miércoles, 16 de octubre de 2013

"El gran estilo nace cuando lo bello obtiene la victoria sobre lo enorme." -Friedrich Wilhelm Nietzsche

15 de octubre de 1844- Röcken, actual Alemania
























El autor de Así hablaba Zaratustra definió su poesía como una llama, esto es, la simbolización del fuego eterno. Y es mediante ese simbolismo que deben leerse cada una de las poesías que comprenden la presente edición virtual.

El fuego consumiéndolo todo, el fuego alzándose majestuoso, mostrando su poder y su grandeza: he ahí la representación de Federico Nietzsche, ese filósofo aclamado por unos, rechazado por otros e incomprendido por la inmensa mayoría.


De: Presentación de Primera edición cibernética de las poesías de Nietzche, diciembre del 2002

De: Biblioteca Virtual Antorcha


Ecce homo


Ah, ya sé cual es mi origen...

Insaciable cual la llama

Me consumo, ardiendo estoy.

Luz es todo cuanto toco,

Ciertamente llama soy.

Mi hogar


Tengo mi hogar y patria en las alturas;

Por esto de subir no siento anhelo

Ni mis ojos levanto nunca al cielo.

Desde arriba yo miro las honduras.

Yo soy uno que debe bendecir,

y todo el que bendice mira al suelo.



A la melancolía


No lo tomes a mal, Melancolía,

Que yo aguce la pluma en tu alabanza

E inclinando la frente pensativa,

Ardiendo en tus loores, yo me siente

Que ahorrar su propia fama ha conseguido.

Solitario en un tronco. ¡Tantas veces!

Tu me viste -era ayer, bien lo recuerdo-

Bañado en los fulgores matutinos

Del sol ardiente! Allá en el hondo valle

Graznaba el buitre de botín sediento ...

Es que soñaba en un cadáver yerto

Allá en el yerto tronco abandonado.


¡Ah, cómo te engañabas, ave tétrica,

Aun cuando yo, cual una momia, inmóvil,

Seguía allí en mi tronco! No veías

Aquí y allá rodaban, fulgurantes

De altivez. Y por más que a tus sublimes

Alturas remontarse no podían,

Donde acceso las más lejanas nubes

No tienen, tanto más profundamente

En el abismo de la vida hundíanse

Para dejarlo todo iluminado

Con la divina luz de sus relámpagos.


Así sentado en medio las profundas

Soledades, pasaba yo las horas

Rudamente encorvado, a semejanza

Del bárbaro presente al sacrificio,

Pensando siempre en ti, Melancolía.

¡Tan joven todavía y penitente!

Así yo me gozaba en el magnífico

Vuelo del buitre, en el rodar tronante

De los aludes que la selva aplastan;

Y allí me hablabas tú, deidad que ignoras

La ruindad tan humana del engaño;

Allí me hablabas íntima y sincera

Aunque con faz severa, aterradora.


Y tú, ruda deidad, que del granito

Posees la firmeza, oh tú, mi amiga,

Gustas a mí cercana aparecerte;

Con gesto de amenaza tú me muestras

El siniestro volar del buitre hambriento

Y el desplomarse del alud gigante,

Deseoso de aplastarme. En torno mío

Respira jadeante y rechinando

Un anhelo feroz de sanguinaria

Crueldad, con un deseo obsesionante

De arrancar por doquier vida a zarpazos.

La solitaria flor por mariposas

Suspira tentadora allá en la peña.


Yo soy todo esto -siéntolo temblando-

Enamorada mariposa, dulce

Flor solitaria, el buitre carnicero

Y el arroyuelo helado y el terrible

Rugir de la borrasca -todo, todo

Para tu gloria y en tu prez perpetua;

Oh tú, diosa feroz, a quien postrado

Y humillada la frente, entre gemidos

Mi temerosa voz levanta un himno

Gimiente, suplicando me concedas

De vida, vida, vida, estar sediento

Súfreme ahora, oh tú, deidad maligna,

Que con gentiles rimas te corone.

Si tiembla todo aquel a quien te acercas,

Si se estremece aquel a quien alargas

La despiadada diestra, en tu presencia

Temblando balbuceo este mi canto

Y me estremezco en mis convulsos ritmos;

La tinta fluye, viva centellea

La aguda pluma; ahora oh, diosa, diosa,

Déjame libre y libre me gobierne.



¿Será ...?


¿Será nuestra caza de la verdad

Una caza de la felicidad?



 Silencio férreo


Yo escuchaba con todos mis sentidos...

Ni el más leve rumor Ilegaba a mi.

El mundo estaba mudo...


Yo escuchaba con el vivaz oído

De mi curiosidad. Por cinco veces

Por encima de mi tiré el anzuelo;

Sin ningún pez lo retiré otras cinco...

Pregunté... No cayó respuesta alguna

En mis redes vacías...


Yo escuchaba

Con el vivaz oído de mi Amor.



Consejo


De altas cumbres no seas ambicioso,

No te quedes tampoco en la llanura;

Desde mediana altura

Es como se ve el mundo más hermoso.



Aforismo


El poeta que, a sabiendas,

Puede en sus versos mentir.

Es el único que en todo

La verdad puede decir.





Del camino del creador


Quieres marchar, hermano mío, a la soledad? ¿Quieres buscar el camino que lleva a ti mismo? Detente un poco y escúchame.
«El que busca, fácilmente se pierde a sí mismo. Todo irse a la soledad es culpa»: así habla el rebaño. Y tú has formado parte del rebaño durante mucho tiempo.
La voz del rebaño continuará resonando dentro de ti. Y cuando digas «yo ya no tengo la misma conciencia que vosotros», eso será un lamento y un dolor.
Mira, aquella conciencia única dio a luz también ese dolor: y el último resplandor de aquella conciencia continúa brillando sobre tu tribulación.
Pero ¿tú quieres recorrer el camino de tu tribulación, que es el camino hacia ti mismo? ¡Muéstrame entonces tu derecho y tu fuerza para hacerlo! ¿Eres tú una nueva fuerza y un nuevo derecho? ¿Un primer movimiento? ¿Una rueda que se mueve por sí misma? (103)  ¿Puedes forzar incluso a las estrellas a que giren a tu alrededor? ¡Ay, existe tanta ansia de elevarse! ¡Existen tantas convulsiones de los ambiciosos! ¡Muéstrame que tú no eres un ansioso ni un ambicioso! Ay, existen tantos grandes pensamientos que no hacen más que lo que el fuelle: inflan y producen un vacío aún mayor. ¿Libre te llamas a ti mismo? Quiero oír tu pensamiento dominante, y no que has escapado de un yugo.
¿Eres tú alguien al que le sea lícito escapar de un yugo? Más de uno hay que arrojó de sí su último valor al arrojar su servidumbre.
¿Libre de qué? ¡Qué importa eso a Zaratustra! Tus ojos deben anunciarme con claridad: ¿libre para qué? ¿Puedes prescribirte a ti mismo tu bien y tu mal y suspender tu voluntad por encima de ti como una ley? ¿Puedes ser juez para ti mismo y vengador de tu ley? Terrible cosa es hallarse solo con el juez y vengador de la propia ley. Así es arrojada una estrella al espacio vacío y al soplo helado de hallarse solo.
Hoy sufres todavía a causa de los muchos, tú que eres uno solo: hoy conservas aún todo tu valor y todas tus esperanzas. Mas alguna vez la soledad te fatigará, alguna vez tu orgullo se curvará y tu valor rechinará los dientes. Alguna vez gritarás «¡estoy solo!».
Alguna vez dejarás de ver tu altura y contemplarás demasiado cerca tu bajeza; tu sublimidad misma te aterrorizará como un fantasma. Alguna vez gritarás: «¡Todo es falso »! (104)  Hay sentimientos que quieren matar al solitario; ¡si no lo consiguen, ellos mismos tienen que morir entonces! Mas ¿eres tú capaz de ser asesino? ¿Conoces ya, hermano mío, la palabra «desprecio»? ¿Y el tormento de tu justicia, de ser justo con quienes te desprecian? Tú fuerzas a muchos a cambiar de doctrina acerca de ti; esto te lo hacen pagar caro. Te aproximaste a ellos y pasaste de largo: esto no te lo perdonan nunca.
Tú caminas por encima de ellos (105) : pero cuanto más alto subes, tanto más pequeño te ven los ojos de la envidia. El más odiado de todos es, sin embargo, el que vuela.
«¡Cómo vais a ser justos conmigo! - tienes que decir - yo elijo para mí vuestra injusticia como la parte que me ha sido asignada.» Injusticia y suciedad arrojan ellos al solitario: pero, hermano mío, si quieres ser una estrella, ¡no tienes que iluminarlos menos por eso! ¡Y guárdate de los buenos y justos! Con gusto crucifican a quienes se inventan una virtud para sí mismos, - odian al solitario.
¡Guárdate también de la santa simplicidad! (106)Para ella no es santo lo que no es simple; también le gusta jugar con el fuego - con el fuego de las hogueras para quemar seres humanos.
¡Y guárdate también de los asaltos de tu amor! Con demasiada prisa tiende el solitario la mano a aquel con quien se encuentra.
A ciertos hombres no te es lícito darles la mano, sino sólo la pata: y yo quiero que tu pata tenga también garras.
Pero el peor enemigo con que puedes encontrarte serás siempre tú mismo; a ti mismo te acechas tú en las cavernas y en los bosques.
¡Solitario, tú recorres el camino que lleva a ti mismo! ¡Y tu camino pasa al lado de ti mismo y de tus siete demonios! Un hereje serás para ti mismo, y una bruja y un hechicero y un necio y un escéptico y un impío y un malvado.
Tienes que querer quemarte a ti mismo en tu propia llama: ¡cómo te renovarías si antes no te hubieses convertido en ceniza! Solitario, tú recorres el camino del creador: ¡con tus siete demonios quieres crearte para ti un Dios! Solitario, tú recorres el camino del amante: te amas a ti mismo y por ello te desprecias como sólo los amantes saben despreciar.
¡El amante quiere crear porque desprecia! ¡Qué sabe del amor el que no tuvo que despreciar precisamente aquello que amaba! Vete a tu soledad con tu amor y con tu crear, hermano mío; sólo más tarde te seguirá la justicia cojeando.
Vete con tus lágrimas a tu soledad, hermano mío. Yo amo a quien quiere crear por encima de sí mismo y por ello perece. –

De: Así habló Zaratustra






El origen de la tragedia:
lo apolíneo y lo dionisíaco.


"Si dejan de decir frases bellas, es que han dejado de pensar cosas bellas..." - Carlos Vaz Ferreira



15 de octubre de 1872 - Montevideo, Uruguay





(...)  Pero quiero aconsejarles como el primer deber del estudiante, desde el punto de vista de la moral de la cultura, una conciliación entre las necesidades del examen y el  deber de cultura en un sentido mucho más amplio y elevado.

He aquí, justamente, algunos deberes de los que no son difíciles porque falten las fuerzas; éstos, lo son sólo porque el estudiante, generalmente, no los ve, o viene a comprenderlos cuando es tarde ya. Generalmente, el estudiante no se da cuenta de que se ha formado una psicología inferior y no completamente moral. Lo que hay que hacer, es crearse otro estado de espíritu, llenar los programas, cumplir con los exámenes, asegurarse la aprobación; pero (y éste es el deber fundamental) no creer jamás que cuando se ha hecho eso, se ha cumplido, ni desde el punto de vista intelectual, ni desde el punto de vista moral.

El deber que voy a recomendarles pertenece a la clase de los deberes no sólo fáciles, sino agradables. La vida del estudiante es infinitamente más grata para el que, además de preocuparse de estudiar en superficie, se preocupa de estudiar también en profundidad.

Entendámonos: no se puede estudiar todo en profundidad: dentro de las exigencias de la enseñanza actual, profundizarlo todo es imposible; pero, además de abarcar una superficie vasta, se puede ahondar aquí y allá; y éste es el primer consejo.

Todo estudiante, ya en su bachillerato, en los estudios preparatorios, debe profundizar algunos temas; poco importa cuáles: esto realmente es secundario; que se tome un punto de historia o de literatura o de filosofía o de ciencia; que se estudie a Artigas, o el silogismo, o las costumbres de los diversos pueblos, o la teoría atómica o la constitución física del Sol, es secundario: lo fundamental, son los hábitos que se adquieren profundizando un punto cualquiera.

Recuerdo haber leído hace poco una anécdota sumamente sugestiva, acerca de un profesor de biología norteamericano que fue a perfeccionar sus estudios en Alemania.
Tratábase de un profesor de vuelo, hasta autor de más de una obra. Ingresó en el laboratorio de un reputado investigador, y pidió trabajo; contestóle éste que esperara algunos días, pues deseaba preparar una tarea para él. Transcurrido el plazo, nuestro profesor fue notificado de que debía emprender determinadas investigaciones sobre cierto pequeñísimo músculo de la rana. La impresión del profesor americano fue la que ustedes pueden imaginarse: de rebelión, al principio; pero se resolvió, dada la situación en que se encontraba, a iniciar aquel estudio que, por lo demás, creyó terminar muy brevemente.

Después de algunos días de investigaciones, empezó a parecerle que sus conocimientos fisiológicos e histológicos tenían algunos claros: procuró llenarlos; se encontró con que su técnica experimental era un poco deficiente: procuró perfeccionarla; los aparatos existentes no satisfacían todas las necesidades de sus investigaciones: procuró inventar otros o mejorar los conocidos; el hecho es que, después de varios meses, el estudio de aquel músculo de la rana se había agrandado tanto, que necesitó nuestro profesor estudiar de nuevo su fisiología, su histología, su física, su química y alguna ciencia más; y pasado un año, estaba aún entregado de lleno a la tal investigación — que ahora, por lo demás, le interesaba extraordinariamente.

En realidad, todas las cuestiones —salvo algunas demasiado pueriles— se ponen en ese estado cuando se las ahonda.

Mi primer consejo, pues, mi primer consejo práctico, sería el de que cada estudiante (sin  necesidad naturalmente de ir todavía tan a fondo), por lo menos, ya en el curso de su bachillerato, eligiera algunas cuestiones —algunas pocas, simplemente y sin
presunción— y procurara ahondarlas. Como les digo, el tema, el asunto, es punto bastante secundario: depende de las preferencias de cada uno: lo que importa es la educación del espíritu en todo sentido, intelectual y moral, que así se adquiere.

El segundo consejo, que se relaciona también con aquel estrechamiento de la mente que producen los exámenes, y con la manera de combatirlo, se refiere a la elección de las lecturas.

En un estudio pedagógico que no puedo resumirles aquí (1), he procurado demostrar que la pedagogía puede considerarse como polarizada por dos grandes ideas directrices, que yo he llamado idea directriz del escalonamiento e idea directriz de la penetración.
El significado de estos términos es el siguiente: Para enseñar, puede procurarse ir presentando a la mente del que aprende, materia preparada especialmente para ser estudiada, cuya dificultad, cuya intensidad, se iría acreciendo poco a poco, a medida que la fuerza asimilativa del espíritu crece también. Tal es el primer procedimiento. El segundo, consiste en presentar al espíritu no materia que haya sufrido una preparación pedagógica especial, sino materia natural, que el espíritu penetra como puede, sin más restricción que la de que no sea totalmente inasimilable.

Por ejemplo: si yo quiero formar el oído musical de un niño, puedo componer cantos escolares, sumamente sencillos, y presentárselos: un año después, le presentará cantos escolares algo menos fáciles; al año siguiente intensificaré un poco más, y así sucesivamente; o bien puedo tomar música, verdadera música, con la simple precaución de que no sea completamente incomprensible, presentarla al espíritu, y dejar a éste, diremos, que se arregle.

A primera vista, parece que el primer procedimiento es el único razonable y sensato, y que el segundo es absurdo.
Sin embargo, si observamos mejor los hechos, por una parte, y si, por otra parte, razonamos bien, nos encontramos con que dista mucho de ser así, y que el mejor procedimiento es, no el segundo, es cierto, pero no el primero tampoco, exclusivamente,  sino la combinación de los dos. (...)

De: Moral para intelectuales

De: http://www.uruguayeduca.edu.uy