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William Saroyán Fresno- 31 de agosto de 1908 |
La Risa
“¿Quiere que me ría?”
Se sentía muy solo y enfermo en
el aula vacía, todos los chicos ya se había ido a casa, Dan Seed, James
Misippo, Dick Corcoran, todos ellos por las vías del Southern Pacific, riéndose
y jugando, y esta loca idea de Miss Wissig, agobiándolo.
“Sí.”
Los labios severos, el temblor,
los ojos, qué melancolía más patética.
“Pero no quiero reírme.”
Era extraño. El mundo entero, las
vueltas de la vida, en lo que llega a convertirse.
“Ríete.”
La tensión que creía, eléctrica,
su rigidez, el nervioso movimiento de sus brazos y su cuerpo, lo fría que era,
y la enfermedad en su sangre.
“Pero, ¿por qué?”
¿Por qué? Todo tan inmóvil, todo
tan falto de gracia, tan horrible, las mentes atrapadas, algo que quedó
atrapado, sin sentido, sin significado.
“Como castigo. Te reíste en
clase, así que ahora, como castigo, debes reírte durante una hora, tú solo, sin
nadie más. Apresúrate, ya has desperdiciado cuatro minutos.”
Era vergonzoso; no era en
absoluto gracioso, quedarte después de clase, que te pidan que te rías. No
tenía sentido alguno. ¿De qué debía reírse? Nadie puede reírse porque sí. Tiene
que haber algo, algo divertido o pomposo, algo cómico. Era todo tan extraño,
sus modales, la forma en la que lo miraba, la sutileza; era atemorizante. ¿Qué
quería de él? Y el olor de la escuela, el aceite del suelo, el polvo de la
tiza, el olor de la misma idea de los niños habiéndose ido a casa; la soledad,
la tristeza.
“Siento haberme reído.”
La flor se doblaba, avergonzada.
Estaba apenado, no se trataba meramente de una broma; estaba apenado, pero no
por sí mismo, sino por ella. Era una chica joven, una maestra sustituta, y
había cierta tristeza en ella, tan agazapada y tan difícil de entender; una
tristeza que traía consigo cada día y él se había reído de ella, fue cómico,
algo que ella dijo, la forma en que los miraba a todos, la forma en que se
movía. No había sentido ganas de reírse, pero de pronto se rió y ella lo miró y
él la miró a los ojos y por un momento hubo una vaga comunión, y luego la furia,
el odio en sus ojos. “Te quedarás después de clase.” No había querido reírse,
tan sólo ocurrió, y estaba apenado, avergonzado, ella tenía que saberlo, se lo
estaba diciendo. Pepito Grillo.
“Estás haciéndome perder el
tiempo. Empieza a reírte.”
Se había inclinado para borrar lo
que estaba escrito en el pizarrón: África, El Cairo, las pirámides, las
esfinges, el Nilo; y los números 1865, 1914. Pero la tensión estaba allí, aún
teniéndola de espaldas; el aula estaba en silencio y el vacío lo volvía todo más
enfático, lo magnificaba todo, haciéndolo más preciso, con su mente, la de ella
y la pena de ambas, una junto a la otra, conflictuándose; ¿por qué? Él trató de
ser amable; el día que ella llegó, él quiso ser amable; sintió de inmediato su
extrañeza, su lejanía, de modo que ¿por qué se había reído? ¿Por qué todo
ocurre de manera tan falsa? ¿Por qué tuvo que ser él quien la hiriera cuando,
desde el principio, quiso ser su amigo?
“No quiero reírme.”
Atrevimiento y llanto en su voz,
un llanto vergonzoso. ¿Pero qué derecho tenía para destruir algo tan inocente?
No había querido ser cruel; ¿por qué ella no era capaz de entenderlo? Empezó a
sentir odio frente a su estupidez, por su sosería, por lo empecinado de su
voluntad. No me reiré, pensó; que llame a Mr. Caswell y que me azoten, pero no
volveré a reírme. Todo era un error. Había querido llorar, o algo así, no lo
sé; no había querido hacerlo. No soporto que me azoten, por Dios, me duele,
pero no tanto como esto; me han dado en el trasero alguna vez, conozco la diferencia.
Bueno, dejen que lo golpeen,
¿acaso le importó? Le ardió y luego sintió un dolor agudo varios días, pensando
en ello, pero déjenles, que lo hagan inclinarse, no irá a reírse.
La vio sentarse en el escritorio
y observarlo; por haber estado chillando, se veía enferma y sobresaltada, y
cierta piedad llegó a sus labios una vez más, la enfermiza piedad que sentía
por ella, ¿por qué estaba causándole tantos problemas a una maestra sustituta
que le simpatizaba, no una vieja y fea maestra, sino una
pequeña chica agradable, asustada desde el principio?
“Por favor, ríete.”
Y qué humillación, ya no se lo
ordenaba, se lo rogaba, le rogaba que se riera cuando él no quería reírse. ¿Qué
se puede hacer? Honestamente, ¿qué se puede hacer bien, por voluntad propia, no
accidentalmente, que no sea lo equivocado? ¿A qué se refería? ¿Qué placer
podría sacar de oírlo reír? Qué mundo más estúpido, el extraño sentir de las
personas, la reserva, cada persona dentro de sí, queriendo una cosa y siempre
obteniendo otra, queriendo dar una cosa y siempre dando otra. Sí, lo haría.
Ahora sí se reiría, no por él, sino por ella. Incluso si esto lo enfermera, se
reiría. Quería saber la verdad, qué era todo eso. Ella no estaba haciéndolo
reír, le pedía que lo hiciese, se lo rogaba. No entendía qué sucedía, pero
quería saberlo. Pensó, quizás pueda pensar en algo gracioso, y empezó a
recordar todas las historias graciosas que había oído, pero era extraño, no se
acordaba de ninguna. Y otras cosas graciosas, como la forma en que caminaba
Annie Gran; vaya, ya no parece nada gracioso; y Henry Mayo, burlándose de
Hiawatha, equivocándose; ya no parecía gracioso. Era cosas que le hacían reír
hasta enrojecer y perder el aliento, pero había llegado a un punto muerto,
inútil, by the big sea waters, by the big sea waters, came the mighty, vaya, ya
no era gracioso; Dios, ya no podía reírse de todo eso. Bueno, tan solo se
reiría, de la misma manera de siempre, sé un actor, ja, ja, ja. Dios, era
difícil, era lo más fácil del mundo y ahora no podía soltar una sola risita.
No obstante, empezó a reírse,
sintiéndose avergonzado e incómodo. Tenía miedo de mirarla a los ojos, así que
se fijó en el reloj e intentó no detenerse, era algo extraordinario, pedirle a
un muchacho que se riera por una hora y nada, rogarle que se riera sin ningún
motivo. Y así lo haría, quizás no por una hora, pero lo intentaría; algo haría.
Lo más gracioso era su voz, la falsedad de aquella risa; y luego de un rato le
empezó a parecer muy gracioso, muy cómico y le hizo feliz ya que verdaderamente
le daba risa, y ahora que se reía realmente, con todo su ser, con toda su
sangre, riéndose de cuán falsa era su risa, en tanto la vergüenza se alejaba,
se dio cuenta de que ya no era falso, de que era la verdad de su risa lo que
llenaba el aula vacía y todo parecía encajar, todo era magnífico y ya habían
pasado dos minutos.
Y empezó a ver cosas realmente
graciosas por doquier, en toda la ciudad, la gente que caminaba por la calle,
tratando de verse importante, pero él lo sabía, no lo engatusaban, sabía lo
importante que eran, la forma en la que hablaban, siempre a lo grande, y toda
esa pomposidad, toda esa falsedad lo hacían reírse; pensó en el predicador de
la Iglesia Prebisteriana, lo falso de sus sermones, Oh, Dios, hágase tu
voluntad, y sin nadie que creyera en él, y la gente importante con grandes
coches, Cadillcs y Packards, acelerando y desacelerando, yendo por todo el
país, como si tuvieran un lugar al que ir, y los conciertos de la banda del
pueblo, todo tan falso, todo haciéndolo reír, los grandulones corriendo detrás
de las chicas cuando hacía calor y los tranvías que se desplazaban por toda la
ciudad con apenas dos pasajeros, eso sí era gracioso, esos enormes vagones
llevando solamente a una anciana y a un hombre con harrison1sltbigotes, y se
rió hasta que perdió el aliento y su cara enrojeció y de pronto, toda la
vergüenza había desaparecido y se estaba riéndose y miraba a Miss Wissig, y el
acabóse, las lágrimas le corrían por los ojos. Por Dios Santo, no se había reído
de ella. Se había estado riendo de todos esos tontos, todas las tonterías que
hacían día tras día, toda la falsedad. Era desagradable. Siempre quería hacer
las cosas bien y siempre las cosas se daban vuelta. Quería saber por qué, qué
es lo que sucedía con ella, dentro de ella, su parte secreta, y él que se había
reído para ella, no para sentirse a gusto, y ella allí, temblando, con los ojos
húmedos y las lágrimas que le corrían, su rostro agónico, y él seguía riéndose
de la furia y la desilusión de su corazón, y se reía de todo lo que es patético
en el mundo, las cosas por las que la buena gente llora, los perros callejeros,
los caballos que se tropezaban y eran azotados, los tímidos que en su interior
eran aplastados por tipos crueles y gordos, gordos por dentro, pomposos; y los
pajaritos, muertos en las aceras; y los malentendidos en todas partes, el
conflicto sin fin, la crueldad, las cosas que vuelven maligno a un hombre, el
crecimiento vil y el enojo empezaba a cambiar su risa y empezaban a asomarse lágrimas
en sus ojos. Sólo ellos, en el aula vacía, juntos y desnudos en su soledad y su
desconcierto, hermano y hermana, los dos queriendo cierta decencia, cierta
limpieza en este mundo, los dos queriendo compartir la verdad con el otro y aún
así, los dos, extraños de alguna manera, solos y lejanos.
Oyó que la chica contenía el
sollozo y luego todo fue al revés, y él lloraba, honesta y verdaderamente, como
un bebé, como si algo realmente hubiese sucedido, y escondió su rostro entre
sus brazos, y respiraba agitadamente y pensaba en que no quería vivir; en que
si así eran las cosas, quería estar muerto.
No supo cuánto lloró pero de
pronto, se dio cuenta de que no había llanto ni risa y de que el aula estaba
muy tranquila. Qué vergonzoso. Tenía miedo levantar la cabeza y mirar a la
maestra. Era horroroso.
“Ben.”
En voz baja, calmada, solemne;
¿cómo podría volver a mirarla?
“Ben.”
Levantó la cabeza. Los ojos de
ella estaban secos y su cara parecía más brillante y más hermosa, como nunca
antes.
“Por favor, sécate la cara.
¿Quieres un pañuelo?”
“Sí.”
Se secó los ojos, se sonó la
nariz. Qué tierra enferma. Qué sombrío era todo.
“¿Cuántos años tienes, Ben?”
“Diez.”
“¿Qué es lo que piensas hacer?
Quiero decir…”
“No lo sé.”
“¿Y tu padre?”
“Es sastre.”
“¿Te gusta esta ciudad?”
“Creo que sí.”
“¿Tienes hermanos?”
“Tres hermanos y tres hermanas.”
“¿Nunca has pensado en irte?
¿Irte a alguna otra ciudad?”
Era asombroso. Le hablaba como si
fuera una persona madura, tratando de llegar hasta el fondo.
“Sí.”
“¿Adónde?”
“No lo sé. New York, quizás. O al
viejo continente tal vez.”
“¿Al viejo continente?”
“Milán. La ciudad de mi padre.”
“Oh.”
Él quería preguntarle sobre ella,
adonde había ido, donde había estado; quería ser maduro, pero tenía miedo. Ella
fue hasta el guardarropa y trajo su abrigo, su sombrero y su bolso, y comenzó
poniéndose el abrigo.
“Ya no estaré aquí mañana. Miss
Shorb se ha recuperado. Me voy.”
Se sintió triste, pero no podía
pensar en nada que decirle. Ella se ajustó el cinturón del abrigo y se puso el
sombrero, sonriente, Dios, qué mundo, primero lo hacía reírse, luego llorar y
ahora esto. ¿Adónde iba? ¿Es que ya nunca la volvería a ver?
“Debes irte ya, Ben.”
Y allí estaba él, mirándola y sin
quererse ir, allí estaba, con ganas de sentarse y observarla. Se levantó
lentamente y fue hasta el guardarropa a buscar su gorra. Caminó hasta la
puerta, sintiéndose enfermo de soledad; se dio vuelta para verla por última
vez.
“Adiós, Miss Wissig.”
“Adiós, Ben.”
Y muy prontamente estaba
corriendo por el parque de la escuela, y la maestra sustituta de pie en el
patio, siguiéndolo con la mirada. No sabía en qué pensar, pero supo que
estaba verdaderamente triste y que tenía miedo de darse vuelta para ver si ella
estaba mirándolo. Pensó: Si me apresuro, quizás pueda encontrar a Dan Seed y a
Dick Corcoran y a los demás, y quizás llegué a tiempo para ver cómo se va el
tren de carga. Bueno, nadie lo sabría de todas formas. Nadie sabría alguna vez
qué sucedió y cómo había llorado y reído.
Corrió por las vías de Southern
Pacific, y los chicos ya no estaban allí y el tren ya se había ido.
Se sentó bajo un eucalipto. El
mundo entero, un desastre.
Entonces comenzó a llorar una vez
más.
Traducción: Martín Abadía
De: laperiodicarevisiondominical
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"Busca la bondad en todas partes y,
cuando la
encuentres,
sácala de su escondite
y déjala libre y a la vista...
Descubre en
todas las cosas aquello que brilla
y que está más allá de la corrupción.
Recuerda que cada hombre es
una variación de ti mismo.
Ninguna culpa humana es
ajena a ti,
y tampoco es una cosa aparte
la inocencia de ningún hombre..."
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