miércoles, 5 de julio de 2017

Desde el París del siglo XIX, les presento a George Sand: “Es estúpida y engreída. Sus ideas morales tienen la misma profundidad de juicio y delicadeza que las de las limpiadoras y las mantenidas… El hecho de que haya hombres que se enamoren de esta zorra es prueba de cuán bajo han caído los hombres de esta generación”. Soy Charles Baudelaire; muchos han opinado que yo tenía una mentalidad avanzada…


“Deschartres, muy afectuoso conmigo y muy preocupado por mi salud, no pensaba en otra cosa cuando escuchaba volar cerca a la codorniz. Yo me dejaba llevar también un poco de ese entretenimiento salvaje de acechar y coger un ave. También mi papel de «llamador», consistente en estar acostada en los trigos inundados de rocío del amanecer, me volvió a traer los dolores agudos en todos mis miembros que ya había sentido en el convento.

Deschartres, vio un día que yo no podía montar en mi caballo y que hacía falta llevarme en brazos. Los primeros pasos de mi cabalgadura me arrancaban gritos; sólo después de vigorosos tiempos de galopes con los primeros ardores del sol era cuando me sentía curada. Él se asombró un poco y constató al fin que yo tenía reumatismo. Esto fue para él una razón de más para prescribirme los ejercicios violentos y el vestido masculino que me permitirían mejorar.

Mi abuela al verme vestida de hombre lloró. –Te pareces demasiado a tu padre –me dijo–. Vístete así para correr, pero vuelve a vestirte como una mujer al regreso, para que yo no me equivoque, ya que eso me hace un mal espantoso y hay momentos en los que embrollo tanto el pasado con el presente, que no sé ni la época en que vivo.

Mi manera de ser se exteriorizaba tan naturalmente en la posición excepcional en la que yo me encontraba, que hasta me parecía lógico vivir de una manera distinta a la de las otras jóvenes. Me juzgaron muy extraña y, sin embargo, yo lo era infinitamente menos de lo que podría haberlo sido si hubiese tenido el gusto de la afectación y de la singularidad. Abandonada a mí misma en todo, no encontrando más control en la casa de mi abuela, olvidada por mi madre, empujada a la independencia absoluta por Deschartres, no sintiendo en mí ningún pesar del alma o de los sentidos, y pensando siempre, a pesar de la modificación que se había hecho en mis ideas religiosas, en retirarme a un convento con o sin votos monásticos, lo que llamaban a mi alrededor «la opinión», no tenía para mí ningún sentido, ningún valor y no me parecía de ninguna utilidad”...

Fragmento de: Historia de mi vida
George Sand


Pehuén Editores, 2001