miércoles, 4 de diciembre de 2013

France Prešeren, prócer esloveno


3 de diciembre de 1800 


Resulta verdaderamente curioso que el héroe nacional de un país sea un poeta que en vez de haber empuñado un arma de metal, haya tomado una pluma para expresar ideas absolutamente revolucionarias por intermedio de su poesía. Ese es France Prešeren, prócer esloveno que escribió el poema titulado Brindis que luego sería adoptado (dos de sus estrofas) como el Himno Nacional de Eslovenia, el que se podría describir como un canto de amor al librepensamiento y a la patria, pero, por sobre todas las cosas, un llamado a la unidad de todos los pueblos en aras de lograr la paz mundial.

Prešeren nació en la aldea de Vrda el 3 de diciembre de 1800, antes de cumplir diez años, es encomendado a un pariente sacerdote para su educación. Hace sus dos primeros años de estudios elementales en Ribnica y de allí se traslada a Ljubljana (capital de Eslovenia) donde completa los seis años de liceo secundario y cursa dos años más de liceo superior en filosofía.

A los veintiún años, por propia voluntad viaja a Viena, donde completa el tercer año de filosofía en idioma alemán para luego inscribirse en la carrera de Derecho en la misma Universidad Nacional de Viena. Con sus flamantes títulos de Filósofo y Abogado, regresa a Ljubljana en el año 1828.

Su intención siempre fue la de ejercer la profesión, pero sus actitudes críticas frente a la moral de su tiempo, así como a las autoridades políticas y religiosas imperantes, le valieron muchos enemigos lo que le generó dificultades para la obtención de la matrícula correspondiente para poder desempeñarse como abogado. Esta habilitación, llegaría catorce años mas tarde y recién tres años antes de su muerte es autorizado a tener un estudio independiente.

Dolorido por las dificultades con las que siempre estaba topándose por el destino que había elegido y por ser fiel a sus ideas, Prešeren se aísla cada vez mas llevando una vida desordenada material y espiritualmente muriendo a la edad de 48 años el día 8 de febrero de 1849 por causa de una cirrosis hepática, esta fecha, en la República de Eslovenia es feriado nacional debido a que se conmemora el día nacional de la cultura eslovena.

Su obra es elogiada hoy en día por críticos literarios de todo el mundo por haber conjugado de manera magistral el estilo renacentista y el romántico.

Borges dijo que en el mundo existen solo tres o cuatro metáforas realmente importantes como la vida y el río, los ojos y las estrellas, el otoño y la madurez y alguna otra más. Casualmente o causalmente, dos siglos antes de Borges, Prešeren destacó estas importantes metáforas en muchos de sus escritos.

Su obra no fue numerosa pero sí de notable claridad y vigencia. Nietzsche escribió alguna vez que el drama del escritor consiste en que aquello que para los demás es forma para éste es un verdadero fondo. En este orden de ideas, se podría decir que Prešeren logró generar una verdadera simbiosis entre la forma y el fondo.

Uno de los puntos más destacables de la obra de este autor es el hecho de que cuando su trabajo fue traducido a otros idiomas, los filólogos de diferentes países comenzaron a notar que la lengua eslovena de ninguna manera era una de “menor status” en relación a otras como el alemán o el francés por ejemplo, debido a que esa era la idea imperante en el inconsciente colectivo de los literatos de la época, es decir, Prešeren, casi sin darse cuenta, le dio al idioma esloveno un prestigio inimaginable.

Como no podía ser de otra manera y para completar una historia “cuasi novelesca”, Prešeren tenía un “amor imposible” que se llamaba Julija (Julia) Primic, dieciséis años menor que él y que no tenía correspondencia debido a que ella pertenecía a la clase aristocrática de la sociedad eslovena mientras que Prešeren solo era un “bohemio poeta enamorado”. Se sabe que Julija fue, sin lugar a dudas, fuente de inspiración de muchos de sus poemas.

Por último y a modo de conclusión, debemos destacar que hoy en día, France Prešeren es sin lugar a dudas el personaje mas reconocido e importante de la cultura eslovena ya que sus ideas sembraron la semilla de lo que luego se convertiría en el frondoso árbol de la independencia eslovena, debido a que el pueblo esloveno, generación tras generación se había dedicado a la lectura de la obra de este autor y a pesar de haber sido en su gran mayoría campesinos, al mismo tiempo eran intelectuales, debido a que una importante porción de la población eslovena en el siglo XIX sabía leer y escribir, algo no muy común para la época, es por ello que siempre se dice que el campesino esloveno mientras araba el campo con una mano, con la otra leía a Prešeren. Esto nos demuestra a las claras por qué los héroes y próceres eslovenos cuyos rostros figuran en los billetes y monedas, son todos artistas e intelectuales.


A continuación se transcriben la primera y la séptima estrofa del poema Zdravljica (Brindis) que fue escrito por France Prešeren y que forman parte de la letra del Himno Nacional Esloveno. La música de este himno fue compuesta por Stanko Premrl (1880 – 1965):




Brindis


La vendimia, amigos

para animar nuestras venas

nos trae un dulce vino

que pecho y ojos alegra

que apaga

las penas

y enciende la esperanza!


Vivan todos los pueblos

que ver el día anhelan,

brille el brillante sol,

que ponga fin a las guerras,

sean libres

los hombres,

con el prójimo apacibles!


Traducción de: Juan Octavio Prenz.


De: Asociación Eslovena Triglav de Entre Ríos




Me dejo llevar a un malestar oscuro y dolor.
¿Adónde ahora?, me preguntas, y preguntas de nuevo.
Pregunta a los caballos salvajes del mar,
La compañía salvaje de las nubes pasajeras,
barriendo las llanuras de tierra y cielo.
Ni una de ellas podría responder adónde,
o guiarme lejos de mi desespero.
Pero esto lo sé más allá de conjeturas -
ya jamás contemplaré sus ojos;
la tierra aún no contiene escondite
donde poder olvidar su cara.


Traducido por Elia Varela Serra



A los eslovenos va esta corona,
Memoria de mis penas y tu fama.
Injertaron brotes frescos de su alma,
Jubilosas rosas de dulces loas.

Usan venir de donde el sol no aflora,
Lejos de cielos y brisas lozanas
Incautas, de duras rocas cercadas,
Ardidos vientos donde el frío mora.

Por alimento tienen los suspiros,
Rigor les dieron para crecer tristes,
Impía, la violencia las ha destruido.

¡Mira sus flores marchitas e inertes,
Inspíralas con tu mirar tranquilo,
Crecerá una flor más bella y ardiente!

Traducción: Juan Octavio Prenz



FLORES LLOROSAS EN LA MENTE DEL POETA


En la mente de un poeta se vierten lágrimas
de flores extraídas de mi pecho, completamente
desnudo; mi corazón es un jardín: El amor es
la siembra de tristes elegías largamente
anheladas.

Eres su astro diurno, cuyo resplandor busco
en vano, miope, en todas partes. En el teatro,
en el paseo y en la plaza se deleitan
las bailarinas.

¿Con qué frecuencia a través de la
ciudad con sus ojos vigilantes, vago,
rezando por un destino más amable,
no esquivo, sin embargo, la captura
de resquicio alguno.

Me liberé de mis lágrimas, confinado
a la soledad: Por lo tanto todas esas
canciones que surgen de mi amor vienen
de donde ningún hombre puede encontrar
el sol.


De: poetasdelmundo.blogspot.com



A bordo, en sus ratos libres, leía a Shakespeare

Joseph Conrad
 Józef Teodor Konrad Korzeniowski
3 de diciembre de 1857 - Imperio Ruso


Emblemas de esperanza


Un ancla es una pieza de hierro forjado, adaptada admirablemente a su fin....Un ancla de antaño (porque en la actualidad existen inventos que parecen champiñones y objetos como garras, sin forma ni expresión concretas, simples ganchos)...un ancla de antaño era, a su modo, un instrumento de lo más eficiente. De su acabamiento da prueba su tamaño, pues no hay otro dispositivo tan pequeño para el importante trabajo que debe realizar. ¡Fíjense en las anclas colgando de las serviolas de un gran barco! ¡Cuán minúsculas resultan en comparación con el enorme tamaño del casco! Si fueran de oro parecerían dijes, juguetes decorativos, no mayores en proporción que un precioso pendiente en la oreja de una mujer. Y, sin embargo, de ellas dependerá, en más de una ocasión, la propia vida del barco.
Un ancla se forja y se configura buscando fidelidad; dadle fondo que morder, y se aferrará a él hasta romper el cable...Bien, dicha pieza de hierro, honrada, tosca, de tan sencillo aspecto, tiene más partes que miembros el cuerpo humano: el arganeo, el cepo, la cruz, las uñas, los mapas, la caña...
Desde el principio hasta el final los pensamientos del marino están enormemente pendientes de sus anclas. Un velero del Canal las tiene siempre prestas, los cables engrilletados, y la tierra casi siempre a la vista. El ancla y la tierra se hallan indisolublemente unidas en los pensamientos de un marino. Pero en cuanto el buque se ha zafado de los mares estrechos y arrumba hacia un mundo en el que no hay nada sólido entre él y el Polo Sur, las anclas son recogidas y los cables desaparecen de la cubierta. Pero las anclas no desaparecen. Técnicamente hablando, se encuentran "amarradas dentro del buque"; y, sobre el castillo de proa, atadas a cáncamos con cabos y cadenas, bajo las tirantes escotas de las velas mayores, parecen indolentes y como dormidas. Así afirmados, pero estrechamente vigilados, inertes y poderosos, esos emblemas de esperanza hacen compañia al vigía durante las guardias nocturnas; y así se deslizan los días, en un prolongado descanso para esas piezas de hierro de forma tan característica que, visibles prácticamente desde todos los puntos de la cubierta del barco, reposan en la parte de proa a la espera de cumplir su cometido en algún lugar al otro extremo del mundo, mientras el navío las lleva en su avance con gran afluencia y salpicadura de espuma bajo su casco, y los rociones del mar abierto enmohecen sus pesados miembros.
El primer acercamiento a tierra, todavía invisible en ese instante a los ojos de la tripulación, es anunciado por la vivaz orden del segundo de a bordo al contramaestre: "Sacaremos las anclas esta tarde", o "mañana por la mañana antes de nada", según sea el caso. Pues el segundo de a bordo es el custodio de las anclas del barco y el guardián de sus cables. Hay barcos buenos y barcos malos, barcos cómodos y barcos en los que, desde el primer hasta el último día de la travesía, no hay descanso para el cuerpo ni para el alma de un segundo. Y los barcos son lo que de ellos hacen los hombres: he aquí un aserto de sabiduría marinera, y, sin duda alguna, en lo esencial es verdad.
Sin embargo, hay barcos en los que, como una vez me dijo un viejo segundo entrecano, "¡nada parece marchar nunca bien!". Y mirando al suyo desde la popa, donde nos encontrábamos los dos (yo me había llegado hasta el muelle a hacerle una visita de buena vecindad), añadió: "Este es uno de ellos". Levantó la mirada, y al ver la expresión de mi rostro, que era de obligada condolencia profesional, se apresuró a corregir mi natural suposición: "Oh, no; el viejo vale. Nunca chocamos con él. Tiene tantas dotes marineras como el que más. Y, no obstante, por alguna razón, nada parece marchar nunca bien en este barco. ¿Sabes lo que te digo? Que el barco es de suyo torpe".
El "viejo" era, por supuesto, su capitán, que justo en aquel momento apareció en cubierta con una chistera y un abrigo marrón y, tras hacernos un cortés saludo con la cabeza, bajó a tierra. No tenía, desde luego, más de treinta años, y el maduro segundo, comentándome en un murmullo "Ese es mi viejo", procedió a darme ejemplos de la natural torpeza del barco con una especie de tono deprecatorio, como queiendo decirme: "No vayas a ceer que le guardo rencor por eso".
Los ejemplos no importan. La cuestión es que hay barcos en los que las cosas realmente van mal; pero sea el barco como sea -bueno o malo, afortunado o desafortunado-, es en su parte delantera donde el segundo de a bordo se siente más en casa. Es categóricamente su extremo del barco, aunque por supuesto sea él el supervisor ejecutivo del navío entero. Allí se encuentran sus anclas, su aparejo de proa, su trinquete, su puesto de maniobras cuando el capitán está al mando. Y también allí viven los hombres, los tripulantes del buque, a los que tiene el deber de mantener ocupados, haga buen o mal tiempo, por el bien del barco. Es el segundo de a bordo, único miembro de rango de la brigada de popa, quien se llega presuroso a proa al grito de "¡Toda la gente a cubierta!". Es el sátrapa de esa provincia dentro del autocrático reino del barco, y el responsable más directo de cuanto allí suceda.
Allí también, al acercarse a tierra, es él quien, ayudado por el contramaestre y el carpintero, "saca las anclas" con los hombres de su mismo cuarto de guardia, a quienes conoce mejor que al resto. Allí se asegura de que la bitadura esá dispuesta, el molinete desembragado, las mordazas abiertas; y allí, tras dar la última orden de su competencia, "¡guarda del cable!", aguarda atento, en un barco en silencio que avanza lentamente hacia el fondeadero elegido, la aguda voz de mando proveniente de popa "¡Largar!". Asomándose inmediatamente por la borda, ve la pesada zambullida del hierro fiel, al caer, con sus propios ojos, que vigilan y comprueban si ha salido clara.
Que el ancla "salga clara" quiere decir que salga clara de su propia cadena. El ancla debe caer desde la amura del barco sin que haya vuelta en ninguno de los miembros de su cable, pues de la contrario se daría fondo con ancla encepada. Mientras la tirantez del cable no sea completa sobre el arganeo, no hay ancla de la que pueda uno fiarse por excelente que sea el tenedero. En una situación comprometida garreará seguramente, pues las herramientas, al igual que los hombres, deben ser tratadas con equidad para que muestren las "virtudes" que guardan en sí. El ancla es un emblema de esperanza, pero un ancla encepada es peor que la más falaz de las falsas esperanzas que jamás embaucaran a los hombres o a las naciones con una sensación de seguridad.




Telarañas e hilo


Desde la galleta del palo mayor de un buque de regular tamaño, el horizonte describe un círculo de muchas millas dentro del cual uno puede distinguir cabalmente otro barco hasta su línea de flotación; y los mismos ojos que ahora siguen estos trazos han llegado a contar, en su día, más de cien veleros encalmados, como encerrados en un anillo mágico, no muy lejos de las Azores.
Apenas si había dos arrumbados exactamente en la misma dirección, como si cada uno hubiera planeado escapar del círculo encantado por un punto diferente del compás. Pero el hechizo de la calma es una magia poderosa. Al día siguiente todavía se los divisaba dispersos, los unos a la vista de los otros y aproados hacia distintos rumbos; pero cuando por fin llegó la brisa con la oscura onda que, muy azul, recorrió un pálido mar, se encaminaron todos juntos en una misma dirección. Pues era aquella una flota que, procedente de los más remotos confines de la tierra, volvía ya a casa, y una goleta frutera de Falmouth, el más pequeño de aquellos barcos, abría la marcha. Podría uno habérsela imaginado muy hermosa, si no divinamente alta, dejando un aroma de limones y naranjas en su estela.
Al día siguiente se veían ya muy pocos barcos desde nuestros topes: siete quizá, a lo sumo, con unas cuantas manchas más en la distancia, invisible el casco, fuera del anillo mágico del horizonte. El sortilegio del viento favorable posee una sutil capacidad para dispersar una congregación de barcos de blancas alas orientados todos en el mismo sentido, cada uno con su blanca cinta de revoloteante espuma bajo la proa. Es la calma la que reúne misteriosamente a los barcos; y es el viento el gran separador.
Cuanto más grande es un barco, desde mayor distancia se lo puede ver; y es su blanca altura henchida por el viento lo que, antes que ninguna otra cosa, proclama su tamaño. Los elevados mástiles, sujetando en lo alto el albo velamen extendido como una red para atrapar la invisible fuerza del aire, van emergiendo paulatinamente del agua, vela tras vela, verga tras verga, creciendo más y más hasta que, bajo la sobresaliente estructura de su maquinaria de madera y lona, uno percibe la insignificante, minúscula mota de su casco.
Los mástiles altos son los pilares que aguantan los equilibrados planos que, inmóviles y silenciosos, toman del aire la fuerza motriz del barco como si fuera un don del Cielo otorgado a la audacia humana; y son los masteleros del buque, privados y despojados de su blanca gloria, los que se inclinan ante la cólera de un firmamento encapotado.
Al ceder en desnuda y desmadejada sumisión ante una violenta racha es cuando mejor se da uno cuenta de su altura, incluso siendo marino. El hombre que ha visto a su barco dando tremendos y amenazadores bandazos llega a tener conciencia de la disparatada altura de los palos de un buque. Parece imposible que esos mástiles dorados que si uno quería verlos tenía que doblar completamente el cuello hacia atrás, ahora , al quedar en un plano visual más bajo, no golpeen obligadamente el borde mismo del horizonte. Una experiencia de ese tipo le da a uno una impresión mucho más cabal de la elevación de los palos que la que podría darle trepar hasta extenuarse por la arboladura. Y eso que en mis tiempos los sobrejuanetes de un barco normal, de buen rendimiento, se encontraban ya a bastante distancia de las cubiertas.
Desde luego que un hombre activo puede llegar a subir infinidad de veces, sin cansarse, por las escalas de hierro de una sala de máquinas, pero yo recuerdo momentos en los que incluso para mis flexibles miembros y mi ufana agilidad la maquinaria del velero parecía alcanzar hasta las estrellas mismas.
Pues de maquinaria se trata: una maquinaria que realiza su trabajo en completo silencio y con una gracia sin movimiento, que parece esconder un poder caprichoso y no siempre gobernable sin tomar ni quitarle nada a los recursos materiales de la tierra. No es lo suyo la infalible precisión del acero impulsado por el blanco vapor y al que el rojo fuego da vida y alimenta el negro carbón. Aquella parece extraer su fuerza del alma misma del mundo, su formidable aliada, sujeta a obediencia por los más frágiles vínculos, como un feroz fantasma atrapado en una red de algo aún más rico que la seda hilada. Porque, ¿qué es el despliegue de los más fuertes cabos, los más altos palos y el velamen más resistente contra el poderoso aliento del infinito, sino espigas de cardos, telaraña e hilo?

De: PDFB.com.ar


A ningún artista podrá reprochársele que se encoja ante un riesgo que solamente los imbéciles corren a afrontar y que solamente los genios abordan con impunidad. En un empeño que principalmente estriba en despojar la propia alma más o menos de toda vestimenta a ojos del mundo entero, un cierto respeto por la decencia, aun cuando implique el costo del éxito, no es más que el respeto por la propia dignidad, inseparablemente unida a la dignidad de la propia obra.

Angustias al escribir - Joseph Conrad 

De: consejosdeescritores.blogspot.com




Para nuestros queridos compañeros:
Hugo y Néstor.

El placer es nuestro


El de invitarte a visitar bocalcorazon.blogspot.com
donde podrás conocer 
otro Servicio de mediación cultural 
del Centro de Formación Humanística Perras Negras.

Te esperamos con la misma emoción que tu compañía nos provoca en este espacio porque... sin ti... la Palabra es una frágil copa a medio llenar. Gracias por tu presencia.