domingo, 27 de abril de 2014

“Ser leal a sí mismo es el único modo de llegar a ser leal a los demás” - Vicente Aleixandre


26 de abril de 1898- Sevilla, España
Poeta de la Generación del 27.
Con García Lorca y Cernuda.


Entre dos oscuridades un relámpago


Sabemos adónde vamos y de dónde venimos... Entre
dos oscuridades un relámpago.
Y allí, en la súbita iluminación, un gesto, un único
gesto,
una mueca más bien, iluminada por una luz de
estertor.

Pero no nos engañemos, no nos crezcamos. Con
humildad, con tristeza, con aceptación, con
ternura,
acojamos esto que llega. La conciencia súbita de una
compañía, alli en el desierto.
Bajo una gran luna colgada que dura lo que la vida,
el instante del darse cuenta entre dos infinitas
oscuridades,
miremos ese rostro triste que alza hacia nosotros
sus grandes ojos humanos,
y que tiene miedo, y que nos ama.

Y pongamos los labios sobre la tibia frente y
rodeemos
con nuestros brazos el cuerpo débil, y temblemos,
temblemos sobre la vasta llanura sin término donde
sólo brilla la luna del estertor.

Como en una tienda de campaña,
que el viento furioso muerde, viento que viene de las
hondas profundidades de un caos,
aquí la pareja humana, tú y yo, amada, sentimos las
arenas largas que nos esperan.

No acaban nunca, ¿verdad? En una larga noche, sin
saberlo, las hemos recorrido;
quizá juntos, oh no, quizá solos, seguramente solos,
con un invisible rostro cansado desde el origen,
las hemos recorrido.

Y después, cuando esta súbita luna colgada bajo la
que nos hemos reconocido
se apague,
echaremos de nuevo a andar. No sé si solos, no sé
si acompañados.

No sé si por estas mismas arenas que en una noche
hacia atrás de nuevo recorreremos.
Pero ahora la luna colgada, la luna como
estrangulada, un momento brilla.
Y te miro. Y déjame que te reconozca.

A ti, mi compañía, mi sola seguridad, mi reposo
instantáneo, mi reconocimiento expreso donde
yo me siento y me soy.
Y déjame poner mis labios sobre tu frente tibia
- oh, cómo lo siento -.

Y un momento dormir sobre tu pecho, como tú sobre
el mío,
mientras la instantánea luna larga nos mira y con
piadosa luz nos cierra los ojos.




El sueño


Hay momentos  de soledad
en que el corazón reconoce, atónito, que no ama.
Acabamos de incorporarnos, cansados: el día oscuro.
Alguien duerme, inocente, todavía sobre ese lecho.
Pero quizá nosotros dormimos...Ah no: nos movemos.
Y estamos tristes, callados. La lluvia, allí insiste.
Mañana de bruma lenta, impiadosa ¡Cuán solos!
Miramos por los cristales. Las ropas caídas:
el aire, pesado; el agua, sonando. Y el cuarto
helado en este duro invierno que, fuera, es distinto.
Así te quedas callando, tu rostro en tu palma.
Tu codo sobre la mesa. La silla, en silencio,
y sólo suena el pausado respiro de alguien,
de aquella que allí, serena, bellísima, duerme
y sueña que no la quieres, y tú eres su sueño...





 LAS PALABRAS DEL POETA


    Después de las palabras muertas,
de las aún pronunciadas o dichas,
¿qué esperas? Unas hojas volantes,
más papeles dispersos. ¿Quién sabe? Unas palabras
deshechas, como el eco o la luz que muere allá en gran noche.

   Todo es noche profunda.
Morir es olvidar unas palabras dichas
en momentos de delicia o de ira, de éxtasis o abandono
cuando, despierta el alma, por los ojos se asoma
más como luz que cual sonido experto.
Experto, pues que dispuesto fuese
en virtud de su son sobre página abierta,
apoyado en palabras, o ellas con el sonido calan
el aire y se reposan. No con virtud suprema,
pero sí con un orden, infalible, si quieren.
Pues obedientes, ellas, las palabras, se atienen
a su virtud y dóciles
se posan soberanas, bajo la luz se asoman
por una lengua humana que a expresarlas se aplica.

    Y la mano reduce
su movimiento a hallarlas,
no: a descubrirlas, útil, mientras brillan, revelan,
cuando no, en desengaño, se evaporan.

    Así, quedadas a las veces, duermen,
residuo al fin de un fuego intacto
que si murió no olvida,
pero débil su memoria dejó, y allí se hallase.

    Todo es noche profunda.
Morir es olvidar palabras, resortes, vidrio, nubes,
para atenerse a un orden
invisible de día, pero cierto en la noche, en gran abismo.
Allí la tierra, estricta,
no permite otro amor que el centro entero.
Ni otro beso que serle.
Ni otro amor que el amor que, ahogado, irradia.

    En las noches profundas
correspondencia hallasen
las palabras dejadas o dormidas.
En papeles volantes, ¿quién las sabe u olvida?
Alguna vez, acaso, resonarán, ¿quién sabe?
en unos pocos corazones fraternos.