“Indudablemente, cada generación se cree
destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrías hacerlo,
pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga.
Heredera de una historia corrompida en la que se mezclan revoluciones
fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías
extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden destruirlo todo, no saben
convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio
y de la opresión, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor,
restaurar, partiendo de sus amargas inquietudes, un poco de lo que constituye
la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en
el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el
imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra
el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la
servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura y reconstruir con
todos los hombres una nueva Arca de la alianza. No es seguro que esta
generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por
doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor
de la verdad y de la libertad y que, llegado al momento, sabe morir sin odio
por ella.
Es esta generación la que debe ser saludada y
alentada donde quiera que se halla y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella,
seguro de vuestra segura aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que
acabáis de hacerme.
Al mismo tiempo, después de expresar la
nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero
lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros de lucha,
vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra
sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y la
belleza; consagrado, en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que
intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la
historia.
¿Quién, después de esos, podrá esperar que el
presente soluciones ya hechas y bellas lecciones de moral? La verdad es
misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es
peligrosa, tan dura de vivir como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos
fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros
desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en
conciencia, proclamarse predicador de virtud? En cuanto a mí, necesito decir
una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la
dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia
explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente me ha ayudado a
comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de
todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les
toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad y
esperanza de volverlos a vivir.
Reducido así a lo que realmente
soy, a mis verdaderos límites, a mis deudas y también a mi fe difícil, me
siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la
distinción que acabáis de hacerme. Más libre también para deciros que quisiera
recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando en el mismo
combate, no han recibido privilegio alguno y, en cambio, han conocido
desgracias y persecuciones. Sólo me resta daros las gracias, desde el fondo de
mi corazón, y haceros públicamente, en prenda de personal gratitud, la misma y
vieja promesa de felicidad que cada verdadero artista se hace a sí mismo,
silenciosamente, todos los días. (*)
(*) Fuente: Albert Camus,
"La misión del escritor", antología de Visionarios Implacables ,
Buenos Aires, Mutantia, pp.20-23.
FRAGMENTO del Discurso
pronunciado por Camus cuando se le entregó el Premio Nóbel de Literatura en
Estocolmo, en 1958.
De: http://www.ddooss.org