Salsipuedes - La Alerta
Se trata de una historia que quién sabe si
no pudo ser;
pero que en realidad, nunca ocurrió.
Hubo casi que reventar los caballos para llegar a tiempo de dar “la
alerta”; desde que se les encomendó la entrega de “la carta” -sin ninguna
información sobre su contenido- solo con la principal recomendación de
“entregar urgente y en mano propia” a don Melitón Morales; mayordomo de una
pulpería y abasto propiedad de los Bálsamo, situada en el paraje del “Paso
General de los Toros”-
Jacinto los vio partir, entre orgulloso y preocupado -sabía que su
hijo se salía de la vaina por entreverarse en cuestiones revolucionarias-
probablemente a su propio influjo, dado que él nunca había ocultado su apoyo y
respaldo a la causa en épocas del “General”, y eso se fue formando idea en la
cabeza del muchacho. Lo tranquilizaba en algo el hecho de que fuera con su
ahijado, un pardo joven, ya muy ducho como baqueano y conocedor del terreno,
hijo de un hombre de su confianza y en los que depositaba buena parte de las
responsabilidades de las cuestiones del campo.
A Jacinto Luna, propietario de la estancia “La Querendona”, ubicada en
las cercanías del Santa Lucía; los últimos acontecimientos no dejaban de darle
vueltas en la cabeza, había recibido la información la tarde anterior, cuando
se allegó hasta su establecimiento una mujer joven y de aspecto distinguido,
que denotaba claramente pertenecer a las clases pudientes de la sociedad
montevideana, quien era conducida en su carruaje de dos caballos, por un
empleado de su confianza.
Venía de parte de “alguien” que lo conocía muy bien, y por quien tenía
gran aprecio y respeto. Le explicó muy detenidamente lo complejo de la
situación y le rogó que tomara los recaudos necesarios para que la información
llegara en forma urgente a sus destinatarios, a fin de evitar un acto de
barbarie que el “General” jamás habría permitido. Una vez que la joven se
marchó -no sin antes asegurarse de que efectivamente don Jacinto Luna, había
comprendido la gravedad del asunto y la necesidad de actuar de inmediato- este
escribió la carta, cuidando de cerrarla y lacrarla, de forma que la delicada
información, solo llegara a la persona a quien la misma iba dirigida.
Habían pasado cuatro días, desde que partieron
de la estancia, apenas si habían parado unas pocas horas cada día, (solo lo imprescindible
para descansar los caballos), aprovechando para alimentarse con las
vituallas que habían sido preparadas en la cocina de “La Querendona”.
Llegaron al establecimiento de los Bálsamo (muy cerca del vado
principal del Río Negro), al anochecer del cuarto día, de inmediato preguntaron
por el encargado y ante su comparecencia, se presentaron: venimos de parte de Luna, del
Santa Lucía.
Luna
–dijo Morales, como asintiendo y preguntando a la vez- desde tiempos del “General” que
no tengo noticias suyas; que los trae
por aquí, jóvenes? (al tiempo que hablaba “revisaba” indisimuladamente con sus ojos a los
parroquianos del negocio); les hizo una seña con la cabeza y lo siguieron hasta
la despensa, aquí podemos hablar
tranquilos, porque me imagino que es un asunto serio, no? Por toda respuesta le fue entregada la
carta lacrada, la que abrió y leyó a la escasa luz del único farol de la
trastienda. Con signos de preocupación, agradeció la entrega de la misiva
mientras la doblaba cuidadosamente. Esa noche, los invitó a descansar en “las
casas”, durante el tiempo que fuera necesario antes de partir de regreso al
Santa Lucia, eso sí, con la encomienda darle un gran abrazo de su parte, al
compadre Luna.
A pesar de haber salido antes del amanecer, Morales llegó ya con el
sol alto, muy cerca del mediodía; la toldería era un pleno ajetreo de chinas,
humo y vasijas; un poco más lejos, un montón de gurises corrían atrás de unos
terneros.
A pesar del tiempo que no se veían, tanto el cacique Venado como
Morales se reconocieron enseguida, el nativo lo recibió con la confianza que el
antiguo Sargento de Pelotón, se había ganado en más un “entrevero”, donde los
había convocado el llamado del “General”.
La conversación fue breve, el asunto era muy grave y no se necesitó
mucho más; se armó rápidamente una partida de chasques que salieron al galope a
recorrer tolderías, el plan era reunirse lo antes posible en las cercanías del paraje
conocido como Piedra Sola, que era más o menos, el centro territorial de su
gente. Ahí, los estarían esperando además de los caciques, “los dos enviados”, con
quienes se reunirían y tratarían los detalles del asunto para trazar el plan a
seguir.
Mientras marchaban rumbo al encuentro, el silencio de los hombres era
solo interrumpido por los golpes acompasados de los cascos de los caballos al
trote, fue Venado quien habló primero,..mucha bosta carajo (dijo con rabia), ya
uno andaba creyendo en “el hombre”; después de tanto ir y venir, parecía
haberse sincerado; “ja, así que nos invita con asado y caña, para conversar
como hermanos, y después nos quiere chuciar por la espalda”; ¡que falta hace la
presencia del General!, agregando casi con pena, y uno, ya tan viejo y cansado de
vivir escurriendo el bulto.
Morales lo escuchaba atento; a diferencia del cacique, él, nunca había
confiado en “el hombre”, ni siquiera después de ser Presidente; tomó su tiempo
mientras picaba tabaco con un pequeño puñal, mientras decía con tono casi
burlón...demasiado cerca de los brasileros, demasiado cerca de los poderosos,
“siempre con el agua por las verijas”. No como el “General”, que anduvo siempre
rodeado de gentes pobres como ustedes y nosotros, como en Arerunguá y en
Purificación...
Cuando llegaron a Piedra Sola, ya estaban casi todos los demás
caciques, contándose entre ellos: Javier, Tacuabé, Polidoro, Juan Pedro, Rondeau y Cabo Joaquín -entre
otros- además de “los dos enviados” -un
cacique Guaraní con ropa de criollo y un hombre blanco y ya maduro, con la piel
tostada a fuerza de puro sol (como los marinos) y con un extraño color rojizo
en el pelaje de su barba y cabeza-. Habían llegado caciques desde las zonas del
Dayman, de los campamentos del Queguay, de la hondonada de la Cuchilla de Haedo,
de Mataojo cerca del Arapey y del Cuñapirú, así como de otros parajes norteños entre los
que habitualmente se movían sus grupos; cruzaron algunos saludos sin mucho
entusiasmo, la oportunidad no era propicia para las lisonjas acostumbradas ni
las demostraciones de viejos camaradas, ni siquiera para las cuentas sin saldar
que entre ellos, algunos tenían...
“Los enviados” informaron rápidamente sobre la situación que los convocaba:
manos
amigas nos han puesto sobre aviso de los planes del Presidente, (todavía
tenemos gente leal entre algunos antiguos oficiales, civiles y hasta mujeres, que
tomaron conocimiento de la infamia que se pretende cometer y nos hicieron
llegar la información). Hermanos, “hablando en plata”, la invitación que les
hizo llegar hace unos días atrás, pa´ encontrarse como “hermanos orientales”,
en el potrero del arroyo Salsipuedes; con el cuento de que el ejército los
necesita para cuidar las fronteras del “nuevo Estado”; es una trampa sin
salida, y para peor, como todos bien sabemos “el General” está imposibilitado y
muy lejos, así que somos nosotros los que “tenemos que agarrar al toro por las
guampas”.
El 11 de abril,
acordado ya el plan, concurrieron as la reunión con “el hombre”; pero para la
sorpresa de éste, sólo se allegaron Venado, Tacuabé, Javier y Cabo Joaquín,
mientras que 1200 soldados aguardaban apostados y a la espera de la orden del
expeditivo y sangriento Bernabé Rivera.
El encuentro fue con mucha desconfianza por parte de los nativos, y
recelo por el lado del gobierno, al darse cuenta estos, de que al no participar
el grueso de los guerreros, el plan de agasajarlos con carne, caña y tabaco,
hasta emborracharlos y hacerlos presas fáciles no iba a funcionar.
Para empezar, Cabo Joaquín informó que habían acordado que los
caciques presentes, representaban al conjunto de los distintos grupos Charrúas,
y que con gusto esperaban escuchar las propuestas del gobierno. El “hombre” hubo
de recurrir a toda su “baquía” y conocimiento de las costumbres Charrúas, para
animarlos a comer y beber, al tiempo que los llamaba “hermanos naturales” y los
invitaba a ser parte del nuevo estado, donde aseguraba, había “espacio
y futuro para todos”.
Mientras los representantes de los grupos Charrúas participaban de la
reunión escuchando y esperando el momento indicado para entregar su propuesta;
desde las sombras del monte y colocados estratégicamente, “bomberos” a caballo,
vigilaban el desarrollo del encuentro e iban trasmitiendo de uno en uno, los
acontecimientos visibles, de modo de tener informado rápidamente al grueso de
los guerreros que quedaron apostados a un par de kilómetros rio arriba, con la
orden de iniciar una retirada ordenada, si era necesario, previendo ya la idea
de organizar las guerrillas, que comenzarían en primera instancia con el robo
de las caballadas del ejército, al tiempo que impedir el acceso al ganado
cimarrón, artes para las cuales eran muy hábiles y con lo cual, podrían retrasar
y detener al ejército en primera instancia, luego se vería el camino a seguir.
La idea de llenarles la panza de carne asada y sumergir en alcohol a
toda la indiada había fracasado, por inesperado, esto tomó desprevenido al
Presidente y también a sus jefes; la
idea de convertirlos en presa fácil luego que se durmieran entre gritos,
cantos, guitarreada y toda la parafernalia que se había montado para que una
vez indefensos se los matara como ha ganado, había naufragado. Por su parte el
Presidente, una vez que notó la reticencia de los caciques, repartio
invitaciones y lisonjas a diestra y siniestra, tratando de convencerlos de que
arrimaran a su gente, que todavía era temprano, que había mucha comida y
bebida, no hubo manera no los pudo convencer, y debio contentarse con la escasa
representación enviada.
Descolocado “el hombre” y sin un plan alternativo, pasó algo bien
distinto a lo que habían planificado; en determinado momento y una vez que el
presidente y su séquito ya no tenían más temas ni agasajos posibles que hacer a
los “bravos
guerreros que acompañaron las gestas patrias”; recién ahí, “como
reconociendo el momento indicado” fue que el Cacique Tacuabé tomó la palabra, para
presentar con extrema simpleza el asunto: Don Frutos -dijo, mientras lo
miraba serenamente- entonces cuál es la propuesta del gobierno?. La pregunta quedó sin respuesta,
o por lo menos sin una respuesta clara sobre el futuro de la población natural
de estas tierras.
Sin dejarlo reponer de la sorpresa y manteniendo la iniciativa, el
cacique Venado, paso a solicitar la entrega de tierras con total disposición
sobre las haciendas que las poblaran; ellos a su vez se comprometían a respetar
la paz, los bienes y las haciendas de estancieros y terratenientes fuera del
territorio adjudicado; agregando que el mismo deseaban que fuera una franja establecida
en la zona localizada entre los Ríos Queguay y Arapey desde sus nacientes en la
Cuchilla Negra, conformando un triángulo con el Rio Uruguay (de forma de
asegurarse siempre una salida, o una entrada, según se viera), hacia la otra
margen del río y sobre todo rumbo al Paraguay...
Era de descontar que Don Frutos no estaba preparado para semejante
propuesta, - la idea fue ir a Salsipuedes
a terminar con un problema, y para eso se había pensado en carne asada, mucha caña, balas, pólvora, y
sobre todo cuchillos bien afilados; pero jamás se había pensado en planes ni en
políticas hacia los naturales de estas tierras- No le quedó otra posibilidad
que echar mano a su reconocida habilidad de negociador, se comprometió a estudiar las propuestas con
los ministros de su gobierno y que prontamente los volvería convocar a través
de los chasques y partes del ejército, para darles respuesta a sus reclamos, no
sin antes, y de acuerdo a su costumbre, prometerles que les enviaría provisiones
de yerba, tabaco y caña en cantidad suficiente ¡¡pa´que no les falte, y
reciban un adelanto de la buena voluntad del gobierno sobre futuros acuerdos
entre compatriotas!!.
Mientras observaba la marcha de los 4 caciques,
-Bernabé no les despegó los ojos, “mirándolos como a presas que por muy poco se
escapan”, pronto a saltarles encima a la menor orden de su amo (pero no hubiera
sido una buena idea), matar a unos pocos caciques sería poner alerta a toda la
nación charrúa, máxime, cuando pertenecían a distintos grupos, y la matanza no
haría otra cosa que reforzar su unidad.
Ya de camino a Montevideo, el Presidente -siempre flanqueado por su
pariente y máximo hombre de confianza, Bernabé Rivera, y seguido de cerca por
su grupo de comandantes- Se lo vio callado y malhumorado; para peor al
promediar la mañana, un sargento de la retaguardia se acercó y pidió permiso
para hablar, concedido el mismo, informó con preocupación, que la tropa estaba
un tanto inquieta, porque se había corrido la voz de que habría refriega y
resulta que la orden fue de marchar de regreso, y temían los malones que suelen
utilizar como estrategia los “taimados infieles”. El caudillo ni lo miró, tenía
preocupaciones mucho mayores que atender; repasaba los hechos y pensaba en cómo
era posible que hubieran ocurrido los hechos de tal manera, ya llevaba en su
cabeza la necesidad de realizar un profundo “inventario” de los miembros de las
secretarias y personal de confianza, tenía la certeza de que solo la traición a
través de algún aviso pudo alertar a los infieles; tampoco ignoraba que todavía
existían algunos leales a quién, a su entender, ¡era en buena medida el
culpable de las “libertades que los Charrúas aun gozaban”!; obstaculizando la
modernización y la construcción de un nuevo orden económico, donde ellos con su
modo de vida salvaje, sin duda alguna ya no tenían cabida.
¡Puta madre!
–pensó en voz alta- y como si fuera poco, ya se imaginaba, teniendo que dar
explicaciones a burócratas y “demás
interesados”, ¡manga de inútiles con plata! (balbuceo como para sí mismo),
contrariado por sus compromiso con quienes lo sostenían políticamente,
a condición por supuesto, de ejecutar a como diera lugar, “la solución del
problema”. Porque “eso sí, de contentar con excusas, a los dueños de la tierra
ni hablar” lo veía más difícil, ¡que tener que degollar él mismo a toda la
indiada!
Kilómetros al noroeste, un cacique Guaraní, vestido con ropas de
criollo trota en su caballo junto a un hombre de tez curtida y pelambre rojiza;
atraviesan “el milenario camino de los indios”, que llega hasta casi al centro
de América del Sur, pasan muy cerca de la tapera en la que el “General” vivió
con Melchora Cuenca; pronto se separarán, van con la pobre alegría de haber
llegado a tiempo y con la triste certeza de un fin incierto; uno cruzará el rio
a reencontrarse con sus hermanos y seguir soñando con la gesta del federalismo;
el otro, navegará con su barcaza, último resquicio de la otrora flotilla
revolucionaria, rumbo al Paraguay, allí sabe que alguien lo aguarda con
desesperanzada ansiedad, con la ansiedad que todo padre protector tiene, por
conocer la suerte de sus hijos…
Francisco Castillo
Abril 2013.-
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El martes 16 de abril, el Taller de Pasiones Literarias (Narrativa) del CFH PERRAS NEGRAS, dedicó su encuentro a la lectura de las producciones de sus integrantes relativas al exterminio de la Nación Charrúa en Salsipuedes. Continuaremos publicando estas obras.
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