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Querida Lilia, desde este espacio en Montevideo, donde anidaste sin que perdiéramos la tibieza de tu presencia, contigo estuvimos en Campana. |
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Con Beatriz Valerio, Presidenta de la Sociedad Argentina de Escritores Sade-Campana, y Cristina Colombo, poeta y autora del prólogo del libro. |
En “Desalmadero” Lilia no solo
arma y desarma su alma, sino que para hacerlo pone el cuerpo en cada palabra.
Sus poemas de sangre, vientre y
útero, dejan nacer sus soledades, abandonos y desgarros. A veces son un ave que
remonta y cae, que se eleva y cae repetida en “susurros de pluma”, para volver
a sangrar desde honduras vacías o se pierde con su “última cáscara” tirada.
Se delata en imágenes que laceran
el cuerpo y tocan antiguos dolores donde llantos y lágrimas no alcanzan para
enjuagar las heridas.
Duele en el cuerpo su alma. Alma
que intangible se hace presencia a través de sus palabras, de su sentir un
abandono, una ausencia.
Casi infiltrados aparecen poemas
con juegos de sonidos, como si recatara de su “piel arenosa” los juegos no
olvidados de una infancia de río y canoa. Insistentes, re aparecen sus poemas
de negrura, como si se arrepintiera del juego infantil. Como si le ganara a su
piel el sudor escuchando como “gritan los silencios”.
Paradójicamente un epígrafe de
Alejandra Pizarnik, da paso a una poesía diáfana, que la encuentra niña, con su
madre-recuerdo, sus orillas de sauce y sus siestas de sol y naranjas.
Y ahora sí, juega son las
palabras y los sonidos e invita al lector a que siga ese juego poniendo cada
uno su propio sentido.
No abandona totalmente la
oscuridad en la intención, pero sus versos, “giran” “ruedan” “rebotan” en
musicalidad de ronda y se hacen amigos y amigables, hasta cómplices de la luz.
Por primera vez aparece de la
mano de un hombre, que “la apadrea” y recorre una estación de trenes
“desmarchados” donde también por primera
vez aparece el espacio geográfico que la contiene plenamente. Su pueblo. Su
origen. Su partida hacia... Y sale de siestas con amigas, mandarinas y sonrisas
de infancia plena y al sol. Y vuelve siempre vuelve y es apenas que en dos
versos nos muestra que es Ibicuy y quien es ella en ese Ibicuy.
El espacio dedicado a ese amor
muerto es el grito de amor de Lilia que pretende llegar al fondo del mar. Todos
hacemos silencio.
La soledad en que se encuentran
los seres que transitan una cárcel, las desesperanzas de mujeres que a fuerza
de parecer fuertes se hacen débiles, hombres que copulan con las penumbras y
escupen piedras.
Lilia conoce. Mira. Pregunta.
Escucha.
Sabe que no debiera ser así, como
es. Pero sigue mirando, preguntando, escuchando.
Y lo escribe.
Con todo eso, hemos abierto este
libro inquietante. Una Caja de Pandora.
Sólo hay que animarse a no
cerrarla.
Pero aquí no terminó la fiesta.
Para todos y todas quienes aman y acompañan a Lilia, este también afectuoso recuerdo, conservado como en un estuche de terciopelo, de Lilia, mi hermana argentina, y de Alguien que tampoco se ha ido de nosotroas y nosotras, los y las hermanas latinoamericanos/as:
El alma de Galeano
No sabía mientras viajaba a la
casa de mi amiga en Montevideo que ese viaje me dejaría varias marcas
significativas, relacionadas todas con las palabras que son el alma del mundo,
y fue esa palabra, esas palabras, esa frase dicha al azar en el taller de Ana…
Hablaba yo de las lecturas
que han enriquecido mi alma, pero de
esas que de tanto enriquecerla te la dejan chiquitita, exangüe, agotada de
tanta belleza y surgió su nombre, tan hecho propio que me olvidé que andaba por
sus tierras, que eran estas y no aquellas las suyas y entonces en el mismo
instante que se me ocurría que estar en su cuidad inevitablemente me llevaría a
mover cielos y tierras para conocerlo, alguien dijo como al pasar “Es mi
vecino, vive en mi barrio”… y fue también en ese mismo instante que aquella
compañera del taller se convirtió en mi presa: no iba a irse de allí sin más
palabras, no era una frase cualquiera para mí, no eran palabras dichas como al
pasar y Ana y Luz y aquellos escribientes lo entendieron y así fue que brotaron
palabras de aquella vecina que apenas podía ir guardando dentro de mis pieles,
“barrio Malvín”, “a la vuelta de mi casa”, “pintada de colores”, “a veces está
de viaje”…
Cuando me di cuenta caminaba a la
mañana temprano por el barrio Malvín, arrastrando a mi amiga Luz por las calles de ese enero caluroso.
Buscábamos una casa pintada de dibujos indígenas, y ella nos encontró a
nosotros, asomándose desde los verdes, como avisándonos que ese era el lugar
buscado y dice aquel otro escritor de mis tierras “no hay casualidad sino
destino/ no se busca sino lo que se encuentra…” en una de sus frases
Sabateanas…
Por el portero eléctrico me
atiende una mujer.
-¿Helena? -dije.
-No, Haydé- me responden desde
adentro.
-¿Se encuentra Helena?
-Helena no está, ¿ella la conoce?
-No personalmente… dije. Y era
verdad! ¡Helena debería de conocerme a través de los libros, de tanto leerla!! ¡Sí,
de los libros de Eduardo la conocía mejor que nadie, hasta sus sueños conocía!!
Pero ellos no estaban y tuve que
contarle a Haydé que era una admiradora de Eduardo y de sus palabras precisas
para definir el mundo, la vida, las muertes, las historias, para aspirarme
angustias y para indignarme, para incrementar mis utopías y mis soledades, para
creer en la justicia y en las injusticias, para…
Para esto Haydé me estaba
diciendo que si era para que me firmara un libro que se lo dejara y después lo
pasara a buscar… ¿Qué después lo pasara a buscar? ¿Sin poder escuchar qué
sonido tienen las palabras que leo en sus libros? De ninguna manera, ya estaba
allí y allí me quedaría… Entonces le conté que era argentina, que me volvía a
mi pueblo, que era todo eso que le había dicho antes de importante para mí y
entonces me dijo: “están en el mercado, seguro no tardan, pero yo no le dije
nada…porque está muy ocupado terminando su libro nuevo” ¡Pero de nada, me dijo
tanto!
La espera fue casi irrisoria, se
bajaron de un taxi con la simpleza que solo las bolsas del supermercado les dan
a las personas, con el gesto cordial que solo ellos podían tener en ese
mediodía caluroso… y nos acercamos y se entremezclaron palabras breves,
expectantes, apuradas para que el momento no se escapara y hablé de libros y
hablé de fotos y hablé de nada y de todo y Helena entró y Eduardo entró y
volvió a salir para abrirnos el portón de su patio, sin las bolsas que le daban
esa simpleza pero la simpleza persistía; nos hizo preguntas y sonrió y nos
permitió robarle el alma en una foto. Helena sacó una de las fotos y volvieron
a sonreír y a preguntar y se disculparon porque tenían que ir a ver un amigo,
otro escritor de sus tierras y así se marcharon aunque nunca se fueron, se
quedaron bien cerquita nuestro, dentro de mi cámara de fotos que a partir de
allí fue el tesoro de ese viaje, dentro de mi corazón que recuerda, dentro de mi espíritu inquieto que guarda un
poquito de su alma, de ese alma que se le anda escapando a cada rato con cada
palabra, con cada mirada herida de injusticias, con cada sueño de Helena, con
cada pedacito de esperanzas…
Fue en Montevideo, en el barrio
Malvín, en una casa de colores, con mi amiga Luz, en una calurosa mañana de enero
del año 2008; él andaba repartiendo almitas mientras estaba por dar a luz su
último libro en ese entonces, que se llamó “Espejos” pero un pajarito nos lo
había contado antes en secreto…
Lilia
Rodas
05-02-2013
A salvo de la intemperie
Susurro…
… Vértigo…
… Esbozo / imagen…
La red a mano.
Líneas confusas que cercás y cercás…
Imagen pescada en el agua del
cerebro…
¿Te seduce?
La atrapás (Creés que la atrapás.
Pero sentís que se evapora).
En tu bahía inasible el vapor mece
más esbozos…
Sonreís / ¿Serán perlas,
baratijas, residuos?
No escuchaste un chasquido de
dedos / pero el poder / te ha / ten-ta-do.
Ya te pensás un iniciado.
¿Podrán ser escenas, un ritmo en
la voz, persuasiones…?
Sentándote a la orilla de tu ensenada,
con débil lana cosés y descosés.
Pronto / el cursor de tu índice o el
grafo o la tecla se cansan de tanta vacilación y se afanan en apasionarte / tus
ojos iluminan la oscuridad de las aguas calientes del estuario donde se
arremolinan los blandos metales de tus deseos / y una ráfaga esparce en la hoja
naderías y basuritas…
¡Pero habías visto nacaradas –o
quizás doradas-redondeces! / Iniciarte en esta alquimia no es asunto de unos
instantes, segundos, minutos, horas ni días/ entonces…
Paciencia al arrojar las redes / la
aguja siempre clavándose en tu psiquis/ perseverancia / páginas y páginas
tachadas, rotas, o destruidos y reescritos los signos en la calma que precede a
la marejada / humildad para manejar el hilo sisal, la rueca, el torno, tenaces
tubos de ensayo para tu percepción / y / moradora perdurable en ella / la
Incertidumbre.
¡Al fin! ¡Ceremonia cumplida!
Mítica iniciación.
Los chasquidos de otro / y otro/ y
otro libro / le venderán a tu sordera
la divina ilusión de poder ejercer
una magia de la que fuimos excluidos.
Leer / escribir/ comprender / compartir
/ disfrutar /
actos incompletos / actos abiertos
/ actos inciertos /
gestas de criaturas que buscan el
amparo de párpados solidarios para defenderse de la perpetua intemperie/
vos
yo
con la red siempre a mano /
yo
vos
con la blanda flor metálica del
deseo / arremolinada siempre en el cuenco /
vos
yo
criaturas persistentes en la
alquimia de ser por un tiempo inconmensurable/
Nosotros.
Ana Milán