sábado, 29 de marzo de 2014

Procaz y transparente

Érica Jong
26 de marzo de 1942 - Estados Unidos
Escritora, docente, militante por la liberación femenina.
Porque las horas de mi abuela
fueron tartas de manzanas en el horno,
y motas de polvo acumulándose,
y sábanas poniéndose amarillas
y costuras y dobladillos descosiéndose inevitablemente,
yo casi nunca me ocupé de una casa,
aunque la verdad es que me gustan las casas
y quisiera tener que hacerle la limpieza a una.

Porque los minutos de mi madre
fueron chupados con el zumbido de la aspiradora,
porque bailaba el vals con la lavadora
y se arrancaba el pelo esperando a que la repararan,
yo mando la ropa a la lavandería
y vivo en una casa con polvo,
aunque la verdad es que me gustan
las casas limpias tanto como a cualquiera.

Soy bastante mujer
para que me encante amasar el pan
tanto como el tacto de las teclas de la máquina de escribir
en contacto con mis dedos, elásticos, resistentes.
Y el olor de la ropa recién lavada y el de la sopa que hierve
me resultan casi tan queridos como el olor a papel y tinta.

Me gustaría que no hubiera elección;
me gustaría poder ser dos mujeres.
Me gustaría que los días fueran más largos.
Pero son cortos.
Con qué escribo mientras se apila el polvo.

Estoy sentada a mi máquina de escribir
recordando a mi abuela y a todas mis madres,
y los minutos que perdieron queriendo a las casas más que a sí mismas;
y el hombre al que quiero limpia la cocina gruñendo, sólo un poco,
porque sabe que después de todos estos siglos es más fácil para él que para mí.



Fuente: http://lashoras.blogspot.com





Los mandamientos

No querrás de veras ser poet(is)a. Primero, 
si eres mujer, tienes que ser tres veces mejor 
que cualquiera de los hombres. Segundo, tienes 
que acostarte con todo el mundo. Y tercero, 
tienes que haberte muerto. 

Poeta masculino, en conversación.

Si una mujer quiere ser poeta,
    debe dormir cerca de la luna a cara abierta;
    debe caminar a través de sí misma estudiando el paisaje; 
    no debe escribir sus poemas con sangre menstrual. 

Si una mujer quiere ser poeta, 
    debe correr hacia atrás en torno al volcán; 
    debe palpar el movimiento a lo largo de sus grietas; 
    no debe conseguir un doctorado en sismografía. 

Si una mujer quiere ser poeta, 
    no debe acostarse con manuscritos incircuncisos; 
    no debe escribir odas a sus abortos; 
    no debe hacer caldos de vieja carne de unicornio. 

Si una mujer quiere ser poeta, 
    debe leer libros de cocina francesa y legumbres chinas; 
    debe chupar poetas franceses para refrescar su aliento; 
    no debe masturbarse en talleres de poesía. 

Si una mujer quiere ser poeta, 
    debe pelar los vellos de sus pupilas; 
    debe escuchar la respiración de hombres durmientes; 
    debe escuchar los espacios entre esa respiración. 

Si una mujer quiere ser poeta, 
    no debe escribir sus poemas con pene artificial; 
    debe rezar para que sus hijos sean mujeres;
    debe perdonar a su padre su esperma más valiente.




Envidia del pene


Envidio a los hombres que pueden anhelar 
con infinita vaciedad 
el cuerpo de una mujer, 
que esperan que su anhelo 
haga un niño, 
que su oquedad misma 
fertilice lo oscuro. 

Las mujeres no se hacen ilusiones sobre esto, 
ya que son a la vez 
casas y túneles, 
copas y las que escancian el vino, 
ya que conocen el vacío como estado temporal 
entre dos plenitudes, 
y no ven en ello ningún romance. 

Si yo fuera hombre, 
condenado a esa infinita vaciedad, 
y no teniendo alternativa, 
encontraría, como los otros, sin duda, 
una mujer 
para bautizarla Vientre de Luna, 
Madona, Diosa del Cabello de Oro 
y hacerla tienda de mi deseo, 
paracaídas de seda de mi lujuria, 
icono ojiazul de mi sagrada comezón sexual, 
madre de mi hambre. 

Pero ya que soy mujer, 
debo no sólo inspirar el poema 
sino también escribirlo a máquina, 
no sólo concebir al niño 
sino también darlo a luz, 
no sólo dar a luz al niño 
sino también bañarlo, 
no sólo bañar al niño 
sino también alimentarlo, 
no sólo alimentar al niño 
sino también llevarlo 
a todas partes, a todas partes...

mientras que los hombres escriben poemas 
sobre los misterios de la maternidad.

Envidio a los hombres que pueden anhelar
con infinita vaciedad.

De: http://www.materialdelectura.unam.mx/


 
“Quien no arriesga nada, arriesga aún más”- 
Erica Jong

“¿Por qué escribo? Porque encuentro la vida poco satisfactoria”- Tennessee Williams

26 de marzo de 1911- Estados Unidos
Dramaturgo


EL ZOO DE CRISTAL

ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA

El apartamento de los Wingfield está en los fondos del edificio, 
y es uno de esos vastos conglomerados de unidades de 
vida celular semejante a una colmena, que florecen como 
excrecencias en los centros urbanos superpoblados de la 
clase  media inferior y son un síntoma del impulso que 
empuja  a ese sector de la sociedad norteamericana, el más 
grande y fundamentalmente esclavizado, a evitar la fluidez y 
la diferenciación, y a existir y funcionar como una 
entretejida  masa de automatismo.
El apartamento da sobre una callejuela y penetra en él una escalera de emergencia para casos de incendio, una estructura cuyo nombre es un rasgo de verdad poética accidental, porque en todos esos enormes edificios arden siempre los lentos e implacables fuegos de la desesperación humana. La escalera de emergencia está incluida en el escenario; es decir, lo están su rellano y los peldaños que bajan de él. Nótese que el callejón de la izquierda puede omitirse totalmente, ya que sólo se usa para la primera entrada de Tom, la cual puede efectuarse por la derecha.
El escenario es el recuerdo y por lo tanto no es realista. El recuerdo permite muchas licencias poéticas. Omite algunos detalles, otros se exageran, según el valor sentimental de los objetos que toca, ya que la memoria radica preferentemente en el corazón. Por eso, el interior es bastante oscuro y poético.
(Apenas se apagan las luces de la sala, llega por la derecha la música de un salón de baile. Vieja música popular del periodo 1915-1920, digamos. Ésta continúa hasta que Tom aparece en el rellano de la escalera de emergencia, enciende un cigarrillo y empieza a hablar)

Al levantarse el telón:
El público se enfrenta con la oscura y ceñuda pared de los fondos de la casa de alojamiento de los Wingfield. (El escenario propiamente dicho está separado de ella por una cortina de gasa, que sugiere el frente del edificio) Este edificio, paralelo a las candilejas, está flanqueado por dos callejuelas sombrías y angostas que se internan en lóbregos desfiladeros de marañas de ropa colgada, latas con desperdicios y el siniestro enrejado de las escaleras de emergencia vecinas. (Las callejuelas están en realidad en las tinieblas y los objetos que acaban de mencionarse no son visibles) Las entradas de la calle y los mutis se hacen por esas callejuelas laterales. Al acabar el comentario inicial de Tom, el oscuro muro de la casa de alojamiento muestra poco a poco (por medio de un transparente) el interior del departamento de los Wingfield en la planta baja. La cortina de gasa, que sugiere el frente del edificio, se levanta sobre el decorado interior. En primer término está la sala, que le sirve también de dormitorio a Laura, abriéndose un sofá-cama que utiliza de lecho. Más allá, hay un taburete o mesa en donde se halla un teléfono. Al foro, en el centro y separado por un ancho arco o un segundo proscenio de cortinajes transparentes y ajados (o segundo cortinaje: el «segundo cortinaje» es en realidad el de gasa interior intermedio entre la sala y el comedor, que se halla en el foro) está el comedor.
En una anticuada rinconera de la sala, hay muchos animales de vidrio transparente. Una empañada fotografía del padre de los Wingfield, de frente al público, a la izquierda del arco. Es el rostro de un joven muy guapo, con el quepis de un infante norteamericano de la Primera Guerra Mundial. Sonríe valerosamente, con una sonrisita irresistible, como si dijera: «Sonreiré siempre.» (Adviértase que, en cuanto concierne al salón de baile, sólo es esencial que se vea la ventana iluminando la parte lejana de la callejuela. No es necesario mostrar una sección considerable del salón de baile)
El público oye y ve la escena inicial del comedor tanto a través del transparente cuarto muro (éste es la cortina de gasa que sugiere el frente del edificio) y los cortinajes transparentes de gasa del arco del comedor. Durante esta reveladora escena sube lentamente el cuarto muro, hasta perderse de vista. Este muro exterior transparente no vuelve a bajar hasta el final de la pieza, durante el discurso final de Tom.
El narrador es un franco convencionalismo de la pieza. Se toma todas las libertades que convienen a su propósito con los convencionalismos dramáticos.
Tom entra de la callejuela de la izquierda (o de la derecha, si se omite la de la izquierda). Viste indumentaria de marinero de la marina mercante y va despaciosamente por el frente del escenario hacia la escalera de emergencia. (Tom puede inclinarse contra el enrejado de la escalera cuando enciende el cigarrillo) Allí, se detiene y enciende un cigarrillo. Le habla al público.


TOM:

Tengo trucos en el bolsillo —y cosas bajo la manga—pero soy todo lo contrario del prestidigitador común. Éste, les brinda a ustedes una linda ilusión con las apariencias de la verdad. Yo, les doy la verdad con las gratas apariencias de la ilusión. Los llevo a una callejuela de Saint Louis. La época en que transcurre la
acción es el lejano período en que la enorme clase media de los Estados Unidos se matriculaba en una escuela para ciegos. Sus ojos les fallaban, o ellos fallaban a sus ojos, y por eso se les oprimía enérgicamente los dedos sobre el feroz alfabeto Braille de una economía en desintegración. En España, había revolución. Aquí, sólo había gritos y confusión y conflictos obreros, a veces violentos, en ciudades por lo demás pacíficas como Cleveland... Chicago... Detroit... Ésa es la atmósfera social en que se desarrolla la acción de esta comedia. Esta comedia son los recuerdos. (Se oye música) Como es una comedia de recuerdos, hay poca luz, es sentimental, no es realista. En la memoria, todo parece acontecer con música. Ello explica el violín que se oye, entre bastidores. Yo soy el narrador de la comedia y también uno de sus personajes. Los otros son mi madre Amanda, mi hermana Laura y un candidato matrimonial que aparece en las escenas finales. Este es el personaje más realista de la pieza, por ser el emisario de un mundo del cual, en cierto modo, estábamos separados. Pero como tengo la debilidad de un poeta por los símbolos, uso a este personaje como el demorado pero siempre esperado algo por el cual vivimos. Hay un quinto personaje que sólo aparece en una fotografía colgada de la pared. Cuando vean la imagen de este sonriente caballero, sírvanse recordar que es nuestro padre, que nos abandonó hace mucho tiempo. Era un telefonista que se enamoró de la larga distancia: de modo que renunció a su empleo en la compañía telefónica y huyó de la ciudad... La última noticia que tuvimos de él fue una postal de la costa mexicana del Pacífico, con un mensaje de dos palabras: «¡Hola, adiós!», y sin dirección. Creo que el resto de la comedia se explicará por sí mismo.

(Se encienden las luces en el comedor. Tom sale por la derecha. Hace mutis por el primer término, se quita su abrigo de marinero y su ajustado gorro tejido y se queda junto a la puerta de la derecha del comedor, esperando el momento de entrar en escena. Se oye la voz de Amanda a través de los cortinajes, esto es, de las cortinas de gasa que separan al comedor de la sala. Amanda y Laura están sentadas junto a una mesa-libro. Amanda ocupa la silla del centro y Laura la de la izquierda. El acto de comer se indica con gestos, sin
viandas ni utensilios. Amanda está de frente al público. El interior del comedor, se ha iluminado suavemente y a través de las cortinas de gasa, vemos a Amanda y a Laura sentadas a la mesa en la zona del foro)

AMANDA: ¿Sabes una cosa, Laura? El domingo pasado, me sucedió algo graciosísimo en la iglesia. El recinto estaba atestado y sólo quedaba libre uno de los primeros bancos y allí se veía apenas a una mujercita. Le sonreí muy dulcemente y le dije:
Perdóneme usted... ¿Tendría inconveniente en que yo compartiera este banco? «Sí —me dijo—. Este espacio está alquilado.» ¿Sabes que es la primera vez que oigo decir que el Señor alquila espacio? (Las cortinas de gasa del comedor se descorren automáticamente) ¡Esos episcopales del Norte! Comprendo a los del Sur, pero a los del Norte, no. (Tom entra en el comedor por la derecha, se desliza hacia la mesa y se sienta a la derecha) Querido, no empujes la comida con los dedos. Si es forzoso que la empujes con algo, usa una corteza de pan. Debes masticar lo que comes. Los animales tienen en el estómago secreciones que les permiten digerir su comida sin masticarla, pero los seres humanos, antes de tragarla, deben masticarla y masticarla. Oh, come sin prisa. Come sin prisa. Una comida bien preparada tiene muchos sabores delicados que conviene retener en la boca para apreciarlos, y no limitarse a engullirlos. ¡Oh, mastica, mastica, mastica!
(A esta altura, la cortina de gasa —si el director decide usarla—, la que sugiere la pared externa, se levanta y no vuelve a bajar hasta el fin de la comedia) ¿No quieres darles oportunidad de funcionar a tus glándulas salivales?

TOM:
Mamá, no he disfrutado de un solo bocado de la cena a causa de tus constantes instrucciones sobre la manera de comerla. Eres tú quien me obliga a comer precipitadamente, con tu atención de gavilán sobre todos mis bocados. Resulta repulsiva... toda esa disertación sobre la secreción de los animales... las glándulas salivales... ¡la masticación! (Va hacia la butaca de la sala, enciende un cigarrillo)

AMANDA:
¡Tienes temperamento, como un divo del Metropolitan! No te he permitido que te retires de la mesa.

TOM:
Voy a fumar un cigarrillo.

AMANDA: Fumas demasiado.

LAURA: (levantándose)
Mamá, traeré el café.

AMANDA:
No, no, no. Tú, siéntate. Hoy, yo seré el negrito que sirve y tú serás la dama.

LAURA:
Ya me he levantado

AMANDA:
Pues vuelve a sentarte. Vuelve a sentarte. Consérvate fresca y linda para los candidatos. (Laura se sienta)

LAURA:
No espero la visita de ningún candidato.

AMANDA: (que ha estado recogiendo los platos de la mesa y poniéndolos sobre la bandeja):
Lo gracioso, es que vienen cuando menos se los espera. Recuerdo una tarde de domingo, en Blue Mountain, cuando tu madre era niña... (Sale en busca del café, por el foro derecha)

TOM:
¡Sé qué se avecina! (Laura se levanta)

LAURA:
Sí. Pero más vale que se lo dejes decir. (Va hacia la izquierda del sofá-cama y se sienta)

TOM:
¿De nuevo?

LAURA:
Le gusta decirlo.

AMANDA: (entrando por la derecha al comedor y pasando a la sala con la bandeja y el café)
Recuerdo que un domingo por la tarde, en Blue Mountain, cuando tu madre era una niña, la visitaron... ¡diecisiete candidatos! (Se acerca a Tom, le da café y va al centro del escenario. Laura se le aproxima, toma la tacita y vuelve a su sitio. Amanda pone la bandeja sobre la mesita que está a la derecha del sofá-cama y se sienta junto a ella. La cortina interior se corre, las luces se apagan)

AMANDA:
Lo cierto es que, a veces, no había sillas suficientes para todos ellos y teníamos que mandar al negrito a casa del cura en busca de sillas plegables.



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