jueves, 20 de marzo de 2014

“Nuestra sociedad es masculina, y hasta que no entre en ella la mujer no será humana” - Henrik Ibsen
















(Fragmento)



(HELMER entra en su despacho. La doncella introduce a la SEÑORA LINDE, en traje de viaje, y cierra la puerta tras ella.)

SEÑORA LINDE. Buenos días, Nora.
NORA. (Indecisa.) Buenos días.
SEÑORA LINDE. Por lo visto, no me reconoces.
NORA. No..., no sé... ¡Ah!, sí, me parece... (De pronto, exclama:) ¡Cristina! ¿Eres tú?
SEÑORA LINDE. Sí, yo soy.
NORA. ¡Cristina! ¡Y yo que no te he reconocido! Pero ¡quién diría que...! (Más bajo.) ¡Cómo has cambiado!
SEÑORA LINDE. Sí, seguramente. Hace nueve años largos...
NORA. ¿Es posible que haga tanto tiempo que no nos vemos? Sí, en efecto. ¡Ah! no puedes figurarte qué felices han sido estos ocho años últimos. ¿Conque ya estás aquí, en la ciudad? ¿Como has emprendido un viaje tan largo en pleno invierno? Has sido muy valiente.
SEÑORA LINDE. Ya ves; acabo de llegar esta mañana en el vapor.
NORA. Para festejar las Navidades, naturalmente. ¡Qué bien! ¡Cuánto vamos a divertirnos! Pero quítate el abrigo. ¡Ajajá! Ahora nos sentaremos aquí, con comodidad, al lado de la estufa. No; mejor es que te sientes en el sillón. Yo me siento en la mecedora. (Cogiéndole las manos.) ¿Ves? Ya tienes tu cara de antes; era sólo en el primer momento... De todos modos, estás algo más pálida, Cristina... y quizá un poco más delgada.
SEÑORA LINDE. Y muchísimo más vieja, Nora.
NORA. Acaso un poco más madura..., un poquito, no mucho. (Se para, repentinamente seria.) ¡Qué distraída soy! ¡Sentada aquí, cotorreando! Mi buena Cristina, ¿puedes perdonarme?

SEÑORA LINDE. ¿Qué quieres decir, Nora?
NORA. (Bajando la voz.) ¡Pobre Cristina! Te has quedado viuda, ¿no?
SEÑORA LINDE. Sí, hace ya tres años.
NORA. Lo sabía; lo leí en los periódicos. ¡Ay, Cristina! tienes que creerme: pensé muchas veces escribirte; pero lo fui dejando de un día para otro, y por añadidura, siempre había algo que lo impedía.
SEÑORA LINDE. Lo comprendo perfectamente.
NORA. Sí, Cristina, me he portado muy mal. ¡Pobrecita! ¡Cuánto habrás sufrido!... ¿No te ha dejado nada para vivir?
SEÑORA LINDE. No.
NORA. ¿Y no tienes hijos?
SEÑORA LINDE. No.
NORA. Así, pues, ¿nada?
SEÑORA LINDE. Ni siquiera una pena..., ni una nostalgia.
NORA. (Mirándola, incrédula.) Pero Cristina, ¿cómo es posible?
SEÑORA LINDE. (Sonríe tristemente mientras le acaricia el cabello.) Son cosas que ocurren a veces, Nora.
NORA. ¡Tan sola! Debe de ser horriblemente triste para ti. Yo tengo tres niños encantadores. Por el momento no puedes verlos; han salido con la niñera. Vamos, cuéntamelo todo.
SEÑORA LINDE. No, no; primero, tú.
NORA. No; te toca empezar a ti. Hoy no quiero ser egoísta; sólo quiero pensar en tus asuntos. Únicamente voy a decirte una cosa. ¿Te has enterado de la fortuna que nos ha sobrevenido estos días?
SEÑORA LINDE. No. ¿Qué es?
NORA. ¡Imagínate! ¡A mi marido le han nombrado director del Banco de Acciones!
SEÑORA LINDE. ¿A tu marido? ¡Qué suerte!
NORA. ¡Sí, grandísima! ¡Es tan insegura la posición de un abogado!... Sobre todo cuando no quiere ocuparse más que de asuntos lícitos... Y como es lógico, así ha hecho Torvaldo, en lo cual me hallo de completo acuerdo. No puedes figurarte lo contentos que estamos. Para Año Nuevo tomará posesión, y percibirá un buen sueldo, con muchos beneficios. Por fin podremos cambiar del todo esta manera de vivir... enteramente a nuestro gusto. ¡Oh, Cristina, cuan feliz me siento! Es algo maravilloso eso de poseer mucho dinero y verse libre de preocupaciones, ¿verdad?
SEÑORA LINDE. Sí; al menos, debe de ser una tranquilidad poseer lo necesario.
NORA. No, no sólo lo necesario, sino dinero en abundancia.
SEÑORA LINDE. (Sonríe.) ¡Nora, Nora! ¿Todavía no tienes sentido común? En el colegio eras una malgastadora.
NORA. (Sonríe a su vez.) Sí, eso dice aún Torvaldo. (Amenazando con el dedo.) Pero "Nora, Nora" no es tan loca como suponéis. Además, no hemos tenido mucho que derrochar, realmente. Los dos nos hemos visto obligados a .trabajar.
SEÑORA LINDE. ¿También tú'?
NORA. Sí; nada, pequeñeces: bordar, hacer ganchillo... (Sin darle importancia.) ¡Qué sé yo!... No ignorarás que Torvaldo salió del ministerio cuando nos casamos. Tenía pocas esperanzas de ascenso, y como había de ganar más que antes... Pero el primer año se abrumó de trabajo. Debía buscarse toda clase de quehaceres, según comprenderás, y trabajaba día y noche. Pero no pudo resistirlo y cayó gravemente enfermo. Los médicos declararon indispensable que se marchara al Mediodía.
SEÑORA LINDE. Es cierto. Estuvisteis un año en Italia...
NORA. Sí, y no creas que fue nada fácil marcharnos. Justamente acababa de nacer Ivar... Pero había que partir. Fue un viaje encantador, y gracias a él, Torvaldo salvó la vida. Eso sí, costó dinero en grande.
SEÑORA LINDE. Ya lo presumo.
NORA. Unas cuatro mil ochocientas coronas. Bastante, ¿eh?
SEÑORA LINDE. Sí; pero, en casos como ése, es toda una chiripa poseerlo.
NORA. Porque nos lo dio papá.
SEÑORA LINDE.
¡Ah!, sí. Fue poco antes de morir, si mal no recuerdo.
NORA. Sí, Cristina, exactamente. ¡Y pensar que se me hizo imposible ir a cuidarle! Estaba esperando de un día a otro que naciera Ivar, y también debía preocuparme de mi pobre Torvaldo moribundo. ¡Padre querido! No volví a verle, Cristina. Es lo más penoso que hube de pasar desde que me casé.
SEÑORA LINDE. Ya sé que le tenías mucho cariño. ¿De modo que os marchasteis a Italia?
NORA. Sí; contábamos con el dinero, y los médicos nos apremiaban. Nos marchamos un mes después.
SEÑORA LINDE. ¿Y volvió tu marido radicalmente curado?
NORA. Radicalmente.
SEÑORA LINDE. Luego ¿ese médico...?
NORA. ¿Cómo dices?
SEÑORA LINDE. Me ha parecido oír a la doncella que ese señor que entraba conmigo era un doctor...
NORA. ¡Ah, sí! Es el doctor Rank; pero no viene como médico. Es nuestro mejor amigo, y nos hace, cuando menos, una visita al día. No, Torvaldo no se ha sentido enfermo desde entonces. Los niños también están muy sanos, igual que yo. (Se levanta de repente, palmeteando.) ¡Dios mío! ¡Cristina, es una delicia vivir y ser feliz!... Pero ¡qué torpeza!... No hago más que hablar de mis cosas. (Se sienta en un taburete junto a CRISTINA, acodándose en sus propias rodillas.) ¡No te enfades conmigo!... Dime, ¿es verdad que no querías a tu esposo? Pues ¿por qué te casaste con él?
SEÑORA LINDE. En aquel tiempo aún vivía mi madre; pero estaba enferma e inválida. Para colmo, debía yo sostener a mis dos hermanitos. Por tanto, no juzgué oportuno rechazar la oferta.
NORA. Puede que tuvieses razón. ¿Luego era rico?
SEÑORA LINDE. Sí, creo que gozaba de buena posición. Pero sus negocios eran inseguros, ¿sabes? Cuando murió, se vino todo abajo y no quedó nada.
NORA. ¿Y qué hiciste?
SEÑORA LINDE. Hube de ingeniarme con una tiendecita, con un modesto colegio y con lo que pude encontrar. Los tres últimos años han sido para mí como un largo día de trabajo sin tregua. Pero se acabó todo, Nora. Mi pobre madre no me necesita ya, y los chicos, tampoco; tienen sus empleos y pueden mantenerse por sí mismos muy bien.
NORA. ¡Qué alivio debes de sentir!
SEÑORA LINDE. No, Nora; lo que siento es un vacío inmenso. ¡No tener nadie a quien consagrarse!... (Se levanta, intranquila.) Por eso no podía aguantar al cabo en aquel rincón. Aquí debe de ser más fácil encontrar en qué ocuparse y distraer los pensamientos. Si me cupiera la fortuna de conseguir un empleo; en una oficina, por ejemplo...
NORA. Pero, Cristina, ¡es tan fatigoso., y. tú pareces ya tan cansada! Sería mejor para ti que fueses a un balneario.
SEÑORA LINDE. (Acercándose a la ventana.) Yo no tengo ningún padre que me pague los gastos, Nora.
NORA. (Se levanta.) ¡Mujer, no lo tomes a mal!
SEÑORA LINDE. (Vuelve hacia ella.) No, Nora, todo lo contrario. Eres tú la que no debe enfadarse conmigo. Lo peor de una situación como la mía es que se torna una tan "agria... No se tiene a nadie por quien trabajar, y sin embargo, se ve una obligada a valerse de todos. Hay que vivir, y eso nos hace egoístas... No querrás creerme, pero cuando me has contado vuestro cambio de posición, me alegraba más por mí que por ti.
NORA. ¡Cómo!... ¡Ah!, sí... comprendo; querrás decir que quizá Torvaldo pueda hacer algo por ti.
SEÑORA LINDE. Sí, eso he pensado.
NORA. Y lo hará. Déjalo en mis manos. ¡Ya verás qué bien voy a prepararlo! Buscaré algo agradable para predisponerle. ¡Tengo tantas ganas de serte útil!
SEÑORA LINDE. Eres muy buena al tomarte ese interés por mí, Nora. Doblemente buena, pues desconoces los sinsabores y las amarguras de la vida.
NORA. ¿Yo?... ¿Que no conozco...?
SEÑORA LINDE. (Sonriendo.) Sí, mujer... Bordar un poco y labores por el estilo... Eres una niña, Nora.
NORA. (Con un gesto de orgullo lastimado.) No debías decirlo en ese tono de superioridad.
SEÑORA LINDE. ¿Por qué?
NORA. Eres lo mismo que los demás. Todos estáis convencidos de que no valgo para nada serio...
SEÑORA LINDE. ¡Vamos, mujer!
NORA. ...de que no he pasado por dificultades en este mundo.
SEÑORA LINDE.
Querida Nora, acabas de contarme todos tus contratiempos...
NORA. ¡Bah!..., eso son pequeñeces. (Baja la voz.) No te he contado lo principal.
SEÑORA LINDE. ¿Lo principal?... ¿Qué quieres decir?
NORA. Me crees demasiado insignificante, Cristina, y no debieras hacerlo. Te sientes orgullosa de haber trabajado tanto por tu madre.
SEÑORA LINDE. Yo no creo insignificante a nadie. Pero, eso sí, lo confieso..., me siento orgullosa y satisfecha de haber conseguido que fuesen tranquilos, hasta cierto punto, los últimos días de mi madre.
NORA. Y también te sientes orgullosa pensando en lo que has hecho por tus hermanos.
SEÑORA LINDE. Creo que estoy en mi derecho.
NORA. Lo mismo creo yo. Pues ahora, Cristina, voy a decirte algo. Yo también tengo de qué sentirme orgullosa y satisfecha.
SEÑORA LINDE. No lo dudo. Pero ¿de qué se trata?
NORA. Habla más bajo, no te vaya a oír Torvaldo. Por nada del mundo conviene que él... No debe saberlo nadie más que tú.
SEÑORA LINDE. Pero, criatura, ¿qué es ello?
NORA. Acércate aquí. (Le hace sentarse a su lado, en el sofá.) Pues verás... También tengo de qué estar orgullosa y satisfecha. Fui yo quien salvé la vida a Torvaldo.
SEÑORA LINDE. ¿Tú?... ¿Que tú le salvaste...?
NORA. Ya te he contado lo del viaje a Italia. Torvaldo no viviría si no hubiera ido allá...
SEÑORA LINDE.
Sí, porque tu padre te dio el dinero necesario...
NORA. (Sonriendo.) Sí, eso es lo que creen Torvaldo y todo el mundo; pero...
SEÑORA LINDE. Pero... ¿qué?
NORA. Papá no nos dio nada. Fui yo la que busqué el dinero.
SEÑORA LINDE. ¿Tú? ¿Una suma tan grande?
NORA. Cuatro mil ochocientas coronas. ¿Qué te parece?
SEÑORA LINDE. ¿Y cómo te las arreglaste? ¿Te tocó la lotería?
NORA. (Desdeñosamente.) ¡La lotería! (Hace un gesto despectivo.) De ser así, ¿qué mérito habría tenido?
SEÑORA LINDE. En ese caso, ¿de dónde las sacaste?
NORA. (Canturrea y sonríe enigmáticamente.) ¡Ah!... ¡Trala... lalá!
SEÑORA LINDE. No creo que lo consiguieras prestado.
NORA. ¡Ah! ¿No?... ¿Y por qué no?
SEÑORA LINDE. Porque una mujer casada no puede pedir prestado sin el consentimiento de su marido.
NORA. (Con un ademán de orgullo.) ¡Ah! ¿Y cuando se es una mujer casada que tiene algún sentido de los negocios..., una mujer que sabe administrarse con un poco de inteligencia?...
SEÑORA LINDE. Nora, no me explico lo que quieres decir...
NORA. Ni es menester. Nadie afirma que haya pedido el dinero prestado. Lo he podido adquirir de otra manera. (Dejándose caer en el sofá.) He podido recibirlo de algún admirador. Teniendo un aspecto tan atractivo como el mío...
SEÑORA LINDE. ¡Eres una loca!
NORA. Ya no puedes negar que sientes una curiosidad enorme, Cristina.
SEÑORA LINDE. Óyeme, Nora: ¿no habrás obrado irreflexivamente?
NORA. (Irguiéndose.) ¿Es irreflexivo salvar una la vida de su marido?
SEÑORA LINDE. Lo que estimo irreflexivo es hacerlo sin que lo supiera él...
NORA. Pero si lo que importaba era que no supiese nada. ¡Vamos!, ¿no comprendes?... No debía enterarse de la gravedad de su estado. Fue a mí a quien vinieron los médicos diciéndome que peligraba su vida, y que solamente una estancia en el Mediodía podría salvarle. ¡No creas que al principio no intenté hablarle con diplomacia! Le hice ver lo delicioso que sería para mí viajar por el extranjero, ni más ni menos que tantas otras mujeres; con súplicas y lloros, le dije que debía tener en cuenta las circunstancias en que me encontraba, que había de ser comprensivo y ceder... Entonces fue cuando insinué que podía pedir un préstamo. Pero al oírme casi se enfadó, Cristina. Me replicó que era una insensata, y que su deber de esposo le dictaba no someterse a mis caprichos, como él los llamaba. "Bueno, bueno—pensé—; de todos modos, hay que salvarte." Y a la postre busqué otra salida...
SEÑORA LINDE. ¿Y por tu padre no se enteró tu marido de que el dinero no procedía de él?
NORA. No, nunca. Papá murió por aquellas mismas fechas. Yo había pensado hacerle cómplice en el asunto y rogarle que no revelara nada. Pero ¡estaba tan enfermo!... Por desgracia, no hubo necesidad.
SEÑORA LINDE. ¿Y después?... ¿Nunca te has confiado a tu marido?
NORA. ¡No lo quiera Dios! ¿Cómo se te ocurre tal idea? ¡A él, tan severo para estas cosas! Por lo demás, a Torvaldo, con su amor propio de hombre, se le haría muy penoso y humillante saber que me debía algo. Se habrían echado a perder todas nuestras relaciones, y la felicidad de nuestro hogar terminaría para siempre.
SEÑORA LINDE. ¿No piensas decírselo jamás?
NORA. (Pensativa, inicia una sonrisa.) Sí, acaso alguna vez..., después de muchos años, cuando no sea yo tan bonita como ahora. ¡No te rías! Quiero decir que cuando ya no guste tanto a Torvaldo, cuando ya no se divierta viéndome bailar y disfrazarme y declamar... Entonces sería bueno tener un cable al que asirme... (Interrumpiéndose.) ¡Bah, qué tonterías! Ese día no llegará nunca. Vamos a ver, Cristina, ¿qué opinas de mi gran secreto? ¿No entiendes que yo también sirvo para algo?... Puedes creer que el asunto me ha ocasionado serias preocupaciones. No ha sido nada fácil para mí cumplir mi compromiso a tiempo. Porque te advierto que en este mundo de los negocios hay lo que se llaman vencimientos y lo que se llama amortización. ¡Y todo eso es tan difícil de solucionar! De manera que he tenido que ahorrar un poco de aquí y otro poco de allí..., de donde he podido, ¿sabes? Del dinero de la casa no podía economizar mucho, porque Torvaldo tenía que comer bien. Tampoco podía dejar que los niños fuesen mal vestidos, porque todo lo que me daba para ellos me parecía intangible, como cosa suya. ¡Angelitos míos!
SEÑORA LINDE. ¡Pobre Nora! Por ende, tus necesidades personales han debido de pagar las consecuencias.
NORA. Efectivamente. Era algo que me correspondía. Cada vez que Torvaldo me daba dinero para mi adorno, sólo gastaba la mitad. Siempre compraba de lo más barato y corriente. Era una ventaja que todo me sentara a maravilla; de modo que Torvaldo no ha notado nada. Pero muchas veces se me hacía demasiado cuesta arriba, Cristina. ¡Es tan agradable ir bien vestida! ¿Verdad?
SEÑORA LINDE. ¡Y tanto!
NORA. Asimismo he tenido otras fuentes de ingresos. El invierno pasado pude encontrar un trabajo de copias. Me encerraba y escribía todas las noches hasta muy tarde. ¡Oh!, con frecuencia me sentía muy cansada. A pesar de todo, era un placer trabajar y ganar dinero. Parecía casi como si fuese un hombre.
SEÑORA LINDE. ¿Y cuánto has podido devolver así?
NORA. No sabría decírtelo al detalle. Es muy difícil llevar cuentas en esta clase de negocios. Sólo sé que he pagado cuanto me ha sido posible reunir. Muchas veces no se me ocurría ya qué hacer. (Sonríe.) Entonces me quedaba aquí sentada, ideando que un señor viejo y rico se había enamorado de mí...
SEÑORA LINDE. ¡Cómo!... ¿Quién?
NORA. ...que se había muerto, y que, al abrir su testamento, se leía en letras muy grandes: "Todo mi dinero será pagado al contado inmediatamente a la encantadora señora Nora Helmer."
SEÑORA LINDE. Pero, Nora, ¿qué dices?... ¿De quién estás hablando?
NORA. ¿No te das cuenta?... No existe tal señor; es una cosa que me imaginaba siempre cuando no sabía qué hacer para encontrar dinero. Pero ¡qué más da! Por mí, ese dichoso señor viejo puede estar donde le plazca.: no me importan nada él ni su testamento; ya se acabaron las preocupaciones. (Irguiéndose de repente.) ¡Dios mío! ¡Qué gusto poder pensarlo, Cristina! ¡Sin preocupaciones! ¡Poder sentirse tranquila, absolutamente tranquila; jugar y alborotar con los niños; tener la casa preciosa, todo como le gusta a Torvaldo! ¡Y calcular que ya se acerca la primavera con su cielo azul! Para entonces quizá podamos viajar un poco, volver a ver el mar. ¡De veras es magnífico vivir y ser feliz!
(Se oye la campanilla en la antesala.)
SEÑORA LINDE. (Levantándose.) Llaman; será mejor que me vaya.
NORA. No, quédate. No aguardo a nadie; de fijo, es para Torvaldo...
ELENA. (Desde la puerta.) Perdón, señora; hay un caballero que desea hablar con el señor abogado...
NORA. Con el señor director, querrás decir...
ELENA. Sí, señora, con el señor director. Pero como el señor doctor está ahí dentro... no sabía si...
NORA. ¿Quién es ese caballero?
KROGSTAD. (En la antesala.) Soy yo, señora.
(La SEÑORA LINDE, turbada, se vuelve, estremeciéndose, hacia la ventana.)
NORA. (Avanza un paso hacia él, intrigada y dice a media voz:) ¿Usted? ¿Qué hay? ¿Qué quiere hablar con mi marido?
KROGSTAD. Nada; asuntos bancarios... Tengo un modesto empleo en el Banco, y he oído decir que su esposo ha sido nombrado director...
NORA. Pero ¿es que...?
KROGSTAD. Negocios a secas, señora, y nada más.
NORA. Pues haga el favor de entrar por la puerta del despacho. (Saluda con indiferencia y cierra la puerta de la antesala; luego se acerca a ver el fuego de la estufa.)
SEÑORA LINDE. Nora... ¿quién es ese hombre?
NORA. Es un tal Krogstad..., procurador.
SEÑORA LINDE. ¡Ah!, ¿es él?
NORA. ¿Le conoces?
SEÑORA LINDE. Le conocí... hace años. Fue pasante de procurador de nuestro distrito.
NORA. ¡Ah, sí! Ya recuerdo.
SEÑORA LINDE. ¡Qué cambiado está!
NORA. Creo que ha sido desdichado en su matrimonio.
SEÑORA LINDE. Y ahora es viudo, ¿no?
NORA. Sí, con una caterva de hijos. ¡Ya se anima el fuego! (Cierra la portezuela de la estufa y retira un poco la mecedora.)
SEÑORA LINDE. Dicen que se dedica a toda clase de negocios.
NORA. ¡Ah! ¿Sí?... Puede ser; no sé... Pero no pensemos en negocios; es una cosa tan aburrida...



20 de marzo de 1828- Noruega
Dramaturgo y poeta.
Padre del drama realista moderno.
«Existen dos códigos de moral, dos conciencias diferentes, una del hombre y otra de la mujer. Y a la mujer se la juzga según el código de los hombres. [...] Una mujer no puede ser auténticamente ella en la sociedad actual, una sociedad exclusivamente masculina, con leyes exclusivamente masculinas, con jueces y fiscales que la juzgan desde el punto de vista masculino».

"El lenguaje es el bien más precioso y a la vez el más peligroso que se ha dado al hombre" - Friedrich Hölderlin

20 de marzo de 1770- Alemania




















El Laurel


¡No, no me resignaré! Avanzar siempre
como un niño, como un prisionero, a pequeños pasos medidos por anticipado,
día tras día. ¡No, nunca me resignaré!

¿Tal es el destino del hombre? ¿Mi destino? ¡No!
Al laurel aspiro. No me tienta el reposo,
mas el peligro suscita las fuerzas del hombre
y el dolor hincha el pecho de los jóvenes.

¿Qué soy para ti, qué soy yo, patria mía?
Un débil, un enfermo a quien su madre
con una tonada triste, desesperada,
acuna entre sus pacientes brazos.

Nunca busqué consuelo en el fondo de brillantes copas
ni en la mirada de una sonriente coqueta.
¿Debe abatirme para siempre una pena
o matarme un furioso deseo?

¿De qué sirve el cordial apretón de manos
y la dulce acogida del alma en primavera?
¿Para qué la sombre de los robles,
la viña en flor, el aroma del tilo?

Juro, por la antigua Mana, no beber jamás
del cáliz del gozo, no obstante su seductor destello,
hasta el día en que haga una obra de hombre
y conquiste entonces mi primer laurel.

¡Grave promesa! que a mis ojos llena de lágrimas.
¡Feliz seré, de mantenerla! Pues así,
criaturas de alborozo, también a mí me oiréis gritar de gozo.
Y entonces, oh Naturaleza, de tu sonrisa haré mi júbilo.


De: http://poesiaholderlin.blogspot.com/



A LAS PARCAS

Dadme un estío más, oh poderosas,
y un otoño, que avive mis canciones,
y así, mi corazón, del dulce juego
saciado, morirá gustosamente.

El alma, que en el mundo vuestra ley
divina no gozó, pene en el Orco;
mas si la gracia que ambiciono logra
mi corazón, si vives, poesía,

¡sé bien venido, mundo de las sombras!
Feliz estoy, así no me acompañen
los sones de mi lira, pues por fin
como los dioses vivo, y más no anhelo.

Versión de Otto de Greiff



GRECIA

Tanto vale el hombre y tanto vale el esplendor de la vida,
Los hombres a menudo son amos de la naturaleza,
Para ellos la tierra hermosa no está escondida,
Sino que con dulzura se desnuda mañana y tarde.

Los campos abiertos son como los días de la siega,
Alrededor se extiende espiritual la vieja Leyenda,
Una vida nueva vuelve siempre a nuestra humanidad,
Y el año se inclina aún una vez silenciosamente.

Versión de Vicente Huidobro




Séptima estrofa de la elegía Pan y Vino


Pero ¡amigo! venimos demasiado tarde.
En verdad viven los dioses
pero sobre nuestra cabeza, arriba en otro mundo
trabajan eternamente y parecen preocuparse poco
de si vivimos. Tanto se cuidan los celestes de no herirnos.
Pues nunca pudiera contenerlos una débil vasija,
sólo a veces soporta el hombre la plenitud divina.
La vida es un sueño de ellos.
Pero el error nos ayuda como un adormecimiento.
Y nos hace fuertes la necesidad y la noche.
Hasta que los héroes crecidos en cuna de bronce,
como en otros tiempos sus corazones son parecidos en fuerza a los celestes.
Ellos vienen entre truenos.
Me parece a veces mejor dormir, que estar sin compañero
Al esperar así, qué hacer o decir que no lo sé.
Y ¿para qué poetas en tiempos aciagos?
Pero son, dices tú, como los sacerdotes sagrados del Dios del vino,
que erraban de tierra en tierra, en la noche sagrada.


De: http://naranjoparis.com





“Si yo no puedo ser feliz, quiero consagrar toda mi vida a la felicidad de mis semejantes” - Nikolái Gógol

20 de marzo de 1809- Poltava (actual Ucrania)
Docente de Historia- Escritor

Diario de un loco

12 de noviembre

Al día siguiente salí a las dos, con la firme intención de ver a Fidele y de interrogarla. El olor a repollo que sale de todas las tiendas de la calle Meschanskaia me pone enfermo, y además, las alcantarillas de las casas tienen un olor tal, que no tuve más remedio que taparme la nariz con el pañuelo y echar a correr. Aquí es imposible pasear, pues toda esa gente que trabaja en oficios llena la calle de humo y hollín.

Al tocar la campanilla, vino a abrirme una joven bastante mona, con la cara salpicada de pecas; era la misma que acompañaba a la anciana. Se ruborizó un poco al verme, y yo comprendí en seguida que ansiaba tener novio.

-¿Qué desea? -me preguntó.

-Necesito hablar con su perrita -le respondí. La joven era tonta y yo lo noté en seguida. Mientras tanto, la perrita se precipitó ladrando; yo quise cogerla, pero la muy bribona por poco me muerde la nariz. Pero yo ya había visto su nido o camita, y era justamente lo que buscaba. Me acerqué a él y revolví la paja que había en un cajón; con sumo placer vi un paquete con pequeños papelitos. Esa maldita, al ver lo que hacía, me mordió primero en la pantorrilla, y después, al darse cuenta de que yo cogía los papeles, empezó a ladrar con ademán de acariciarme; pero yo le dije: "No, guapa; no hay nada que hacer". Me parece que la joven debió de tomarme por un loco, pues se asustó terriblemente. Al llegar a casa quise ponerme en seguida a descifrar esos papeles, porque no veo muy bien a la luz de las velas. Pero a Marva se le ocurrió fregar el suelo. Estas estúpidas finlandesas siempre son de lo más inoportunas. Así es que no me quedó otro remedio que el de ponerme a pasear reflexionando sobre lo ocurrido. Ahora, por fin, iba a enterarme de todo; las cartas me lo revelarían todo. Los perros son muy inteligentes y no ignoran todas las relaciones íntimas; por eso seguramente en ellas hallaré la descripción del marido y de sus asuntos. De seguro que encontraré allí algo referente a ella... ¡No, más vale callarse! Al atardecer llegué a casa y estuve la mayor parte del tiempo acostado en la cama.
13 de noviembre

Bueno; vamos a ver. La carta parece bastante clara; sin embargo, la letra pone en evidencia al perro.

Leamos:

"Querida Fidele: Aún no puedo acostumbrarme a un nombre tan mezquino como el tuyo. ¡Como si no hubieran podido ponerte otro mejor! Fidele, Rosa, todos esos nombres son de un cursi subido. Pero dejemos esto a un lado. Estoy muy contento de que se nos haya ocurrido entrar en correspondencia..."

La carta estaba redactada muy correctamente en cuanto a la puntuación y ortografía. Ni nuestro jefe de sección sería capaz de hacer otro tanto, aunque asegura haber estado estudiando en una universidad. Veamos más adelante:

"Me parece que uno de los mayores placeres en el mundo está en cambiar pensamientos, impresiones y sentimientos con los demás..."

¡Bueno! Éste es un pensamiento cogido de una obra traducida del alemán y cuyo título no recuerdo ahora.

"Lo digo por experiencia, aunque no haya corrido mucho mundo, pues no he pasado la verja de nuestra casa. Pero ¿acaso mi vida no transcurre felizmente? Mi señorita Sofía, así la llama papá, me quiere con locura..."

¡No está mal! ¡No está mal! ¡Pero callémonos!...

"Papá también me acaricia a menudo. Además me dan café con nata. ¡Ah, ma chère! He de decirte que no encuentro nada en los grandes huesos, bien pelados, que come Polkan en la cocina. Los huesos sólo son buenos cuando provienen de alguna cacería y a condición de que no hayan chupado ya el tuétano. También está muy bien mezclar algunas salsas, pero sin verduras ni especias. Pero no hay cosa peor que esa costumbre que tiene la gente de dar a los perros migas de pan hechas bolitas. Siempre, durante las comidas, algún señor empieza a triturar las migas de pan con sus manos, que Dios sabe qué porquerías habrán tocado antes, y te llama después para meterte entre los dientes esa dichosa bolita. Rechazarlo resultaría descortés; así es que no tienes más remedio que comértela a pesar del asco que te infunde..."

¡Voto a mil diablos, qué tontería! ¡Como si no hubiera nada mejor sobre qué escribir! Veamos si en la otra carilla hay algo más interesante.

"Me place mucho informarte de todo cuanto ocurre en nuestra casa. Creo que ya te hablé del señor más importante de la casa, al cual Sofía llama papá. Es un hombre muy raro..."

¡Ah, por fin! Ya sabía yo que los perros tienen opiniones políticas sobre todas las cosas. Veamos lo que dice sobre papá...

"...Un hombre muy raro. Permanece la mayoría del tiempo callado. Rara vez habla; pero la semana pasada hablaba sin cesar consigo mismo. No hacía más que preguntarse: '¿Lo recibiré o no?' Cogía un papel en una mano, mientras la otra permanecía vacía, y volvía a repetir: '¿Lo recibiré o no?' Una vez hasta se dirigió a mí con la siguiente pregunta: 'Tú qué crees, Medji, ¿lo recibiré o no?' Yo no pude comprender lo que quería decirme con eso; sólo olfateé su zapato y me fui. Una semana después, ma chère, papá estaba loco de alegría. Toda la mañana recibió visitas de unos señores vestidos de uniforme que lo felicitaron por algo. Durante la comida estuvo tan alegre como nunca le viera; no paraba de contar chistes. Después de comer, me levantó en sus brazos y me acercó a su cuello, diciéndome: '¡Mira, Medji, lo que llevo!' Yo vi sólo una cinta, la olfateé, pero no hallé en ella ni el menor aroma; finalmente, la lamí con cuidado, estaba algo salada."

¡Bueno! Me parece que este perro es un poco demasiado atrevido. Haría falta darle una buena paliza. ¡Así, pues, nuestro hombre es ambicioso! Habrá que tenerlo en cuenta.

"Adiós, ma chère. Me marcho corriendo... Mañana acabaré la carta.

"¡Hola, otra vez estoy contigo! Hoy, con Sofía, mi señorita..."

¡Ah, veamos lo que pasa con Sofía! ¡Es una canallada! Bueno, no importa, no importa; vamos a continuar...

"...Sofía, mi señorita, estuvo todo el día sumamente agitada. Se preparaba a asistir a un baile, y yo me alegré, pues aprovecharía su ausencia para escribirte. Mi Sofía está siempre muy contenta cuando va a un baile, aunque mientras se arregla siempre está enfadada. No logro comprender, ma chère, el placer que encuentra la gente yendo a un baile. Sofía vuelve a casa a las seis de la mañana. Y siempre veo, por su aspecto cansado y su cara pálida, que a la pobrecilla no le han dado de comer. Confieso que jamás podría vivir de este modo. Si no me dieran perdices con salsa o alas de pollo fritas, no sé lo que sería de mí. También es muy bueno un poco de salsa con kacha. Pero las zanahorias, las alcachofas y los nabos nunca serán buenos..."

Tiene un estilo irregular. En seguida se ve que esta carta no ha sido escrita por una persona. Empieza bien, pero acaba de cualquier forma. Veamos otra carta; parece demasiado larga; además, no lleva ni fecha.

"¡Ay, querida mía! Cómo siente una la proximidad de la primavera. Mi corazón palpita como si aguardara algo. Me zumban los oídos. Así es que a menudo tengo que levantar la pata y me apoyo y acerco a una puerta para escuchar. He de decirte que tengo muchos admiradores. A menudo los contemplo sentada en la ventana. ¡Ay, si supieras qué feos son algunos! Uno de ellos es de lo más vulgar, es un perro callejero de lo más estúpido y creído; camina por la calle dándose aires de importancia. Y cree que todos han de mirarle. Pero ¡qué va, yo ni siquiera me he fijado en él! También un dogo, de aspecto terrible, suele pararse ante mi ventana. Si se levantara sobre las patas traseras, lo que de seguro el muy tonto no sabrá hacer, le llevaría la cabeza al papá de Sofía, no obstante ser éste un hombre bastante alto y corpulento. Debe de ser de lo más insolente. Yo gruñí un poco en dirección suya; pero él, como si nada. Podría haberme hecho un guiño, pero es un bruto, no tiene modales. Se está mirando mi ventana, con sus orejas largas y su lengua al aire. ¿Y crees acaso que mi corazón permanece insensible a todas estas ofertas? No, te equivocas, ma chère... ¡Si hubieras visto a uno de mis admiradores, llamado Trésor, cuando salta la verja de la casa vecina!... ¡Ay ma chère, qué carita tiene!"

¡Bah! ¡Qué asco! ¡Qué demonios! ¿Cómo es posible llenar las páginas con semejantes tonterías? Ya no quiero saber nada de perros; quiero a una persona. Sí, eso es, una persona para que pueda enriquecer el caudal de mi alma..., y en vez de ello, ¡qué es lo que encuentro! ¡Tonterías, sólo tonterías! Demos la vuelta a la página, a ver si hay algo mejor.

"Sofía estaba sentada junto a una mesita cosiendo; yo miraba por la ventana a los paseantes, pues me gusta mucho observarlos, cuando entró el lacayo y anunció:

"-El señor Teplov.

"-Que pase -exclamó Sofía, y se abalanzó sobre mí para besarme-. ¡Ay, Medji! ¡Si supieras quién es! Es un gentilhombre de la Cámara, moreno, con ojos negros y brillantes como el fuego.

"Sofía se marchó corriendo a su habitación. Un minuto después entraba el joven gentilhombre de la Cámara, que gastaba patillas. Se acercó al espejo y se atusó el cabello, luego inspeccionó la habitación. Yo dejé oír un gruñido y me senté en mi sitio. Sofía no tardó en venir y respondió alegremente a su saludo, y yo, como si no reparase en nada, continuaba mirando por la ventana, no obstante haber inclinado la cabeza en dirección a ellos para oír lo que decían. ¡Ay ma chère! ¡De qué tonterías hablaban! Hablaban de una señora que durante el baile se equivocó e hizo una figura en vez de otra; de un tal Bobov, que llevaba charretera y se parecía mucho a una cigüeña, y que por poco se cae. También contaron que una tal Lidina se imaginaba tener los ojos azules, cuando en realidad los tenía verdes, y otras tonterías por el estilo. '¡Qué diferencia tan grande hay entre el gentilhombre y Trésor!', pensé para mí. Ante todo, el gentilhombre tiene una cara ancha y completamente plana, con unas patillas alrededor, como si se las hubiera atado con un pañuelo negro. Trésor, sin embargo, tiene una carita fina y en la frente una pequeña calva blanca. ¡En cuanto al talle de Trésor, ni se le puede comparar con el de Teplov! ¡Y no hablemos ya de los ojos y de los modales! ¡Jesús, qué diferencia! ¡No sé, ma chère, lo que ha podido encontrar en su Teplov y por qué se muestra tan entusiasmada!..."

A mí también me parece eso un poco extraño. No puede ser que Teplov la haya seducido hasta tal punto. Veamos más adelante.

"Me parece que, si le gusta este gentilhombre, le ha de gustar también ese funcionario que está en el despacho de papá. ¡Ay ma chère, si vieras qué feo es! Se parece a una tortuga vestida con un saco...

"¿Quién será este funcionario?... Tiene un apellido rarísimo. Siempre está sentado sacando punta a las plumas. Su pelo es como el heno y papá lo manda siempre en lugar del criado..."

Me parece que esta perra maldita hace alusiones sobre mí. ¡Pero qué voy a tener yo el pelo como el heno!

"Sofía no puede menos que reírse cada vez que lo ve..."

¡Mientes, perra maldita! ¡Se habrá visto qué lengua de víbora! ¡Como si yo no supiera que todo ello es pura envidia! Acaso se figura que ignoro que son cosas del jefe de sección. Ya sé que me tiene un odio feroz y que hace cuanto está en sus manos para fastidiarme. Pero voy a mirar otra carta. Puede que encuentre allí la clave de todo.

"Mi querida Fidele, perdóname por no haberte escrito en tanto tiempo, pero es que estaba completamente hechizada. Ha dicho un escritor que el amor es una segunda vida, y esto es muy exacto. Además, en casa han sucedido grandes cambios. El gentilhombre viene ahora todos los días, y Sofía está perdidamente enamorada de él. Papá está muy contento. Hasta le oí decir a Gregorio, que es el que nos barre el suelo y que casi siempre habla consigo mismo solo, que pronto habrá boda, porque papá quiere casar a Sofía, o con un general, o con un gentilhombre de Cámara, o con un coronel..."

¡Qué diablos! No puedo seguir leyendo... Todo lo mejor ha de ser siempre, o para un gentilhombre de Cámara o para un general. ¡Parece que has encontrado un pobre tesoro y crees que podrás conseguirlo, pero te lo arrebata un general o un gentilhombre de Cámara! ¡Qué demonios! Quisiera ser general, no para obtener su mano y las demás cosas, sino para ver con qué consideración iban a tratarme y cuántos miramientos me dedicarían. Después podría decirles en pleno rostro que me importaban un bledo.

¡Demonios, qué pena! Rompí en mil pedazos las cartas de la estúpida perra.


Fragmento
De: CiudadSeVa.com



El príncipe Obolenski comenta: "Gogol era maestro consumado en el arte de leer. Cada palabra era clara, y variando a menudo la entonación de sus frases, rompía la monotonía y obligaba al lector a captar los matices más delicados de su pensamiento. Recuerdo como comenzaba con voz sorda y algo sepulcral: '¿Por qué mostrar la pobreza y nada más que la pobreza?... He aquí que nos encontramos de nuevo en un rincón perdido, que hemos venido a parar a una aldea olvidada'. Luego de estas palabras Gogol baja la cabeza, echa hacia atrás sus cabellos y continúa con una voz fuerte y solemne: 'Pero qué rincón, qué aldea!', luego de lo cual emprende la magnífica descripción del pueblo de Tentenicov y, a través de la lectura de Gogol, teníamos la impresión de que la había escrito según un metro regular... Yo estaba enormemente impresionado por la armonía extraordinaria del discurso. Comprendí entonces que Gogol había utilizado admirablemente los nombres locales de las hierbas y de las flores, nombres que el recogía muy cuidadosamente. En él la inserción de una palabra sonora no tenía a veces otro fin que una cierta armonía". I.I. Panaev describe así su manera de leer: "Gogol leía de una manera inimitable. Se tiene a Ostrovski y Pisemski como los mejores recitadores de sus obras entre los escritores contemporáneos. Ostrovski lee sin ningún efecto dramático, con la mayor simplicidad, pero otorga un matiz apropiado a cada personaje; Pisemski lee como un actor, representa su pieza cuando lee... La lectura de Gogol participa de los dos estilos. Leía de una manera más dramática que Ostrovski y con muchísima mayor simplicidad que Pisemski". Hasta un dictado hecho por Gogol se volvía una especie de declamación. P.V. Annenkov nos cuenta : Nicolai Vasilievich ponía el cuaderno delante suyo y se absorbía en él enteramente; comenzaba a dictar siguiendo un ritmo y con solemnidad; ponía en ello tanto sentimiento y expresividad que los capítulos del primer volumen de Las almas muertas tomaron un color particular en mi memoria. Era como una inspiración tranquila de curso regular, una inspiración nacida de una meditación profunda. Nicolai Vasilievich esperaba pacientemente que yo hubiera escrito la última palabra y comenzaba entonces un nuevo período con la misma voz rica en pensamientos y en recogimiento. En el pasaje del jardín de Pluchkin, el "pathos" de su dictado alcanzó un punto de elevación hasta entonces no igualado, pero conservando siempre su simplicidad; hasta dejó su sillón acompañando el dictado con gestos altaneros e imperiosos".

B. Eichenbaum
De: http://10millibrosparadescargar.com/bibliotecavirtual