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1º de febrero de 1917- Barcelona, España. Escritor, economista, humanista, referente del Movimiento de los Indignados. |

-Un momento... ¿Qué es eso?
-¿Eso? Los Esposos. Un sarcófago etrusco.
-¿Sarcófago? ¿Una caja para muertos?
-Sí... Pero vámonos.
-¿Les enterraban ahí dentro? ¿En eso como un diván?
-Un triclinio. Los etruscos comían tendidos, como en Roma. Y
no les enterraban,
propiamente. Depositaban los sarcófagos en una cripta
cerrada, pintada por dentro como una casa.
-¿Como el panteón de los marqueses Malfarti, allá en
Roccasera?
-Lo mismo... Pero Andrea se lo explicará mejor. Yo no soy
arqueólogo.
-¿Tu mujer?... Bueno, le preguntaré.
El hijo mira a su padre con asombro. «¿Tanto interés tiene?»
Vuelve a consultar el reloj.
-Milán queda lejos, padre... Por favor.
El viejo se alza lentamente del banco, sin apartar los ojos
de la pareja.
-¡Les enterraban comiendo! -murmura admirado... Al fin, a
regañadientes, sigue a su hijo
(...)
-¿Enterraban a los dos juntos?
-¿A quiénes, padre?
-A la pareja. A los etruscos.
-No lo sé. Puede.
-¿Y cómo? ¡No iban a morirse al mismo tiempo!
-Tiene usted razón... Pues no lo sé... Apriete ahí, que sale
un encendedor.
(...)
-¿Por qué reían de esa manera tan..., bueno, así? ¡Y encima
de su tumba, además!
-¿Quiénes?
-¡Quiénes van a ser! ¡Los etruscos, hombre, los del
sepulcro! ¿En qué estabas pensando?
-¡Vaya por Dios, los etruscos!... ¿Cómo puedo saberlo?
Además, no reían.
-¡Oh, ya lo creo que reían! ¡Y de todo, se reían! ¿No lo
viste?... ¡De una manera...! Con los labios juntos, pero reían... ¡Y qué bocas!
Ella, sobre todo, como... -se interrumpe para callar un nombre (Salvinia)
impetuosamente recordado.
El hijo se irrita. «¡Qué manía! ¿Acaso la enfermedad está ya
afectándole al cerebro?»
-No reían, padre. Sólo una sonrisa. Una sonrisa de beatitud.
-¿Beatitud? ¿Qué es eso?
-Como los santos en las estampas, cuando contemplan a Dios.
El viejo suelta la carcajada.
-¿Santos? ¿Contemplando a Dios? ¿Ellos, los etruscos? ¡Ni
hablar!