martes, 10 de febrero de 2015

"Ese gran escritor cristiano"- León Tólstoi y Fiodor Dostoievski

7 de febrero

Charles Dickens: Un niño solo que sólo quería escribir…


Primeros años

Charles John Huffam Dickens nació en Portsmouth (Inglaterra), en febrero de 1812, hijo de Elizabeth Barrow y John Dickens, un funcionario de la Pagaduría de la Armada en el arsenal del puerto de Portsmouth. Su padre, de carácter afable y generoso al extremo, arrastraría a la familia a enfrentar serias dificultades financieras. Él sería la fuente de inspiración en el futuro escritor Charles cuando crea el personaje de Mr. Micawber, de su novela "David Copperfield" (1850).

Pasó gran parte de su infancia en Londres y en Kent, lugares citados comúnmente en su posterior obra.

Pese a no haber recibido una educación formal hasta sus nueve años (él se describía a sí mismo como un "niño muy pequeño y no especialmente cuidado"), en esa época el pequeño Charles leía con avidez géneros tan diversos como las novelas picarescas en las obras de Tobías Smollet ("Las aventuras de Roderick Random", "Las aventuras de Peregrine Pickle") y Henry Fielding ("Tom Jones") y las novelas de aventuras: "Robinson Crusoe" de Daniel Defoe y "Don Quijote la Mancha", de Miguel de Cervantes Saavedra.

Cuando no asistía a la escuela de William Giles (un graduado de Oxford) jugaba juegos con sus hermanos, recitaba poesías, cantaba canciones y creaba producciones teatrales, que cimentarían en Dickens su amor por el teatro a lo largo de su vida.

Tiempos difíciles

En 1824 su padre fue encarcelado por deudas en la prisión de Marshalsea. Toda la familia fue con él, posibilidad establecida entonces por la ley que permitía a la familia del moroso compartir su celda. Todos fueron, a excepción del joven Charles. Con doce años, su madre lo envió a trabajar a una fábrica de betún para zapatos, la Warren's Shoe Blacking Factory. Su trabajo consistía en pegar etiquetas en cajas, en jornadas de hasta diez horas diarias. Todos los días iba caminando a trabajar y visitaba a su padre los domingos. Lo poco que ganaba (seis chelines semanales) lo utilizaba para pagar su propio hospedaje y ayudar a su familia.

El tiempo idílico de su infancia quedaba atrás. De repente, Charles conocía los rigores del trabajo infantil, destino común para muchos niños huérfanos o desamparados. Esta experiencia, que más tarde describiría en su novela "David Copperfield" (1850), le produjo una sensación de humillación y abandono que le acompañaría por el resto de su vida.

Estas tempranas y traumáticas vivencias serían el origen de los futuros personajes de sus novelas: Oliver Twist o David Copperfield. Dedicaría gran parte de su obra a denunciar las condiciones deplorables de trabajo de las clases proletarias.

Luego de algunos meses su padre fue liberado. La familia volvía al hogar. Pero la situación económica de los Dickens se hallaba lejos de mejorar. Y la madre de Charles tomó la decisión de no retirar a su hijo de la fábrica, que era propiedad de unos parientes suyos. Dickens nunca olvidaría esto, ya que lo consideraba un acto de traición. Su padre fue quien, de alguna manera, lo salvó de una vida de trabajo en la fábrica al inscribirlo como alumno en la Wellington House Academy en Londres desde 1824 a 1827 y ubicarlo así en el camino destinado a convertirse en escritor.

Fernando Del Río

De: http://aal.idoneos.com/revista/ano_12_nro._18









Existes en tanto alguien te piense...


Por eso, Irmgard Keun,
sigues estando entre nosotr@s...

                         6 de febrero de 1905- 1982, Alemania                                                
Una de sus tantas obras
condenadas a la hoguera
por el maligno poder nazi.



En recuerdo de una mujer muerta


Te voy a hablar de una escritora formidable: Irmgard Keun. Seguramente no la conoces. Yo tampoco tenía la menor noticia de su existencia hasta que hace poco cayó en mis manos un libro suyo, La chica de seda artificial, publicado en España por Minúscula (qué estupenda editorial) hará un par de años. Es evidente que aquí la obra pasó bastante inadvertida, aunque es una novela en muchos sentidos extraordinaria. En primer lugar, Irmgard la publicó en 1932, a la asombrosa edad de 22 años. La escueta información de la solapa dice que la escritora nació en Berlín en 1910 y murió en Colonia en 1982. Que fue una autora de éxito durante la república de Weimar y que luego, en 1933, sus libros fueron secuestrados por los nazis y Keun tuvo que exiliarse y más tarde pasar a la clandestinidad. La breve nota termina diciendo que, durante los años ochenta, los lectores alemanes redescubrieron sus obras. Cosa que no debió de servirle de mucho, porque para entonces ya estaba muerta. Escalofría ver resumida en siete líneas toda una vida probablemente tremenda.

El dolor de perderte
Si los nazis secuestraron "sus libros" en 1933 es que Irmgard ya había publicado varias obras a la tierna edad de 23 años. Y también para entonces ya había sido famosa. Nuestra sociedad, tan despepitada por la fama inmediata, debería aprender de estas lecciones históricas: ser famoso es bastante fácil, lo difícil es que esa fama perdure a través del tiempo. Pasan los años, pasan los siglos, pasan las épocas, y hasta aquellos individuos que se creyeron más grandes y gloriosos se borran para siempre de la memoria. El ruido de los antiguos imperios al derrumbarse no es más audible que el de la caída de una hoja en otoño.

Dice la escritora italiana Dacia Maraini que las mujeres han conquistado visibilidad literaria, que publican y venden igual que los hombres o más, pero que cuando las mujeres escritoras mueren, mueren para siempre, porque no son recogidas en las antologías ni las enciclopedias. Creo que las cosas están cambiando mucho últimamente (de ahí la recuperación de Keun por los lectores alemanes en los ochenta), pero es probable que el sexismo que denuncia Maraini contribuyera a que Irmgard fuera olvidada en vida tan rápidamente. Resulta inquietante que sucediera así, porque es una escritora maravillosa. La chica de seda artificial es un libro poderoso que retrata la paupérrima y humillada Alemania de los primeros años treinta. Todo ello a través de la narración de una joven alocada, conmovedora e inculta que intenta simplemente sobrevivir (y entre sus estrategias está la de que los hombres la inviten a comer): "Charlamos en un restaurante, y no me quedó más remedio que beber vino, aunque por el mismo precio hubiera preferido comer algo", cuenta la protagonista de Keun en su novela: "Pero así son ellos: sueltan encantados grandes sumas por la bebida, pero les parece que te aprovechas si tienen que pagar una módica suma por comer, porque la comida es necesaria y la bebida superflua y en consecuencia más elegante".

Qué talento el de Irmgard: su estilo es económico, preciso, exacto, contundente como un puñetazo en la barbilla. Y luego hablan de la originalidad de Hemingway (un autor a mi modo de ver sobrevalorado). Déjenme copiar otro breve fragmento de este libro. La protagonista no tiene a donde ir, y un taxista le permite dormir dentro del coche ("sin pedirme nada a cambio") mientras no venga ningún cliente. La chica dormita unas pocas horas y despierta al amanecer:

"-Gracias -dije al taxista y le tendí la mano sudada por el calor.

-Buenos días -dijo sin cogerla.

Me fui. Él estaba completamente encerrado en sí  mismo y el agradecimiento ya no le hacía mella. Entonces supe que es una cuestión de suerte coincidir con una persona en los tres minutos diarios en que es buena."

¿Fue buena persona Irmgard Keun, más allá de esos tres minutos diarios? A juzgar por su novela, fue una mujer que ya a los 22 años conocía asombrosamente bien el corazón humano. Fue una gran escritora, fue famosa, fue olvidada, vivió, gozó, sufrió y murió. ¿Cómo puede alguien ser tan ignorante o tan pretencioso como para aspirar a la posteridad? Todo pasa, todo se olvida y se acaba, tanto lo bueno como lo malo. Lo cual, en alguna medida, es un alivio.

Rosa Montero

De: http://elpais.com