sábado, 31 de agosto de 2013

Bajo la Serpiente de los Huesos Blancos -15-


El señor de la loma


     Altanera. Con las puertas y ventanas desplegadas para que el sol y los vientos se acomodasen a sus anchas en cada recoveco, en cada milímetro de piedra y cal, se erguía la casa de la loma. Sus techos elevados echaban sombras ligeras en los aposentos. Desde las esquinas ventosas, la hojarasca se levantaba formando remolinos y después, traqueteaba enloquecida sobre las baldosas quebradas. No había nadie más. Sólo el señor de la loma tendido en su cama de barrotes de palo santo. Callado, ausente descansaba... Y el susurro de las palabras antiguas se detenía detrás de los armarios, como jugando a las escondidas con el transcurso del tiempo... Las ratas cruzaban la alcoba de rincón a rincón. El silencio entonces, era un queso rancio, ¡duro de roer! Nada más que algún postigo insolente golpeteaba en su quicio de vez en cuando. Aquel parecía ser el único ruido en la casa alta. Pero a ningún vecino del bajo asombraba esa apatía, porque el inquilino era hombre discreto, de poca resonancia. Sin alboroto se instaló en la casa. Había arrendado y pagado por dos años enteros y allí habitaba desde la primavera pasada. Un día a la semana hacía las compras en el almacén del pueblo. No sabía una jota de español y con señas se las arreglaba. Rubicundo, desgarbado, interminablemente largo, venía y se iba despacito, arrastrando sus botas pesadas de viejo montaraz. No tenía amigos, ni visitas, ni perro [10] que ladre en su nombre. De modo que, dentro de la casa, su vida discurría en la más completa soledad... Mientras por fuera, el bullicio de los trinos ensordecía al vecindario. Los niños tumbaban con sus hondas la infinitud de pájaros moradores de la loma. Rodaban a millares las aves cuesta abajo y el olor de la muerte bullía en las cunetas. Por eso, la pestilencia no llamaba la atención. Era costumbre de los caminantes, taparse las narices al paso vicioso del aire en los contornos. Y en la prisa por eludir la tufarada, apenas de refilón avistaban los muros encalados de la casa alta. En ese mismo tranco se sucedieron los meses... Los soles del tórrido verano calcitrante. El otoño, en plan conciliatorio de armonías... Y llegó el invierno gris de escarchas y tormentas en la loma. La casa altiva, grande, blanca, profundamente quieta, se ofrecía traspasada de abandono. Invadieron en tropel su intimidad de nido. Desde lejos, un aroma de capullos en flor les dio la pista, y siguieron la estela provocativa, intensa... Pasaron por la sala. Allí encontraron el plano destapado y una partitura de Schubert en su atril. Siguieron adelante. En el comedor, encima de la mesa, verdeaban en un plato blanco restos de salsa enmohecida. El vino seco se endurecía en la copa retinta. La frutera de porcelana se había partido en mil pedazos sobre el mantel saturado de inmundicias. Y de entre los despojos, algunas ratas panzonas se dieron a la fuga precipitadamente. El asco no los detuvo y continuaron la marcha... Buscando recuperar el rastro del perfume sugestivo, la muchedumbre se puso a escudriñar detrás de las telarañas. Deshojados en el piso del escritorio, vieron los cuadernos ilegibles, de letras borrosas por culpa de la lluvia que se coló en abril. Y apoyadas en el buró de las patas francesas, se olvidaban las Rimas de Bécquer cubiertas de polvo... Ya de vuelta al corredor sin fondo, se toparon con las escaleras. Ascendió la comparsa sigilosamente. Uno a uno los peldaños fueron dejados atrás. Por fin, de pie en las alturas de la casa de la loma, descubrieron que el jazminero fragante se metió en la alcoba. El lecho florecido en los barrotes les entregó la ofrenda que guardaba para ellos: Tendido cuan largo era, dormía su sueño eterno, descarnado, solitario, el esqueleto del inquilino.

Yula Riquelme de Molinas

Nació en Asunción. Diplomada en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Asunción.

Integrante del Taller Cuento Breve que dirige el profesor Hugo Rodríguez-Alcalá, hasta la fecha ha publicado los siguientes títulos: “LOS MORADORES DEL VÓRTICE” (poemas; 1976), “PUERTA” (novela; 1994), “BAZAR DE CUENTOS” (1995) y “LOS GORRIONES DE LA SIESTA” (novela; 1996), su libro más reciente.-

Algunos premios nacionales: 1er. Premio V Centenario. Feria Internacional del Libro, 1991 (cuento). 1er. Premio "Club Centenario", 1991 (cuento). 1er. Premio Poemas del océano, 1994 (poesía). 2do. Premio Municipal de Literatura por el libro BAZAR DE CUENTOS, -1997. Mención Especial "Gran Premio Oscar Trinidad", por VALORES CREATIVOS EN LA CONSTANTE PRODUCCIÓN DE TEXTOS LITERARIOS, 1998.

Algunos premios internacionales: "Premio Borges" 90, Buenos Aires, Argentina (cuento). "Alfonsina Storni", Buenos Aires, Argentina, 1990 (poesía). "Punto de Encuentro", Montevideo, Uruguay, 1991 (poesía). "Premio de Narrativa", Municipalidad de Vicente López, Argentina, 1995 (cuento). "Tercer Concurso de Cuentos Escritos por Mujeres de Habla Hispana" (FEMNYP), Santiago de Chile, 1997.

Es miembro fundador de la Sociedad de Escritores del Paraguay; miembro fundador de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA); miembro de la Sociedad de Amigos de la Academia Paraguaya de la Lengua Española.



Para seguir ahondando en los aspectos que guardan relación con la actividad creativa, hemos hablado con una de las integrantes del Taller Cuento Breve: Yula Riquelme de Molinas.


–¿Se puede decir que tu trabajo literario experimentó una suerte de transición desde la poesía a la narrativa?

–Hace 18 años que publiqué mi primer libro: “Los moradores del vortice”, que en realidad forma parte de una serie de trabajos poéticos que venía realizando desde bastante tiempo atrás. Hace cinco años ingresé al Taller Cuento Breve, que dirige el crítico Hugo Rodríguez Alcalá. Dicha experiencia ha sido enriquecedora para mi visión literaria porque de la mano del maestro he aprendido a valorar la labor creativa. Pienso que se trata de una evolución natural que se da en muchos escritores que sienten la escritura no como una fiebre experimental que a veces se disuelve, es decir, se abandona. En mi caso, hasta ahora sigo escribiendo con verdadera dación, eso demuestra el salto de la poesía a mi primera novela: “Puerta”, que significa algo diferente y más placentera porque juego directamente con la ficción. En este momento “transitivo” estoy elaborando una colección de cuentos donde voy descubriendo mi verdadera forma expresiva.

–¿Se puede pensar que el taller tiene alguna modalidad de trabajo para encarar el hecho literario?

–No es que exista una modalidad definida. En el Taller Cuento Breve tratamos de desmenuzar el trabajo para entender hacia dónde apunta la creación de cada una. Hay compañeras que tienen gran capacidad de síntesis para escribir, eso a mí me cuesta. No obstante, debo recordar que hemos leído con detenimiento crítico obras de primera calidad literaria, eso nos ayuda para la apreciación estético-valorativa de las obras que van apareciendo. Más que modalidad, la disciplina constituye un principio fundamental donde acampan las discusiones con el fin de ir mejorando siempre. La gente que aparece en el taller llega para trabajar, ese sistema ha sido muy útil, pues ayuda a incentivar “el consumo interno”, como dice el profesor.

–¿Cómo se da el compromiso cultural para quienes integran el Taller?

–Personalmente creo que en el compromiso de la escritura no se debe perder la noción del entorno. En ese sentido, las escritoras del taller no han soslayado la realidad. Yo, sin embargo, he practicado el descubrimiento de las fantasías. No es que me muestre escapista, sencillamente encuentro en las fantasías la cantera inagotable donde uno puede amalgamar signos de verdadera inspiración.

–Entiendo que esa experimentación aparece en tu narrativa, pero no en tus poemas.

–Cuando di a conocer mi primer poemario yo era muy joven; no sé si elegí bien, pero di a luz mis escritos. Posteriormente –después de los 18 años– llega mi primera novela como producto de cierto esfuerzo, pues estaba allí y necesitaba salir como un libro. Entre ambos géneros creativos he sentido experiencias diferentes. El segundo libro me brindó motivaciones diferentes. Además, ya había alcanzado cierto renombre, especialmente por las publicaciones colectivas que se dieron mediante el taller. En mi poemario he sido profundamente religiosa y real. La novela, sin embargo, ha sido más divertida, comencé escribiendo como un ensayo surrealista, pero con el correr del tiempo fui tomando otro camino hasta llegar a mi novela: “Puerta”.

–¿Cuáles son las referencias ineludibles para tu trabajo literario?

–Creo que por sobre todo me interesa la gramática. A eso se suma el carácter impresionista que debe llevar como sello la obra literaria. Esto lo digo en el sentido humano, la creación debe tener vida. Por otra parte, la lectura es un aliciente imprescindible para todo escritor, si tengo alguna influencia se trata de algo inconsciente. Voy a manifestar que en ninguno de mis trabajos literarios he usado las vivencias, aunque escapar de ellas resulta muy difícil cuando me pongo a escribir poesías.

–Estamos viviendo momentos muy difíciles, ¿qué estás palpando en el campo cultural?

–Los escritores –por lo menos– aparentan estar más entusiasmados, se plantean algunos congresos de importancia. Eso demuestra que existe un espíritu positivo. Es más, aquellos que nunca se animaron a publicar, hoy día están dando a conocer sus obras. Evidentemente existe una mayor apertura, y eso aprovecha la gente. Eso no quiere decir que la gente lea más. Estamos en la época visual donde la televisión está restando fuerza a los libros y al cine. Respecto a los momentos difíciles, no se vislumbran efectos esclarecedores en el plano cultural de parte del Gobierno, creo que tenemos que seguir esperando un poco más para hablar del tema, vamos a seguir esperando, eso significa mantener en cierta forma la esperanza. Mi debilidad es el optimismo, siempre digo ya vendrá lo bueno.

–¿Las mujeres están menos interesadas en la política en sus obras?

–No puedo opinar respecto a todas las escritoras, pero en mi caso particular creo que sí. Yo no transmito una preocupación política porque mis temas tienen mayor relación con lo fantástico. Además, debo madurar todavía. Creo que la mujer debe comprometerse con la política. Es posible que alguna vez yo escriba sobre temas que guardan relación con nuestra realidad social y política. Por el momento, omito la política, aunque creo que estaría muy bien interesarme en ella.

–Sin embargo, la realidad desespera a muchos escritores.

–Pienso que la experiencia resulta dolorosa. La manifestación de los escritores acerca de lo que estamos viviendo puede ser importante, más aún en estos días difíciles que vivimos.

Fuente: PROCESO DE LA LITERATURA PARAGUAYA - PERFIL HISTÓRICO, BIBLIOGRAFÍA Y ENTREVISTAS A LOS MÁS DESTACADOS ESCRITORES PARAGUAYOS. Por VICTORIO V. SUÁREZ. Edición corregida y aumentada. Asunción, Paraguay. 2011 (654 páginas)


De: Portal Guaraní.com



"Bueno es ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivir con pasión" - Charles Chaplin



   Con profunda alegría por el público reconocimiento nos adherimos todos/as las integrantes de Perras Negras a este homenaje al Dr. Carlos Blanc, nuestro querido Carlitos, el alquimista de la palabra, capaz de transformar recuerdos propios en escenografías emocionales para cualquier habitante de esta generosa tierra.

     No es la primera vez que a él nos referimos en este espacio. Publicamos parte de su producción cuando presentamos nuestro Libro Colectivo del 2012 (en la foto, de brazos cruzados, junto a compañeros/as del Taller; o sea, determinado a la lucha porque le ha sido siempre natural, como dice Chaplin). En esa ocasión, también intentamos acercar algún testimonio de su otra casi escondida pasión: la actuación teatral.


Los invitamos a compartir el artículo que escribió con motivo de su retiro de la actividad docente en la Regional Norte de la UDELAR, recogido del diario CAMBIO de SALTO:

Sin adioses, sin despedidas

Locales | 16 Dic. Prof. Dr. Carlos Blanc


Apronto mi vieja valija por última vez este año y con ese destino, ya no volveré a armarla. No hace mucho cumplí 70 años y supe que lo que una vez empecé, en Montevideo en 1981, sin pensar jamás en este final, después de todo cumple igualmente con un viejo refrán: "nada es para siempre".
Empezaba a correr el año 85 y alguien debía ir a Salto a dictar clases como Profesor Encargado, cargo al que yo no podía acceder por razones de grado pero sí el Prof. Dr. Sergio Rippe. No obstante, al año siguiente, Rippe tuvo que suspender algunos viajes y acordándose de mi interés, me solicitó que asumiera como suplente. Es increíble la claridad con que veo y escucho al Prof. Esc. Cafaro, Director entonces de la Regional Norte: "Sergio necesita un Ayudante pero yo no puedo proveerlo de Montevideo porque no puedo pagarle los pasajes, pero como suplente de Encargado sí, venga tranquilo". Cafaro empezó a venir en 1985, para dictar "Obligaciones", siendo su primera clase post dictadura aquí en Salto, lo que tiene un valor muy especial.
En la primera clase - La Dra. "Mara" Joubette fue mi primer Ayudante, por poco tiempo ya que casi enseguida fue trasladada y la Esc. Ana Silva, me acompañó muchos años-, que dicté, dejé constancia del orgullo con el cual lo hacía: mi familia es de Salto y en esta ciudad me formé intelectualmente desde la recién inaugurada Clase Jardinera de la Escuela 4, año 1947, el Colegio Salesiano, la Escuela Pública, luego y finalmente el Instituto Politécnico Osimani y Llerena. Que se me llamara Profesor me hacía sentir algo incómodo pero a la vez orgulloso. Estaba en mi pueblo, algún día salí de él para forjarme un destino y volvía como miembro integrante de la comunidad universitaria del país y nada menos que a dictar clases de nivel terciario. Demasiado para un gauchito de Mataperros.
Luego, sucesivamente fui suplente de los Profesores Xavier de Mello y Holz, hasta que en el 90, se me nombró Encargado de Grupo. En 1997 accedería al cargo de Profesor Adjunto de Derecho Privado IV y V, con Grado III, efectivo. Un título que lleva la firma nada menos que del Señor Decano de la época, Prof. Dr. Américo Plá Rodríguez.
Tengo cuidado de que las cosas que ingreso a mi valija se acomoden a la vieja lista confeccionada hace más de veinte años, cansado de olvidarme de buzos, pantalones, pañuelos y calzoncillos. Nunca necesité ese apunte para mis esquemas o resúmenes porque sabía que sin ellos, debería balbucear alguna excusa para retirarme de clase o buscaría en mi mente un montón de anécdotas semijurídicas, para rellenar esas horas. Que nunca fueron pocas, porque en todos esos años, 26 en total en la Regional, 32 desde que ingresé como Aspirante, jamás llegué tarde y puedo contar con los dedos de una mano, las veces que falté a una clase, jamás tampoco sin avisar. La jornada de clase por lo general, iniciada puntualmente a las 7 a.m. (iniciativa como alumna de Sarita Ardaix, para poder cumplir bien todo el horario), siempre fue de 8 horas por lo menos, divididas al mediodía. A veces durante dos días sucesivos, o tres, cuando todavía no había dificultades para conseguir salones y tampoco los muchachos tenían otras materias que interfirieran con mis horarios.
¿Los muchachos?, sí, los muchachos, me cuesta llamarlos alumnos porque de hecho yo aprendí junto con ellos. Siempre traté de estimularlos a preguntar, a plantear dudas, a generar ideas. Recuerdo algunos planteos que me descolocaron (Marcela Panizza, en temas de sindicación, Verónica Orihuela, con los interesados en dejar constancia en la negativa del "período de reflexión" en un protesto, o las dificultades en las que me ponían Gaitán y Ghibaudi, por ejemplo). No siempre les agradó que los interrogara porque muchos traían aún la timidez o inhibición (muchísimos también la cara, como Marcela Motta o Victoria Landoni, por nombrar algunas) propia de liceales, pero poco a poco fueron asumiendo la necesidad de plantear y equivocarse, descontando que una equivocación semejante puede ser grave en clase pero se corrige, pero fatal y sin levante en el ejercicio profesional. Alumnos pues, no, compañeros de viaje, sí.
Tuve el enorme placer de reencontrarme con viejos compañeros de farras lejanas o ex compañeros de trabajo, ahora redimidos alumnos de Derecho (Antonio Grisolia, Washington Santana, Maralberto Almeida, entre otros), que buscaron la segunda oportunidad de sus vidas gracias a la Regional. No fueron los únicos, yo mismo usufructué esa segunda chance, al ingresar a la Facultad con 29 años y egresar a los 38.
Calculo las horas que me quedan antes de dirigirme a la Terminal. Al principio, viajaba en avión, en la vieja TAMU, hasta que un día, por razones climáticas, el avión decoló cinco horas tarde, sobrevoló Salto alrededor de las 14 horas y, sin aterrizar por razones climáticas locales, regresó a Montevideo. Xavier de Mello y yo, regresamos a nuestros hogares doce horas después de haber salido de ellos, sin hacer otra cosa que repasar nuestras respectivas y paralelas vidas de estudiantes, y calcular mentalmente, sin referirnos a ello, cuánto combustible cargaría el avión. Desde entonces preferí viajar en ómnibus. En este punto debo reconocer la puntualidad de las compañías que hacen el trayecto. Habré tenido quizá, mucha suerte pero sólo recuerdo una vez, en la que en la madrugada, en pleno viaje, un niño se descompensó y, atendido por dos médicos que viajaban en el mismo ómnibus, se guió por radio al conductor, desde Montevideo, mientras se coordinaba con el Hospital de San José, para que al llegar a éste estuviera como así fue, un equipo médico aguardándonos. Esa mañana llegué diez minutos tarde a clase.
En esos días los ómnibus en los que viajaba partían desde su propia Sede, en la Av. Rondeau y nos dejaban en la Sede salteña, en la calle Cerrito (hoy, pobre homenaje para tan gran hombre, "cuadra" Dr. Carlos Bortagaray). Luego nos dejaban frente al Cementerio y por último en la Av. Harriague y había que remontar por Misiones, caminando valija en mano, esquivando charcos y ahuyentando perros, hasta la vieja Sede de la Regional en calle Artigas.
Durante los siguientes 32 años, mis tres hijos crecieron saludablemente y nacieron mis tres nietos, en jornadas felices. Por el lado contrario, ocurrieron las despedidas finales a mis colegas y amigos: el propio Cafaro, Valdéz Costa, María Celia Corral (con quien solía tomar mate a las 6 de la mañana en la Plaza Artigas), Rafael de Paula, Nélida Montiel, Gustavo Puig, Mabel Rassines, Rodríguez Villalba, María Elmira Duarte, Eduardo Pesce, Ricardo Castell (¡cómo extraño las tertulias posteriores a las clases!) y las de varios estudiantes, Silvani, Fleitas, Azurica, Urtarán y Camacho (fallecido en un accidente poco después de recibido), entre otros, y también las de algunos familiares queridos. Durante esos años asimismo, cumplí 40 exactos como funcionario del Banco de la República, ingresado como Auxiliar en el 63, retirado como Abogado Asesor, integrante de su Sala de Abogados, en el 2003. Hoy todo eso me parece un fenómeno espacial que convalida el pensamiento de Borges: la vida son sólo momentos, el pasado ya fue, el porvenir será o no, y el presente se escurre mucho más rápido e intangible que el aire, en nuestras manos, dejándonos apenas algo así como la sinopsis de una película llena de drama, tragedia, comedia, lágrimas y carcajadas. Cincuenta años al servicio del Estado, veinte de ellos superpuestos en ambas Instituciones, quedan atrás y me dejan el sentimiento de haber cumplido.
Cierro mi valija, tomo mi portafolio, acomodo mis huesos lo cual me insume un esfuerzo no menor, e inicio el camino a la Terminal, a pie porque queda cerca, porque puedo repasar qué sucedió hoy, que voy a hacer o decir mañana, qué clima me espera en Salto, siempre una sorpresa, y finalmente, de qué diablos me olvidé a pesar de todos mis cuidados.
Debo agradecer haber podido vivir esos años. Agradecer profundamente a los muchachos salteños, artiguenses, tacuaremboenses, sanduceros, riverenses, fraybentinos, mercedarios, y aquellos orgullosos "autonomistas" de ciudades como Bella Unión, Brum, Young, Quebracho, Tomas Gomensoro, Palma Sola, Guichón (no distingamos ciudades de pueblos y localidades porque tampoco les gustaría), y otros, que no siempre se sienten aludidos al nombrar el genérico del departamento. A esta altura ya son cientos, cientos de compañeros hoy profesionales. Ojalá haya podido aportarles algo de lo que yo recibí de mis grandes maestros a los que invariablemente me limité, o al menos intenté mediocramente, repetír en clase.
En especial, mi agradecimiento a todas las agrupaciones e integrantes de las mismas, sacrificados militantes del Centro de Estudiantes de Derecho, siempre pujando por mejorar las condiciones bajo las cuales todos desarrollan sus carreras. Mientras fui Coordinador Docente me dieron un valioso apoyo. Me declaro en eterna deuda con ellos y nunca los olvidaré.
Debo agradecer también a las autoridades universitarias, empezando por los sucesivos Consejos y Decanos, desde aquella época y en especial a la actual Sra. Decana, mi querida amiga la Esc. Dora Bagdassarian, a mi querido amigo el Director de la Regional, Dr. Alejandro "Jano" Noboa, a los sucesivos Coordinadores, puesto que alguna vez desempeñé y en especial al actual, mi amigo "Palito" Rodríguez; a los compañeros integrantes de la Comisión Asesora de Derecho, que alguna vez también integré; a todos los compañeros docentes y alumnos de otras Facultades y Servicios que comparten con Derecho, la sede de la Regional. A los funcionarios de la recargada y eficiente Bedelía y a los muchachos de Intendencia, muchas gracias por su incondicional afán de ayudarme, sin olvidar a muchos de ellos que se fueron definitivamente como Lupi, y a otros que se retiraron por jubilación como Tana Portugal, Laura Realini, Bandera y Don Ribas. Me despido con cariño y agradecimiento de mis colegas docentes, de Derecho y otras disciplinas, con los que muchas veces compartí desde salones a almuerzos, taxis a lluvias torrenciales, jornadas bochornosas a fríos espantosos, enojados con nosotros mismos por no haber venido con la ropa adecuada.
Agradezco también a quienes me formaron, desde los curas salesianos que me aportaron disciplina y método, a mis maestros y maestras de la Escuela Pública -obligatoria, gratuita y laica, siempre-, que me embargaron de felicidad el corazón con el sentimiento profundo de amor a la Libertad, Democracia, Igualdad, Fraternidad y Legalidad, formación que continuó bajo el recto ejercicio docente ejercido y tratado luego de continuar como preciado legado, de mis profesores del Instituto Politécnico Osimani y Llerena y de los encumbrados ejemplos universitarios, lista que inicio con mi entrañable amigo, condición que me adjudicara expresamente en 1985, en ocasión de la primera elección universitaria luego del siniestro período dictatorial, el Profesor Emérito Dr. Jorge Gamarra, y que continúo con mis "mayores", colegas comercialistas, Profesora Emérita Nuri Rodríguez y quienes ya no están, Profesores Ferro Astray, Delfino Cazet, Gaggero y todos los miembros del Instituto de Derecho Comercial. Sin olvidar, por supuesto, a los comportamientos éticos de nuestros mártires que llevo como emblema, docentes como el Esc. Fernando Miranda, José Arlas, Adela Reta (estos dos últimos perseguidos), y estudiantes, como Liber Arce, Susana Pintos, Hugo de los Santos, Heber Nieto y tantos otros, cuyas almas claman aún por Verdad y Justicia, por las que sigo luchando y que sin duda algún día obtendremos.
Bajo esa evocación, un tanto emocionalmente turbadora, salgo por calle Colonia, por última vez, camino a la Terminal, con destino final en la Regional Norte. ¿Debería despedirme de ella? No, sé que no podría hacerlo, me niego a intentar ese adiós, convencido como estoy que de alguna manera allí me quedaré, no ya como los íconos docentes de otras épocas enmarcados en merecidos cuadros y fotografías o recogidos en generosísimos trabajos bibliográficos; me quedaré simplemente caminando por sus pasillos, tomando un café en la cantina, leyendo algún libro en la Biblioteca, charlando con amigos en alguno de sus espacios, evacuando la consulta o accediendo a dar un consejo a algún alumno, y dándome el gusto enorme de asistir a alguna clase de Comercial de vez en cuando o tal vez, por que no, el enorme placer de asistir a una de Administrativo para escuchar a mi más viejo y querido amigo, el Dr. Carlitos Rocca, que persistirá allí dictando clases, con la misma figura con la que lo conocí en el lejanísimo 59, no ya con el mismo, quizá, pero sí siempre vestido con un sobrio y severo traje oscuro.

Que ese sea el recuerdo final que pueda dejar: el de un viejo profesor, amante del humanismo y de la generosidad intelectual propios de la Universidad, de la ley escrita y de otras que no lo están pero que igualmente rigen, un veterano ex docente que deambula por pasillos, salas y salones de la Regional, reafirmando en todo instante que en la Universidad en general y en la Regional, en particular, existe el ingreso, pero una vez allí, jamás habrá ni adioses ni despedidas.

Pero un escritor siempre está volviendo; los "tópicos recurrentes" revelan su indeleble  paisaje interior. Desde esta Casa, los invitamos a presenciar este
                                                                                                                 PARA UN ADIÓS

“Que reste-t-il des billets doux
Des mois d'avril, des rendez-vous
Un souvenir qui me poursuit
   Sans cesse”. Charles Trenet. 1943
 “La cavalcade des heures”


No recordaba en qué momento preciso se le había presentado la urgencia de hacerlo pero sí que había sido un instante, surgido como un impulso a la vez sorpresivo y sorprendente que lo despertó y no admitió ni réplicas ni dilaciones. Encendió el motor y a poco andar el poderoso rugido del automóvil y las luces largas acariciando el trazo ancho y solitario de la Ruta Uno acompasaron sus pensamientos. Eran las dos de la mañana. Se había enfundado las botas, el jean gastado y un muy cómodo rompevientos negro. Arriba sólo una campera de cuero. Manejando con la calefacción encendida y un trago de café del termo que descansaba en el asiento del acompañante, se sintió abrigado. Puso en el aparato de audio uno de los CD de Sinatra: “All the way” y volvió mentalmente a la noche de primavera en que vió en el Ariel la película “La Máscara del Dolor”, con ese tema de fondo. No le resultaba difícil sentir en sus manos la calidez de la piel del brazo de aquella frágil muchachita sentada a su lado; “la modelo”, le decían sus amigos y él se enorgullecía de acompañarla. Alta, delgada, delicadísima en su modo de ser, de andar, de conversar. Un precioso recuerdo cristalizado tal vez para siempre. De pronto toda su vida actual parecía haberse poblado de recuerdos y añoranzas. ¿Qué habría actuado de disparador para que surgieran tantas cosas? Intuía algo que le había provocado aquella catarata de imágenes, sonidos, sabores y olores de un pasado a cuyo encuentro decidió escaparse esa misma noche, pero no estaba seguro. La hora no fue problema, el tránsito era escaso y al llegar a la Ruta Tres disminuiría más aún. El auto era una cápsula acogedora y así pasó sin detenerse por San José, Trinidad y Young. Apenas miró a la izquierda desde lo más alto del “trébol”, al pasar por Paysandú. Allí habían estado en aquel lejano 63 con “Quequín” Azambuja, el Flaco Bibbó, Carlitos Bottini, y habían recorrido en motoneta la calle 18 de Julio, el Club Paysandú, el Social, el Wanderers y finalmente el boliche “Berri”. Una larga y divertida noche.

Las luces encendidas de las Termas del Daymán, como aguantando la helada, lo vieron pasar sin que él les prestara atención. Estaba atento y concentrado en el ingreso a la ciudad. Dejó atrás La Gaviota en homenaje al Arquitecto Dieste y desechando ingresar por la Avda. Ferreira Aldunate,  siguió la vieja ruta de la Onda, hasta Barbieri y Leggire, que junto al Cine Salto fueron las primeras ausencias que notó. Dobló a la izquierda por 8 de octubre hasta la Plazita sin reloj ahora, y tampoco encontró el boliche “El Reloj”, uno de los tantos que visitara muchas noches con el Negro Cacciavillani. Estuvo tentado de seguir hasta el Club Centenario como lo hacían entonces pero finalmente se decidió a doblar a la izquierda para pasar frente a la Sucursal Zona Este del Banco de Crédito, o al menos el local donde ésta estaba y dobló luego por 19 de abril. El Cine Plaza y la Plaza de Deportes. Aquél con la versión de “Les Amants” y los comentarios burlones de “Vitito” Burdiat, un par de asientos más atrás; la Plaza con Sarli, Banfi, su mujer, Rito Ibarra, el “Brasilero” De Cerqueira Leite, Ruly Gonzaga, en fin, todos.

Tomó Errandonea pasando por frente a lo que debería ser y ya no era, la parrillada de Alfredito y enfrente la heladería, al lado de la casa del Dr. Prinzo. Entró a Uruguay en la esquina de la farmacia Vant Hoff. Desconoció la entrada de ésta. ¿Era la Vant Hoff realmente?

Por Uruguay hacia “abajo”. El corazón le latía intensamente mientras el agridulce sabor del pasado se le instalaba en la boca al iniciar el añorado recorrido que solía hacer en su motoneta Vespa 4780. Las luces de la calle, más altas que antes le permitieron descubrir casas y cosas que le parecía no haber visto jamás. Allí estaba sin embargo el local de ASA. Frenó por unos momentos y miró hacia la primera ventana de la planta de arriba.....

Recuerdos e imágenes pugnaban por salir. Intentó acallarlas en un esfuerzo inútil. Poco más adelante a la derecha, un balcón demasiado conocido. Más allá la casa del “Pope”; las primeras clases de banco las había tomado allí, con aquel ser tan entrañable.

Tal como lo había pensado, calle Uruguay estaba vacía, sin autos ni transeúntes. Todo se le presentaba congelado, en temperatura e imagen, como una foto en blanco y negro o mejor en sepia, descolorida y distante. Desde lejos distinguió el mirador de la Barraca Amorim, el Hotel Salto, oscurecido, la Plaza Nueva; imaginó la “bañadera” del verano, la Banda Municipal de Miño y Peruchena, los actos patrios, los desfiles con el Colegio Nuestra Señora del Carmen con su batería de tambores relucientes al frente, seguida de las escuadras de alumnos ordenadas en dos filas cada una. Él mismo, como “Capitán” de la segunda escuadra, la de Cuarto Año.

El edificio de Doña Catalina, la farmacia Calero, la barraca Trindade, el local de Pluna, la boca del Mercado 18 de Julio, los juguetes de Casa Peñalva, las botas de Casa Roche, la Farmacia Central, el local de Onda, el salón San Miguel y la peluquería de Fontes, la Confitería “18”. El primer traje, cruzado y azul, en la Sastrería Stabilito, Andión y Meloni. El primer par de zapatos “de hombre” comprados en  Iurato y Bravo, desde cuya vereda había visto pasar a Atilio Francois, tapado de barro en la Vuelta Ciclista,  del 49 o del 50, y al “Gallego” Regueiro que trasmitía la llegada desde la esquina “haciendo cruz”, de París Londres. Conocía de memoria cada una de las baldosas de esas cuadras.

La acumulación de emociones iba en aumento. El Cine Ariel, el Salón Pinocho, la confitería Ideal, la tienda Alaska de los Engelman, la Caja Nacional de Ahorro Postal, la zapatería Castagno, el Bazar Lluveras, Tipperary, el Club Uruguay y sus bailes en el amplio salón de parquet bien lustrado. El Galeón, donde solía recalar Victor Lima, el Hotel Concordia que alojó a Gardel, las citas en el Sorocabana del Negro Julio, la Cosechera, el reloj de Méndez Hnos. De soslayo miró hacia el Cine Sarandi recordando la larga bajada en la alfombra estrenada en el 53.  La Oriental, Marosa con un café y un cigarrillo, charlando con Jorge Real; Juan Carlos Morgan y toda su troupe, El Triunfo, la ferretería de los Solaro, el negocio del “Hincha” Invernizzi, la Confitería París de la viuda de Borghetti, La Favorita, el Banco Comercial de don Claudino, el Banco de Salto, sus muchos amigos de aquellos bancos, el almacén de Soto....nada de eso estaba, demasiado, demasiado.

Frenó frente adonde se suponía deberían estar la Cuna Encantada y el bazar La Semana. El boliche del Flaco Borba y sus refuerzos de media mañana, de mediodía, de media tarde, a cualquier hora, saliendo de la Sucursal del BROU, oficial o solapadamente. La fila de “Servidores de la Patria” esperando afuera para cobrar sus magras pensiones y adentro, esperándolos para pagarlas, el Niño Simonelli, Policho Ripa, el Pope de nuevo, Chipío Arrigoni, el Flaco Villalba, Dondo, Chargoñia, el Negro Corbo, el Rengo Ferreira, el Sapo, el Mono, el Truchita, el Pocho,... rostros, nombres y sobrenombres que saltaron ante sus ojos en una fila alocada, uno, tres, cinco, diez, veinte, cada uno con sus anécdotas bajo el brazo. 

No pudo más, dejó deslizar el auto por la bajada desde la Plaza Vieja hasta el fondo de Uruguay. Atrás quedaron el Club Salto Uruguay que conoció en los 40, cuando en él jugaba su amigo el “Gallego” Ramiro, y la esquina del viejo local de Zudaire. El amanecer aún no despuntaba sobre Concordia. De enfrente le llegaban luces verdes, amarillas y blancas que atravesaban a duras penas la neblina de la mañana. Extrañas columnas nubosas se elevaban humeantes desde el río. Dobló hasta 19 de abril y estacionó en una plazita desconocida. Ya no cantaba Sinatra. Rodeado de silencios y fantasmas apagó el motor del auto y descendió. El frío lo penetró de inmediato, tomó un buzo de refuerzo, se lo puso y rodeó su cuello con una bufanda. Agregó un gorro bien ceñido pero igual se sintió indefenso ante un clima que por esperado no era menos intenso.

Aspiró lo más profundamente que pudo aquel aire helado y comenzó a caminar con lentitud hacia su objetivo: el viejo muelle del Ferrocarril Midland del Norte. Siguió las vías de trenes que hacía mucho habían dejado de transitar por ellas y poco a poco se fue alejando de la tierra firme. Sentía abajo el suave golpetear del agua contra la costa y los pilotes del muelle. Caminaba con precaución pero con la tranquilidad de recorrer un sendero conocido. Lentamente llegó hasta la punta. Allí se sentó. 

Era una tarde de verano, esplendorosa, radiante pero el asfixiante calor de enero parecía envolverlo todo. Vacaciones, allí estaba, sentado, mirando el río. No había lugar de la costa que le pareciera más personal, secreto y misterioso. A veces invadido por algún pescador, pero no ese mediodía de fuego. Sin duda el agua estaría tibia, así que luego iría caminando por las piedras hacia el Remeros y Las Cavas, y mucho más allá al Salto Chico. Por ahora, simplemente disfrutaba. Había culminado su cuarto año en el Liceo Osimani y el año próximo debería irse a la Capital. Desde el 40 en adelante casi toda su familia había emigrado al Sur. Demasiadas despedidas, demasiados adioses, demasiados vacíos. Pensar en vivir en otro lugar que no fuera Salto era una idea que le provocaba un duro agarrotamiento en la garganta. Pero no tenía alternativas, se iría, cargado de recuerdos de infancia y adolescencia.

Cuando regresó, solo, a principios de los 60, Salto parecía haber eclosionado. Como si la ciudad hubiera adoptado otro ritmo. No se dio cuenta de que quien en realidad había cambiado era él, él el que ingresaba a una etapa diferente, llena de juventud, de ganas de vivir, sin muchos límites. Fueron sus mejores años. Amistades reconstituidas y relaciones nuevas acentuaron su arraigo a una ciudad y a una gente que llevaba en la sangre. Había alquilado con otros compañeros un apartamento frente al río y amaneceres y crepúsculos lo encontraron en el balcón, extasiado ante imágenes que se le antojaban irrepetibles en cualquier otro lugar. Recorría la costa casi a diario, renovando sus momentos de intimidad en el extremo del muelle, como antes y creyó entonces que sería para siempre. A veces con mucho sol, a veces con mucho frío, soleado o nublado el río era el río y no recordaba otra cosa que sintiera tan intensamente metido en sus genes como aquella cinta de agua torrentosa que le regalaba momentos de soledad y reflexión.

Sentado allí solía repasar su vida en un rito de secuencia única, para encontrarse de nuevo con las mismas sensaciones y sentimientos de antaño. Repensaba situaciones, reacomodaba imágenes, culminaba etapas y forjaba nuevos planes, para celebrar nuevos encuentros o para llorar recientes pérdidas.

Un día todo su mundo se desmoronó y de nuevo se fue. Recordaba que al pasar el Daymán, umbral y frontera de su hogar, con poco más que su cuerpo como equipaje pues todo lo demás se negaba a traspasar ese límite último, tenía la convicción de que nunca volvería a ser el mismo y no se había equivocado.

Fueron muchos años. Ahora estaba de vuelta, sólo para una breve recorrida, con una única misión, con la ciudad vacía, a propósito, porque quería poblarla con sus propios personajes, reandar sus pasos sin sentir invadida esa remembranza con personas o cosas irreconocibles. En un solitario paseo, tan ineludible como final, reclamado en cada molécula de su ser. Había vuelto a despedirse, esta vez definitivamente, sin palabras, sin abrazos, sin besos ni adioses; demasiados habían habido en el pasado como para volver a afrontarlos ahora. Alcanzaba con haber bajado morosamente por la calle principal y regalarse esos personales momentos que quiso prolongar con una mirada última hacia la otra costa.

El sol debería aparecer en pocos minutos más. Se levantó, subió al auto, puso en la compactera una vieja canción francesa y tomó de nuevo por la costa mirando hacia el puerto. Pasó por debajo del Muelle Nuevo y desde allí le pareció ver la lancha “Tiburón” de Sancristóbal ¿la misma de siempre? Sorprendido por la flecha, tuvo que doblar varias veces para tomar por Artigas, insólitamente hacia “abajo” y sin ómnibus de Forti. Casi se detuvo en la Plaza Vieja, y desde ella le llegaron la voces de Mafalda Pascale y Mimosa Llama, la risa de Graciela Castellini y la picardía de Pablo Catalogne. De la Parroquia parecía emerger la voz cascada del Cura Merlino en un Kirie desafinado. Haciendo eses por calles archiconocidas llegó hasta el Palacio de Oficinas Públicas y volvió a detenerse. Desde allí, imposible no hacerlo, miró hacia el Círculo Sportivo y su vieja casa, sus manos se tensaron en el volante. Contuvo sus deseos de descender porque algo o alguien en su fuero íntimo prudentemente le ordenó que no lo hiciera. Siguió por Artigas, pasó el Colegio Inmaculada Concepción, el de las kermesses, y la Escuela Uno, pero se negó siquiera a echar una mirada a los lugares que deberían haber pertenecido para siempre a la Maná y a la vieja Escuela “López”, del Maestro Crescionini, Ada Balmas y Aura Lisasola.

Con la piel y los ojos casi sangrantes, dobló por Lavalleja para disfrutar de su empedrado, tomó Rivera  extrañado por encontrarla flechada hacia “arriba”, a más alta velocidad, y sólo se detuvo en la Ruta. Una leve neblina se posaba sobre el bitumen. “Que queda ya de nuestros amores, que queda ya de aquellos hermosos días, una foto, una vieja foto de mi juventud...”, la canción parecía interrogarlo con cada estrofa. Sintió algo de frío, levantó la temperatura del coche y tomó un trago de café. Miró hacia delante y el toldo de nubes lo convenció de que ese día el sol no saldría. Sin mirar atrás, aceleró y se perdió rumbo al Sur.
                                             
                                                                                 Dr. Carlos Blanc 


Gracias, Carlitos, por tu entrega a la Vida. Grano a grano, siempre con el mismo amor, con la misma humildad, con la misma fe; siempre para el Otro.


"¡Necesitamos que nuestro cuerpo, a veces, esté entero para morir de muerte natural!"-Mohamad Alaaedin Abdul Moula

Mohamad Alaaedin Abdul Moula (1965)

Tres poemas de Cuarenta días de bloqueo
1.
¿Cuándo habrá de expulsar el productor su obra?
              En los soldados se halla, desbordante,
              el sentimiento de los lobos.
              Cada escena repite el actor la matanza,
              nadie alumbra
              ni quiere dialogar.
¿Cuándo despertará con carcajadas de conejos el público
              mientras los mártires esperan
              a punto de explotar?
¿Y cómo puede el público pensar que las masacres
              son signos de victoria?
La obra se ha alargado
              y no baja el telón (no llega el fin).
2.
Los soldados han vuelto a sus hogares
              y el campamento de los fantasmas
se encuentra solitario, sin hogar. Las mujeres
              de los soldados celebraron
              la buena nueva (hemos matado a mil
              y pasado mañana a otros mil mataremos).
Llegó el sábado
              y el tanque cerró su compuerta.
Esperando el domingo
sonaron las campanas,
              falleció el campanero
              e incineraron al Mesías sin cuerpo.
3.
Necesitamos despertar sin tanques
para ordenar el tiempo a nuestro antojo:
el florero en la mesa, los zapatos
              que olvidó una pequeña minusválida
              y aquel adolescente que está leyendo libros.
Necesitamos cantos que respondan al rugido del avión.
Nos gustaría pasar la jornada con menos
              pérdidas y masacres.
¡Necesitamos que nuestro cuerpo, a veces, esté entero
para morir de muerte natural!
VERSOS EN EL EXILIO
UN CONTROVERTIDO POETA SIRIO ENCONTRÓ ASILO POLÍTICO EN LA CIUDAD DE MÉXICO.

Por Bernardo Loyola, Fotos por Mauricio Palos

Mohamad es un talentoso y prolífico poeta que logró escapar de su país poco antes de que el Ejército Libre de Siria y las fuerzas de Asad convirtieran a su ciudad, Homs, en un montón de escombros. Durante su carrera, Mohamad ha ganado múltiples premios, tanto en su país como en el resto del mundo árabe. Sus libros tienen títulos como Tragedia árabe, Augurio del infierno o Cuarenta días de bloqueo y sus poemas hablan frecuentemente sobre política, religión y sexualidad, tres temas que no son necesariamente los favoritos del aburrido gobierno sirio.

Sin embargo, su poesía no es lo único que ha metido a Mohamad en problemas. En 1980 tres de sus hermanos fueron arrestados por criticar al gobierno y ser sospechosos de pertenecer a los Hermanos Musulmanes (el movimiento islamista más importante del mundo). Todo esto lo convirtió en un constante blanco de abusos e intimidación por parte del gobierno y del mukhabarat, la policía secreta de Siria. Por años, le negaron el derecho a obtener un pasaporte para poder viajar a eventos literarios en otros países, incluyendo algunos celebrados en su honor, como cuando ganó el premio de poesía de la Unión de Escritores Árabes en 1999. Por años buscó la forma de salir de su país, incluso desde antes de que el actual conflicto estallara. Hace dos años escuchó sobre ICORN (International Cities of Refugre Network), una organización dedicada a ayudar a escritores perseguidos por motivos políticos a encontrar asilo. En febrero del año pasado, a menos de tres semanas antes de que el levantamiento empezara en Siria, la gente de ICORN le informó que había un lugar que podía recibirlo como refugiado. Ese lugar era la Casa Refugio Citlaltépetl, en la Ciudad de México, una asociación civil sin fines de lucro creada en 1999 bajo los auspicios del gobierno del Distrito Federal, cuyo principal cometido es acoger a escritores perseguidos o censurados en su país de origen. La Casa pertenece a la red ICORN y cada año recibe a dos escritores, por un periodo máximo de dos años, y les proporciona una beca de apoyo que les permita cubrir sus gastos básicos.

Queríamos hablar con Mohamad Alaaedin para escuchar su opinión sobre el levantamiento en Siria y para saber más sobre su trabajo. Amablemente nos invitó a su departamento en la Condesa, un espacio lleno de luz, pero prácticamente sin ninguna decoración, parecía el departamento de un estudiante universitario. A pesar de que ya lleva año y medio en México, Mohamad no habla nada de español, así que nuestra plática sucedió con la ayuda de Moustafa Saad Ahmed Mohamed, nuestro intérprete.

VICE: ¿Cómo comenzó tu carrera como poeta?
Para escribir como poeta no es necesario tener una carrera, porque eso nace de adentro, de hecho, sólo terminé la preparatoria. En 1980, cuando tenía 15 años, llegaron unos agentes de parte de la policía secreta y se llevaron a mis tres hermanos porque ellos estaban contra el sistema político de ese tiempo.

Los tuvieron por mucho tiempo en la cárcel. Yo los quería mucho y fue entonces que esas palabras empezaron a salir desde dentro. Me di cuenta de que no eran palabras comunes, sino palabras de poeta.

Según entiendo, tus hermanos fueron acusados de pertenecer a los Hermanos Musulmanes. ¿Es cierto?
Mis hermanos eran musulmanes, pero nunca estuvieron involucrados con los Hermanos Musulmanes. La policía secreta también me acusó a mí de pertenecer a esa organización, pero yo no tenía ninguna relación con ellos. Lo que sí es cierto es que no estaban de acuerdo con el sistema de gobierno, pero sólo mi hermano mayor actuaba políticamente en su contra. Pero en un sistema como el nuestro, cuando una persona de la familia tiene un problema de este tipo, toda la familia es culpable. En aquel tiempo, los Hermanos Musulmanes estaban luchando contra el régimen de Hafez al-Asad (el padre de Bashar), y la policía secreta podía capturar a cualquiera y juzgarlo por estar en contra del gobierno. Incluso conocí a personas que fueron encarceladas por ser sospechosas de pertenecer a los Hermanos Musulmanes y después de estar más de diez años en prisión, el gobierno finalmente aceptó que eran cristianos. El gobierno mató a dos de mis hermanos en 1981 y el tercero pasó diez años en la cárcel.

¿Ahora que estás en México extrañas Homs, la ciudad en donde vivías?
Homs ya no existe. Todo está destruido. Homs está en el centro del país. Hace muchos siglos, Julia Domna vivió ahí y dominó el imperio romano por mucho tiempo. Antes yo trabajaba en la Secretaría de Turismo, catalogando y describiendo objetos antiguos para el Museo de Homs. Homs era una ciudad llena de poetas y escritores.

Tengo entendido que te despidieron de ese trabajo en 1996. ¿Por qué pasó eso?
Antes de trabajar en el museo, trabajaba en una gasolinera. Pero un día llegó una orden de la policía secreta diciendo que ya no podía trabajar ahí. Después trabajé en el museo por siete años hasta que un día llegó la policía secreta para decir que tampoco podía trabajar ahí. Como mis hermanos habían estado en la cárcel, todos teníamos que pagar las consecuencias. Los ciudadanos en Siria no tienen derechos.

¿De qué trataba tu primer libro de poemas, Elegies for the family of Heart [Elegías para la familia del corazón], publicado en 1990?
Me comprometí con mi esposa un 14 de febrero. Ese mismo día murió mi padre. Mi padre era imán en una mezquita (pero no tenía nada que ver con los Hermanos Musulmanes), y murió por un problema en el corazón. Sentí tanta tristeza el día en que murió que empecé a escribir los poemas que conformaron ese libro.

¿Qué nos puedes decir sobre tu último trabajo publicado en Siria Baghdadi Excercises for the Nightfall, [Ejercicios bagdadíes para el anochecer] publicado en 2009?
Recuerdo sentir una gran tristeza el 9 de abril de 2003. Me parecía que la invasión de Estados Unidos a ese país era terrible, era contra natura y también contra mi propia gente. Todo estaba siendo bombardeado y destruido. También sabía que Sadam Husein tenía la culpa de lo que estaba pasando. No era un líder democrático. Todo eso me dolía y eso me llevó a escribir ese libro.

Algunos de tus trabajos, incluyendo tu poema “Poesía pornográfica”, te han causado problemas en tu país.
Ese poema se publicó en una revista en Chipre, porque no era posible publicarla en ningún lado en mi país. El poema no es realmente sobre pornografía, sino que hablo, por ejemplo, de una forma literaria sobre las partes del cuerpo. Lo que yo buscaba en ese y en otros de mis poemas, era dejar al desnudo muchas cosas que son tabú, como la política, el sexo y la religión. Un imán que era muy amigo del presidente anterior Hafez al-Asad, dijo que todo eso estaba mal, así que la policía recogió todos mis libros de las librerías y empezó un escándalo muy fuerte sobre las cosas que yo había dicho de la religión y la dignidad del cuerpo humano.

¿Qué tipo de cosas escribiste que causó tal escándalo?
Por ejemplo, hablaba de un sacerdote cristiano que mientras estaba en la iglesia, ve en las primeras filas a mujeres con ropa escotada y con las piernas descubiertas y siente deseo por ellas. También escribí sobre las secreciones que tienen las mujeres cuando se excitan. Por ese tipo de cosas empezaron a atacarme. En los países árabes, estas palabras y descripciones están muy restringidas. Allá, los jóvenes no se abrazan ni se besan en las calles, algo que en otros países es completamente normal. Por ejemplo, recuerdo una ocasión en que el rector de una universidad encontró a un muchacho besando a una chica a escondidas, detrás de un árbol, y lo expulsó de la escuela. ¿Por qué cosas como esas están prohíbas en mi país, pero en otros son normales? ¡Si ese rector viniera a México le daría un paro cardiaco!

¿Prefieres cómo son las cosas aquí en México?
Prefiero vivir en un país con libertades, porque esas son cosas personales. El que quiera hacerlas que las haga, y el que no, no. No necesito que alguien venga y me diga qué hacer. Son cosas personales. Yo prefiero la libertad.

¿Cómo es tu vida social aquí en México? ¿Te afecta no poder hablar español con la gente?
Por lo mismo, mi vida aquí no está completa, pero gracias a Dios tengo muchos amigos que hablan árabe y español. Ellos me llevan a visitar museos y hemos viajado a otros estados, como Puebla y Oaxaca. La mayoría de ellos son mexicanos pero de origen libanés y estudiaron árabe en la universidad. Tengo un amigo mexicano que no habla árabe y yo no hablo español, pero de cualquier forma salimos a pasear. Lo conocí en una ocasión en que vino a entrevistarme con una traductora. Aunque no sabemos lo que dice el otro convivimos mucho. Es una relación basada en la sonrisa. Espero que un día podamos aprender el idioma del otro.

¿Alguna vez has tenido algún problema por la barrera del idioma?
Tuve un accidente muy chistoso. Fui a comprar comida al súper, pero como no sé ni inglés ni español, no entiendo lo que dicen las etiquetas de los productos. Compré dos latas de comida que no tenían ninguna foto o imagen en la etiqueta, me comí una y me empecé a sentir un poco mal del estómago. Llegó una de mis amigas y me preguntó qué había hecho, le mostré las latas y no podía parar de reír. Cuando terminó de reírse, me dijo que era comida para gato.

¿Tu familia sigue en Siria?
Sí, tengo dos hijos. Uno estaba haciendo su servicio militar cuando me fui y el otro estudia en la universidad. Mi esposa murió hace dos años.


¿Qué pensaste cuando estalló el conflicto en Siria, menos de tres semanas después de que llegaste aquí?
Empecé a sentirme intranquilo e inseguro. Sabía que iban a empezar a matar gente y mi familia, mis hijos seguían allá. Sé que todos los días seguirán matando gente inocente y por eso tengo mucho miedo. Yo también estaba en contra del gobierno, y no tenía nada bueno allá. Sentía que todo lo que estaba sucediendo alrededor me asfixiaba. Había demasiada injusticia y por eso decidí buscar una salida.

¿Te preocupa tu familia y tu hijo en el ejército?
Mi principal miedo es por mis hijos, quiero traerlos aquí. Ya han muerto más de diez familiares míos. Mi hijo se escapó de su servicio militar y se unió al Ejército Libre de Siria. Eso me tiene todavía más preocupado.

¿Cuál es tu opinión del presidente Asad?
Yo odio a este presidente porque está cometiendo crímenes contra la humanidad. Está matando por igual a musulmanes y cristianos. Destruye casas, iglesias, mezquitas. Está matando gente, destruyendo el turismo, destruyendo todo. Cuando lo agarren y lo juzguen en La Haya, entonces estaré contento.

¿Cuáles fueron tus opciones cuando saliste? ¿Por qué México y no un país árabe donde podrías publicar?
ICORN escogió el lugar por mí. Ellos tienen derecho a enviar a personas en peligro a esos países. Ellos fueron quienes eligieron México. Pero me siento bien aquí. Yo ya conocía México a través de la poesía y de la cultura. Yo leía mucho de todo esto.

México es uno de los países más peligrosos para ser periodista, y de alguna forma somos un país que también está en guerra. ¿Qué piensas sobre eso?
Aquí, en los últimos seis años, murieron 80 mil. Allá, en año y medio han muerto 30 mil.

En México, uno de los opositores a la guerra contra el narco más conocidos es también un poeta, Javier Sicilia. ¿Has escuchado de él?
Sí y me entristece mucho que hayan matado a su hijo. Él empezó estas protestas pacíficas junto con otras personas y eso es importante. Estuve leyendo sobre la caravana que hicieron en Estados Unidos para pedir que también allá actúen al respecto.

¿Qué hubiera pasado si te hubieras quedado en Siria?
Si estuviera allá, una de dos: estaría muerto o estaría luchando contra el gobierno.

¿Qué planes tienes para el futuro?
Mi estancia aquí en la Casa Refugio Citlaltépetl termina en febrero de 2013, pero mi pasaporte se vence en un mes. Necesito un pasaporte nuevo, pero estoy seguro de que no va a ser fácil renovarlo. Tengo la esperanza de regresar a mi país en algún momento, pero por ahora es poco probable. Trataré de conseguir asilo como refugiado en algún país como Estados Unidos, Canadá o Suecia. Es muy difícil quedarme aquí en México porque no hay trabajo. No tengo cómo hablar con la gente en la calle y no hay dinero. Después de febrero será todo más difícil.


De:  www.vice.com/es_mx/read/versos-en-el-exilio
Reside desde hace dos años en México invitado por una institución cultural que apoya escritores que sufren de situaciones políticas especiales y peligrosas en su país, en colaboración con el estado mexicano.

Ha publicado 11 poemarios y 5 ensayos de crítica en su país de origen.

Entre sus obras de poesía destacamos:

· Alabanzas del cuerpo
· Tragedia árabe
· Con menos alegría
· El vidente del infierno
· Los cuarenta del asedio
· Me imagino

Algunos de sus ensayos:

· Defendiendo a Nizar Kabbani
· Muestras de la poesía siria (comparaciones aplicadas)
· Al Yawahiri un clásico contra el clasicismo
· La ilusión de la modernidad

Ha obtenido varios premios literarios en Siria y en otros países árabes.

Su obra poética ha sido motivo de estudio en diversas universidades.

Antología titulado: Las nubes de hoy, invierno de Mañana Traducción Ahmed Yamani, fue lanzado a principios de 2013 para la Fundación Casa Refugio Citlaltépetl en México.

Participará en el marco de la Semana Intercultural en el DF para conmemorar el Día Mundial del Refugiado.


 
Los sirios han desplegado hoy esta bandera que serpentea por cuadras,
en resuelta advertencia al Imperio Norteamericano acerca
de la autodeterminación de los pueblos.

En realidad, todo el mundo sabe que,
de un lado y otro, hay muchos intereses económicos en juego;
en realidad, todos sabemos que,
sobre el campo firme de ese ajedrez diabólico,
 sólo corren el riesgo de quebrarse algunas frágiles piecitas humanas,
es decir, los inocentes de todos los tiempos,
esos que sólo piden "llegar a morir de muerte natural".

Resulta claro, Señor Obama, que su maestro de ajedrez
no pudo haber sido Martin Luther King.

Como dice su pueblo, Señor Obama:
"No más mentiras".
Como dicen sus soldados veteranos,
que han vuelto con el corazón y la mente destrozados,
"No tiene sentido ni una sola muerte más".