lunes, 11 de mayo de 2015

Benito Pérez Galdós: un avanzado en prácticas educativas.

10 de mayo de 1843- España

Son bien conocidas las ideas liberales de Galdós, no en vano siempre defendió una visión racionalista del mundo, lejos de la superstición y el oscurantismo. Esto le llevó a enfrentarse con los sectores conservadores de su época; esta confrontación se repite en muchas de sus novelas y, especialmente, en Doña Perfecta, donde Pepe Rey, tal como hemos visto, representa esos valores progresistas. En El amigo Manso (1882) se aborda esa confrontación en el terreno de la educación. Las ideas científicas y filosóficas krausistas chocan con la enseñanza religiosa y metodológicamente atrasada que está vigente en la segunda mitad del siglo XIX. Galdós, a través del personaje de Máximo Manso, propone una enseñanza que se adapte a la idiosincrasia del alumno y no a la inversa. El maestro debe guiar el pensamiento del estudiante, hacer que éste se interese por la materia, mostrándole de forma amena aquello que se le pretende inculcar. De esta forma se le pueden hacer comprender sus razonamientos y los defectos en que éstos puedan incurrir, siendo su corrección más fácil.

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Estas prácticas pedagógicas chocan con las de la época; ya que lo que primaba era la enseñanza memorística y el conocimiento teórico, sin tener en cuenta aspectos más prácticos. No se fomentaba la creatividad del alumno, se le introducía en una masa árida de conocimientos que hacía que éste perdiese el interés y el deseo de estudiar, siendo la figura del profesor muy distante y deshumanizada. Galdós intenta recuperar las ideas ilustradas de autosuficiencia de la razón sin necesidad de recurrir a la fe y a la autoridad de los maestros, tal como sucedía tradicionalmente. Para ello cada persona debe ejercitar su pensamiento de acuerdo con sus intereses, fomentando el uso de la razón y no sólo de la memoria. Para conseguir estos objetivos es necesario recuperar la figura del profesor, hacerla más cercana y humana; éste debe ser un amigo que sepa ganarse la confianza del alumno para poder guiarlo sin que se le pierda el respecto, pero nunca infundiendo miedo ni antipatía. La amistad facilita una mejor transmisión de conocimientos; debe fomentarse en todo momento para que las lecciones entren no sólo por la cabeza, sino también por el corazón. De esta forma, sutilmente, se van introduciendo en la mente del alumno las ideas, sin necesitar esfuerzos complementarios.

De: Aspectos narrativos y literarios de las novelas de Galdós
© Roberto Augusto Míguez 2003-2009
En:  http://www.ucm.es/info/especulo/numero23/galdosna.html


- I -
Yo no existo

Yo no existo... Y por si algún desconfiado o terco o maliciosillo no creyese lo que tan llanamente digo, o exigiese algo de juramento para creerlo, juro y perjuro que no existo; y al mismo tiempo protesto contra toda inclinación o tendencia a suponerme investido de los inequívocos atributos de la existencia real. Declaro que ni siquiera soy el retrato de alguien, y prometo que si alguno de estos profundizadores del día se mete a buscar semejanzas entre mi yo sin carne ni hueso y cualquier individuo susceptible de ser sometido a un ensayo de vivisección, he de salir a la defensa de mis fueros de mito, probando con testigos, traídos de donde me convenga, que no soy, ni he sido, ni seré nunca nadie.
Soy (diciéndolo en lenguaje oscuro para que lo entiendan mejor), una condenación artística, diabólica hechura del pensamiento humano (ximia Dei), el cual, si coge entre sus dedos algo de estilo, se pone a imitar con él las obras que con la materia ha hecho Dios en el mundo físico; soy un ejemplar nuevo de estas falsificaciones del hombre que desde que el mundo es mundo andan por ahí vendidas en tabla por aquellos que yo llamo holgazanes, faltando a todo deber filial, y que el bondadoso vulgo denomina artistas, poetas o cosa así. Quimera soy, sueño de sueño y sombra de sombra, sospecha de una posibilidad; y recreándome en mi no ser, viendo transcurrir tontamente el tiempo infinito, cuyo fastidio, por serlo tan grande, llega a convertirse en entretenimiento, me pregunto si el no ser nadie equivale a ser todos, y si mi falta de atributos personales equivale a la posesión de los atributos del ser. Cosa es esta que no he logrado poner en claro todavía, ni quiera Dios que la ponga, para que no se desvanezca la ilusión de orgullo que siempre mitiga el frío aburrimiento de estos espacios de la idea. Aquí, señores, donde mora todo lo que no existe, hay también vanidades, ¡pasmaos!, ¡hay clases, y cada intriga...! Tenemos antagonismos tradicionales, privilegios, rebeldías, sopa boba y pronunciamientos. Muchas entidades que aquí estamos, podríamos decir, si viviéramos, que vivimos de milagro.
Y a escape me salgo de estos laberintos y me meto por la clara senda del lenguaje común para explicar por qué motivo no teniendo voz hablo, y no teniendo manos trazo estas líneas, que llegarán, si hay cristiano que las lea, a componer un libro. Vedme con apariencia humana. Es que alguien me evoca, y por no sé qué sutiles artes me pone como un forro corporal y hace de mí un remedo o máscara de persona viviente, con todas las trazas y movimientos de ella. El que me saca de mis casillas y me lleva a estos malos andares es un amigo...
Orden, orden en la narración. Tengo yo un amigo que ha incurrido por sus pecados, que deben de ser tantos en número como las arenas de la mar, en la pena infamante de escribir novelas, así como otros cumplen, leyéndolas, la condena o maldición divina. Este tal vino a mí hace pocos días, hablome de sus trabajos, y como me dijera que había escrito ya treinta volúmenes, le tuve tanta lástima que no pude mostrarme insensible a sus acaloradas instancias. Reincidente en el feo delito de escribir, me pedía mi complicidad para añadir un volumen a los treinta desafueros consabidos. Díjome aquel buen presidiario, aquel inocente empedernido, que estaba encariñado con la idea de perpetrar un detenido crimen novelesco sobre el gran asunto de la educación; que había premeditado su plan; pero que faltándole datos para llevarlo adelante con la presteza mañosa que pone en todas sus fechorías, había pensado aplazar esta obra para acometerla con brío cuando estuvieran en su mano las armas, herramientas, escalas, ganzúas, troqueles y demás preciosos objetos pertinentes al caso; que entre tanto, no gustando de estar mano sobre mano, quería emprender un trabajillo de poco aliento, y que sabedor de que yo poseía un agradable y fácil asunto, venía a comprármelo, ofreciéndome por él cuatro docenas de géneros literarios, pagaderas en cuatro plazos; una fanega de ideas pasadas, admirablemente puestas en lechos y que servían para todo, diez azumbres de licor sentimental, encabezado para resistir bien la exportación, y por último una gran partida de frases y fórmulas, hechas a molde y bien recortaditas, con más de una redoma de mucílago para pegotes, acopladuras, compaginazgos, empalmes y armazones. No me pareció mal trato, y acepté.

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