lunes, 12 de diciembre de 2016

“A veces pienso que todo este mundo es un gran patio de prisión, / algunos somos prisioneros, algunos somos guardias”- Bob Dylan

11 de diciembre de 1918 – Moscú

¿Entenderá, alguna vez, aquel que está sentado en un lugar caliente al que se hiela de frío?
El frío atenazaba. Una cáustica niebla envolvía a Sujov y le obligaba a toser. Veintisiete grados de frío afuera; dentro de Sujov treinta y siete grados de calor. ¿Ahora, quién, a quién?
Sujov trotó hacia la barraca. Las callejuelas del campo aparecían desiertas, el campo entero parecía muerto. Era uno de aquellos pocos momentos en los que a uno le es indiferente sentirse engañado, sentirse ya desligado de todo o el que hoy no hubiera que marchar. Los centinelas estaban sentados en las calientes casetas, las cabezas soñolientas apoyadas en los fusiles. Para ellos tampoco iba a ser un caramelo, con este frío, el caminar a tientas en sus atalayas. En el cuerpo principal de guardia, los vigilantes echaban carbón en la estufa. Los vigilantes, en su alojamiento, fuman los últimos cigarrillos hechos a mano antes del último control, mientras los penados, con todos los miserables harapos pegados al cuerpo, ceñidos por toda clase imaginable de correas, embozados desde la barbilla hasta los ojos en trapos contra el frío, siguen tumbados sobre la manta de sus catres, con las botas de fieltro puestas, con los ojos cerrados, como petrificados. Hasta que el brigadier exclame: «¡Arriba!»

Alexandr Solzchenitzyn
De: UN DIA EN LA VIDA DE IVAN DENISOVICH



No lograba conciliar el sueño. Le molestaba el tumor. ¡Qué vida tan dichosa y útil estaba a punto de truncarse! Sentía compasión de sí mismo y faltaba muy poco para que le brotaran las lágrimas. Y, ese poco, Yefrem no perdió la ocasión de proporcionárselo. Ni siquiera en la oscuridad podía estarse callado y le relataba a su vecino Ajmadzhán un cuento absurdo: 
—¿Para qué desea vivir el hombre cien años? Maldita la falta que le hace. Verás, cierta vez ocurrió que Alá se puso a distribuir la vida. A los animales les concedió cincuenta años; tenían bastante. El hombre llegó el último y a Alá sólo le quedaban veinticinco años. 
—¿O sea, una cuarta parte? —preguntó Ajmadzhán. —Eso es. El hombre se sintió ofendido; le parecía poco. Alá insistió en que bastaba. Pero el hombre volvió a decirle que era insuficiente, y Alá repuso: «Pues, entonces, vete por tu cuenta a preguntar quién tiene vida de sobra y si te la quiere ceder». Fue el hombre, y se tropezó con el caballo. «Escucha», le dijo, «tengo poca vida. Cédeme parte de la tuya». Y el caballo le respondió: «Bien; toma veinticinco años». Siguió adelante el hombre hasta dar con un perro. «Escucha, perro: dame parte de tu vida». «Toma veinticinco años». Continuó adelante y se encontró con un mono, del que también obtuvo otros veinticinco años. Regresó a donde estaba Alá, y este le dijo: «Como quieras; tú lo has dispuesto. Los primeros veinticinco años vivirás como un hombre. Los segundos veinticinco años trabajarás como un caballo. Los terceros veinticinco años ladrarás como un perro. Y todavía te quedan otros veinticinco, durante los cuales se mofarán de ti como si fueras un mono…».

Alexandr Solzchenitzyn

De: PABELLÓN DE CÁNCER