José Lorenzo Cabrera, reconocido
retratista y de quien se ha dicho fue uno de los que más contribuyó al adelanto
fotográfico en La Habana, retrató a José Martí en el Presidio.
Este retrato de José Martí cuando
tenía 17 años, fue hecho el 5 de abril de 1870 en el Presidio Departamental de
La Habana, mirando a la cámara, rapado, vistiendo el uniforme de preso con
sombrero negro, encadenado, mostrando la atrocidad de las cárceles coloniales.
El «fotógrafo del presidio» José
Lorenzo Cabrera lo retrató en una de las celdas del penal convertida en galería
para fotografiar y anotó el número 113 para ponerlo al pie de la foto. Era el
número que le habían asignado a Martí en su expediente carcelario y en él
constaba que había sido condenado por un Consejo de Guerra a seis años de
trabajos forzados en el Presidio Departamental por escribir una carta a un
condiscípulo censurando su actitud apostata al ingresar en el ejército español.
En la misma causa, y por haberla firmado junto con Martí, fue sentenciado a
seis meses de arresto mayor en la fortaleza de La Cabaña su amigo Fermín Valdés
Domínguez.
De: El retrato de José Martí en el presidio - Jorge Oller Oller
El Presidio Político en Cuba
VIII
Si los dolores verdaderamente
agudos pueden ser templados por algún goce, sólo puede templarlos el goce de
acallar el grito de dolor de los demás. Y si algo los exacerba y los hace
terribles es seguramente la convicción de nuestra impotencia para calmar los
dolores ajenos.
Esta angustia que no todos
comprenden, con la que tanto sufre quien la llega a comprender, llenó muchas
veces mi alma, la llenaba perennemente en aquel intervalo sombrío de la vida
que se llama presidio de Cuba.
Yo suelo olvidar mi mal cuando
curo el mal de los demás. Yo suelo no acordarme de mi daño más que cuando los
demás pueden sufrirlo por mí. Y cuando yo sufro y no mitiga mi dolor el placer
de mitigar el sufrimiento ajeno, me parece que en mundos anteriores he cometido
una gran falta que en mi peregrinación desconocida por el espacio me ha tocado
venir a purgar aquí. Y sufro más, pensando que, así como es honda mi pena, será
amargo y desgarrador el remordimiento de los que la causan a alguien.
Aflige verdaderamente pensar en
los tormentos que roen las almas malas. Da profunda tristeza su ceguedad. Pero
nunca es tanta como la ira que despierta la iniquidad en el crimen, la iniquidad sistemática, fría, meditada, tan constantemente ejecutada como
rápidamente concebida.
Castillo, Lino, Figueredo,
Delgado, Juan de Dios Socarrás, Ramón Rodríguez Alvarez, el negrito Tomás y
tantos otros, son lágrimas negras que se han filtrado en mi corazón.
¡Pobre negro Juan de Dios! Reía
cuando le pusieron la cadena. Reía cuando le pusieron a la bomba. Reía cuando
marchaba a las canteras. Solamente no reía cuando el palo rasgaba aquellas
espaldas en que la luz del sol había dibujado más de un siglo. El idiotismo
había sucedido en él a la razón; su inteligencia se había convertido en
instinto; el sentimiento vivía únicamente entero en él. Sus ojos conservaban la
fiel imagen de las tierras y las cosas; pero su memoria unía sin concierto los
últimos con los primeros años de su vida. En las largas y extrañas relaciones
que me hacía y que tanto me gustaba escuchar, resaltaba siempre su respeto
ilimitado al señor y la confianza y gratitud de los amos por su cariño y
lealtad. En el espacio de una vara señalaba perfectamente con el dedo los
límites de las más importantes haciendas de Puerto Príncipe; pero en diez palabras
confundía al biznieto con el bisabuelo, y a los padres con los hijos, y a las
familias de más remoto y separado origen.
Aquello que más le hería, que más
dolor le causaba, hallaba en él por respuesta esa risa bondadosa, franca,
llena, peculiar del negro de nación. Los golpes sólo despertaban la antigua
vida en él. Cuando vibraba el palo en sus carnes, la eterna sonrisa desaparecía
de sus labios, el rayo de la ira africana brillaba rápida y fieramente en sus
ojos apagados, y su mano ancha y nerviosa comprimía con agitación febril el
instrumento del trabajo.
El Gobierno español ha condenado
en Cuba a un idiota.
El Gobierno español ha condenado
en Cuba a un hombre negro de más de cien años. Lo ha condenado a presidio. Lo
ha azotado en presidio. Lo ve impávido trabajar en presidio.
El Gobierno español. O la
integridad nacional, y esto es más exacto; que aunque tanto se empeñan en
fundir en una estas dos existencias, España tiene todavía para mí la honra de
tenerlos separados.
Canten también, aplaudan también
los sancionadores entusiastas de la conducta del Gobierno en Cuba.
José Martí
De: damisela.com