V. El
vendedor de tulipanes
El tulipán es entre las
flores lo que el pavo real es entre los pájaros.
Aquél no tiene perfume,
éste no tiene voz;
aquél se enorgullece de su
vestido, éste de su cola.
«El jardín de flores raras y curiosas».
Ningún ruido, a no
ser el del roce de las hojas de vitela entre los dedos del doctor HuyIten, que
no apartaba los ojos de su Biblia tapizada de góticas miniaturas sino para
admirar el oro y la púrpura de dos peces cautivos entre las húmedas paredes de
un bocal.
Los batientes de la
puerta giraron: era un vendedor de flores que, con los brazos cargados de
varias macetas de tulipanes, se excusó por interrumpir la lectura de tan sabio
personaje. «¡Maestro le dijo, he aquí el tesoro de los tesoros, la maravilla de
las maravillas, un bulbo como no florece más que uno al siglo en el serrallo
del emperador de Constantinopla!»
«¡Un tulipán
—exclamó el anciano enojado—, un tulipán, ese símbolo del orgullo y la lujuria
que engendraron en la desdichada ciudad de Wittemberg la detestable herejía de
Lutero y de Melanchton!.»
Maese HuyIten cerró
el broche de su Biblia, colocó sus anteojos en el estuche y apartó la cortina
de la ventana, dejando ver al sol una flor de pasión con su corona de espinas,
su esponja, su látigo, sus clavos y las cinco llagas de Nuestro Señor.
El vendedor de
tulipanes se inclinó respetuosamente y en silencio, desconcertado por una
mirada inquisidora del duque de Alba, cuyo retrato, obra maestra de Holbein,
colgaba de la pared.
De: Primer Libro: Escuela Flamenca
Fantasías de Gaspar de la Noche
Aloysius Bertrand
EL SPLEEN DE PARÍS o
Pequeños Poemas en Prosa
Charles Baudelaire
Prólogo
A Arsène Houssaye
Mi querido amigo,
le envío una obrita que no tiene ni pies ni cabeza porque aquí
todo
es pies y cabeza a la vez, alternativa y recíprocamente.
Considere las admirables comodidades que ofrece a todos esta
combinación, a usted, a mí y al lector.
Podemos cortar
donde queremos, yo mi ensueño, usted el manuscrito y el
lector
su lectura, porque no supedito su esquiva voluntad al
hilo interminable de una intriga
superflua.
Sustraiga una
vértebra y los dos trozos de esta tortuosa fantasía se unirán sin
esfuerzo. Córtelo en muchos fragmentos y verá que cada cual puede
existir separado. Con la esperanza de que algunos de estos
pedazos sean lo bastante vívidos para gustarle y divertirlo, me
atrevo a dedicarle la serpiente entera.
Tengo una pequeña confesión que hacerle.
Hojeando por lo menos una vigésima
vez el famoso Gaspard de
la Nuit de Aloysius Bretrand (¿acaso un libro que
conocemos usted yo y algunos amigos no tiene todo el derecho a
ser llamado
famoso?) se me ocurrió intentar algo
parecido y aplicar a la descripción de la vida moderna -mejor dicho,
una vida moderna y más abstracta- el procedimiento
que él aplicó a la pintura de la vida antigua, tan extrañamente
pintoresca.
¿Quién no ha soñado
el milagro de una prosa poética, musical, sin ritmo y sin
rima, tan flexible y contrastada que pudiera adaptarse a los
movimientos líricos
del alma, a las ondulaciones de la
ensoñación y a los sobresaltos de la conciencia?
Esta obsesión nace de frecuentar las grandes ciudades, del entrecruzamiento de
sus incontables relaciones.
También usted, mi querido
amigo, trató de traducir en canción el grito estridente
del vidriero y de expresar en prosa lírica sus desoladoras resonancias cuando atraviesan las altas brumas de la calle y llegan a
las buhardillas.
A decir verdad,
temo que mi celo no me haya traído felicidad.
Apenas iniciado el
trabajo me di cuenta de que estaba muy lejos de mi
misterioso
y brillante modelo y que además hacía algo -si puede
llamarse algo a esto- singularmente diferente. Este accidente
enorgullecería a cualquier otro, pero
humilla profundamente a un
espíritu para quien el más grande honor del poeta es
cumplir exactamente con lo que había proyectado hacer.
Su muy afectuoso C.
B
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