La Carta Abierta a la Real Academia Española,
como iniciativa, es un buen síntoma de cohesión grupal y de ejercicio del
derecho a proteger vulnerabilidades ancestrales, de manera más evidente, ante
la sociedad toda.
Como apelación, el destinatario es inadecuado.
En principio, la Real Academia de la Lengua Española no
tiene potestad para borrar expresiones de ningún tipo; por el contrario, uno de
sus cometidos es registrar todas las realidades lingüísticas; que le insuma un
tiempo dilatado, es harina de otro costal.
Cada expresión lleva acuñada un dato
relevante, desde algún punto de vista, acerca de un momento histórico. Sería
atroz, para una conciencia colectiva, esta eliminación. Se anularía el
testimonio vital de la animalización o la cosificación, el abuso en sus más
denigrantes manifestaciones, el genocidio lento pero efectivo impuesto a
muchos, a través del trabajo forzado, para el enriquecimiento de muy pocos...
en fin, ese repertorio degradante sufrido por personas -en este caso de piel de
color negro-.
Es el hablante quien tiene la
responsabilidad del uso de la variada gama que ofrece un diccionario, de la
misma manera que debería asumir, en su medida, el compromiso moral de evitar que
se repitan los actos que la expresión evoca; la Academia no es un órgano
regulador de la ética. Es el hablante quien, con esa práctica selectiva,
provoca la dilución del uso de una expresión hasta que sólo figura en ese lecho
arqueológico que es también el diccionario. Las palabras carecen de
intencionalidad por sí mismas; somos los usuarios quienes las llenamos de... y
por eso, se sostiene que no existen “las malas palabras”.
Hasta qué punto es una cotidiana y
perenne cuestión de todos el lenguaje, cobró parcial dimensión en el lamentable
episodio vivido por Tania Ramírez.
Complejísima cuestión, por cierto.
En primer lugar, asunto intransferible
de los Padres. De la Escuela. Del Liceo. De la Universidad. Del Trabajo. De los
Medios. De la Salud. De la Política. Del País. En suma, de Cada Un@. Y de la
mañana a la noche. Desde el nacimiento hasta la muerte. Ya lo había dicho el
simple de Sancho en el episodio de los galeotes:
“... dicen
ellos que tantas letras tiene un no como un sí y que harta ventura tiene un
delincuente que está en su lengua su vida o su muerte, y no en la de los
testigos y probanzas; y para mí tengo que no van muy fuera de camino”...Pero, quién subraya en estos tiempos que la palabra produce
consecuencias para el emisor, para el receptor, para el entorno,...
Una cuestión que implica también una
concepción mucho más amplia y profunda de la Educación y, a propósito, parece
muy oportuna una frase de Noam Chomsky: “Enseñar
no debe parecerse a llenar una botella de agua, sino más bien a ayudar a crecer
una flor a su manera.” Justamente es este lingüista quien plantea que el
idioma influye o determina la capacidad mental porque Lenguaje es igual a
capacidad autónoma, y el Pensamiento es consecuencia del desarrollo idiomático.
El lenguaje acelera nuestra actividad teórica, intelectual y nuestras funciones
psíquicas, como la percepción o la memoria.
Pero, claro, qué trascendencia puede
tener algo que la televisión no legitima. Hace años que, en vivo y en directo,
es posible observar cuadros de ferocidad semejante a la puerta de escuelas y
liceos, en plazas, en supermercados, en ómnibus, en la calle y en intramuros de
las casas de todos los estratos sociales.
¿Estamos anestesiados? ¿Estamos
totalmente convencidos del “no te metás”?
Reflexionando sobre el tema, escribió Maiakovski:
En la primera noche, ellos se aproximan
y recogen una flor de nuestro jardín
y no decimos nada.
La segunda noche, ya no se esconden,
pisan las flores, matan nuestro perro
y no decimos nada.
Hasta que un día, el más frágil de ellos
entra solito en nuestra casa, nos roba la luna, y
conociendo nuestros miedos,
nos arranca la voz de nuestras gargantas
y porque no dijimos nada
ya no podemos decir nada.
Claro, todavía no estaba operativa la
televisión en época del poeta. Otro prestigio tenía el lenguaje. ¿Otra
conciencia sus usuarios?