jueves, 29 de agosto de 2013

"¿Hasta cuándo, ¡ay de mí!, tendré que consumirme en este calabozo? "- Johann Wolfgang von Goethe

28 de agosto de 1749
(...)  Nunca abandona la esperanza al hombre que piensa en miserias. Su mano escarba con avidez la tierra para encontrar tesoros, y se da por muy contento con hallar un gusano. ¡Cómo es posible que semejante voz haya resonado en este sitio donde me rodeaba una legión de espíritus! Pero no importa, te lo agradezco por esta vez, aunque sea el más miserable de los hijos de la tierra, ya que me liberaste de la desesperación que comenzaba a alterar mis sentimientos. ¡Ah! Era la aparición tan enorme, que a su lado debí sentirme enano. ¡Yo, la imagen de Dios, que creía haber alcanzado ya el espejo de la verdad infinita! ¡Yo, que privado de la mortal cubierta, tomaba parte de su propia vida en todo el resplandor de la luz celeste! ¡Yo, que superior a los querubes, cuya fuerza libre empezaba a dispersarse por todas las arterias de la naturaleza, y que creando disfrutaba de la dicha de un Dios, cuán caro pagaré ahora mi presuntuoso orgullo! Una sola palabra ha sido suficiente para humillarme. Imposible me será igualarte; si he tenido fuerza para atraerte, por otro lado me ha faltado la de conservarte. ¡En aquel dichoso instante me sentía a la vez tan pequeño y tan grande! ¿Por qué con tanta violencia me hundiste de nuevo en la incertidumbre de la humanidad? ¿Quién podrá instruirme ahora? ¿Cómo saber lo que debo evitar? ¿Debo ceder al impulso que siento, cuando nuestras acciones, como nuestros sufrimientos, acaban por parar el curso de la vida? La materia se opone sin ceder a todo cuanto de más elevado concibe el espíritu; por poco que alcancemos la felicidad de este mundo, calificamos de sueño y de quiimera todo lo que vale más y todos los sentimientos sublimes que nos daban antes de la vida, mueren para siempre ante los intereses mundanos. La imaginación pretende con audaz vuelo erigirse en un principio hasta la eternidad, pero pronto le basta un limitado espacio para dar cabida a sus esperanzas defraudadas. No tarda la ingratitud en apoderarse entonces de nuestro corazón y en causarle ocultos dolores que destruyen por completo el placer y la tranquilidad que antes en él reinaban. Cada día se presenta el dolor bajo nueva forma: tan pronto en el hogar, como en la corte, como una mujer, un niño, el fuego, el agua, el puñal o el veneno. Tiemblan, ¡oh, hombres!, ante todo lo que no puede dañarles, y lloran sin cesar como un bien perdido lo que conservan aún. Lejos de llevar mi loco orgullo al punto de compararme con Dios, percibo que es cada vez mayor mi miseria; sólo me parezco al vil gusano que se alimenta del polvo, en el que le aplasta y sepulta la planta del que pasa. ¿No es también polvo todo lo que aquel alto muro me enseña arriba colocado sobre numerosos estantes, y todas esas mil bagatelas que me encadenan a este carcomido mundo en que existo? ¿Iré a recorrer esos millares de libros para leer que en todas partes los hombres se han esforzado para labrar su suerte, y que sólo en algunos puntos del globo habrá existido un hombre dichoso? Y tú, cráneo vacío, que pareces burlarte de mí, ¿quieres, por piedad, decirme con esto que el espíritu que antes vivía en ti se esmeró también como el mío para buscar la luz, y que vagó siempre de manera miserable entre tinieblas abrasado por la sed de verdad? También ustedes, instrumentos míos, parecen reírse de mí con sus ruedas, dientes, cilindros y palancas; había llegado hasta la puerta y debían ustedes servirme de llave. Misteriosa en pleno día, no permite la naturaleza que nadie rasgue sus velos y todo cuanto quiera ella ocultar al espíritu, no hay afán humano que pueda arrancarlo de su seno. Antiguo ajuar del que no sé qué hacer, sólo estás aquí porque serviste en otro tiempo a mi padre, y tú, vieja polea, estás también ennegrecida, como lo está el pupitre debido al humo de mi lámpara. ¡Ah! Mejor hubiera sido disipar lo poco que tenía y no sucumbir aquí bajo el peso de la necesidad. Procura, sin embargo, adquirir lo que heredes de tu padre para poseerlo. Lo que no sirve es siempre una carga pesada; sólo es útil lo que puede servir en un momento específico. Pero, ¿por qué siempre he de fijar mi vista en ese sitio? ¿Qué atracción tiene para sus ojos ese diminuto frasco? ¿Por qué a su sola vista he de sentirme inundado de una luz benéfica, como la que derraman en el bosque sombrío los plateados rayos de la luna? Con respeto me apodero de ti, frasco querido, en el que honro al alma del hombre y su ciencia. Esencia de los jugos que procuran con dulzura el sueño, contienes también todas las fuerzas sutiles que pueden dar la muerte; sé propicia a quien te posee. A tu sola imagen mi dolor se mitiga: te tomo y desciende mi angustia y se adormece poco a poco la agitación del espíritu. Luego me siento arrastrado hacia el inmenso océano; tranquilo el mar se extiende ante mis pies, como si fuese la luna de un espejo y una fuerza superior me atrae hacia playas que no conozco. Veo de manera súbita en el espacio un carro de fuego que se dirige hacia mí con veloces alas, voy a subir para recorrer las esferas etéreas y abrirme un nuevo camino que ha de conducirme a las regiones de la actividad pura. Pero, ¿cómo es posible que piense merecer aquella vida sublime, aquellos transportes divinos, cuando no soy más que un gusano? No importa, bastará para poder hacerlo volver con decisión la espada al dulce sol de la tierra; coraje, pues, y derriba las puertas por las que nadie pasa sin estremecerse. Ha llegado el momento de probar con actos que la dignidad humana no cede ni aun ante la grandeza de los mismos dioses. Deja de temblar ante ese abismo donde la imaginación se condena a sus propios tormentos, y en el que el fuego del infierno parece obstruir la entrada. Hora es ya de sondearle con faz serena, por más que debiera precipitarme en la nada. ¡Copa de purísimo cristal, por tanto tiempo olvidada, deja tu viejo estuche, tú que en otro tiempo brillabas en los festines de nuestros padres y que, pasando de mano en mano, no parabas hasta desarrugar todas las frentes; con qué entusiasmo te celebraban por tu riqueza y te vaciaban de un solo trago! Nada hay que me recuerde las noches idas de mi juventud! Ya no volveré a ofrecerte a ninguno de mis compañeros, ni avivaré mi ingenio para alabar al artista que supo embellecerte. Contienes un licor que produce una embriaguez súbita, que yo mismo he preparado y elegido; será mi última bebida, que consagro como una libación solemne a la autora del nuevo día. (...) 

Fragmento de Fausto





















La violeta



En la pradera una violeta había
encorvada y perdida entre la yerba,
con todo y ser una gentil violeta.
Una linda pastora,
con leve paso y desenfado alegre,
llegó cruzando por el prado verde,
y este canto se escapa de su boca:

-¡Ay! Si yo fuera -la violeta dice-
la flor más bella de las flores todas...,
pero tan solo una violeta soy,
¡condenada a morir sobre el corpiño
de una muchacha loca!
¡Ah, mi reinado es breve en demasía;
tan solo un cuarto de hora!
En tanto que cantaba, la doncella,
sin fijarse en la pobre violetilla,
hollóla con sus pies hasta aplastarla.

Y al sucumbir, pensó la florecilla,
todavía con orgullo:
-Es ella, al menos,
quien la muerte me da con sus pies lindos,
no me ha sido del todo el sino adverso.








Gráfica sobre la Teoría psicológica de los colores
de W. Goethe


Goethe, un hombre completo:
además de su claro interés por la ciencia
(también se adelantó a Darwin al descubrir el hueso intermaxilar)
fue un reconocido ajedrecista.