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3 de febrero de 1947- Estados Unidos Escritor y director de cine. |
NOTAS DE UN LIBRO DE COMPOSICIÓN (1967)
I
El mundo está en mi cabeza. Mi cuerpo está en el mundo.
II
El mundo es mi idea. Soy el mundo. El mundo es tu idea. Eres
el mundo. Mi mundo y tu mundo no son lo mismo.
III
No hay ningún mundo excepto el mundo humano. (Por humano me
refiero a todo lo que puede ser visto, sentido, oído, pensado e imaginado.)
IV
El mundo no tiene existencia objetiva. Existe en la medida
en que somos capaces de percibirlo. Y nuestras percepciones son limitadas
necesariamente. Lo que significa que el mundo tiene un límite, que se detiene
en alguna parte. Pero donde se detiene para mí no es necesariamente donde se
detiene para ti.
V
Ninguna teoría del arte (si es posible) puede ser separada
de una teoría de la percepción humana.
VI
Pero no sólo nuestras percepciones son limitadas, el
lenguaje (nuestro medio para expresar esas percepciones) es limitado también.
VII
El lenguaje no es experiencia. Es el medio para organizar la
experiencia.
VIII
¿Qué es, entonces, la experiencia del lenguaje? Nos da el
mundo y lo arrebata de nosotros. En un mismo aliento.
IX
La caída del hombre no es una cuestión de pecado, de
transgresión, ni de infamia moral. Es una cuestión del lenguaje conquistando la
experiencia: la caída del mundo en el mundo, la experiencia descendiendo del
ojo a la boca. Una distancia de aproximadamente tres pulgadas.
X
El ojo ve el mundo en flujo. El mundo es una tentativa de
detener el flujo, de estabilizarlo. Y sin embargo persistimos en tratar de
traducir la experiencia en lenguaje. De ahí la poesía, de ahí las expresiones
de la vida cotidiana. Esto es la fe que previene la desesperación universal —y
también la produce.
XI
El arte es el espejo del ingenio del hombre (Marlowe). El
reflejo exacto es acertado —y quebradizo—. Destrozar el espejo y volver a
arreglar los pedazos. El resultado será todavía un reflejo de algo. Cualquier
combinación es posible, cualquier número de pedazos puede quedar fuera. El
único requisito es que por lo menos un fragmento permanezca. En Hamlet,
sostener el espejo hacia la naturaleza equivale a lo mismo que la formulación
de Marlowe —una vez que los argumentos previos han sido entendidos—. Porque
todas las cosas en la naturaleza son humanas, aun cuando la naturaleza misma no
lo sea. (Nosotros no podríamos existir si el mundo no fuese nuestra idea.) Es
decir, sin importar las circunstancias (antiguo o moderno, Clásico o
Romántico), el arte es un producto de la mente humana. (El humano imitó.)
XII
La fe en la palabra es lo que llamo Clásico. La duda en la
palabra es lo que llamo Romántico. El Clasicista cree en el futuro. El
Romántico sabe que será decepcionado, que sus deseos nunca serán cumplidos.
Pues cree que el mundo es inefable, fuera del alcance de las palabras.
XIII
Sentirse alienado del lenguaje es perder tu propio cuerpo.
Cuando las palabras te fallan, te disuelves en una imagen de la nada.
Desapareces. ~
Traducción de Alejandro García Abreu
De: http://www.enriquevilamatas.com
Hay una característica que sus
críticos subrayan como meramente definitoria y que es, a mi juicio, el punto
débil de casi toda su obra y un vicio que se está demostrando contagioso: el
abuso del azar. No hay nada más tramposo que hilvanar las historias con la
casualidad. Esta concatenación de hechos azarosos supone romper ese contrato
implícito con el lector y una dejación de la más mínima decencia narrativa.
Él mismo se defiende de esta
acusación en Dossier de Paul Auster contraponiendo casualidad a linealidad y
advirtiéndonos lo que todos ya sabíamos: que la vida está llena de momentos
aleatorios que marcan el rumbo de nuestras vidas. Pero su excusa se aprovecha
de la ambigüedad de los términos. Todos entendemos que las historias, como la
vida, están llenas de contingencias y que el hecho de que un personaje muera
atropellado o se salve de un accidente por un retraso circunstancial es
perfectamente razonable. Lo que no es admisible es que la narración avance y se
resuelva por hechos fortuitos que alteren de una manera burda los elementos
fundamentales de la misma. Si, además, el autor convierte la historia en una
hipérbole del “efecto mariposa” por el cual todo está relacionado, lo que
obtenemos es un texto en el que no es preciso adentrarse en los complejísimos
efectos causales, que son sustituidos por los casuales.
Casi todas sus obras son ejemplos
de estas carencias, desde El Palacio de la Luna, de hace más de veinte años,
donde una casualidad lleva al huérfano Marco Stanley a descubrir que el viejo
que contrata es en realidad su abuelo, a la manera en la que se unen las piezas
en la reciente Sunset Park.
Extracto de: El síndrome Paul Auster por Malcolm Otero
Barral
En: LetrasLibres.com