miércoles, 27 de noviembre de 2013

"El que por su gusto es buey hasta la coyunda lame"

Desde mi juventud, atravesada por el hilván rústico, sangrante, miserable, de la Dictadura Cívico-Militar, muchas veces vienen a buscarme las líneas de una canción que no sólo se escuchaba en mi casa; en “la ciudad de todos los vientos” era casi un rito imprevisto oír en cualquier parte “El orejano”, interpretado por los Olimareños. En sintonía con el romanticismo de la edad, a mí me encantaba aquel verso arrogante, motivador, que decía: “Porque no me han visto lamber la coyunda”...

Pero los uruguayos somos tan mansos, tan mansos, que a veces nos parecemos a los bueyes. No en vano el refrán “El que por su gusto es buey hasta la coyunda lame”.

Por eso hoy el adjetivo “manso” me parece una piecita de museo. Hoy es posible afirmar que somos indiferentes.
Lo fuimos ya cuando autotitulándonos aún “orientales” no adoptamos ninguna medida colectiva para que NUESTRO PADRE ARTIGAS retornara de Paraguay. Nos quedamos quietitos, esperando que las Autoridades gestionaran...

Vista aérea de la congregación del Pueblo Uruguayo
el 27 de noviembre de 1983
en torno al Obelisco
reclamando la salida de la Dictadura.

Lo somos. A pesar del “RÍO DE LIBERTAD” que conmemoramos hoy con una altísima dosis de nostalgia, discursos, placas recordatorias, seminarios, en fin, con todo un bagaje de recursos absolutamente inoperantes ya.

A 30 años de aquella demostración singular y semejante a la del Éxodo, nos importan más los plasmas, los autitos chinos, las promociones de los shoppings, las vacaciones en Punta del Diablo, algún carguito de secretario de un secretario, etc., etc., que el imprescindible saneamiento de las estructuras sustentadoras de una real democracia (y no esa parodia a la que, paradójicamente, se nos obliga en el cuartito secreto.)

Sí, el Río de Libertad se convirtió en un mito, igualito que Maracaná. Porque sólo a un puñado de indoblegables les sigue royendo los sesos la impunidad de la que continúan gozando torturadores y cómplices; sólo “los radicales” se atreven a impugnar decisiones arbitrarias de Supremos Jueces; a nadie le importa que el núcleo duro de la pobreza no haya podido ser ni siquiera ablandado, ni que se haya extendido el turismo sexual con niñas/os como víctimas, ni que los ancianos perciban jubilaciones de seis mil pesos... Y a qué continuar la enumeración si todos/as sabemos que el río se angostó y se convirtió en desalineados charquitos.

El sistema excluye cada día más; ésta es la Democracia postmodernista que experimentamos: puro envase. Una vez más traicionamos los sagrados postulados; una vez más mostramos y demostramos que nos encanta bajar por el tobogán de la mediocridad; en definitiva, nos gusta ser bueyes, indolentes bueyes. Y los bueyes, señoras y señores, son animales castrados, y desde tiempos inmemoriales, destinados al sacrificio.

Aquel 27 fuimos pájaros, "pájaros pintados". Vos elegís.






“Yo soy como ese hombre que cada día, al levantarse, dice: Dios mío, haz que crea en Ti” - Eugène Ionesco

26 de noviembre de 1909 - Rumania

En 1952, Eugène Ionesco estrena su obra Las Sillas, en París. El padre del teatro del absurdo recibe un feroz varapalo por parte de la crítica parisina. Ionesco viaja entonces a Londres para un nuevo debut. Los críticos también tildan el estreno como fracaso estrepitoso.

Sin embargo, Ionesco persevera y tres años después rescata el montaje teatral, de nuevo, en París. En esta ocasión, los mismos críticos que vilipendiaron Las Sillas casi la consideran una obra maestra, tras “el éxito brutal” que tuvo en la capital francesa, según explica el actor argentino Rodolfo Cortizo, quien lleva años interpretando dicha función.

Metáfora de la incomunicación, la tragedia de Ionesco se adelantó al éxito del denominado teatro de vanguardia y fue representada por primera vez un año antes que la vanagloriada Esperando a Godot, de Samuel Beckett.

La historia de Las sillas, texto favorito de Ionesco, comienza una noche cuando un viejo y su esposa invitan a cenar a varios personajes insignes, pero imaginarios.

Los espectadores tienen que acostumbrarse así al diálogo irreal entre la pareja de ancianos con unas sillas vacías.Entra luego en escena el Orador (también imaginario), un extraño personaje que tiene la misión de comunicar, en nombre del viejo, un importante mensaje a la Humanidad.
La función culmina de manera trágica (y absurda) con la defenestración de ambos ancianos y el descubrimiento de que el Orador es sordomudo.

“Es una de las obras menos representadas de Ionesco, por la dificultad para los actores, que tienen que trabajar con 30 o 40 personajes inexistentes, a los que el público tiene que visualizar en las sillas vacías”, dice Cortizo.
Las Sillas, por tanto, es  “la peor obra” de Ionesco, según la crítica de su tiempo; aunque, claro, rectificar es de sabios.




Fragmento de "Las Sillas":

EL VIEJO. — Seamos modestos...contentémonos con poco...
LA VIEJA. — Quizás has destrozado tu vocación.
EL VIEJO (llora de pronto). — ¿La he destrozado? ¿La he roto?
|Ah! , ¿dónde estás mamá, mamá, dónde estás?... Ji, ji, ji ¡Soy huérfano! (Gime) Un huérfano...un huérfano...
LA VIEJA— Yo estoy contigo. ¿Qué temes?
EL VIEJO. — No, Semíramis, querida. Tú no eres mi mamá...Soy huérfano, huérfano. ¿Quién va a defenderme?
LA VIEJA. — ¡Pero yo estoy aquí, querido!
EL, VIEJO. — No es lo mismo...Yo quiero mi mamá, y tú no eres mi mamá.
LA VIEJA (acariciándole). — Me destrozas el corazón. No llores, querido.
EL VIEJO. — ¡Ji, ji! ¡Déjame, jji, ji! Me siento todo roto, me duele, mi vocación me duele, porque se ha roto.
LA VIEJA. — Cálmate. EL VIEJO (solloza con la boca muy abierta, como un bebé) — ¡Soy un huérfano... un huérfano...!
LA VIEJA (procura consolarlo, lo acaricia). — Mi huerfanito querido, me partes el corazón, huerfanito mío.
(Mece al VIEJO, que se ha puesto de rodillas).
EL. VIEJO (solloza). — ¡Ji, ji, jii! ¡Mi mamá! ¿Donde está mi
mamá? Ya no tengo mamá.
LA VIEJA. — Yo soy tu mujer y ahora soy tu mamá.
EL VIEJO (cediendo un poco). — No es cierto; soy huérfano. ¡Ji, Ji!
LA VIEJA (que sigue meciéndolo). — ¡Querido mío, mi huérfano, mi huerfanito, mi huerfanón!
EL VIEJO (todavía enfurruñado se deja hacer cada vez más). — No, no quiero...no...quiero.
LA VIEJA (canturreando). — Huérfano-lí, huérfano-lá, huérfano-lán, huérfano-lon.
EL VIEJO. — NO...O...O. NO...O...O.
LA VIEJA (lo mismo). — Li Ion lalá, li Ion la laira, huérfano-li, huérfano-lá, huérfano-lilalá.
El. VIEJO. — ¡Ji, ji, ji, ji! (Se sorbe los mocos y se calma un poco.) ¿Dónde está mi mamá?
LA VIEJA. — En el cielo florido...Te espera, te mira entre las flores. No llores, porque la harás llorar.
EL VIEJO. — No es cierto..., no me ve..., no me oye. Soy huérfano, en la vida, tú no eres mi mamá.

LA VIEJA (EL VIEJO está casi tranquilo). — Vamos, cálmate, no te pongas en ese estado... Posees enormes cualidades, mi mariscalito... Sécate las lágrimas. Los invitados vendrán esta noche y no deben verte así... No estás destrozado, no estás perdido. Les dirás todo, les explicarás; tienes un mensaje...Dices siempre que se lo dirás...Tienes que vivir, tienes que luchar por tu mensaje.
EL VIEJO. — Tengo un mensaje, es verdad, y lucho. "Tengo una misión, tengo algo en el vientre, un mensaje que comunicar a la humanidad, a la humanidad...
LA VIEJA. — A la humanidad, querido, tu mensaje
EL VIEJO. — Es cierto, cierto.
LA VIEJA (le limpia los mocos al VIEJO y le enjuga las lágrimas). — ¡Ajá! Eres un hombre, un soldado, un mariscal-conserje.
EL VIEJO (ha dejado las rodillas de LA VIEJA, y se pasea a pasitos, agitado). — Yo no soy como los otros, tengo un ideal en la vida. Quizá tenga talento, como tú dices; tengo talento, pero no facilidad. He desempeñado bien mi puesto de conserje, he estado siempre a la altura de la situación, honorablemente, y eso podría ser suficiente...
LA VIEJA.— No para ti. Tú no eres como los otros, eres mucho más grande, y, no obstante, habrías hecho mucho mejor si te hubieras puesto de acuerdo, como todos, con todos Has discutido con todos tus amigos, con todos los directores, con todos los mariscales, con tu hermano.

EL VIEJO. — No es culpa mía, Semíramis. Sabes muy bien que dijo.
LA VIEJA. — ¿Qué dijo?
EL VIEJO. — Dijo: "Amigos míos, tengo una pulga. Os visito con la esperanza de dejar la pulga en vuestra casa”.
LA VIEJA. — Son cosas que se dicen, querido. No debías haber hecho caso. ¿Pero por qué te enojaste con Carel? ¿Fue también por culpa de él?
EL VIEJO. — Me vas a enojar, me vas a enojar, querida. Por supuesto, él tuvo la culpa. Vino una noche y dijo: "Les deseo buena suerte. Debería decirles la palabra que trae la buena suerte, pero no la digo, la pienso". Y se rió como un becerro.
LA VIEJA. — Lo dijo con buena intención, querido. En la vida hay que ser menos delicado.
EL VIEJO. — No me gustan esas bromas.
LA VIEJA. — Habrías podido ser marino jefe, ebanista jefe, rey de orquesta jefe.
(Largo silencio. Permanecen un tiempo inmóviles, muy rígidos en sus sillas).
EL VIEJO (como en sueños). — Era en el extremo del extremo del jardín... Allí estaba... allí estaba... ¿Qué era lo que estaba, querida?
LA VIEJA — ¡La ciudad de París!
EL VIEJO. — En el extremo, en el extremo del extremo de París había... ¿Qué era lo que había?
LA VIEJA. — ¿Qué era lo que había, querido, qué era lo que había?
EL VIEJO. — Había un lugar, un tiempo exquisito...
LA VIEJA. — ¿Tú crees que era un tiempo tan bueno?
EL VIEJO. — No recuerdo el lugar...
LA VIEJA. — No te canses la cabeza.
EL VIEJO. — Está demasiado lejos. Ya no puedo... alcanzarlo... ¿Dónde estaba?
LA VIEJA. — ¿Pero qué?
EL VIEJO. — Lo que yo...lo que yo... ¿Dónde estaba? ¿Y qué era?
LA VIEJA. — Donde quiera que sea, yo te seguiré a todas partes; te seguiré, querido.
EL VIEJO. — ¡Me cuesta tanto expresarme! Tengo que decirlo todo.
LA VIEJA. — Es un deber sagrado. No tienes derecho a callar tu mensaje. Tienes que revelárselo a los hombres, lo esperan. El universo sólo te espera a ti.
EL VIEJO. — Sí, sí lo diré.
LA VIEJA — ¿Estás completamente decidido? Es necesario.
EL VIEJO. — Bebe tu té.
LA VIEJA. — Habrías podido ser un orador jefe si hubieses tenido más voluntad en la vida...Me siento orgullosa, me siento orgullosa de que por fin te hayas decidido a hablar a todos los países, a Europa y a todos los continentes.
EL VIEJO — ¡Ay, me cuesta tanto expresarme! No tengo facilidad.
LA VIEJA. — La facilidad viene comenzando, como la vida y la muerte. Basta con decidirse. Hablando es como se encuentran las ideas, las palabras, y luego a nosotros mismos, en nuestras propias palabras. Y también se encuentra la ciudad, el jardín; tal vez se encuentra todo, y ya no se es huérfano.
EL VIEJO. — No seré yo quien hablará. He contratado a un orador profesional, y él hablará en mi nombre. Verás.
LA VIEJA. — Entonces, ¿será verdaderamente esta noche? ¿Al menos ha convocado a todos, a todos los personajes, a todos los propietarios y todos los sabios?
EL VIEJO: — Sí, a todos los propietarios y todos los sabios.

(Silencio)

LA VIEJA. — ¿A los guardianes, los obispos, los químicos, los caldereros, los violinistas, los delegados, los presidentes, los policías, los comerciantes, los edificios, las lapiceras, los cromosomas?
EL VIEJO. — Sí, sí, y a los carteros, los posaderos, los artistas, a todos los que son un poco sabios, un poco propietarios.
LA VIEJA. — ¿Ya los banqueros?
EL VIEJO. — Los he convocado.
LA VIEJA. — ¿Ya los proletarios, los funcionarios, los militares, los revolucionarios, los reaccionarios, los alienistas y los alienados?
EL VIEJO. — Sí, sí, a todos, a todos, pues todos somos sabios o proletarios.
LA VIEJA. — No te pongas nervioso, querido. No quiero molestarte. Eres muy negligente, como todos los grandes genios. Esa reunión es importante y es necesario que vengan todos esta noche. ¿Puedes contar con ellos? ¿Lo han prometido?

EL VIEJO. — Bebe tu té, Semíramis.
(Silencio).
LA VIEJA. — ¿Y el Papa, las papas y los papeles?
EL VIEJO. — Los he convocado. (Silencio.) Voy a comunicarles el mensaje... Durante toda mi vida he sentido que me ahogaba.
Ahora lo sabrán todo, gracias a ti y al orador. Sólo vosotros me habéis comprendido.
LA VIEJA. — Me siento tan orgullosa de ti...
EL VIEJO. — La reunión se realizará dentro de unos instantes.
LA VIEJA. — Entonces, ¿es cierto que van a venir esta noche? No sentirás deseos de llorar, pues los sabios y los propietarios reemplazan a los papas y las mamas. (Silencio.) ¿No se podría aplazar la reunión? ¿No nos va a fatigar demasiado?

(Agitación más acentuada. Desde hace algunos instantes EL VIEJO da vueltas, a pasitos indecisos, de anciano o de niño, alrededor de LA VIEJA. .Ha podido dar uno o dos pasos hacia una del las puertas, y luego volver a girar en torno.)
EL VIEJO. — ¿Crees de veras que eso podría fatigarnos?
LA VIEJA. — Estás un poco resfriado.
EL VIEJO. — ¿Y cómo se podría anular la reunión?
LA VIEJA. — Invitémoslos para otra noche. Podrías telefonear.
EL VIEJO. — ¡Dios mío, ya no puedo! Es demasiado tarde. ¡Ya le habrán embarcado!
LA VIEJA. — Debías haber sido más prudente.
(Se oye el deslizamiento de una barca en el agua).
EL VIEJO. — Creo que vienen ya. (Se oye más fuertemente el ruido que hace la barca al deslizarse en el agua). ¡Sí, vienen! (Se levanta también y avanza rengueando).





"Si es absolutamente necesario que el arte o el teatro 
sirvan para algo, será para enseñar a la gente 
que hay actividades que no sirven para nada 
y que es indispensable que las haya".


"Ninguna sociedad ha sido capaz
de suprimir  
la tristeza humana,
ningún sistema político puede librarnos del dolor de vivir,
de nuestro miedo a la muerte, la sed de lo absoluto.
Es la condición humana que dirige la condición social,
no al revés".