jueves, 2 de abril de 2015

“Y yo tengo esta debilidad: la de creer que el idioma de nuestras calles, el idioma que conversamos usted y yo en el café, en la oficina, en nuestro trato íntimo, es el verdadero”. - Roberto Arlt

2 de abril de 1900 - Argentina
Cronista, narrador, dramaturgo,
a fuerza de talento y sensibilidad.

¿Quiénes son estos que le hablan a uno, que le escriben a uno, que durante un momento abandonan, desde cualquier ángulo de la ciudad y la distancia “su no existencia”, y con algunas hojas de papel, con algunas líneas, le hacen sentir el misterio de la vida, lo ignoto de la distancia?

¿Con quién habla uno? He aquí el problema. Si a uno no le escribieran nunca, quizá existiera esta preocupación: “No le intereso a la gente”. Pero, estos hombres y mujeres siempre novados; estas cartas, que siempre se le acercan en su casi totalidad a vocearle su simpatía, lo inquietan a uno. Se experimenta el desconcierto de que numerosos ojos le están mirando, porque siempre que uno ha escrito una carta, y sabe que debe haber llegado, piensa lo siguiente:

“¿Qué habrá dicho de lo que le escribí?”

Efectivamente, uno no sabe qué decir. Un lector me dice: “Le envío la presente por simpatizar con su manera de ser hacia el prójimo”. Otro, me pide que me dirija al elemento obrero con mis notas. Otra, hace una parodia de la carta que me fue escrita por el “adolescente que estudiaba lógica”, agregando: “dígale al dibujante que reproduzca el diseño que ilustraba esa nota, agregando a las víboras y a los sapos, un puñado de rosas”.

De pronto, tengo una sensación agradable. Pienso que todos estos lectores se parecen por la identidad del impulso; pienso que el trabajo li­terario no es inútil, pienso que uno se equivoca cuando sólo ve maldad en sus semejantes, y que la tierra está llena de lindas almas que sólo de­sean mostrarse.

Cada hombre y cada mujer encierra un problema, una realidad espiritual que está circunscripta al círculo de sus conocimientos, y a veces ni a eso.

Hasta se me ocurre que podría existir un diario escrito únicamente por lectores; un diario donde cada hombre y cada mujer, pudiera expo­ner sus alegrías, sus desdichas, sus esperanzas.

Otras veces, me pregunto:

“¿Cuándo aparecerá, en este país, el escritor que sea para los que leen una especie de centro de relación común?

En Europa existen estos hombres. Un Barbuse, un Frank, provocan este maravilloso y terrible fenómeno de simpatía humana. Hacen que seres, hombres y mujeres, que viven bajo distintos climas, se comprendan en la distancia, porque en el escritor se reconocen iguales; iguales en sus impulsos, en sus esperanzas, en sus ideales. Y hasta se llega a esta conclusión: un escritor que sea así, no tiene nada que ver con la literatura. Está fuera de la literatura. Pero, en cambio, está con los hombres, y eso es lo necesario; estar en alma con todos, junto a todos. Y entonces se tendrá la gran alegría: saber que no se está solo.

En verdad, quedan muchas cosas hermosas, todavía, sobre la tierra.

De: Sobre la simpatía humana

En: http://biblioteca.derechoaleer.info/biblioteca/roberto-arlt/aguafuertes-porteñas