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10 de mayo de 1843- España |
Son bien conocidas las ideas
liberales de Galdós, no en vano siempre defendió una visión racionalista del
mundo, lejos de la superstición y el oscurantismo. Esto le llevó a enfrentarse
con los sectores conservadores de su época; esta confrontación se repite en
muchas de sus novelas y, especialmente, en Doña Perfecta, donde Pepe Rey, tal
como hemos visto, representa esos valores progresistas. En El amigo Manso
(1882) se aborda esa confrontación en el terreno de la educación. Las ideas
científicas y filosóficas krausistas chocan con la enseñanza religiosa y
metodológicamente atrasada que está vigente en la segunda mitad del siglo XIX.
Galdós, a través del personaje de Máximo Manso, propone una enseñanza que se
adapte a la idiosincrasia del alumno y no a la inversa. El maestro debe guiar
el pensamiento del estudiante, hacer que éste se interese por la materia,
mostrándole de forma amena aquello que se le pretende inculcar. De esta forma
se le pueden hacer comprender sus razonamientos y los defectos en que éstos
puedan incurrir, siendo su corrección más fácil.
(...)
Estas prácticas pedagógicas
chocan con las de la época; ya que lo que primaba era la enseñanza memorística
y el conocimiento teórico, sin tener en cuenta aspectos más prácticos. No se
fomentaba la creatividad del alumno, se le introducía en una masa árida de
conocimientos que hacía que éste perdiese el interés y el deseo de estudiar,
siendo la figura del profesor muy distante y deshumanizada. Galdós intenta
recuperar las ideas ilustradas de autosuficiencia de la razón sin necesidad de
recurrir a la fe y a la autoridad de los maestros, tal como sucedía
tradicionalmente. Para ello cada persona debe ejercitar su pensamiento de
acuerdo con sus intereses, fomentando el uso de la razón y no sólo de la
memoria. Para conseguir estos objetivos es necesario recuperar la figura del
profesor, hacerla más cercana y humana; éste debe ser un amigo que sepa ganarse
la confianza del alumno para poder guiarlo sin que se le pierda el respecto,
pero nunca infundiendo miedo ni antipatía. La amistad facilita una mejor
transmisión de conocimientos; debe fomentarse en todo momento para que las
lecciones entren no sólo por la cabeza, sino también por el corazón. De esta
forma, sutilmente, se van introduciendo en la mente del alumno las ideas, sin
necesitar esfuerzos complementarios.
De: Aspectos narrativos y
literarios de las novelas de Galdós
© Roberto
Augusto Míguez 2003-2009
En: http://www.ucm.es/info/especulo/numero23/galdosna.html
- I -
Yo no
existo
Yo no existo...
Y por si algún desconfiado o terco o maliciosillo no creyese lo que tan
llanamente digo, o exigiese algo de juramento para creerlo, juro y perjuro que
no existo; y al mismo tiempo protesto contra toda inclinación o tendencia a
suponerme investido de los inequívocos atributos de la existencia real. Declaro
que ni siquiera soy el retrato de
alguien, y prometo que si alguno de estos profundizadores del día se mete a buscar
semejanzas entre mi yo sin carne ni hueso y cualquier individuo susceptible de ser
sometido a un ensayo de vivisección, he de salir a la defensa de mis fueros de
mito, probando con
testigos, traídos de donde me convenga, que no soy, ni he sido, ni seré nunca
nadie.
Soy (diciéndolo
en lenguaje oscuro para que lo entiendan mejor), una condenación artística, diabólica hechura del pensamiento humano (ximia Dei), el cual, si coge
entre sus dedos algo de estilo, se pone a imitar con él las obras que con la
materia ha hecho Dios en el mundo físico; soy un ejemplar nuevo de estas
falsificaciones del hombre que desde que el mundo es mundo andan por ahí
vendidas en tabla por aquellos que yo llamo holgazanes, faltando a todo deber filial, y que el bondadoso vulgo denomina artistas,
poetas o cosa así. Quimera soy, sueño de sueño y sombra de sombra, sospecha de
una posibilidad; y recreándome en mi no ser, viendo transcurrir tontamente el
tiempo infinito, cuyo fastidio, por serlo tan grande, llega a convertirse en entretenimiento, me pregunto si el no ser nadie equivale a ser todos, y si mi
falta de atributos personales equivale a la posesión de los atributos del ser.
Cosa es esta que no he logrado poner en claro todavía, ni quiera Dios que la
ponga, para que no se desvanezca la ilusión de orgullo que siempre mitiga el
frío aburrimiento de estos espacios de la idea. Aquí, señores, donde mora todo
lo que no existe, hay también vanidades, ¡pasmaos!, ¡hay clases, y cada
intriga...! Tenemos antagonismos tradicionales, privilegios, rebeldías, sopa
boba y pronunciamientos. Muchas entidades que aquí estamos, podríamos decir, si
viviéramos, que vivimos de milagro.
Y a escape me
salgo de estos laberintos y me meto por la clara senda del lenguaje común para
explicar por qué motivo no teniendo voz hablo, y no teniendo manos trazo estas
líneas, que llegarán, si hay cristiano que las lea, a componer un libro. Vedme
con apariencia
humana. Es que alguien me evoca, y por no sé qué sutiles artes me pone como un
forro corporal y hace de mí un remedo o máscara de persona viviente, con todas las trazas y movimientos de ella. El que me saca
de mis casillas y me lleva a estos malos
andares es un amigo...
Orden,
orden en la narración. Tengo yo un amigo que ha incurrido por sus pecados, que
deben de ser tantos en número como las arenas de la mar, en la pena infamante
de escribir novelas, así como otros cumplen, leyéndolas, la condena o maldición
divina. Este tal vino a mí hace pocos días, hablome de sus trabajos, y como me
dijera que había escrito
ya treinta volúmenes, le tuve tanta lástima que no pude mostrarme insensible a
sus acaloradas instancias. Reincidente en el feo delito de escribir, me pedía
mi complicidad
para añadir un volumen a los treinta desafueros consabidos. Díjome aquel buen
presidiario, aquel inocente empedernido, que estaba encariñado con la idea de perpetrar
un detenido crimen novelesco sobre el gran asunto de la educación; que había premeditado
su plan; pero que faltándole datos para llevarlo adelante con la presteza mañosa
que pone en todas sus fechorías, había pensado aplazar esta obra para acometerla
con brío cuando estuvieran en su mano las armas, herramientas, escalas, ganzúas,
troqueles y demás preciosos objetos pertinentes al caso; que entre tanto, no gustando
de estar mano sobre mano, quería emprender un trabajillo de poco aliento, y que
sabedor de que yo poseía un agradable y fácil asunto, venía a comprármelo, ofreciéndome
por él cuatro docenas de géneros literarios, pagaderas en cuatro plazos; una
fanega de ideas pasadas, admirablemente puestas en lechos y que servían para todo,
diez azumbres de licor sentimental, encabezado para resistir bien la
exportación, y por último una gran partida de frases y fórmulas, hechas a molde
y bien recortaditas, con más de una redoma de mucílago para pegotes,
acopladuras, compaginazgos, empalmes y armazones. No me pareció mal trato, y
acepté.
(...)