Tres de l@s integrantes del Centro se dirigieron al público para transmitir sus vivencias en los diferentes Talleres a los que concurren y la repercusión que en sus vidas privadas ha implicado su espontáneo pero demandante compromiso con el Arte.
El Colectivo así lo había resuelto: una instancia más del espíritu democrático en el que coincidimos tod@s.
El título
(…) En mi frente, cueva que
habita un relámpago
Pero, todo se ha poblado de alas
OCTAVIO PAZ
Eran 9.30 a.m. Yuan había llegado a tiempo para su
trámite en el centro. Un bostezo de viento fresco serpenteaba por los rincones
de los comercios e iba a parar a su pecho, hasta enfriar sus extremidades. El
leve estremecimiento que experimentó le hizo notar el cambio de estación que se
avecinaba y que había olvidado al vestirse por la mañana.
Entró al viejo edificio decorado de oficina
pública y ordenada por la burocracia administrativa. De modo que siguió las
señalizaciones hasta el escritorio correspondiente a su trámite. Apenas se
asomó Yuan se dirigió a la única señora que había detrás del mostrador:
- Buenos
días, señora. Vengo a firmar mí título, que según me avisaron, ya está pronto.
- Decime
cuál es tu nombre.
- Yuan
Pires. Con una Y al principio el nombre.
Al ver que pasaban unos segundos y la
administrativa continuaba recorriendo con sus ojos interminables listas con
posibles nombres, Yuan acotó:
- Tal
vez no esté en esa lista. Quizás mi nombre figure en esta otra.
- Acá
estás. Final del pasillo a la derecha. Tu número es el cuatro.
Yuan continuó caminando por el corredor. Llevaba
prisa, pero no de esas necesarias para llegar a tiempo a un lugar, sino más
bien esas que son producto de una ansiedad interna. Tomó asiento en los lugares
de espera, al lado de una muchacha de la que pudo ver tenía el número tres.
- Discúlpame,
¿tú también estás para firmar el título, verdad?
- Sí.
- Es
emocionante, ¿no te parece? Después de tantos años de haber pasado jornadas
enteras en la facultad por los puentes horarios, fines de semanas eternos de
estudio y ahora, acá. ¿Vos también practicaste tu firma?
- ¿La
firma? Ah sí, claro. No, en realidad no; de hecho hace tiempo que no la uso
pero supongo que no me debo haber olvidado.
- Yo
estuve practicando una firma más elegante. Leí en Internet que las curvas holgadas en la escritura representan una
personalidad fuerte, entonces estuve ensayando un garabato legible con vocales
bien redondas, alargadas y profundas. Para que se note, ¿viste?
- Es
mi turno. Suerte
Cuando Yuan siguió con la mirada el desplazamiento
de la chica, se detuvo a observar al joven parado detrás del escritorio. Tenía
puesta una camisa desgastada rosada con un dejo de arrugas producto de la falta
de planchado. El abotonado casi perfecto lo llevaba hasta el rostro del
muchacho que le resultaba bastante familiar.
De pronto su celular sonó y lo distrajo, tanto de
la escena como del mundo real. En el aparato, pudo ver una cadena de mensajes
perteneciente al grupo de sus amigos desde la época del colegio.
- Muchachos,
como ya sabemos, se recibió Yuan. Hay que festejarlo con todo. Mi casa está
disponible.
- Yo
estoy.
- Yo
también puedo. Llegamos a las 11 después de la práctica con Manu.
Yuan respondió:
- Cuenten
conmigo. Llevo dos botellas de tequila que me trajo mi tío desde México y
después pinta Buddha, un boliche que me dijeron se pone muy bueno, lleno de
cachorras.
Desde el mundo real, Yuan escuchó una voz:
- ¡Discúlpame!
¿Tú tienes el número cuatro?
- Sí,
soy yo. Vengo a firmar mi título.
- Tu
nombre, por favor.
- Yuan
Pires
- ¿Yuan
Pires? ¿Vos fuiste al Saint Joseph?, yo era tu compañero. Soy Sebastián. Sebastián Verón. ¿Te acordás
de mí? Vos y yo íbamos juntos a clases de dibujo además.
- Ah,
claro, es verdad. No te había reconocido. Tu pelo está más largo, al igual que
tu barba. En fin, pareces otro. ¿Qué es de tu vida?
- Bueno,
acá me ves trabajando desde hace unos meses. Tenés que completar este
formulario con tus datos. Tomá una lapicera.
- Gracias.
Si mal no recuerdo, Jazmín me comentó que te había cruzado en la calle en una
oportunidad, y vos le comentaste que estabas estudiando sociología. ¿Te acordás
de ella? Los tres íbamos juntos a clases de dibujo.
- Sí,
me acuerdo de ella y también de haberla cruzado.
- Pero,
¿por qué dejaste de estudiar?
- Nunca
dejé, de hecho terminé la licenciatura.
- ¿Entonces
por qué estás trabajando acá?
- Me
di cuenta de que no era lo mío.
- ¿Muy
difícil conseguir trabajo de sociólogo?
- No
sabría decírtelo, nunca llegué siquiera a hojear el diario. En realidad, ya en
el último tiempo de la carrera comencé a sentir el gusto amargo de la
desolación. Era como una tristeza desalentadora, y nada me motivaba. Yo lo
definí como una crisis de destino y sentido. Entonces, empecé a cuestionarme
qué era lo que quería hacer con mi vida.
- Es
raro. Nunca me sucedió. Pero supongo debe ser un tema de suerte. Yo en cambio,
siempre supe que quería ser un licenciado en números. Además, mi madre ha
tenido un estudio desde hace años, por lo que era lógico yo continuara con su
operativa.
- Sí,
claro, no esperaba menos de vos.
- Y
entonces, ¿a qué te dedicás ahora?
- En
ese punto de crisis que te comenté, estaba congelado. Sentía una fuerza enorme
que me empujaba desde los hombros hacia el piso y me quitaba todas mis
energías. Los días eran insípidos, nada valía demasiado la pena para mí. Llegué
al punto crítico de cuestionarme si la vida necesariamente debería ser así:
“vivir para hacer”, era lo que habían hecho de mí.
- Te
me pusiste muy profundo. ¿Te gusta la filosofía?
- En
realidad, no. Pero hay preguntas que me debía hacer, sentía que se lo debía a
mi propio ser. “Ser” en el sentido
subjetivo, no objetivo. Entonces me dediqué a pensar, a reflexionar acerca de
mi vida. Y con el correr del tiempo, me di cuenta de que solo de vez en cuando
corría algo de electricidad por mi cuerpo. En ocasiones concretas: cuando me
sentaba a dibujar. Como un destello de luz, que
de manera fugaz aparecía para alumbrar mi vida pero luego pum, se iba.
Ahí mismo me acordé de lo que nos dijo aquel día el gordo de Dibujo cuando se
hartó de que no hiciéramos nunca los deberes, ¿vos te acordás?
- Ni
idea, no. ¿Qué dijo?
- Niños,
en mi asignatura el deber en casa no es un sinónimo de responsabilidad, sino de
oportunidad. Oportunidad para que ustedes continúen volando, al igual que en
clase.
- ¡Qué
gordo loco! ¿En serio nos dijo eso?
- Recién
en ese momento entendí lo que había querido decir. Retomé las clases de Dibujo
y conseguí este trabajo para costearme la vida.
- Entonces
seguís viviendo con tus padres, como yo.
- No,
vivo con un amigo desde hace un mes.
- Yo
sigo con mis padres. Estoy trabajando en una gran empresa. Aunque pagan poco,
es útil para aprender mi profesión. Además, quedarme en mi casa me permite
ahorrar más plata: me quiero ir a estudiar un master al exterior. Entonces ahí
sí, cuando vuelva soy Gardel.
- ¡Qué
bueno! Y decime: ¿qué hacés en tu trabajo? ¿Tiene que ver con lo que querés
estudiar en el exterior? ¿Te gusta? Este
es tu título, por favor firmá arriba de la línea recta del medio.
Al fin el momento tan añorado en que el título
había llegado. Era el momento de firmar, para que Yuan aplicara aquella firma
majestuosa tan bien diseñada.
- Yuan,
¡Yuan! ¿Estás bien?
- Perdón,
perdón. ¿Dónde firmo?
- Perfecto.
Felicitaciones. Yuan, me alegro de verte bien. Dentro de 30 días podés pasar a
buscarlo por bedelía de tu Facultad. Saludos.
- ¿Cuántas
veces a la semana vas a clases de Dibujo? ¿Volviste a hacer aquellas
historietas de Pipo y Renato?
- Veo
que no te olvidaste de todo. En realidad retomé los personajes, pero con una
nueva historia. Ahora justo estoy trabajando en los diálogos. Me acuerdo que
vos eras muy ocurrente y gracioso para contar.
- Sí,
de todas formas no tengo tiempo. Estoy preparando un examen internacional para
aplicar a una prestigiosa universidad de Londres y sumado al trabajo, no me
queda mucho tiempo libre.
- Sí,
claro. La vida es dura a veces, ¿no?
- Ya
veré los resultados, espero.
Yuan se retiró apurado para poder llegar a tiempo
a la oficina. Esta vez, la prisa correspondía a la necesidad constante de
llegar siempre en hora. Al mismo tiempo, Sebastián guardaba el título firmado
por su viejo compañero de clase. No pudo evitar pensar en el reencuentro y en
la charla, mientras se detenía a observar aquella firma hecha por Yuan. Le
llamó poderosamente la atención aquel trazo y, sobre todo, su parecido con una
espada.
Diego Yacovoni
Doctor en Economía
Taller de Cuento
“Y Yo, ¿quién soy?”
Soy un símbolo,
un discurso, soy demagogia de una realidad demagógica. Soy una lógica propia,
un reloj, una naranja mecánica, un corazón delator, un loco, soy el vino de
Baudelaire. Soy Gregorio convirtiéndose en escarabajo, soy otro bicho entre los
hombres. Soy un marinero que se busca entre diálogos, soy un oficinista que se
busca entre tragos. Soy un bombero quemando libros, soy otra crónica de Marte.
Soy un periodista buscando la noticia, soy un noticiero inventando noticias. Soy
un pintor que muere contra un árbol, soy el árbol que nace del pintor. Soy una
señora con un perrito y un amante que la corre, soy Jack y Jane en la cima del
Titanic, soy Romeo y Julieta dándose el último beso, soy Ernesto descargando un
revólver en Josefina, soy alguien armando romances menos románticos. Soy Neo
tomando la decisión, soy Platón saliendo de la cueva. Soy un bastardo que no
conoce a su madre, soy la nieve en el invierno más largo. Soy un pez en el
agua, una mina bailando tango, y soy
alguien que la sueña, pero no se anima a invitarla a bailar. Soy un perro en mi
cabeza, soy un traidor justificándose,
un cambia-capas, otro hijo de puta, soy alguno de los que caminan hacia
la cámara de gas, soy el miedo de un dictador. Soy una radio evocando a los
difuntos, soy un difunto escuchándose en la radio, soy un tipo comiéndose un
caramelo, soy un tipo comiéndose a sí mismo, soy el capitalismo comiéndose lo
demás. Soy Macondo, soy utopía, soy un mundo feliz, soy un feliz inmundo, soy
un infeliz más. Soy alguien mirando teatro, soy alguien mirándose en el baño,
soy el Indio Solari, soy el fanático que no está solo, soy el pibe de los
astilleros. Soy Da Vinci dibujando, soy Freud escarbando, soy Marx explicando y
soy Deleuze saltando de la ventana. Soy alguien que apronta la cuerda y patea
el banco, soy el túnel que lo espera. Soy dos hombres a las piñas, soy un club
de la pelea, soy materia orgánica descomponiéndose. Soy uno más en una secta,
soy una secta, soy el suicidio colectivo inevitable de una secta, soy alguien
gritando en soledad. Soy un niño llorando en un rincón, soy un padre con un
cinto, soy una madre cocinando. Soy la verdad más grande del mundo y soy un mundo construido de mentiras.
Soy el odio de un pibe arrebatando, soy el odio de un milico gatillando, soy un
crítico en el escritorio, soy un burócrata atornillado. Soy la violencia más
hipócrita, soy la paz más necesaria. Soy revolución, soy libertad, soy
anarquía. Soy alguien despertando: soy escritor, un tallerista, un taller
literario... y soy... Literatura.
Michel Olivera
Educador Social
Taller de Lectura
Taller de Cuento
Inflexión
Blanco radiante
interrumpido
sólo
por
un punto.
Un
punto.
Minúsculo.
Insignificante.
Igual
que yo.
Nada
antes,
nada
después.
Sólo
el punto
desafiante
estremecedor
obcecado.
Negrura
ante
la que tiemblo.
Parpadeo
bajo
el que me paralizo.
Rasguñar
la superficie quiero
para
hacerlo desaparecer.
No
puedo.
Hipnotizada
estoy
por
ese punto.
Sólo
un punto.
Provocador.
Intimidante.
Síntesis
de mi fatalidad.
Adriana Riotorto
Doctora en Escribanía
Licenciada en Lenguaje de Señas
Taller de Poesía
Taller de Cuento
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