialunas  recién salidas del horno que compra de pasada todas las mañanas y que el panadero anota en la cuenta de los patrones. Suena el teléfono.

“Holá, sí, soy yo… Trabajando un poco, qué más  remedio. ¿Qué es de tu vida? Hace pila que no te veo jugando”. Mientras escucha  va asintiendo con la cabeza.   “Mirá,   justo me voy a dar un baño tibio de espuma y a enterarme de lo de Tinelli y Maradona.  ¡No sabés lo grande que es la pantalla del baño principal! Llegó el lechero, te dejo….”

A la tardecita oye  llegar un auto. “Debe de ser la señora”, piensa mirando el reloj.
- Hola…llegué. ¿Alguna novedad?  Hacé unas milanesas con puré para la cena. Si querés,  después de lavar los platos, te podés ir.  Yo tengo una reunión con amigas, me cambio y me voy”.
- No tengo apuro, señora, aprovecho a planchar y ver la novela…  El Óscar mira el fútbol todas las noches y mis muchachos están trabajando en la capital, así que…”
Pero la dueña de casa ya estaba en el primer peldaño de la planta alta.


Olga
GRUPO ALAS


"El Señor de las Prosas", el maestro del poema en prosa: Gabriel Miró

28 de julio de 1879 - Alicante


La cabeza de piedra, su alma y la gloria


La cabeza de piedra pasaba siglos de tedio al lado de una ojiva, en la cantonada más húmeda y fosca del claustro. El artista le dejó toda su alma, y la cabeza pensaba: «Se me va exprimiendo la piel de mi piedra en este olvido. Nadie me nombra; no me quiere ni el sol. Si el que me crió con aquellas manos que ardían y vibraban por dentro, me puso su alma y semejanza para que yo perpetuase su recuerdo, se engañó como en toda la vida desdichada de su carne. Escasos son los que reparan en mi presencia: dos enamorados que vinieron a mi soledad y se besaron mirándome; un hombre muy triste y muy pálido, que sonreía lo mismo que mi boca, y me dijo: "Estoy sufriendo como tú has sufrido"; una mujer que me arrancó una hierbecita en flor que me había salido en una herida de las sienes y se la guardó entre sus pechos, que temblaban... En cambio, esas gárgolas horribles de todo gozan, y se hablan y cantan; todas las gentes las ven y las celebran. ¡Cómo se reirán esos monstruos de mis pensamientos!».
Los monstruos no sabían que la cabeza pensara, quizá porque ellos, para decirse las cosas, sólo necesitaban la laringe de cañuto de plomo que les horadaba toda la figura. Eran un vampiro y un chacal; pertenecían a las vertientes grandiosas de la nave, de la linterna, de los contrafuertes, de las torres. La gárgola-vampiro tenía casi dobladas sus alas diablescas y una buba verde les roía las puntas de los cartílagos; sus orejas humanas se erguían ávidas del alborozo de los campaneros, de los gritos de los pájaros que rodeaban las agujas y veletas, del tránsito de los claustros, y su boca de mala vieja, que chupó la sangre helada de los difuntos, se había desgarrado de tanta agua que le iba pasando. La gárgola-chacal estaba agazapada detrás del Tiempo; parecía que sus flancos, sus músculos, sus huesos, fuesen a recrujir y quebrarse, y sus patas delanteras se estiraban eternamente las fauces para dar toda la lluvia de los cielos.
Y el alma de la cabeza de piedra decía:
-Yo penetro toda tu forma; estás embebida de mí; te abrazo y te llago, y sigues siendo hermosa y perfecta, y en tu serenidad hay siempre un temblor como el parpadeo de las ascuas...
Pero la cabeza de piedra le respondía:
-¡Mira las gárgolas! Al vampiro le llega el rumor de la vida del aire y de las piedras altas y el que le sube del huerto y de los claustros, y en su boca podrida le brota una fuente. El chacal se atormenta por llenar el estanque; pero, en cambio, todos le miran, y el estanque duerme después sus aguas para que él se complazca viéndose en ellas y en ellas vea el mundo. Esos monstruos padecen, pero alcanzan su gloria. ¡Alma: yo quiero ser gloriosa! ¡Un poco de justicia es lo que pido!
El alma sonreía entre los labios amargos de la piedra:
-Un picapedrero hizo y colgó tendidamente a los pobres monstruos. El vampiro no oye nada de lo que tú sientes. El chacal no se esfuerza; no crujirá su cuerpo. Sólo darán el agua que les llegue por los tejaroces; no nace de su piedra, y les pasa por un alma vacía; tienen el alma atravesada y hueca, en tanto que tú estás toda traspasada y henchida de mí...
La cabeza le interrumpió:
-¡Ahora están las gárgolas magnificadas de sol, y ellas se contemplan en la alberca, y todos las miran! Alma: ¡tú no me has dado la gloria!
Las gárgolas se veían en las aguas inmóviles, y veían las nubes, el azul, los vuelos de las aves excelsas, una campana candente de sol, un trozo de las noches estrelladas, un rato de luna... Y las gárgolas decían: «¡Estamos más altas que las aves, que las campanas, que el azul, que las nubes, que las estrellas y la luna!».
La cabeza de piedra le gritó a su alma:
-¡Esos monstruos mienten! ¡Dame la gloria y los confundiré! ¡Un poco de justicia de los hombres es lo que pido!
Pero los hombres pasaban sin hacerle caso: los devotos, los mendigos, los curiosos, los capellanes, el prelado, y el gobernador militar, y el gobernador civil, y los diputados rurales, y el Ayuntamiento con sus maceros, que acudían algunas mañanas de oficios solemnes, todos solían pararse a mirar la alberca y las grutas apócrifas con musgos y céspedes, y después alzaban los ojos a las gárgolas.
Y el alma, que era todo simplicidad desde que se había hecho forma, pensaba: «¡Cuánta gárgola viene a cortejar las otras!».
La cabeza de piedra se enojó.
-Humanaste mi piedra, y petrificas la carne, y carne de personalidades. Son personalidades; son hombres. ¡Dame la gloria humana!
Y el alma gimió:
-Ten la mía. Estoy dándote mi gloria desde que fuiste creada.
Y porfió la cabeza:
-La tuya no me sirve. Yo quiero ser gloriosa y que todos lo sepan.
Entonces el alma sollozó; debió quejarse y conmoverse tanto toda su piedra, que vino un arqueólogo; estuvo mirándola y palpándola. Consultaba un librillo, y volvía a tocar y contemplar la escultura; la rascó, la midió, la fregó con la manga de su levita de sabio. Y resplandecieron sus ojos y sus quevedos.
-¡Un hallazgo! -gritó.
Acudió gente. Acudió el cabildo, el prelado, el gobernador militar, el gobernador civil. Vinieron los diputados rurales, y el Ayuntamiento bajo mazas, y un Patronato, y una Comisión, otra Comisión...
La cabeza de piedra exaltose de felicidad:
-¡Alma, alma: me parece que ya está aquí la gloria, la gloria, la gloria!
Y como sintió que el alma palpitaba, le dijo:
-Palpitas lo mismo que mi piedra.
Y sonrojose el alma, porque, sin querer, también se había complacido; pero en seguida se recogió en silencio austero y amargo.
Las gentes abrazaban y elogiaban al arqueólogo.
-¡Le van a glorificar como si ese hombre fueses tú! ¡Me quitan la gloria! ¡Alma!
Y el alma suspiró:
-Ya no te apenes. Los hombres te harán justicia. Es inevitable tu gloria.
Y sintió la cabeza que la miraban unas pupilas gordas de cristal desde una caja de fuelles negros; después le encolaron un tejuelo sobre la nuca, y la dejaron encima de un pilar roto, en una estancia desnuda, callada, de color de ceniza, de techumbre de vidrios.
Y pasó tiempo y tiempo, y la cabeza de piedra llamó a su alma.
-¡Yo me aburro, alma! Aquí nadie me mira, y yo nada veo. ¿Dónde me han traído? ¿Es que era tu enemigo aquel hombre sabio que te descubrió? Alma, ¿no me oyes?
El alma le dijo bostezando:
-¡Casi no te oigo! ¡Es muy posible que esté muriéndome definitivamente en este Museo; porque esto es un Museo; es decir, tu gloria!
-¿Esto es la gloria que yo codiciaba? Alma: yo me canso; yo no quiero esta gloria; dame la tuya; ¿cuál era la tuya?
Y el alma le dijo:
-Ya no puedo darte mi gloria, porque la he perdido. Mi gloria era sublimar el beso de dos enamorados que buscaban el olvido de mi rincón; confortar al hombre pálido que sonreía como tu boca; ofrecer entre mis sienes la planta que acariciaba los pechos; era mi gloria prender el ansia de excelsitud hacia las aves que rodeaban las agujas; el júbilo y serenidad de infinito que resplandecía en las campanas; atraer un deseo de purificación contrita y deliciosa que inspiran los cielos estrellados y las noches de luna; y se había de sentir mi raíz de humanidad en lo hondo y elevar los ojos con la conciencia del dolor de la distancia, y no mirarlo todo bajo nuestra frente como las gárgolas; mi gloria era dejar en el silencio de los corazones y en el limitado recinto de mi mundo una emoción más grande, mucho más grande que yo que la originaba o evocaba...
Desfalleció el alma, y la cabeza de piedra quedose, para siempre, mirando un muro de color de ceniza, liso, frío, con un rótulo que decía: «Se prohíbe escupir».

Estampas de un león y una leona
El desierto
La leona venía despacio, dulce, tibia, encarnada de sol poniente, un sol redondo, de hierro vivo de fragua, que humeaba al entrarse en el arenal. Caminaba sintiendo el ritmo de todo su cuerpo, la sensación resbaladiza de sus ijares sudados, la condescendencia de su cola, que le pesaba blandamente de anca en anca. Le parecía que iba abriendo el silencio como una hierba tierna.
A media tarde, por el arco del horizonte, pasó una caravana, una larga hilera de camellos flacos, que, al recoger el olor de leona, se precipitaron a grandes zancadas, estampando rápidos triángulos en el azul. Y después, ni una nube, ni un ave, ni una ola de aire había removido la soledad del desierto y del cielo. Todo crispándose, tan seco, tan metálico, que la leona lo sentía vibrar como si tuviese un finísimo abejorro de plata en sus rapadas orejas.
La inmensidad de pliegues, de abolladuras, de aristas, de lomas y planicies, se moraba y enrojecía de crepúsculo. Semejaba que la leona estuviese siempre en medio del mismo ruedo, de un escudo abrasante de arena y de vaho, y en el borde comenzaban a subir unas palmeras diminutas, donde se quedó el león postrado frente al pozo, con los brazos tendidos, rectos, juntos; las garras, cerradas; todo en una actitud arquitectónica de capitel; pero un capitel que fuese lo único del monumento a que perteneció, y ha de seguir resistiendo un conjunto y participando de una harmonía que han desaparecido.
La leona le pasó la hoja de lis de su lengua, quitándole la pulverización del desierto que se cristalizaba en su ceño sublime, y le enjugó dos lágrimas envejecidas; pero el león seguía mirando el filo de sol de las dunas, y ella se apartó del oasis sin decirle nada.
Ahora volvía hundiéndose hasta el vientre en lo esponjoso de las hoyadas, resbalándole las garfas con un ardiente crujido en los suelos apretados.
Se deshacía la calina como si se la embebiese el arenal; toda la tarde se ofreció en esa coloración fresca, íntima, de algunos frutos descortezados, de una granada abierta, desnuda del telo amargo de sus gajos. El palmeral presentose ya crecido y profundo delante de los ojos de la leona, y sin querer hizo un bostezo y le entró la luz que semejaba enternecerle las púas de marfil de sus presas y la pulpa rosa de su quijada. ¡Muchas leguas detrás de sus horizontes redondos, muchos horizontes detrás de los suyos, estarían también desamparados!
Imaginándolo entonces, se confesó que su león no era tan injustamente fosco y codicioso de aventuras como ella le culpaba. Si ahora volviese olorosa de follajes, de frutas, de resinas de un bosque desconocido, acogería sus palmeras con el contento del descanso en el hogar. Pero llegaba toda ruda, vidriada, incrustada de pinchas de arena, y había de seguir bebiendo la misma agua salobre, y había de seguir devorando la misma carroña de camello. Se dio cuenta de que se cansaba de esa carne manida de viejo giboso mal nutrido y de las osamentas rotas, estrujadas y astilladas con demasiado ímpetu por su macho. Y, sin embargo, ¡era tan dulce el sosiego en casa propia y el sentirse reina y tranquilamente hermosa! ¡Las hembras, las hembras tienen en sí mismas la crítica y la complacencia inicial de sus perfecciones!
Y la leona inclinó su cabeza con una gracia verdaderamente femenina y juvenil.
Se detuvo asustada, creyendo que no estaba sola, y se había olvidado erizarse de furor. Junto a su cuerpo caminaba otra, con primoroso donaire, balanceando su cauda. Había salido la luna, ancha, toda de plata, y la sombra casi azul de la leona se puso a caminar a su lado. Ella la miró sonriéndole, agradada de su compañía, y comenzó a brincar y a revolcarse, como inspirada del placer de su hermosura, de su agilidad, de su elegancia. Y entre dos cactos corpulentos le enviaba el león su mirada encendida y terca.
A poco estaban juntos, golpeándose los frontales, rosigándose las fauces, levantándose para hundirse blandamente las garras en la felpa de sus pieles; se estregaban los costados, rodeaban el mismo tronco, dando los mismos pasos menudos, impacientes; se plantaban hincándose tan recio, que les parecía sentir un brinco interior de su vida, desde la uña, dura como un asta, al ceño rubio y suave como una gramínea.
La hembra se derribó en el verde del aguazal, y descansando la testa encima de su brazo doblado se hubiese dormido inocentemente, con la caricia fría de la luna como un lienzo húmedo en sus ojos; pero la mirada del león le hacía temblar los párpados.
Las gloriosas greñas del esposo se llenaban de sortijas de luz; su lomo destacaba magnífico y estremecido sobre el confín blanco como un paisaje polar. Una gota grande de luna, caída entre las palmas, le iba circulando por la piel, iluminándole rodales de oro. Y volviose hacia el cielo; lo contempló con dulce regaño y humildad de criatura frágil; dio un alarido que se alejó por las claras desolaciones, y se tendió resollando:
-¡Estoy más harto de ser rey del desierto!
La hembra le miró un instante con amorosa solicitud; ladeose delicadamente; suspiró un poco, y se quedó dormida.
Gabriel Miró
De: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
“¡Cómo nos sentimos ligados en simpatía, en agradecimiento a aquel creador de bellos, estremecidos mundos de arte! ¡Cómo amábamos a Gabriel Miró! ¡Cómo adivinábamos tras el intuitivo y prodigioso artista, al hombre bueno, al corazón de oro!“ Dámaso Alonso
“La prosa de Miró es orgánica, palpitante, amontonadamente carnal. Tiene acceso, ritmo, sentido, emoción. Es noble. A veces abarca en su desarrollo exactitudes extraordinarias.” Juan Ramón Jiménez
Miguel Hernández
cuya poesía estuvo influida
por el estilo de Miró,
le dedicó este poema:

Gabriel Miró


Cuando la coronación
del ganado se realiza,
y va la espiga pajiza
y huelo a mi corazón.

¡Viento ciego de las rosas!
Anda horizonte adelante,
y dile a todo Levante
que ha muerto el Señor de las prosas.

Cruza las canas aldeas
por donde Sigüenza iba.
Márchate montaña arriba,
y a todo pastor que veas

di que ha muerto el hombre aquel
de ojo triste y vida rara
que con ellos platicara
a un son de esquila y rabel.

Corre sobre todo a “Oleza”…
Ya que su paisaje verde
su más preciosa ave pierde
¡que se muera de tristeza!

Que doble a muerte “Jesús”
y las campanas de al lado
del huerto de aquel Prelado
todo de miel y de pus.

Que en medio del vocerío
de torres palomariegas
se escuche un plañir de vegas
y unos sollozos de río.
  
Miguel Hernández


La Poeta de los Niños: Gloria Fuertes

28 de julio de 1917 - Madrid















“La angélica y alta voz poética a la que los hombres y las circunstancias putearon inmisericordemente" -  

Camilo José Cela

El amor y pasión de Gloria- solterona, desaliñada, gran bebedora, fumadora compulsiva, noctámbula, solitaria, desordenada, luciendo siempre bien y entrañable con su corbata y chalecos de hombre- fueron siempre los niños, y a ellos dedicó gran parte de su extraordinaria obra literaria, su faceta quizá más conocida y valorada públicamente, aunque en su menos estimada vertiente de poetisa para adultos Gloria fue donde realmente se convirtió en esa "alta voz poética" que mencionaba Don Camilo.

Militante del Postismo, de la Poesía de Posguerra, colaboradora en numerosas revistas poéticas, Gloria siempre tuvo muy clara una cosa: " la útil expresión es más importante que la inútil perfección". Ésta es la piedra angular ...la argamasa básica con la que creará y estructurará toda su rutilante obra poética adulta.

Su voz es clara, nítida, palpitante, retratando con ello un mundo poético interior fascinante y vasto. Sus versos frescos, ágiles, como creados en cascada, en medio de una febril efervescencia creativa, siempre con el único recurso por delante de ese talento-que no se aprende ni se estudia en ninguna academia o Universidad- para convocar la palabra precisa, el verbo oportuno, la imagen correcta, pariendo y radiografiando así ciertos sentimientos y emociones que habitan en el interior de los seres humanos pero que la mayor parte no sabe verbalizar, sacar a la luz para ser vistos o leídos por los demás.

"Gloria Fuertes aúlla como una loba herida de muerte... sus versos son desconsolados y atroces, saludables y humanos, mortales de necesidad y amargamente sobrios y juguetones como el diablillo de la guarida, al que esta mujer quiere peinar los cuernos"( Camilo J. Cela)

De: PaperBlog




PALIDUCHAS


Qué pálidas están,
son como cuartillas
flotando entre las aguas de la pena,
van y vienen riéndose o llorando;
algunas tienen hijos,
todas, greñas;
tienen la carne blanca...
Estas locas son muertas,
que las sigue latiendo el corazón
debajo de las tetas.




VIENE LA AUSENCIA


Viene la Ausencia
a llenarnos de piojos, de tristeza,
a meternos de patas en la acequia,
acomernos la paz de la despensa;

viene la Ausencia
y nos ultraja encima de la mesa,
y se acerca
las costras de su lepra,
se sacude su capa de miseria
y nos deja garrapatas de angustia
arácnidos de pena.

Viene la Ausencia
y nos deja de pasto de la niebla,
es decir, ahogados en la arena.
Y el deseo de viste de vino
y el vino de pena
y la pena de soledad
y la soledad se disfraza de tristeza
y la tristeza otra vez de soledad,
y la vecina de enfrente no entiende
nada de este carnaval.




AUTOBIOGRAFÍA


Gloria Fuertes nació en Madrid
A los dos días de edad,
Pues fue muy laborioso el parto de mi madre
Que si se descuida muere por vivirme.
A los tres años ya sabía leer
Y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada,
Alta y algo enferma.
A los nueve años me pilló un carro
Y a los catorce me pilló la guerra;
A los quince se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía.
Aprendí a regatear en las tiendas
Y a ir a los pueblos por zanahorias.
Por entonces empecé con los amores,
-no digo nombres-,
gracias a eso, pude sobrellevar
mi juventud de barrio.
Quise ir a la guerra, para pararla,
Pero me detuvieron a mitad del camino.
Luego me salió una oficina,
Donde trabajo como si fuera tonta,
-pero Dios y el botones saben que no lo soy-.
Escribo por las noches
Y voy al campo mucho.
Todos los míos han muerto hace años
Y estoy más sola que yo misma.
He publicado versos en todos los calendarios,
Escribo en un periódico de niños,
Y quiero comprarme a plazos una flor natural
Como las que le dan a Pemán algunas veces.






















Los invito a ingresar en
Fundación Gloria Fuertes



Así, no es Amor













         Es otra casa más de la cuadra. No es muy cómoda: apenas dos habitaciones bastante oscuras; las horas parecen detenidas acá.

         En una de ellas, ya en el atardecer, el hombre habla con su compañera.

         -  Alicia, ¡mirá el vestido que compré! Ni bien lo vi en la vidriera me gustó para vos... Pero, ¿no lo querés tocar siquiera? ¿No vas a lucirlo para mí? ¡Otra vez enojada! ¿Acaso no sabés que vivo para hacerte feliz? ... Tenés que entender que un hombre debe cuidar a su esposa, protegerla como sea; ¡hay tantos peligros afuera! Yo no quiero que te suceda algo malo... Vení, dame un beso... Caramba, por qué siempre te enojás. No te falta nada, creo. Te quiero, lo sabés; más aún: te quiero sólo para mí, como yo soy sólo para vos... ¡Por favor, no grites! ¡Me ponés nervioso! Dejá que te abrace, que te bese. No me rechaces. ¡No grites más, Alicia; no grites!!!

         La noche cae, vertiginosa. Él también cae, y permanece inmóvil, mudo, con las manos flojas, viendo cómo el agua del jarrón, hecho trizas, sigue mojando con parsimonia el vestido nuevo.

         Llaman a la puerta.
         Pero como en una fotografía, la escena está congelada. Sólo el sonido del timbre vibra, indiferente, en el pequeño dormitorio.



G. L

GRUPO ALAS

El último acto

        Cuando salió del baño retiró los restos de comida de la vajilla y la amontonó  en la pileta de la cocina.  Pensó sacarse el delantal, maquillarse suavemente para disimular aquel moretón alrededor del ojo que se tornaba más violáceo a cada instante, y mudarse de ropa, algo sobrio por supuesto.  Pero cambió de idea y permaneció con esa prenda doméstica que le daba aires de matrona, mujer fiel, y sobre todo, aguantadora.  Llegado el momento inventaría una historia conveniente para justificar esa marca en el rostro.

         Atravesó la puerta de la cocina y fue hasta el rincón de las hierbas aromáticas.  Las conocía a la perfección, sus condiciones de cultivo, sus propiedades.  Observó con tristeza la jardinera  suspendida en el muro, a media altura por causa de los animales; ahora  lucía estéril: sus verdes y jugosas verduras habían sido arrancadas de cuajo.  Tanta dedicación, tanta expectativa, aplicadas a las semillas traídas de aquel remoto lugar; a esas diminutas plantitas fertilizadas y regadas con cariño las había visto brotar, echar raíces y crecer en lozanía.

         Él le había preguntado sobre esa consagración a una planta de aspecto tan sencillo, parecido al del berro; sonriendo con aire misterioso, ella le había respondido “Porque me gusta”.

         Volvió a la cocina.  De la loza encimada separó con cuidado la fuente y el plato donde hiciera la ensalada y él había comido;  los llevó al baño, tiró en el inodoro los restos de verdura,  lavó meticulosamente la loza, la secó y la guardó en el estante.  En seguida  llamó al servicio de urgencia. 



Sonia Presa Caggiani
TALLER DE PASIONES LITERARIAS


Llueve











         Llueve. Un hombre camina lentamente por la ciudad. Su compañero de ruta: un paraguas, tan viejo como él; no lo repara mucho. A él no le importa. Sigue su caminata. No tiene nada qué hacer. Nadie lo espera. Está solo, solo con su soledad, y con sus recuerdos. Llueve y llueve.

         Se refugia bajo una arcada y descubre un patio lleno de flores variopintas. ¡Qué maravilloso y alegre paisaje! Ya no hay más soledad. Todo es color y vida, y de improviso, ¡una visión! ¡Es su joven amor! Sonriendo dulcemente, ella se acerca y le toma la mano. Se miran. “¿Cómo estás?” “Bien, gracias, ¿y tú? Miran las flores y, aún de la mano, se van al frío y destartalado cuartito donde habían brindado tantas veces con agua porque eran felices.

         Pero el amor de estudiantes dura poco. Se dejaron y cada uno se había ido por su camino.

         Ahora, es ella quien se aleja. El viejo abre los ojos. Sigue cayendo con mucha paciencia la lluvia.
         Abriendo su paraguas, y con paso cansino, el soñador retoma su andar.



Rosanna
GRUPO ALAS

Gracias a Dios, ¡hoy es Lunes!



         ¿Extraña información? No para mí. Gracias a Dios terminó el tedioso fin de semana. Comienzo a vivir mi rutina, que al fin y al cabo elaboré yo misma; comienzo a conectarme con amigos que no osé molestar el sábado ni el domingo, reservados a las familias, en las que no creo tener lugar.

         Hoy, Lunes, nace el nieto de una amiga por cesárea programada. ¡Qué bueno que nazca hoy! Pienso que será una persona de empuje; tendrá ganas de trabajar, de batallar, de vivir (muy diferente sería si naciera un viernes, un sábado y... ni qué decir en un domingo, aunque me atrevo a rescatarlo, porque anticipa el Lunes).

         Era lindo cuando nos reuníamos alrededor de la estufa los visitantes recurrentes, los amigos y los parientes, que encontraban en nuestro hogar o en aquella casita del recordado Pinar la confirmación de que aún había amor familiar, la seguridad de que cuando la melancolía inevitable de ese día tratara de infiltrarse, el humo de la estufa la diluiría en la charla alegre, en la confidencia fraternal, en la noticia interesante.

         ¡Pero hoy es Lunes! Como los dedos de la mano, se abren para mí nuevos caminos: saldré; escucharé buena música y programas de radio; esperaré ansiosa el nuevo capítulo de la telenovela que ya no me trae sorpresas... Y así hasta el viernes, en que me prepararé para el ansiado y ajeno fin de semana; solitario paréntesis hasta el siguiente lunes para mí... Quizás, en ese lunes nazca un nuevo ser o una esperanza o también, el olvido.


Vera
GRUPO ALAS