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25 de enero de 1882- Reino Unido Escritora, crítica, editora. |
BOCETOS DEL PASADO - (Extractos)
El segundo sucede también en los
jardines de St. Ives. Estaba mirando el lecho de flores junto a la puerta
principal: "Esto es el todo", me dije. Estaba mirando una planta y,
de pronto, resultaba muy claro que la flor misma era parte de la tierra; que un
anillo abarcaba lo que era la flor; y que eso era la verdadera flor: parte
tierra, parte flor. Ese fue un pensamiento que guardé pensando que sería útil
posteriormente.
Cuando dije ante la flor
"Esto es el todo", sentí que había hecho un descubrimiento. Sentí que
algo había guardado en mi mente a lo que después podría regresar, explorar
luego, comprender. Ahora me resulta claro que esta era una esencial diferencia.
Era la diferencia, en primer lugar, entre la satisfacción y la desesperación. Creo
que esta diferencia surge del hecho de que yo era bastante incapaz de tolerar
el dolor de descubrir que la gente puede lastimarse entre sí; que un hombre, al
que yo había visto, se había matado. La sensación del horror me dejó
desprotegida. Pero en el caso de la flor hallé una razón, y por tanto me
hallaba en situación de tolerar la sensación que me había provocado. No estaba
indefensa. Estaba consciente -si bien a distancia- que con el tiempo me lo
explicaría. Ignoro si era mayor cuando vi la flor que cuando sufrí las otras
dos experiencias. Sé -eso sí- que muchos de estos momentos excepcionales
trajeron con ellos un horror muy peculiar y un colapso físico; ellos eran dominantes;
yo pasiva. Lo que sugiere que, en la medida en la que uno crece, la razón le
ofrece a uno mayor poder -para crear explicaciones y que estas explicaciones
suavizan la enorme fuerza del golpazo.
Creo que esto es cierto, pues
aunque aún tengo la peculiaridad de recibir estos choques súbitos, ahora
siempre son bienvenidos; después del primer impacto siento, al instante, que
son particularmente valiosos. De ahí paso a pensar que mi capacidad de asimilar
estos golpes es lo que me convierte en escritora. Aventuraría la explicación de
que en mi caso, un golpe de esa naturaleza siempre
se ve seguido de mi deseo de
explicarlo. Siento que he recibido un golpe; pero éste no es, como en mi infancia,
el golpe que me da un enemigo oculto tras
el no-ser de la vida cotidiana;
es, o no tardará en ser, cierto tipo de revelación; es el signo de una cosa real
oculta detrás de las apariencias; y yo lo hago real al ponerlo en palabras.
Sólo al ponerlo en palabras lo totalizo; esta totalidad significa que el golpe
ha perdido su poder para herirme; me produce, quizá porque al hacerlo le quito el
dolor, un gran placer unir las partes separadas. Este es, quizá, el más alto
placer que conozco. Es el arrebato que sufro cuando, al escribir, descubro qué pertenece
a qué; haciendo que una escena termine bien; retocando hasta el final a un
personaje.
A partir de esto llego a lo que
podría llamar una filosofía -o lo que, a fin de cuentas, es una idea que
constantemente tengo-: que detrás del algodón del no-ser se oculta cierto
patrón; que nosotros -me refiero a los seres humanos-estamos conectados con esto;
que el mundo entero es una obra de arte; que somos parte de una obra de arte. Hamlet
o un cuarteto de Beethoven es la verdad sobre esta vasta masa que llamamos el
mundo. Pero no hay Shakespeare, no hay Beethoven; cierta y enfáticamente no hay
Dios; somos las palabras; somos la música; somos las cosas mismas. Y esto lo
veo cada vez que sufro un nuevo
golpe.
• Fragmento de A Sketch al the
Post, un texto escrito por Virginia Woolf entre 1939 y 1940, cuando contaba con
cerca de sesenta años de edad, y que se conservó inédito hasta 1976. En esa
fecha, junto a otros textos de carácter autobiográfico, fue publicado por
Jeanne Schulkind, bajo el título Moments all Being por Redwood Duro Ud. de
Londres
De: Revista de UNAM