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28 de agosto de 1749 |
(...) Nunca abandona la
esperanza al hombre que piensa en miserias. Su mano escarba con avidez la
tierra para encontrar tesoros, y se da por muy contento con hallar un gusano.
¡Cómo es posible que semejante voz haya resonado en este sitio donde me rodeaba
una legión de espíritus! Pero no importa, te lo agradezco por esta vez, aunque
sea el más miserable de los hijos de la tierra, ya que me liberaste de la
desesperación que comenzaba a alterar mis sentimientos. ¡Ah! Era la aparición tan
enorme, que a su lado debí sentirme enano. ¡Yo, la imagen de Dios, que creía
haber alcanzado ya el espejo de la verdad infinita! ¡Yo, que privado de la
mortal cubierta, tomaba parte de su propia vida en todo el resplandor de la luz
celeste! ¡Yo, que superior a los querubes, cuya fuerza libre empezaba a
dispersarse por todas las arterias de la naturaleza, y que creando disfrutaba
de la dicha de un Dios, cuán caro pagaré ahora mi presuntuoso orgullo! Una sola
palabra ha sido suficiente para humillarme. Imposible me será igualarte; si he
tenido fuerza para atraerte, por otro lado me ha faltado la de conservarte. ¡En
aquel dichoso instante me sentía a la vez tan pequeño y tan grande! ¿Por qué
con tanta violencia me hundiste de nuevo en la incertidumbre de la humanidad?
¿Quién podrá instruirme ahora? ¿Cómo saber lo que debo evitar? ¿Debo ceder al
impulso que siento, cuando nuestras acciones, como nuestros sufrimientos,
acaban por parar el curso de la vida? La materia se opone sin ceder a todo
cuanto de más elevado concibe el espíritu; por poco que alcancemos la felicidad
de este mundo, calificamos de sueño y de quiimera todo lo que vale más y todos
los sentimientos sublimes que nos daban antes de la vida, mueren para siempre
ante los intereses mundanos. La imaginación pretende con audaz vuelo erigirse
en un principio hasta la eternidad, pero pronto le basta un limitado espacio
para dar cabida a sus esperanzas defraudadas. No tarda la ingratitud en
apoderarse entonces de nuestro corazón y en causarle ocultos dolores que
destruyen por completo el placer y la tranquilidad que antes en él reinaban.
Cada día se presenta el dolor bajo nueva forma: tan pronto en el hogar, como en
la corte, como una mujer, un niño, el fuego, el agua, el puñal o el veneno.
Tiemblan, ¡oh, hombres!, ante todo lo que no puede dañarles, y lloran sin cesar
como un bien perdido lo que conservan aún. Lejos de llevar mi loco orgullo al
punto de compararme con Dios, percibo que es cada vez mayor mi miseria; sólo me
parezco al vil gusano que se alimenta del polvo, en el que le aplasta y sepulta
la planta del que pasa. ¿No es también polvo todo lo que aquel alto muro me
enseña arriba colocado sobre numerosos estantes, y todas esas mil bagatelas que
me encadenan a este carcomido mundo en que existo? ¿Iré a recorrer esos
millares de libros para leer que en todas partes los hombres se han esforzado
para labrar su suerte, y que sólo en algunos puntos del globo habrá existido un
hombre dichoso? Y tú, cráneo vacío, que pareces burlarte de mí, ¿quieres, por
piedad, decirme con esto que el espíritu que antes vivía en ti se esmeró
también como el mío para buscar la luz, y que vagó siempre de manera miserable
entre tinieblas abrasado por la sed de verdad? También ustedes, instrumentos
míos, parecen reírse de mí con sus ruedas, dientes, cilindros y palancas; había
llegado hasta la puerta y debían ustedes servirme de llave. Misteriosa en pleno
día, no permite la naturaleza que nadie rasgue sus velos y todo cuanto quiera
ella ocultar al espíritu, no hay afán humano que pueda arrancarlo de su seno.
Antiguo ajuar del que no sé qué hacer, sólo estás aquí porque serviste en otro
tiempo a mi padre, y tú, vieja polea, estás también ennegrecida, como lo está
el pupitre debido al humo de mi lámpara. ¡Ah! Mejor hubiera sido disipar lo
poco que tenía y no sucumbir aquí bajo el peso de la necesidad. Procura, sin
embargo, adquirir lo que heredes de tu padre para poseerlo. Lo que no sirve es
siempre una carga pesada; sólo es útil lo que puede servir en un momento
específico. Pero, ¿por qué siempre he de fijar mi vista en ese sitio? ¿Qué
atracción tiene para sus ojos ese diminuto frasco? ¿Por qué a su sola vista he
de sentirme inundado de una luz benéfica, como la que derraman en el bosque
sombrío los plateados rayos de la luna? Con respeto me apodero de ti, frasco
querido, en el que honro al alma del hombre y su ciencia. Esencia de los jugos
que procuran con dulzura el sueño, contienes también todas las fuerzas sutiles
que pueden dar la muerte; sé propicia a quien te posee. A tu sola imagen mi
dolor se mitiga: te tomo y desciende mi angustia y se adormece poco a poco la
agitación del espíritu. Luego me siento arrastrado hacia el inmenso océano;
tranquilo el mar se extiende ante mis pies, como si fuese la luna de un espejo
y una fuerza superior me atrae hacia playas que no conozco. Veo de manera
súbita en el espacio un carro de fuego que se dirige hacia mí con veloces alas,
voy a subir para recorrer las esferas etéreas y abrirme un nuevo camino que ha
de conducirme a las regiones de la actividad pura. Pero, ¿cómo es posible que
piense merecer aquella vida sublime, aquellos transportes divinos, cuando no
soy más que un gusano? No importa, bastará para poder hacerlo volver con
decisión la espada al dulce sol de la tierra; coraje, pues, y derriba las
puertas por las que nadie pasa sin estremecerse. Ha llegado el momento de
probar con actos que la dignidad humana no cede ni aun ante la grandeza de los
mismos dioses. Deja de temblar ante ese abismo donde la imaginación se condena
a sus propios tormentos, y en el que el fuego del infierno parece obstruir la
entrada. Hora es ya de sondearle con faz serena, por más que debiera
precipitarme en la nada. ¡Copa de purísimo cristal, por tanto tiempo olvidada,
deja tu viejo estuche, tú que en otro tiempo brillabas en los festines de
nuestros padres y que, pasando de mano en mano, no parabas hasta desarrugar
todas las frentes; con qué entusiasmo te celebraban por tu riqueza y te
vaciaban de un solo trago! Nada hay que me recuerde las noches idas de mi
juventud! Ya no volveré a ofrecerte a ninguno de mis compañeros, ni avivaré mi
ingenio para alabar al artista que supo embellecerte. Contienes un licor que
produce una embriaguez súbita, que yo mismo he preparado y elegido; será mi
última bebida, que consagro como una libación solemne a la autora del nuevo día.
(...)
Fragmento de Fausto
Fragmento de Fausto
La violeta
En la pradera una violeta había
encorvada y perdida entre la yerba,
con todo y ser una gentil violeta.
Una linda pastora,
con leve paso y desenfado alegre,
llegó cruzando por el prado verde,
y este canto se escapa de su boca:
-¡Ay! Si yo fuera -la violeta dice-
la flor más bella de las flores todas...,
pero tan solo una violeta soy,
¡condenada a morir sobre el corpiño
de una muchacha loca!
¡Ah, mi reinado es breve en demasía;
tan solo un cuarto de hora!
En tanto que cantaba, la doncella,
sin fijarse en la pobre violetilla,
hollóla con sus pies hasta aplastarla.
Y al sucumbir, pensó la florecilla,
todavía con orgullo:
-Es ella, al menos,
quien la muerte me da con sus pies lindos,
no me ha sido del todo el sino adverso.
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Gráfica sobre la Teoría psicológica de los colores de W. Goethe |
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Goethe, un hombre completo: además de su claro interés por la ciencia (también se adelantó a Darwin al descubrir el hueso intermaxilar) fue un reconocido ajedrecista. |