Historia de los charrúas
¿Cómo era el aspecto físico de los
charrúas?
El testimonio inicial - El tipo
racial pámpido
¿Qué estatua tenían?
¿La pigmentación de su piel
tendía hacia el tono bronceado o al oscuro, o aun muy oscuro como afirman
ciertos testimonios?
¿Sus cráneos eran alargados
(dolicocéfalos) o redondeados (braquicéfalos), altos (hipsicéfalos) o bajos
(platicéfalos)?
¿Qué relación existía entre el
tamaño del tronco y el largo de las piernas?
¿De qué color eran sus ojos?
¿Tenían pelo liso, recio y negro
como narran las crónicas? ¿El dimorfismo sexual era pronunciado o muy tenue?
Estas preguntas referidas al
porte y estructura del cuerpo, forma de la cabeza y rasgos del rostro de estos
indios, han sido parcialmente contestadas por los antiguos cronistas. La
despreocupación, la ignorancia y el desprecio, esto es, las habituales
actitudes descalificadoras del europeo hacia los nativos del Nuevo Mundo, los
cuales fueron considerados como "animales
de primera categoría" por el
naturalista Buffon en pleno siglo XVIII, apenas si nos han dejado un esbozo
del indígena que los exploradores españoles y portugueses de la primera hora
hallaron en nuestro territorio.
El testimonio inicial
Veamos un ejemplo. Se sabe que
Antonio Pigafetta, el patricio vicentino -como gustaba autodenominarse- que
acompañó a Magallanes y al sobreviviente Elcano en la primera circunnavegación
al mundo, fue sin duda el autor de la primera descripción de un indígena de
estas latitudes. Al llegar en enero de 1520 al que es hoy el departamento de
Colonia se produce un episodio que es narrado de este modo en el Primer viaje
alrededor del mundo:
"Continuando después nuestro
camino, llegamos hasta el grado 34, más un tercio, del Polo Antártico,
encontrando allá, junto a un río de agua dulce, a unos hombres que se llaman
'caníbales' y comen carne humana. Se acercó a la nave capitana uno de estatura
casi como de gigante para garantizar a los otros. Tenía un vozarrón de toro.
Mientras éste permaneció en la nave, los otros recogieron sus enseres y los
adentraron más en la tierra, por miedo a nosotros. Viendo lo cual, saltamos un
centenar de hombres a tierra en busca de entendernos algo, trabar conversación;
por lo menos, retener a alguno. Pero huían, huían con tan largos pasos, que ni
con todo nuestro correr podíamos alcanzarlos. Hay en este río siete islas. En
la mayor de ellas encuéntrense piedras preciosas; se llama cabo de Santa
María".
El primer indio que entra en la
historia rioplatense, según esta relación, sería un caníbal, es decir, un
guaraní. Pero entre los guaraníes, que son bajos y retacones, no hay individuos
de estatura gigantesca. Esto sólo habría sido posible entre los charrúas,
pertenecientes a la raza pámpida, cuya altura y belleza corporales fueron
destacadas por los hombres de ciencia -Azara, D'Orbigny- que los describieron a
principios del siglo XIX. De tal modo el cronista, que ya venía desde los
puertos europeos -Magallanes zarpa desde San Lúcar- con una buena carga de
preconceptos y chismes a cuestas, sin conocer el idioma ni haber visto ninguna
escena de antropofagia, les endilga lindamente a los indios costeros, acampados
a orillas del Plata, la condición de comedores de hombres.
Y acto seguido inventa -o repite-
que el Cabo de Santa María, al que convierte en isla, es un yacimiento de
piedras preciosas.Pero el dato digno de ser retenido es el del aspecto colosal
del indígena que subió abordo, sobre cuyo destino posterior nada agrega el
noble italiano. Sin duda se trataba de un charrúa pues muchos de sus
representantes llegaron a tener un metro ochenta, y más, de estatura. Resta
preguntarnos por qué corrían los europeos con tanta presteza tras de los indios
(¿o las indias?) y por qué éstos, que siempre recibían con hospitalidad a los
viajeros, como luego cuenta Lopes de Sousa, levantaron tan rápidamente sus
bártulos y se tomaron las de Villadiego.
Un joven capitán de veintiún
años, el portugués Pero Lopes de Sousa, incluyó en su Diario de Viaje
importantes observaciones sobre los indígenas de nuestras comarcas. Arribó a un
tormentoso Río de la Plata, donde las tripulaciones padecieron males sin
cuento, hacia el año 1531. Bajó varias veces a tierra, trazó una emocionante
pintura de la riqueza faunística de los campos vistos desde lo alto del Cerro
de Montevideo -de la que me ocupé años atrás en una nota periodística publicada
en La República (El Sol de los venados)- y tuvo varias veces trato con los
indios, que lo recibieron con muestras de afecto.
El tipo racial pámpido
Los charrúas pertenecían a la
raza pámpida y como tales deben ser considerados. Esta raza era la más alta,
vigorosa y bien proporcionada entre todas las anteriormente citadas. El habitat
de las diferentes tribus pámpidas ocupaba la zona del embudo austral de
Sudamérica que se extendía entre las montañas andinas y el Atlántico. Por el
norte se desprendía una avanzada hasta el Mato Grosso, donde aún residen los
bororos. Luego, de modo continuo, ocupaban -y sus restos se hallan todavía en
algunos de esos lugares- los bosques y las sabanas chaquetas, las pampas húmeda
y seca, la Banda Oriental y parte de Rio Grande do Sul, las estepas y mesetas
escalonadas de la Patagonia y el norte de la Tierra del Fuego.
La estatura de los pámpidos debe
catalogarse entre alta y altísima puesto que los varones miden promedialmente
desde 1,70 m. en el Chaco hasta 1,83 m. en la Patagonia. Entre los patagones
recientes el cráneo, sometido a prácticas de deformación, aparece como
braquiomorfo (redondeado), pero en los antiguos esqueletos preservados en las
tumbas revela caracteres dolicomorfos (alargados), tales como son los cráneos
de los ona, ya en vías de extinción, y de los pueblos chaquefíos, cuyas
penurias económicas, sociales y culturales los han degradado y marginalizado en
grado sumo. Los antropólogos físicos contemporáneos describen los caracteres
genéricos que distinguen a la raza pámpida del siguiente modo:"El cráneo
es voluminoso y presenta con frecuencia un elevado espesor óseo y notable peso,
especialmente en los grupos macrosomáticos conservados en el sur; los pómulos
son poderosos y el mentón grueso y saliente; la cara es alargada y el índice
nasal leptorrino (nariz estrecha y larga). La construcción del esqueleto es
maciza, a, veces enorme. Al lado de este canon macrosomático algo grosero, hay
que tener en cuenta las proporciones recíprocas de los miembros, que señalan
una notable armonía.
El corte atlético y el equilibrio
de las masas musculares hacen del pámpido uno de los más soberbios modelos del
organismo humano. En cuanto a la fisonomía, no existe casi dimorfismo sexual, y
los hombres muy poco se distinguen de las mujeres. Color cutáneo de
pigmentación intensa, con reflejos bronceados. Iris oscuro; pelo duro y
liso".
Esta caracterización, ya clásica,
del Dr. José Imbelloni, fue realizada en 1948 (De Historia Primitiva de
América. Los grupos raciales aborígenes. Cuadernos de Historia Primitiva,
Madrid). Según dicha descripción somática los charrúas, a los que este
antropólogo no conoció, habrían sido hombres atléticos, de armoniosas
proporciones, a semejanza de los sobrevivientes de aquella macroetnia de
cazadores y recolectores cuyos restos, degradados y en vías de extinción,
perviven en las zonas periféricas de la cuenca rioplatense.
Quienes conocieron de cerca a los
charrúas y tribus afines pintan de modo semejante a los ejemplares humanos que
formaban parte de las bandas de cazadores, tardíamente convertidos en jinetes,
en perpetua lucha contra los representantes de los imperios transmarinos.
Daniel Vidart- El mundo de los
Charrúas
De: http://www.muldia.com/Historia/charruas/charfisico
![]() |
Descendientes del pueblo charrúa originario... Porque la Vida es siempre más astuta que el más altivo de los genocidas. |
Por eso:
SABIDURÍA INDÍGENA
Te encontraron detrás de tu sombra,
el sol del ocaso a la espalda
y por eso tu derrota.
Si el sol está en tu pecho,
pies y cabeza dorados,
no te vencen hombres,
dioses y elementos.
Ya caído miras sin ojos,
oyes sin oídos, sientes sin tacto,
hablas sin lengua,
condenado a silencio
sin más alarido que la sangre en las heridas.
Qué hierbas sostienen tan adentro
tu aliento de tinaja y agua dulce?
Sacas tu mañana a la ceniza
y la revuelcas entre plumas
de pájaros helados que gorjean
esperando que rías. No la mueca. La risa.
La, ¡ay!, perdida risa de tus dientes bellos.
El sol volverá a tu garganta,
a tu frente, a tu pecho,
antes que anochezca definitivamente
sobre tu raza, sobre tus pueblos,
y qué humanos serán el grito, el salto,
el sueño, el amor y la comida.
Estás hoy tú y mañana
otro igual a ti seguirá en la espera.
No hay prisa ni exigencia.
Los hombres no se acaban.
Aquí había un valle, ahora se alza un monte.
Allá había un cerro, ahora hay un barranco.
El mar petrificado se convirtió en montaña
y se cristalizaron relámpagos en lagos.
Sobrevivir a todos los cambios es tu sino.
No hay prisa ni exigencia. Los hombres no se acaban.
Miguel Ángel Asturias
Mensajes indios
Y en cuanto a lo que tú dices, Neruda, acerca del trueque
del oro por la hermosa lengua española, necesito contestarte que ninguna más
bella que la que he perdido, pérdida invaluable pues también nos arrastró a
concebir el mundo a través de los ojos del dominador, quizá la más brutal de
las imposiciones. Me extrañó siempre tu postura ante semejante vulneración; me
extrañó que en tus privilegiados oídos no sonara el quechua, por ejemplo, con
la misma dulzura que aún suena hoy:
Imallataq kay munakuy,
k’ita urpillay,
chiquititan chhika sinchi,
mana khuyana,
ancha yachayniyuqtapis
k’ita urpillay,
muspa muspaspa purichin,
mana khuyana.
¿Qué viene a ser el amor
palomita agreste,
tan pequeño y esforzado,
desamorada;
que al sabio más entendido,
palomita agreste,
le hace andar desatinado?
desamorada.
