sábado, 29 de junio de 2013

“No pensé que viviera en un momento tan particular”- Czeslaw Milosz

30 de junio de 1911
Década tras década, la historia de su vida y la historia de su tiempo han caminado paralelas. Estudiante en Vilna y París durante los años veinte y miembro de la vanguardia literaria polaca en los treinta. Comprometido con la Resistencia de su país y testigo en los años cuarenta de la destrucción del ghetto de Varsovia y de la derrota que el Levantamiento infligió a los nazis, tras lo cual obtuvo el cargo de agregado de la embajada de la República Popular en Washington. Luego de su ruptura con el régimen en la década de los cincuenta, se convirtió en un intelectual exiliado en Francia: su equivalente a los cuarenta días en el desierto. En los sesenta, coincidiendo con el apogeo estival de sus poderes poéticos, fue profesor de lenguas eslavas en la Universidad de California, en Berkeley, un Salomón entre los muchachos de las flores. En los setenta, todavía en plena vena creativa, su status cambió de escritor émigré a visionario de talla mundial. En los ochenta, laureado con el premio Nobel, fue una fuerza política y moral en la Polonia de Solidaridad. Y en los noventa, un prodigio de incesante vitalidad imaginativa, una voz situada a medio camino entre los extremos de Orfeo y Tiresias.

"Tal vez olvidamos con demasiada facilidad", dijo Milosz en una entrevista, "la mutua hostilidad de siglos entre, por un lado, la razón, la ciencia y la filosofía de inspiración científica y, por otro, la poesía".

Al término de una conferencia en su honor a la que asistí en Los Ángeles en 1998, dijo, cosa típica en él, que si bien se habían discutido numerosos asuntos, no se había prestado suficiente atención al sufrimiento humano. No obstante, en el interior de este hombre que nos recordaba el sufrimiento, que había visto a los tanques borrar países y pueblos europeos, y que había visto llegar las bolsas de cadáveres de Vietnam en el momento candente de la cultura alucinógena de Haight Ashbury; en el interior de este hombre, digo, sobrevivía el niño que había hecho la primera comunión en la edad de la Inocencia; y a pesar de que el "fracaso humano" era algo evidente para el adulto, ello jamás supondría una negación de los raptos y momentos de trance de aquel niño.

Seamus Heaney
De: LetrasLibres


Cafetería


De aquella mesita en la cafetería
Donde en los mediodías de invierno brillaba un jardín de
    escarcha,
He quedado yo solo.
Podría entrar allí, si lo quisiera,
Y golpeando con los dedos en un vacío helado
Evocar las sombras.

Con incredulidad toco el mármol frío,
Con incredulidad toco mi propia mano:
Esto - es y yo soy en la historia que acontece,
Y ellos ya están cerrados por los siglos de los siglos
En su última palabra, en su última mirada.
Y lejanos como el emperador Valentiniano,
Como los jefes de los masagetas de quienes nada se sabe
Aunque apenas un año, dos o tres años pasaron.

Puedo ser todavía leñador en los bosques del norte lejano,
Puedo pronunciar un discurso desde la tribuna o rodar una
    película
Con métodos que ellos desconocían.
Puedo experimentar el sabor de frutas de las islas del
    océano
Y tener mi fotografía en el traje de la segunda mitad del
    siglo.
Y ellos ya para siempre como los bustos en chorreras y
    fraques
Del monstruoso Larousse.

Pero a veces, cuando el resplandor crepuscular colorea los
    techos de la calle pobre
Y fijo mi mirada en el cielo, veo allí, entre las nubes,
La mesita bamboleándose. El mesero da vueltas con la
    bandeja
Y ellos me miran soltando carcajadas.
Porque yo no sé todavía cómo se muere por la mano cruel
    del hombre.
Ellos saben, ellos bien lo saben.


 Un aire

Espejos en los que vi el color de mi boca,
¿Quién anda por ahí, quién de sí mismo se extraña de
    nuevo?
Collar de piedras de ágata, perdido y esparcido,
¿Qué hormiga te visita en un crecido bosque?
Corchete arrancado en la prisa amorosa,
¿En el fondo de cuál gran río yaces?
Llanto mío, cuando se alejaba de mí el amigo,
¿Por qué no puedo recordarte?
Ayer eso fue y no sé si lo fue.
Salí corriendo de la escuela y regreso con el bastón,
    encorvada y seca.
Hermanas mías de los sepulcros romanos, quise ser la
    única,
Pero me tapan, me llevan por el mismo portón.


Prueba

Y experimentaste, sin embargo, las llamas infernales.
Podrías hasta decir cómo son: reales.
Acabadas con garfios para desgarrar la carne,
Por pedazos, hasta el hueso. Ibas por la calle
Y seguía la tortura, el desangramiento, la azotaina.
Recuerdas luego no dudas. Por cierto que existe el
    Infierno.


La ventana

Miré por la ventana al amanecer y vi un manzano joven,
    transparente en la claridad.
Y cuando miré de nuevo al amanecer había allí un
    manzano grande cargado de frutas.
Muchos años entonces han pasado seguramente pero no
    recuerdo nada de lo que sucedió en el sueño.




Pez

Entre gritos, balbuceos extáticos, chillidos de trompetas,
    golpes en cacerolas y tambores
La suma protesta era guardar la medida.
Pero la simple voz humana perdía su derecho
Y era como un abrir del hocico del pez detrás de la pared
    del acuario.
Acepté mi destino. No obstante, era sólo un hombre,
Es decir, sufría dirigiéndome hacia los seres parecidos a mí.


De: MATERIAL DE LECTURA-UNAM 



Dedicatoria

                                                                            Varsovia 1945

"Vosotros, a quienes no pude salvar,
Escuchadme.
Intentad entender estas simples palabras, ya que de otras me avergonzaría.
Os juro que en ellas no hay hechicería.
Os hablo en silencio como una nube, como un árbol.

Aquello que me fortaleció a mí, para vosotros fue mortal.
Confundisteis el adiós a una época, con el advenimiento de una nueva
-Odio confabulado de belleza lírica.
Fuerza ciega de forma completa.

He aquí un valle polaco de ríos anémicos. Y un inmenso puente
Perdiéndose en la niebla. He aquí una ciudad vencida,
Y el viento arroja alaridos de gaviotas sobre vuestra tumba
Mientras os hablo.

¿Qué clase de poesía es aquella que no salva
Naciones o pueblos?
Una conspiración de mentiras oficiales.
Una tonadilla de borrachos cuyas gargantas serán cortadas de inmediato,
Una conferencia para señoritas.
He deseado la buena poesía sin saberlo,
He descubierto, ya tarde, su saludable objetivo.
En ella y sólo en ella, encuentro salvación.

Se solía esparcir millo o alpiste sobre las tumbas
Para alimentar a los muertos que volvían disfrazados de pájaros.
Aquí os dejo este libro, vosotros quienes alguna vez vivisteis
Para que nunca más volváis. "

Versión de Rafael Díaz Borbón


Elegía para  N. N.

Si es demasiado lejos para ti, dilo.
Habrías podido correr sobre las pequeñas olas del Báltico,
atravesar el campo de Dinamarca, la floresta de hayas,
virar hacia el océano, y ya está, cerca,
el Labrador, blanco en esta estación del año.
Tú, que soñabas una isla solitaria,
si temes las ciudades, el parpadeo de los fuegos sobre las autorrutas,
habrías podido tomar el camino de los bosques sordos,
sobre torrentes revueltos y azules, y rastros del ciervo y del reno,
hasta las Sierras, hasta las minas de oro abandonadas.
El Río Sacramento te habría llevado entonces,
por entre las colinas recubiertas de encinas espinosas.
Todavía un bosque de eucaliptos, y estarás en mi casa.

Es cierto, cuando la manzanita florece,
y la bahía es azul en las mañanas de primavera,
yo pienso a mi pesar en la casa entre lagos
y en las redes recogidas bajo el cielo Lituano.
La cabaña donde te despojabas de tu traje antes del baño
se cambió para siempre en un cristal abstracto.
Y en él está la oscura miel de la tarde, junto al balcón,
y las pequeñas lechuzas, graciosas, y el olor de los arneses.

Cómo podíamos vivir entonces, yo no puedo decirlo.
Las costumbres, los trajes, vibran imprecisos,
inconsistentes, tensos hacia el final.
Es tal vez que pensábamos en las cosas tal como son?
El saber de los años fogosos ha enrojecido los caballos ante la forja,
y las pequeñas columnas en el mercado de la aldea,
y los peldaños de madera y la peluca de Mamá Fliegeltaub.

Mucho hemos aprendido, tú bien lo sabes:
cómo nos es quitado, cosa por cosa, todo aquello que no podía ser,
la gente, las comarcas.
Y el corazón no muere cuando uno creyó que debería,
pero sonreímos, el té y el pan sobre la mesa.
Sólo el remordimiento de no haber amado como se debe
esa pálida ceniza de Sachsenhausen
con un amor absoluto, que no está a la medida del hombre.

Tú te has acostumbrado a nuevos inviernos, húmedos,
a la ciudad donde la sangre del propietario alemán
fue raspada de los muros, y a donde él jamás regresó.
Tampoco yo he llevado más de lo que podía, ciudades y país.
No se puede entrar dos veces en el mismo lago,
sobre hojas descompuestas de abedul,
y quebrando una estrecha estría de sol.

Tus faltas y las mías, no fueron grandes faltas,
tus secretos y los míos, no eran grandes secretos.
Cuando te anudan la mandíbula con un pañuelo,
cuando te ponen una cruz entre los dedos,
y a lo lejos un perro ladra, brilla una estrella.

No, no es porque estés tan lejos
que no has venido el otro día, la otra noche.
De año en año madura en nosotros y nos invadirá,
yo, como tú, lo he comprendido: la indiferencia.

                                                                        Berkeley, 1963

Versión de William Ospina



Madurez tardía


Tarde, ya en el umbral de mis noventa años
se abrió la puerta en mí y entré
en la claridad de la mañana.
Sentía cómo se alejaban de mí, como naves,
una tras otra, mis existencias anteriores con sus congojas.
Aparecían, otorgados a mi buril,
países, ciudades, jardines, bahías, para que los describiera
mejor que antaño.
No vivía separado de la gente, el pesar y la piedad
nos unieron y dije: olvidamos que todos somos
hijos del Rey.
Porque venimos de allí donde aún no hay
división entre el Sí y el No, no hay división entre el es,
el será y el ha sido.
Somos infelices porque hacemos uso de menos de
una centésima parte del don que habíamos recibido
para nuestro largo viaje.
Momentos de ayer y de hace siglos: un corte de espada,
un maquillaje de pestañas delante de un espejo de metal
bruñido, un disparo mortal de mosquete, una colisión
de una carabela con un arrecife, se mezclan en nosotros
y esperan su cumplimiento.
Siempre he sabido que seré obrero en la viña,
al igual que todos mis contemporáneos,
conscientes de ello, o inconscientes.

Versión de Elzbieta Bortkiewicz

 De: AMediaVoz.com





















Con la poeta Wislawa Szymborska

De: 
Fotografie © Mariusz Kubik
Prawa autorskie zastrzeżone

Autorzy: Foto: Mariusz Kubik

gu.us.edu.pl






Su cuerpo no volvió más pero su sensibilidad nos dejó muchas rosas para cuidar



Antoine de Saint-Exupéry
29 de junio de 1900

“-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, 
pero tú no debes olvidarla. 
Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. 
Eres responsable de tu rosa”...

El Principito



Su último viaje fue para la Misión Dragoon:
iba a recoger información sobre los movimientos
de las tropas nazis.




Fragmento del Capítulo XIV de 

VUELO NOCTURNO

Un ingeniero había dicho un día a Rivière, cuando se inclinaba sobre un herido, junto a
un puente en construcción: «Ese puente, ¿vale el precio de un rostro aplastado?» Ningún
labrador, para quienes aquella carretera se abría, hubiera aceptado, para ahorrarse un rodeo, mutilar ese rostro espantoso. Y, sin embargo, se construían puentes. El ingeniero había añadido: «El interés general está formado por los intereses particulares: no justifica nada
más.» «Y, no obstante −le había respondido más tarde Rivière−, si la vida humana no tiene
precio, nosotros obramos siempre como si alguna cosa sobrepasase, en valor, a la vida
humana... Pero ¿qué?»
Y a Rivière, pensando en la tripulación, se le encogió el corazón. La acción, incluso la
de construir un puente, destruye felicidades; Rivière no podía dejar de preguntarse: «¿En
nombre de qué?»
«Esos hombres −pensaba− que van tal vez a desaparecer, habrían podido vivir
dichosos.» Veía rostros inclinados en el santuario de oro de esas lámparas nocturnas. «¿En
nombre de qué los ha sacado de ahí?» ¿En nombre de qué los ha arrancado de la felicidad
individual? La primera ley, ¿no es precisamente la de defender esas dichas? Pero él las
destroza. Y no obstante, un día, fatalmente, los santuarios de oro se desvanecen como
espejismo. La vejez y la muerte, más implacables que él mismo, los destruyen. ¿Tal vez existe
alguna otra cosa, más duradera, para salvar? ¿Tal vez hay que salvar esa parte del hombre que Rivière trabaja? Si no es así, la acción no se justifica.
«Amar, amar únicamente, ¡qué callejón sin salida!» Rivière tuvo la oscura conciencia
de un deber más grande que el de amar. O se trataba también de una ternura, ¡pero tan
diferente de las otras! Evocó una frase: «Se trata de hacerlos eternos ...» ¿Dónde lo había
leído? «Lo que vos perseguís en vos mismo muere.» Imaginó un templo al dios Sol de los
antiguos incas del Perú. Aquellas piedras erguidas sobre la montaña. ¿Qué quedaría, sin ellas, de una civilización poderosa que gravitaba con el peso de sus piedras, sobre el hombre actual, como un remordimiento? «¿En nombre de qué rigor o de qué extraño amor, el conductor de pueblos antaño, constriñendo a sus muchedumbres a construir ese templo sobre la montaña, les impuso la obligación de erguir, su eternidad?» Rivière se imaginó' aún a los habitantes de las pequeñas ciudades que, en el crepúsculo, dan vueltas alrededor de sus quioscos de música: «Esa especie de felicidad, ese arnés...», pensó. El conductor de pueblos de antaño, tal vez no tuvo piedad por el dolor del hombre; pero tuvo una inmensa piedad por su muerte. No por su muerte individual, sino piedad por la especie que el mar de arena borraría. Y él conducía a su pueblo a levantar, por lo menos, algunas piedras que el desierto no había de sepultar.



Entrevista imaginaria planificada
por niños/as argentinos/as.



 Borrador de El Principito, en subasta









“Hace muchos años sirve a mi arte (aunque parece que fuera ayer) una criadita agilísima, y por eso nada primeriza en el oficio. Se llama Fantasía”... Luiggi Pirandello













El hombre de la flor en la boca
Luiggi Pirandello


De: TijeretazosLITERARIA 

Fragmento

HOMBRE: ¿No ve usted la relación? Ni yo tampoco. (Pausa) Pero es que ciertas asociaciones de imágenes lejanas entre sí, son tan particulares en cada uno de nosotros, y determinadas por razones y experiencias tan singulares... que no podríamos entendernos unos a otros, si, al hablar, no las suprimiéramos. Nada más ilógico, a veces, que esa analogía. (Pausa) Pero, mire usted: la relación, quizá pueda ser ésta: Sienten placer aquellas sillas, imaginándose quién será el cliente que viene a sentarse en ellas, en espera de consulta, qué enfermedad llevará dentro, adónde irá, qué hará después de la consulta? Ningún placer. Pues eso me pasa a mí: ¡ninguno! Las sillas están allí sólo para servir de asiento a tantos clientes como lleguen. Pues algo así es  mi ocupación. Tan pronto me ocupo de una cosa como de otra. En este momento me ocupo de usted, y, créame, no experimento ningún placer por el tren que ha perdido, por la familia que le espera donde veranea, por todo el fastidio que puedo suponer en usted.

PARROQUIANO: ¡Y tanto! ¿Sabe?

HOMBRE: Dé usted gracias a Dios, si sólo es fastidio. (Pausa) Hay cosas peores, caballero. (Pausa) Yo le digo que necesito agarrarme con la imaginación a la vida de los demás; pero así, sin placer, sin interesarme siquiera... Más bien... para sentir un fastidio para juzgarla tonta y vana, la vida, de manera que a ninguno pueda importarle acabar. (Taciturno, con rabia) Y esto es fácil de demostrar, ¿sabe?, con pruebas y ejemplos continuos, en nosotros mismos, implacablemente. Porque, caballero, el deseo de vivir no sabemos de qué está hecho; pero..., ahí está, ahí está; lo sentimos todos aquí, como una angustia en la garganta; y no se satisface nunca; no puede satisfacer nunca, porque la vida, en el mismo acto en que la vivimos, es siempre tan voraz de sí misma, que no se deja saborear. El sabor está en el pasado que nos queda vivo dentro. El deseo de vivir nos viene de eso: de los recuerdos, que nos tienen atados. Pero, ¿atados a qué?: a esta tontería..., a este disgusto..., a tantas ilusiones estúpidas..., ocupaciones insulsas... Sí, sí. Esto que ahora, aquí, es una tontería; esto que ahora, aquí, es un aburrimiento; y llego hasta a decir: esto que ahora parece una desventura, una verdadera desventura... sí, señor..., a la distancia de cuatro, cinco, diez años, ¡quién sabe qué sabor adquirirá..., qué gusto tendrán las lágrimas de ahora! Y la vida, ¡Dios mío!, al solo pensamiento de perderla..., especialmente cuando se sabe que es cuestión de días... (En este momento por la esquina de la izquierda, asoma la cabeza, para espiar, la mujer vestida de negro) ¡Mire...! ¿Ve usted allí? Allí, en aquella esquina.... ¿ve usted aquella sombra de mujer? ¡Mire! ¡Ya se escondió!

PARROQUIANO: ¿Cómo? ¿Quién..., quién era?

HOMBRE: ¿No la ha visto? Se ha escondido.

PARROQUIANO: ¿Una mujer?

HOMBRE: Mi mujer, sí.

PARROQUIANO: ¡Ah! ¿Su señora?

HOMBRE: (Después de una pausa) Me vigila desde lejos. Iría a echarla de allí a patadas; pero sería inútil. Es como uno de esos perros perdidos, obstinados, que, cuanto más patadas se les da, más se nos pegan a los talones. (Pausa) Lo que esa mujer está sufriendo por mí..., usted no puede imaginárselo. Ya ni come, ni duerme. Viene siempre detrás de mí, día y noche, así, a distancia. Y..., si al menos se preocupara de cepillarse ese andrajo que lleva en la cabeza, ese vestido... Ya no parece una mujer; parece el trapo de limpiar. Se le han empolvado para siempre los cabellos, aquí, en las sienes; y apenas si tiene treinta y cuatro años. (Pausa) Me da una rabia, que no puede usted figurárselo. A veces la cojo por los hombros y le grito en la cara: «¡Estúpida!», zarandeándola. Se aguanta con todo. Se queda allí, mirándome, con unos ojos... Con unos ojos que, se lo juro, me hacen venir a los dedos un deseo salvaje de ahogarla. Nada. Espera a que me aleje para ponerse otra vez a seguirme a distancia. (La mujer se asoma de nuevo) ¡Mire! ¡Otra vez asoma la cabeza en la esquina!

PARROQUIANO: ¡Pobre señora!

HOMBRE: ¡Qué pobre señora! Ella querría, ¿comprende?, que yo me estuviera quieto en casa, tranquilo, acurrucado en medio de todos sus amorosos y apasionados cuidados; gozando del orden perfecto que reina en todas las habitaciones, de la lindeza de todos los muebles; de aquel silencio de espejo que había antes en mi casa, medido por el tictac del reloj de péndulo del comedor. ¡Eso querría ella! Ahora, yo le pregunto a usted, para hacerle comprender lo absurdo..., ¡qué digo, absurdo...! la macabra ferocidad de esa pretensión; le pregunto si cree posible que las casas de Avezzano, las casas de Messina, sabiendo que un terremoto iba a destrozarlas dentro de poco, habrían podido estarse allí tranquilamente, a la luz de la luna, ordenadas fila a lo largo de calles y plazas, obedientes al plano regulador de la comisión edilicia municipal. ¡Hasta las casas de piedras y vigas se habrían escapado! ¿Se imagina usted a los ciudadanos de Avezzano, a los de Messina, desnudándose tranquilamente para acostarse, doblando sus ropas, colocando los zapatos a la puerta de la habitación, tapándose bajo las mantas y gozando la suavidad de las sábanas bordadas, sabiendo que dentro de unas horas estarían todos muertos? ¿Le parece posible?

PARROQUIANO: Pero..., ¿acaso su señora...?

HOMBRE: ¡Déjeme hablar! Si la muerte, señor fuera como uno de esos insectos extraños, repugnantes, que a veces descubre uno encima de sí... Va usted por la calle; un transeúnte lo
para de improviso, y, con cautela, con los dedos extendidos, le dice: «¿Me permite, caballero? Lleva usted la muerte encima.» Y, con aquellos dos dedos extendidos, la pilla y la arroja... ¡Sería magnífico! Pero la muerte no es como esos insectos repugnantes. ¡Cuántos que están paseándose, tan alegres y confiados, quizá la llevan encima! Nadie la ve; y ellos están tranquilamente haciendo proyectos para mañana o pasado mañana. Ahora, yo ... (Se levanta)
¡Mire, caballero!, venga usted aquí ... (Lo hace levantarse y lo lleva junto a la farola encendida),
aquí, junto a esta luz..., venga... Voy a enseñarle una cosa... Mire aquí, debajo de mi bigote...
¿Ve usted esta acerola violácea? ¿Sabe cómo se llama esto? ¡Ah! Tiene un nombre dulcísimo..., más dulce que un caramelo: epitelioma, se llama. Pronuncie la palabra, y sentirá su dulzura: epitelioma...; la muerte, ¿comprende?, ha pasado. Me ha puesto esta flor en la boca, y me ha dicho: «Tenla, querido: volveré a pasar dentro de ocho o diez meses.» (Pausa) Ahora, dígame usted si con esta flor en la boca, puedo estarme en casa tranquilo y quieto, como quisiera aquella desgraciada. (Pausa) Le grito: «¿Ah, sí? ¿Quieres que te dé un beso?» «¡Sí, bésame!» Pero, ¿no sabe usted lo que hizo la semana pasada? Con un alfiler se arañó aquí, en el labio; luego me agarró la cabeza y quería besarme... besarme en la boca.... porque dice que quiere morirse conmigo. (Pausa) Está loca. (Luego, con ira) ¡Yo no me estoy en casa! ¡Quiero estar detrás de los escaparates de las tiendas, yo, para admirar la habilidad de los dependientes! Porque..., usted comprenderá..., si en un momento siento el vacío dentro de mí... Puedo también matar, como el que no hace nada, toda la vida de uno que no conozco... ; sacar el revólver y matar a uno que, como usted, haya tenido la desgracia perder el tren... (Se ríe) No, no; no tenga miedo caballero: ¡es una broma! (Pausa) Me voy. (Pausa) Me mataré yo, si acaso... (Pausa) Pero..., ¡en esta época hay unos albaricoques tan ricos...! ¿Cómo los come usted? Con toda la boca, ¿verdad? Se abren por la mitad; se oprimen con los dedos..., como labios jugosos..., ¡ah, qué delicia! (Se ríe. Pausa) Mis respetos a su distinguida esposa y a sus hijas, que están de veraneo. (Pausa) Me las imagino vestidas de blanco o de azul celeste, en un hermoso prado, a la sombra... (Pausa) Y mañana, al llegar, me hará usted un pequeño favor: me figuro que el pueblo estará cerquita de la estación; al amanecer, puede usted hacer el caminito a pie. La primera mata de hierba que vea usted en el borde... Cuente usted por mí los tallos que tiene. Tantos tallos tenga.... tantos días me quedan de vida. (Pausa) Pero elija usted una mata muy espesa, por favor. (Se ríe; luego:) Buenas noches caballero. (Y se va canturreando, con la boca cerrada, el motivo de la «Mandolina lejana», hacia la esquina de la derecha; pero luego se acuerda de que la mujer está allí esperándolo; se vuelve y va hacia la otra esquina, mientras el PARROQUIANO PACÍFICO, casi desmayado, lo sigue con la mirada)

TELÓN

[Traducción de Idelfonso Grande, Miguel Bosch Barret para Plaza & Janés]














Pirandello entre otros intelectuales fascistas.


















Un polímata controvertido: Jean Jacques Rousseau

28 de junio de 1712 -  Ginebra



Como seres en penumbra que somos, habrá quienes enfaticen nuestras sombras y quienes 
subrayen nuestras luces.

En este caso, nuestra intención primordial es estimular la evocación de una individualidad que aportó mucho, y en diversos campos, al acervo universal. 
Conectarlo con la filosofía, la política, la pedagogía, la literatura, no resultará ardua labor para nadie; tal vez, en cambio, sus vínculos con la música o con la botánica nos demanden alguna pequeña investigación.



Una de sus obras literarias más reconocidas fue Julia o la nueva Eloísa, un real best-seller de aquellos tiempos. Se trata de una novela epistolar; un fragmento de la carta XXIII, escrita por el personaje Saint-Preux a su amada Julia, dice así:

“Mientras recorría con arrobamiento estos lugares tan poco conocidos y tan dignos de ser admirados, ¿qué hacía usted entre tanto, mi adorada Julia? ¿Acaso su amigo la olvidaba? ¡Mi Julia, olvidada! ¿No me olvidaría yo antes de mí mismo? ¿Podría estar ni un instante solo, yo, que vivo por usted? Nunca pude comprobar, mejor que ahora, con qué instinto sitúo en diferentes lugares nuestra existencia, según mi estado de ánimo.
Cuando estoy triste me refugio en usted, busco el consuelo en los lugares en donde usted está: eso sentí al dejarla. Cuando estoy contento, no puedo disfrutar  solo, y para compartir mi alegría la llamo para que venga aquí, adonde yo estoy. Eso me ha ocurrido en todas estas caminatas, en las que, a pesar de la variedad de objetos que me incitaban a reflexionar constantemente,  usted siempre estaba conmigo. No daba un paso que no diéramos juntos, no admiraba un paisaje sin apresurarme a mostrárselo. Todos los árboles que encontraba le prestaban su sombra, todos los prados, su reposo. Sentado  a su lado, le ayudaba a recorrer su mirada por el paisaje, o arrodillado ante usted contemplaba en sus ojos, la más digna mirada de un hombre sensible. ¿Encontraba un paso difícil? La veía franquearlo con la ligereza de un cervatillo que salta hacia su madre.
¿Había que atravesar un torrente? Me atrevía a estrechar entre mis brazos tan dulce carga, y cruzaba el torrente despacio, con deleite, lamentando ya la llegada a la orilla. Todo me hacía recordarla en esta apacible estancia; el atractivo encanto de la naturaleza, la inalterable pureza del aire, las costumbres sencillas de los habitantes y su equilibrada y segura sabiduría; el amable pudor del sexo y sus inocentes gracias, todo lo que estimulaba agradablemente mis ojos y mi corazón, me recordaba a la que mis ojos y mi corazón no dejan de buscar.
¡Oh, Julia adorada!, me decía con ternura, ¡por qué no podríamos pasar juntos unos días, en estos ignotos lugares, felices con nuestra dicha y lejos de la mirada de los hombres! ¡No podría trasladar toda mi alma a la tuya, y ser también, para ti, todo el universo! ¡Belleza adorada!, gozarías entonces del homenaje que mereces. ¡Delicias del amor!, entonces nuestros corazones las degustarían sin cesar. Una larga y dulce embriaguez nos dejaría ignorar el paso del tiempo, y cuando al fin la edad hubiese calmado nuestros primeros ardores, la costumbre de pensar y de sentir juntos dejaría paso a una no más tierna amistad. Todos los buenos sentimientos, alimentados en la juventud con el amor, llenarían un día el inmenso vacío; en el seno de este pueblo feliz, y siguiendo su ejemplo, cumpliríamos con todos los deberes que nos exige la humanidad: nos uniríamos siempre para hacer el bien, y no moriríamos sin haber vivido.
El correo llega; tengo que terminar la carta y correr a recibir la suya. ¡Cómo me late el corazón hasta que llegue ese momento! ¡Ay!, era feliz en mis quimeras: mi felicidad huye con ellas; ¿qué será de mí, en realidad?”...

El fragmento elegido ha sido un pretexto, en verdad,
para comentar que esta obra es
uno de los recuerdos más emotivos 
de mi vida de estudiante; no por su valor intrínseco 
sino porque la conocí a través de la voz y 
el abordaje de Mario Delgado Robaina,
mi profesor de Literatura en Bachillerato de Derecho.
Eran tiempos angustiosos en el país y
en el Instituto Nocturno Nº 1, adonde yo concurría.
Frecuentemente se podían escuchar
las suelas de las botas de los soldados, 
escaleras arriba, rumbo a nuestros salones.
Pero nuestro Profesor, con esa magia sencilla
de los docentes enamorados de su vocación, 
lograba que sólo escucháramos 
los reclamos del amante a su adorada Julia...
Y hasta el más aguerrido dejaba resbalar
alguna lagrimilla avergonzada.








































El dormitorio de una de las casas en que vivió Rousseau