martes, 4 de junio de 2013

La hora













Vestí mi mejor traje: pantalón y saco negro, camisa blanca impecablemente planchada y moño al tono. Lustré los zapatos hasta poder mirarme en ellos y partí.

“¿Quiénes estarán con ella?- Su madre, alguna amiga, sus hijos o tal vez ¡su esposo!”, conjeturaba mientras descendía  por la avenida hacia la ribera del río.

Descubrimos juntos aquel lugar. La belleza de la naturaleza se dibujaba en una frondosa vegetación donde se extendían numerosas filas de árboles. Ellos oficiaban como únicos testigos de nuestro amor. Jugábamos a las escondidas, cual dos niños. Caminábamos tomados de la mano durante horas, escuchando el canto de los pájaros y el viento que pegaba con fuerza en algunas ramas.
Callada, tímida, frágil, la sentía en los momentos en que estábamos juntos. Sus hermosos ojos color cielo transmitían algo que enternecieron las fibras más profundas de mi ser desde la primera vez que los vi.

Miré el reloj. Se acercaba la hora.

Allí, reíamos juntos tirando piedras al río, jugando a quién las enviaba más lejos y la prenda siempre se repetía: un beso, un abrazo… un te amo.

En mi reloj las agujas seguían girando como gira en este momento mi cabeza. Quizás no supe leer en sus ojos esa tristeza, esa incertidumbre que gritaba por ayuda. Quizás no supe entender su mirada de desesperación. En realidad, a mí me importaba solo el momento de nuestro encuentro. Allí me despojaba de todo y sentía que éramos el uno para el otro. Quizás actué enceguecido por la pasión. Egoístamente. Es que en el corazón de un hombre enamorado no hay interrogantes. Solo deseaba que el tiempo se detuviera para que cada encuentro resultara eterno.

Al fin, el reloj indicaba la hora, la hora exacta; tampoco había ya tiempo para dudas.
Emprendí el regreso rápidamente y al llegar a la esquina cruzaba el cortejo, la carroza colmada de flores. Una lágrima corrió por mi rostro pero alcancé a levantar la mano en un último adiós al amor.

“Nunca volveré a amar como lo hice: esperándote cada minuto de las horas del día para estrecharte en mis brazos”.  


Gladys Calvano