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26 de noviembre de 1909 - Rumania |
En 1952, Eugène Ionesco estrena
su obra Las Sillas, en París. El padre del teatro del absurdo recibe un feroz
varapalo por parte de la crítica parisina. Ionesco viaja entonces a Londres
para un nuevo debut. Los críticos también tildan el estreno como fracaso
estrepitoso.
Sin embargo, Ionesco persevera y
tres años después rescata el montaje teatral, de nuevo, en París. En esta
ocasión, los mismos críticos que vilipendiaron Las Sillas casi la consideran
una obra maestra, tras “el éxito brutal” que tuvo en la capital francesa, según
explica el actor argentino Rodolfo Cortizo, quien lleva años interpretando
dicha función.
Metáfora de la incomunicación, la
tragedia de Ionesco se adelantó al éxito del denominado teatro de vanguardia y
fue representada por primera vez un año antes que la vanagloriada Esperando a
Godot, de Samuel Beckett.
La historia de Las sillas, texto
favorito de Ionesco, comienza una noche cuando un viejo y su esposa invitan a
cenar a varios personajes insignes, pero imaginarios.
Los espectadores tienen que
acostumbrarse así al diálogo irreal entre la pareja de ancianos con unas sillas
vacías.Entra luego en escena el Orador (también imaginario), un extraño
personaje que tiene la misión de comunicar, en nombre del viejo, un importante
mensaje a la Humanidad.
La función culmina de manera
trágica (y absurda) con la defenestración de ambos ancianos y el descubrimiento
de que el Orador es sordomudo.
“Es una de las obras menos
representadas de Ionesco, por la dificultad para los actores, que tienen que
trabajar con 30 o 40 personajes inexistentes, a los que el público tiene que
visualizar en las sillas vacías”, dice Cortizo.
Las Sillas, por tanto, es “la peor obra” de Ionesco, según la crítica
de su tiempo; aunque, claro, rectificar es de sabios.
Fragmento de "Las Sillas":
EL VIEJO. — Seamos modestos...contentémonos con poco...
LA VIEJA. — Quizás has destrozado tu vocación.
EL VIEJO (llora de pronto). — ¿La he destrozado? ¿La he
roto?
|Ah! , ¿dónde estás mamá, mamá, dónde estás?... Ji, ji, ji
¡Soy huérfano! (Gime) Un huérfano...un huérfano...
LA VIEJA— Yo estoy contigo. ¿Qué temes?
EL VIEJO. — No, Semíramis, querida. Tú no eres mi mamá...Soy
huérfano, huérfano. ¿Quién va a defenderme?
LA VIEJA. — ¡Pero yo estoy aquí, querido!
EL, VIEJO. — No es lo mismo...Yo quiero mi mamá, y tú no
eres mi mamá.
LA VIEJA (acariciándole). — Me destrozas el corazón. No
llores, querido.
EL VIEJO. — ¡Ji, ji! ¡Déjame, jji, ji! Me siento todo roto,
me duele, mi vocación me duele, porque se ha roto.
LA VIEJA. — Cálmate. EL VIEJO (solloza con la boca muy
abierta, como un bebé) — ¡Soy un huérfano... un huérfano...!
LA VIEJA (procura consolarlo, lo acaricia). — Mi huerfanito
querido, me partes el corazón, huerfanito mío.
(Mece al VIEJO, que se ha puesto de rodillas).
EL. VIEJO (solloza). — ¡Ji, ji, jii! ¡Mi mamá! ¿Donde está
mi
mamá? Ya no tengo mamá.
LA VIEJA. — Yo soy tu mujer y ahora soy tu mamá.
EL VIEJO (cediendo un poco). — No es cierto; soy huérfano.
¡Ji, Ji!
LA VIEJA (que sigue meciéndolo). — ¡Querido mío, mi
huérfano, mi huerfanito, mi huerfanón!
EL VIEJO (todavía enfurruñado se deja hacer cada vez más). —
No, no quiero...no...quiero.
LA VIEJA (canturreando). — Huérfano-lí, huérfano-lá,
huérfano-lán, huérfano-lon.
EL VIEJO. — NO...O...O. NO...O...O.
LA VIEJA (lo mismo). — Li Ion lalá, li Ion la laira,
huérfano-li, huérfano-lá, huérfano-lilalá.
El. VIEJO. — ¡Ji, ji, ji, ji! (Se sorbe los mocos y se calma
un poco.) ¿Dónde está mi mamá?
LA VIEJA. — En el cielo florido...Te espera, te mira entre
las flores. No llores, porque la harás llorar.
EL VIEJO. — No es cierto..., no me ve..., no me oye. Soy
huérfano, en la vida, tú no eres mi mamá.
LA VIEJA (EL VIEJO está casi tranquilo). — Vamos, cálmate,
no te pongas en ese estado... Posees enormes cualidades, mi mariscalito...
Sécate las lágrimas. Los invitados vendrán esta noche y no deben verte así...
No estás destrozado, no estás perdido. Les dirás todo, les explicarás; tienes
un mensaje...Dices siempre que se lo dirás...Tienes que vivir, tienes que
luchar por tu mensaje.
EL VIEJO. — Tengo un mensaje, es verdad, y lucho.
"Tengo una misión, tengo algo en el vientre, un mensaje que comunicar a la
humanidad, a la humanidad...
LA VIEJA. — A la humanidad, querido, tu mensaje
EL VIEJO. — Es cierto, cierto.
LA VIEJA (le limpia los mocos al VIEJO y le enjuga las lágrimas).
— ¡Ajá! Eres un hombre, un soldado, un mariscal-conserje.
EL VIEJO (ha dejado las rodillas de LA VIEJA, y se pasea a
pasitos, agitado). — Yo no soy como los otros, tengo un ideal en la vida. Quizá
tenga talento, como tú dices; tengo talento, pero no facilidad. He desempeñado
bien mi puesto de conserje, he estado siempre a la altura de la situación,
honorablemente, y eso podría ser suficiente...
LA VIEJA.— No para ti. Tú no eres como los otros, eres mucho
más grande, y, no obstante, habrías hecho mucho mejor si te hubieras puesto de
acuerdo, como todos, con todos Has discutido con todos tus amigos, con todos
los directores, con todos los mariscales, con tu hermano.
EL VIEJO. — No es culpa mía, Semíramis. Sabes muy bien que
dijo.
LA VIEJA. — ¿Qué dijo?
EL VIEJO. — Dijo: "Amigos míos, tengo una pulga. Os
visito con la esperanza de dejar la pulga en vuestra casa”.
LA VIEJA. — Son cosas que se dicen, querido. No debías haber
hecho caso. ¿Pero por qué te enojaste con Carel? ¿Fue también por culpa de él?
EL VIEJO. — Me vas a enojar, me vas a enojar, querida. Por
supuesto, él tuvo la culpa. Vino una noche y dijo: "Les deseo buena
suerte. Debería decirles la palabra que trae la buena suerte, pero no la digo,
la pienso". Y se rió como un becerro.
LA VIEJA. — Lo dijo con buena intención, querido. En la vida
hay que ser menos delicado.
EL VIEJO. — No me gustan esas bromas.
LA VIEJA. — Habrías podido ser marino jefe, ebanista jefe,
rey de orquesta jefe.
(Largo silencio. Permanecen un tiempo inmóviles, muy rígidos
en sus sillas).
EL VIEJO (como en sueños). — Era en el extremo del extremo
del jardín... Allí estaba... allí estaba... ¿Qué era lo que estaba, querida?
LA VIEJA — ¡La ciudad de París!
EL VIEJO. — En el extremo, en el extremo del extremo de
París había... ¿Qué era lo que había?
LA VIEJA. — ¿Qué era lo que había, querido, qué era lo que
había?
EL VIEJO. — Había un lugar, un tiempo exquisito...
LA VIEJA. — ¿Tú crees que era un tiempo tan bueno?
EL VIEJO. — No recuerdo el lugar...
LA VIEJA. — No te canses la cabeza.
EL VIEJO. — Está demasiado lejos. Ya no puedo...
alcanzarlo... ¿Dónde estaba?
LA VIEJA. — ¿Pero qué?
EL VIEJO. — Lo que yo...lo que yo... ¿Dónde estaba? ¿Y qué
era?
LA VIEJA. — Donde quiera que sea, yo te seguiré a todas
partes; te seguiré, querido.
EL VIEJO. — ¡Me cuesta tanto expresarme! Tengo que decirlo
todo.
LA VIEJA. — Es un deber sagrado. No tienes derecho a callar
tu mensaje. Tienes que revelárselo a los hombres, lo esperan. El universo sólo
te espera a ti.
EL VIEJO. — Sí, sí lo diré.
LA VIEJA — ¿Estás completamente decidido? Es necesario.
EL VIEJO. — Bebe tu té.
LA VIEJA. — Habrías podido ser un orador jefe si hubieses
tenido más voluntad en la vida...Me siento orgullosa, me siento orgullosa de
que por fin te hayas decidido a hablar a todos los países, a Europa y a todos
los continentes.
EL VIEJO — ¡Ay, me cuesta tanto expresarme! No tengo
facilidad.
LA VIEJA. — La facilidad viene comenzando, como la vida y la
muerte. Basta con decidirse. Hablando es como se encuentran las ideas, las
palabras, y luego a nosotros mismos, en nuestras propias palabras. Y también se
encuentra la ciudad, el jardín; tal vez se encuentra todo, y ya no se es
huérfano.
EL VIEJO. — No seré yo quien hablará. He contratado a un
orador profesional, y él hablará en mi nombre. Verás.
LA VIEJA. — Entonces, ¿será verdaderamente esta noche? ¿Al
menos ha convocado a todos, a todos los personajes, a todos los propietarios y
todos los sabios?
EL VIEJO: — Sí, a todos los propietarios y todos los sabios.
(Silencio)
LA VIEJA. — ¿A los guardianes, los obispos, los químicos,
los caldereros, los violinistas, los delegados, los presidentes, los policías,
los comerciantes, los edificios, las lapiceras, los cromosomas?
EL VIEJO. — Sí, sí, y a los carteros, los posaderos, los
artistas, a todos los que son un poco sabios, un poco propietarios.
LA VIEJA. — ¿Ya los banqueros?
EL VIEJO. — Los he convocado.
LA VIEJA. — ¿Ya los proletarios, los funcionarios, los
militares, los revolucionarios, los reaccionarios, los alienistas y los
alienados?
EL VIEJO. — Sí, sí, a todos, a todos, pues todos somos
sabios o proletarios.
LA VIEJA. — No te pongas nervioso, querido. No quiero
molestarte. Eres muy negligente, como todos los grandes genios. Esa reunión es
importante y es necesario que vengan todos esta noche. ¿Puedes contar con
ellos? ¿Lo han prometido?
EL VIEJO. — Bebe tu té, Semíramis.
(Silencio).
LA VIEJA. — ¿Y el Papa, las papas y los papeles?
EL VIEJO. — Los he convocado. (Silencio.) Voy a comunicarles
el mensaje... Durante toda mi vida he sentido que me ahogaba.
Ahora lo sabrán todo, gracias a ti y al orador. Sólo
vosotros me habéis comprendido.
LA VIEJA. — Me siento tan orgullosa de ti...
EL VIEJO. — La reunión se realizará dentro de unos
instantes.
LA VIEJA. — Entonces, ¿es cierto que van a venir esta noche?
No sentirás deseos de llorar, pues los sabios y los propietarios reemplazan a
los papas y las mamas. (Silencio.) ¿No se podría aplazar la reunión? ¿No nos va
a fatigar demasiado?
(Agitación más acentuada. Desde hace algunos instantes EL VIEJO da vueltas, a pasitos indecisos, de anciano o de
niño, alrededor de LA VIEJA. .Ha podido dar uno o dos pasos hacia una del las
puertas, y luego volver a girar en torno.)
EL VIEJO. — ¿Crees de veras que eso podría fatigarnos?
LA VIEJA. — Estás un poco resfriado.
EL VIEJO. — ¿Y cómo se podría anular la reunión?
LA VIEJA. — Invitémoslos para otra noche. Podrías
telefonear.
EL VIEJO. — ¡Dios mío, ya no puedo! Es demasiado tarde. ¡Ya
le habrán embarcado!
LA VIEJA. — Debías haber sido más prudente.
(Se oye el deslizamiento de una barca en el agua).
EL VIEJO. — Creo que vienen ya. (Se oye más fuertemente el
ruido que hace la barca al deslizarse en el agua). ¡Sí, vienen! (Se levanta
también y avanza rengueando).
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"Si es absolutamente necesario que el arte o el teatro
sirvan para algo, será para enseñar a la gente
que hay actividades que no sirven para nada
y que es indispensable que las haya".
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"Ninguna
sociedad ha sido capaz de suprimir la
tristeza humana, ningún sistema político puede librarnos del dolor de vivir, de
nuestro miedo a la muerte, la sed de lo absoluto. Es la condición humana que
dirige la condición social, no al revés". |