domingo, 1 de febrero de 2015

“Hay dos tipos de economistas: los que trabajan para hacer más ricos a los ricos y los que trabajamos para hacer menos pobres a los pobres”- José Luis Sampedro


1º de febrero de 1917- Barcelona, España.
Escritor, economista, humanista,
referente del Movimiento de los Indignados.




-Un momento... ¿Qué es eso?
-¿Eso? Los Esposos. Un sarcófago etrusco.
-¿Sarcófago? ¿Una caja para muertos?
-Sí... Pero vámonos.
-¿Les enterraban ahí dentro? ¿En eso como un diván?
-Un triclinio. Los etruscos comían tendidos, como en Roma. Y no les enterraban,
propiamente. Depositaban los sarcófagos en una cripta cerrada, pintada por dentro como una casa.
-¿Como el panteón de los marqueses Malfarti, allá en Roccasera?
-Lo mismo... Pero Andrea se lo explicará mejor. Yo no soy arqueólogo.
-¿Tu mujer?... Bueno, le preguntaré.
El hijo mira a su padre con asombro. «¿Tanto interés tiene?» Vuelve a consultar el reloj.
-Milán queda lejos, padre... Por favor.
El viejo se alza lentamente del banco, sin apartar los ojos de la pareja.
-¡Les enterraban comiendo! -murmura admirado... Al fin, a regañadientes, sigue a su hijo

(...)

-¿Enterraban a los dos juntos?
-¿A quiénes, padre?
-A la pareja. A los etruscos.
-No lo sé. Puede.
-¿Y cómo? ¡No iban a morirse al mismo tiempo!
-Tiene usted razón... Pues no lo sé... Apriete ahí, que sale un encendedor.

(...)

-¿Por qué reían de esa manera tan..., bueno, así? ¡Y encima de su tumba, además!
-¿Quiénes?
-¡Quiénes van a ser! ¡Los etruscos, hombre, los del sepulcro! ¿En qué estabas pensando?
-¡Vaya por Dios, los etruscos!... ¿Cómo puedo saberlo? Además, no reían.
-¡Oh, ya lo creo que reían! ¡Y de todo, se reían! ¿No lo viste?... ¡De una manera...! Con los labios juntos, pero reían... ¡Y qué bocas! Ella, sobre todo, como... -se interrumpe para callar un nombre (Salvinia) impetuosamente recordado.
El hijo se irrita. «¡Qué manía! ¿Acaso la enfermedad está ya afectándole al cerebro?»
-No reían, padre. Sólo una sonrisa. Una sonrisa de beatitud.
-¿Beatitud? ¿Qué es eso?
-Como los santos en las estampas, cuando contemplan a Dios.
El viejo suelta la carcajada.

-¿Santos? ¿Contemplando a Dios? ¿Ellos, los etruscos? ¡Ni hablar!






















“Considero la pobreza como algo obsceno” - Norman Mailer


"el negro blanco"

I

Probablemente nunca seremos capaces de determinar el deterioro psíquico que los campos de concentración y la bomba atómica han ocasionado en el inconsciente de casi todos los que estamos vivos en estos años. Por primera vez en la historia de la civilización -tal vez por primera vez en toda nuestra historia-, nos hemos visto forzados a vivir bajo la inhibición de las más pequeñas facetas de nuestras personalidades y con la menor proyección de nuestras ideas, o verdaderamente, en un vaciamiento tal con respecto a nuestras ideas y personalidades que quizás acabe condenándonos a morir como una cifra en una vasta operación estadística en la cual todos nuestros dientes están contados, nuestro pelo a salvo, pero nuestra muerte es anónima, deshonrosa, irrelevante; ya no una muerte que podría esperarse con dignidad como posible consecuencia de las acciones que hemos cometido, sino una muerte deux ex maquina en una cámara de gas o en una ciudad radioactiva. Así, en el centro mismo de la civilización, la civilización fundada sobre la urgencia faustiana de dominar a la naturaleza al adueñarnos del tiempo y por ende, adueñarnos de los vínculos de causa y efecto, en el medio de una civilización económica fundada en la confianza de que el tiempo podría verdaderamente ser sometido a nuestra voluntad, nuestra psiquis fue a su vez sometida a la ansiedad intolerable que sostiene que si no hay razón para morir, tampoco la hay para vivir, y que el tiempo, privado de relaciones de causa y efecto, finalmente va a llegar a su fin.

La Segunda Guerra Mundial puso un espejo frente a la condición humana que cegó a todo aquel que se mirase en él. Por cada diez millones de bajas en los campos de concentración bajo la inexorable agonía y las contracciones de super estados basados en la siempre insoluble contradicción de la justicia, uno se vio obligado aún a ver que no importaba qué tan derruido y pervertido pudiera devenir, a imagen del hombre, la sociedad que éste había creado, que de manera alguna se asustaba de su creación, de su creación colectiva (al menos su creación colectiva pasada); y que en suma, si la sociedad era tan criminal, ¿quién podría ignorar entonces las cuestiones más ocultas de su naturaleza?

Es peor. Uno apenas puede mantener su valor en tanto individuo y hablar con voz propia; los años en los que uno podía aceptarse complacientemente como parte de una elite al ser radical se han ido para siempre. El hombre intuyó que cada vez que disentía, se le enviaría una notificación de que sería convocado en cualquier año de crisis. No te preguntes luego qué fueron los años de la conformidad y la depresión. El miedo fétido ha salido de cada poro de la vida norteamericana y sufrimos una crisis colectiva de valor. El único valor, con raras excepciones, que hemos atestiguado fue el valor aislado de la gente aislada.


II

Es en esta desolada escena que el fenómeno tuvo aparición: el existencialista norteamericano, el hipster, el hombre que sabe que si nuestra condición colectiva es vivir bajo el miedo de una muerte instantánea a causa de la guerra atómica, muerte relativamente rápida desde un Estado visto como univers concentrationnaire, o muerte lenta por la conformidad que sofoca todo instinto rebelde y creativo, si el destino del hombre del siglo XX es vivir con la muerte desde la adolescencia hasta la madurez, por qué entonces no iba a ser la única respuesta esperanzadora aceptar los términos de la muerte, vivir en su inminente peligro, divorciarse de la sociedad, existir sin raíces e iniciarse en el viaje no ordinario de los imperativas rebeliones del ser. En suma, tanto si la vida es criminal como si no lo es, la decisión es despertar al psicópata dentro de uno mismo, explorar ese dominio de la experiencia donde la seguridad es aburrimiento y consecuentemente, enfermedad, y al uno existir sólo en el presente, en ese enorme presente sin pasado ni futuro, recuerdos o planes, la vida es la de un hombre que debe seguir hasta ser abatido ("beat"), vida en la que apostar sus energías frente a las grandes y pequeñas crisis de valor y en la que las inesperadas situaciones que hostigan cada uno de sus días todo se reduce a estar en ello ("with it") o a verse condenado a no moverse ("to swing"). La esencia impermanente del Hip, su brillantez psicopática, se estremece con el conocimiento de que las nuevas victorias que incrementan su poder son consecuentemente nuevas formas de percepción; y así, las derrotas, las nuevas derrotas, atacan su cuerpo y aprisionan su energía hasta encarcelarlo en la atmósfera de los hábitos que no le son propios, en las derrotas ajenas, en el aburrimiento, la desesperación tranquila y la furia helada y muda de la autodestrucción. Uno ha de ser "Hip" o "Square" -alternativa que cada nueva generación que se adentra en la vida americana está empezando a sentir-, uno es rebelde o uno se conforma, uno es un fronterizo en el lado más salvaje de la noche norteamericana o es una celda cuadrada ("square"), atrapado en el tejido totalitario de la sociedad, condenado a la fuerza del conformismo que lo catapulte al éxito.

1957. Traducción : Martín Abadía 


De: DDOOSS.com

















31 de enero de 1923- Estados Unidos
Escritor. Innnovador del periodismo literario.
Activista político.